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2.1. Aciertos y derivas de Germaine Greer

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Germaine Greer (Melbourne, Australia, 1939), autora de ensayos feministas de desigual valor que siempre han sido auténticos best-sellers internacionales, saltó a primera línea del movimiento de liberación de las mujeres de los años 70 del siglo XX por una obra en la que denunciaba la profunda misoginia patriarcal: The Female Eunuch (1970). En este libro, argumenta que nuestra ideología está fundada en la bipolaridad de los sexos a pesar de que la naturaleza no la ofrece de manera tan clara. ¿Por qué esta bipolaridad es más marcada en los humanos? La respuesta es rotunda: los roles sexuales no dependen de la biología, son creaciones sociales. Greer llega a examinar el esqueleto y las formas del cuerpo femenino a la luz de las modificaciones sufridas por el modo de vida distinto de ambos sexos, la esclavitud a los dictámenes del gusto masculino según la época y la clase social y los simbolismos sexuales asociados al vello y a la cabellera. El eterno femenino que ataca con acidez es el eunuco femenino, un ser producido por la cultura patriarcal: joven, sonriente, lampiño, de expresión seductora y sumisa. Este eunuco femenino es el resultado de un largo condicionamiento que comienza en la cuna. La «civilización» reprime la energía e independencia de ambos sexos pero, debido a la discriminación, este proceso afecta más a las niñas. Greer cita a la ilustrada Mary Wollstonecraft que ya en las postrimerías del siglo XVIII había denunciado la permanente vigilancia y represión que pesa sobre la infancia femenina. Las resistencias a la castración son vencidas en las niñas con golosinas, muñecas y vestidos. Pero el golpe de gracia llega en la pubertad, momento en que se exige a las adolescentes la represión de sus impulsos eróticos al tiempo que descubren que son miradas despreciativamente como objetos sexuales. Como Simone de Beauvoir, y tras ella Eva Figes y Kate Millett, entre otras teóricas feministas, Greer ataca el biologicismo de las teorías freudianas sobre la mujer. Señala que el fundador del psicoanálisis y sus seguidores consideraron que el masoquismo femenino tenía un fundamento biológico sin pensar en la posibilidad de disminuir la agresividad del mundo varonil y devolver la sexualidad a las mujeres. El diagnóstico no admite réplicas: el psicoanálisis es una metafísica pero se lo considera una ciencia. El ideal de abnegación del estereotipo de mujer-madre elaborado por Hélène Deutsch no puede corresponder al de una persona porque remite a un ser sin existencia propia. La mística de la mujer-madre encubre la realidad de que las mujeres que renuncian a todo por la maternidad y el matrimonio son justamente las que más decepcionadas y tiránicas se muestran después. El altruismo que se predica a las mujeres es impracticable, ya que implica la negación del propio yo. El amor no puede ser identificado con este sacrificio sin pervertirse. La mujer exige la seguridad a cambio de su autonegación en el matrimonio. Pero, entonces, realiza un comercio, no un sacrificio. Incluso peor, se trataría de un engaño porque nunca ha tenido un yo propio. Esta será la situación, señala la