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MÉXICO Día tres, enero 2015

Cuarenta y ocho horas después del funeral de Lorenza, Jordi Gutiérrez se ha visto arrastrado, como en otras ocasiones, por la frenética actividad de Macarena.

Regresaron a su trabajo en la agencia de noticias de inmediato, sin tiempo para sentimentalismos, y alargaron sus jornadas con el objetivo de asegurar hasta el último detalle de la promoción del libro, tal y como estaba programado. Por nada del mundo Macarena iba a suspender ese acto: “Lorenza no lo hubiera permitido”.

El manual de cocina, Memoria del paladar, llevaba en las librerías poco más de un mes. La muerte de su autora ensombrecía su presentación en sociedad, a pesar de que los preparativos —invitaciones enviadas, catering contratado, Casa Lamm reservada para ese día— pretendían despejar el camino a esa nublada y póstuma puesta de largo. ¡Imposible cambiar de planes!

La vertiginosa aceleración de la enfermedad —un tumor intestinal— determinó el fatal desenlace que los vencidos 87 años de Lorenza no pudieron resistir. Macarena se había convertido en un apéndice de su intelecto para dar forma a ese excéntrico proyecto que ocupó y dio sentido a la vida de ambas. Memoria del paladar era la culminación de una primera parte, quizá la menos importante, pero sin ella, la otra no hubiera surgido.

—¿La página 42…? ¿De qué hablas, Jordi?

—Si dejaras de mover cajas y te estuvieras quieta…

—¿Quieta? ¿Qué dices…? Faltan cuatro horas para que lleguen los invitados y mira cómo está esto…

—Sé qué hora es, cálmate, ¿quieres? Falta la página 42 del libro…

—¿Cómo que falta la página 42? ¿Quién tenía que revisar eso? ¿Has llamado a la editorial? ¿Qué te han dicho?...

—Si no me hicieras mil preguntas, quizás alguna tendría respuesta. Y no, no acepto esa mirada asesina porque yo no soy el responsable. Lo he visto por casualidad y ya no hay tiempo.

—No hay tiempo, no hay tiempo… ¿Qué hacemos ahora? No podemos suspender el acto… no podemos…

—Bosi, tranquilízate —le dice Jordi con cariño a la que había sido su jefa, que se ha tirado al suelo, se ha dejado caer. Él sabe que esa derrota no tiene su origen en la página 42, es la gota que colma el vaso.

Macarena, con ojos perdidos llenos de cansancio y con una lágrima resbalando por su mejilla, pregunta:

—¿Qué más puede pasar?

—¿Un terremoto? —cuestiona Jordi, al sentarse en el suelo contra la pared, a su lado, en un intento de rebajar tensión.

—¿Cómo puedes ser tan cínico? No me hace ni pizca de gracia, ¿sabes dónde estamos? Esto es Casa Lamm… En un rato esta sala va a estar llena… ¿Tienes un pañuelo?

—Toma, límpiate… No es tan grave, un error, sí, un jodido error, ya buscaremos cómo puede corregirse.

—¿Por qué tantos impedimentos? ¿Por qué no puede salir según lo previsto?

—¿Lo previsto por quién? ¿Por ti? Eso es imposible, ya lo sabes… Estás agotada y te exiges más de lo que puedes dar. No eres un robot, tienes emociones y, en este momento, pueden más que tus ganas de que todo funcione…

—¡Que todo funcione! Bonita frase y qué irreal. ¿Por qué tenemos que pagar un precio tan alto para que las cosas fluyan con normalidad?

—Bosi, vale ya. No te tortures más y busca tu sentido práctico, donde quiera que esté. Tenemos que salir de ésta y a partir de mañana nos plantearemos qué hacer. Una piedra en el zapato, sólo es eso, una piedra que molesta, que incomoda…, la sacamos y ya está. Coloca las cosas en su sitio, no es más que un descuido de alguien, una distracción… que sí, que da al traste con esa perfecta ceremonia que tú querías que fuera… El público citado ni se va a enterar de que esa maldita página no está… Lo significativo es el acto en sí mismo, el recuerdo de Lorenza, sus recetas de cocina, el auditorio que se va a congregar y los libros que vamos a vender…

—Vender, vender… ¿Cómo puedes pensar en vender en un día como éste?

—Querida, tonterías las justas. ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Y si el libro no interesa? ¿Acaso es necesario que te recuerde lo que vivimos en Barcelona?

—De ninguna manera. Contigo es una batalla perdida… podrías sacar a pasear tu lado humano de vez en cuando, que lo tienes. No soporto tanta frialdad. La falta de esa condenada página me ha desbordado, es como si Lorenza no pudiera estar libre de maldición. Venga, se acabó…, hay que seguir y lograr que la presentación sea gloriosa.

—Claro, jefa, cómo no. ¿Llamo a la editorial o que sea Ana Paula quien resuelva lo de la página 42?

—Pues mira, sí. Es una buena idea. Sin la carga emocional será más eficaz, yo estoy que muerdo… No creo que vaya a tardar, me traerá una copia del borrador corregido de mi novela y eso me tiene histérica. Estoy ansiosa por leer sus comentarios. Sabes que queda mucho camino por recorrer, faltan varios capítulos por redactar…, vamos despacio y progresa de manera adecuada. Como ella dice, ¡ni modo!, tendré que esperar a esta noche para revisarlos. Ten, la lista de asistentes para comprobar las sillas y, mmmm…, mi discurso de presentación, ¿me lo acercas? Encima de aquellos libros.

—Voy —dice Jordi. Se dirige al lugar donde están esas hojas, dobla la lista de asistentes y la coloca bajo el cuello, coge con una mano una botella de agua y con la otra, las páginas.

—Gracias, inspector Gadget —le agradece su amiga risueña, al reconocer ese gesto tan suyo que le da la capacidad de desdoblarse y alargar sus brazos—. ¡Cuidado con las gafas!, se te van a caer y como se rompan…

—¡Quieres dejar de preocuparte por todo! Relaaax. Venga, Bosi, nos queda poco tiempo y esto tiene que salir.

Memoria del paladar

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