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II

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Friedan se adentra en el análisis de la cuestión desde una determinada perspectiva teórica feminista. Para interpretar la situación estudiada reivindica la herencia de las feministas clásicas ilustradas, sobre todo las del ámbito anglosajón: M. Wollstonecraft, las sufragistas, las protagonistas de la Declaración de Seneca Falls...Dedica el capítulo IV de La mística de la feminidad a reivindicar esa herencia teórica, y se trata, sin duda, de un capítulo central por cuanto de esa tradición extrae algunos argumentos y conceptos con los que desarrolla su análisis y con los que articula y justifica sus propuestas prácticas4.

Uno de los conceptos ilustrados fundamentales que reivindica es el de razón. Entiende por tal un don característico de la especie humana frente a los animales; se trata de una capacidad mental que permite a todos los humanos (al margen del sexo) «dar cuerpo a una idea o a un proyecto y ajustar el futuro a ellos»5, es decir, es una capacidad que ayuda a construir teorías y prácticas en mutua conexión. Es este un concepto de razón que empleó el feminismo del período ilustrado para sostener una idea ya clásica que es, precisamente, la que Friedan reivindica de nuevo en los años 60 para las mujeres, a saber, que se les reconozca el estatuto ontológico de seres humanos dotadas de razón, en el bien entendido de que esa capacidad mental la pueden emplear para desarrollar teorías (conjuntos de ideas con las que describir y explicar el mundo y a sí mismas) y proyectos o cursos de acción no programados en una supuesta identidad natural y esencial previa.

Otro argumento ilustrado que recoge B. Friedan y que utiliza continuamente en su desarticulación de «el problema que no tiene nombre» es aquél según el cual la igualdad de las mujeres es necesaria para liberar también a los varones6. Es la idea de que la realización de las propuestas feministas va a traer una sociedad menos conflictiva y, por tanto, mejor para todos los seres humanos, esto es, la idea del feminismo como índice de calidad civilizatoria.

Una tercera referencia ilustrada que maneja incide de lleno en la definición de la identidad de las mujeres: su ser no se puede definir sólo por sus funciones biológicas (la reproducción y crianza), sino que las mujeres son seres humanos completos y, en esa medida, la cultura constituye un factor decisivo en la formación de su yo. Al igual que los varones, a los cuales no se les define única y exclusivamente por su capacidad de ser padres, cada mujer debe ser tenida en cuenta por lo que es capaz de hacer o de pensar7.

Por último, y sin agotar el haz de ideas ilustradas que Friedan utiliza, es importante señalar también que recoge toda la temática del feminismo como lucha contra los prejuicios, contra los dogmas heredados que carecen de justificación y que actúan como instancia de legitimación a favor de la subordinación de las mujeres8.

Con estos conceptos y argumentos ilustrados desmonta lo que ella considera que son las fuentes generadoras de «la mística de la feminidad», expresión que alude a una concepción esencialista de la feminidad según la cual las mujeres tendrían una naturaleza especial y consustancial que sólo se puede desarrollar plenamente en «la pasividad sexual, en el sometimiento al varón y en consagrarse amorosamente a la crianza de los hijos»9. «La mística de la feminidad» es un modelo mítico (como el propio nombre indica) que se presenta como inevitable para todas las mujeres y que, en tanto que definición ontológica, las hace idénticas entre sí10, bagatelizando sus rasgos individuales distintivos. Frente a la idea ilustrada del individualismo liberal según la cual todo ser humano se construye a sí mismo como individuo distinto de cualquier otro, este modelo mítico presupone que las mujeres nacen ya hechas de una pieza, con unas funciones predeterminadas que las hacen indistintas entre sí.

Al decir de Friedan11 los creadores de este modelo mítico fueron los varones que habían pasado la guerra soñando con el hogar y lo agradable de la vida doméstica tradicional, sueño que a su vuelta proyectaron sobre las mujeres. Además, el modelo estaba sustentado de distintas maneras por las teorías más relevantes del momento: por el psicoanálisis freudiano, por el funcionalismo sociológico e, incluso, por la antropología cultural de M. Mead12.

Avanzando ideas y argumentos que más tarde se desarrollan en el seno de la epistemología feminista, Friedan analiza cada una de estas teorías en sendos capítulos de su libro. A todas ellas les critica estar construidas sobre el prejuicio que restringe la vida de las mujeres a su función biológica, con lo cual queda en entredicho la neutralidad e imparcialidad de la que hacen gala como rasgo distintivo de la verdadera ciencia. También hace notar que en todas esas teorías falla la fundamentación de lo que se afirma sobre las mujeres, con lo que se quebranta su pretensión de constituir verdades universales y necesarias. Asimismo señala que dan por supuesto aquello que debería ser demostrado previamente (petición de principio, diríamos con lenguaje filosófico) y que en todos los casos se comete un error de razonamiento (el que la filosofía ha tipificado como falacia naturalista): el ser circunstancial, histórico y cultural de algunas mujeres (las esposas y madres) se impone como deber ser para todo el conjunto de las mujeres. Estas teorías, pues, confunden lo que es efecto de una construcción histórico-cultural interesada, con las causas de eso mismo; esto es, convierten el que casi todas las mujeres fueran esposas y madres de un tipo junto con la interpretación social y política de estos roles (lo cual también es un efecto de una construcción ideológica histórica y cultural), en causa de que todas lo deban ser necesariamente.

Finalmente, señala Friedan que la mística se implantó con tanto éxito por dos razones: en primer lugar, la reforzaron al máximo los intereses económicos del capitalismo del momento13. En segundo lugar, afirma Friedan con perplejidad que las mujeres fueron inexplicablemente responsables, pues ellas eligieron plegarse a ese modelo14.

Sin duda La mística de la feminidad es una obra que en muchos aspectos sigue viva, en esta medida es un texto clásico del feminismo. Sin embargo, siempre conviene tener presente algunas de las críticas que cabe hacerle. En primer lugar, habría que resaltar el hecho de que confunde el capitalismo como sistema de dominación y lo que luego se ha dado en llamar patriarcado o sistema de dominación sexo/género. Los dos, en tanto que sistemas de dominación inciden sobre las mujeres, pero de manera diferente. El capitalismo, por utilizar la definición clásica debida al marxismo, es el sistema de dominación de los poseedores (de la propiedad y de los medios de producción) sobre los desposeídos, y esa dominación se ejerce bajo la forma estructural de la categoría de explotación. El patriarcado, por su parte, es el sistema de dominación del colectivo de los varones sobre el colectivo de las mujeres y su ejercicio es acorde con la categoría serial de opresión. Por otro lado, el capitalismo es un fenómeno histórico que apareció claramente en el siglo XVII y que dura hasta nuestros días, mientras que el patriarcado existe de múltiples maneras desde que tenemos conciencia histórica. La alianza entre estos dos sistemas data, pues, del surgimiento del capitalismo.

A este respecto, el problema de B. Friedan en su primera obra es que atribuye los efectos que produce el patriarcado al capitalismo, confundiendo —como ya indicábamos— ambos sistemas; más aún, en toda la obra no hay un solo análisis de la mística de la feminidad como sistema político de dominación (aunque sí como modelo psicológico represor), y esto es lo que le hace inexplicable la colaboración de las mujeres en su propia opresión. De haberlo hecho quizá habría comprendido que todo sistema de dominación se ocupa de socializar al dominado/a o al oprimido/a de manera que consienta y asuma el papel que le ha sido asignado. Friedan no se percata de que aunque el capitalismo por ella analizado necesitaba a alguien que se quedara en la casa y comprara todo lo que el mercado ofrecía para esa casa, no necesitaba que ese «alguien» fuera precisamente las mujeres; quien sea ese «alguien» es algo que la estructura del capitalismo deja indeterminado. El que esa variable se llene con las mujeres es algo que sólo se explica gracias a la existencia del sistema de dominación género/sexo.

Probablemente esa confusión sea la causa de la llamativa ausencia de análisis que hay en este libro tanto de la familia como de la sexualidad en tanto que canales de imposición de «la mística de la feminidad».

De todos modos, en sus propuestas prácticas utiliza implícitamente la idea de patriarcado; en concreto, esto se manifiesta en su lucidez final al considerar que la batalla tenían que darla las mujeres no sólo y fundamentalmente a título individual, sino también en grupo concertado puesto que a un grupo concertado se enfrentaban. Tan es así que, como ya señalábamos, colabora activamente en la fundación de la NOW como organización que canaliza y concierta las acciones de las mujeres de cara a maximizar los resultados de su lucha.

Sin embargo, los resultados obtenidos por el movimiento feminista surgido al hilo de la obra de B. Friedan mostraron sus carencias teóricas y prácticas. Al solucionar «el problema que no tiene nombre» surgió otra dificultad fundamental directamente deudora del formalismo liberal que impregna las reflexiones de Friedan. Pues, en efecto, de raíz liberal son sus continuas referencias al individualismo, su acento en el esfuerzo individual como forma de lucha. Además, su teoría está teñida de formalismo, como pone de manifiesto su creencia en que era suficiente conseguir una igualdad de oportunidades mediante la ley para obtener la solución al problema de la identidad femenina y, al mismo tiempo, al de la desigualdad. Pero con la salida de las mujeres del hogar el resultado que se produjo fue un agravamiento en su situación de desigualdad. Ella parecía pensar que bastaba con requerir, y lograr, el derecho humano al trabajo remunerado y a una educación superior para que todos los restantes derechos vinieran detrás, como si dijéramos, automáticamente. Pero ese objetivo, una vez conseguido, se hizo opresivo por mor del sistema de dominación género/ sexo: las mujeres se sobrecargaron de trabajo. Ciertamente esto sucedió, entre otras razones, porque no estaba bien perfilada la meta perseguida, que no era tanto un problema de ampliación de unos derechos circunstancialmente negados, cuanto una cuestión que requería desmontar todo un sistema de poder. Siendo así, se necesitaban cambios mayores que los propuestos por Friedan en su primera obra; no bastó con la defensa (típica en el feminismo liberal clásico) de la protección estatal de las libertades civiles y de la igualdad de oportunidades, sino que se requerían también cambios en el mundo laboral, en la familia y en la sexualidad.

Teoría feminista 2: De la ilustración a la globalización

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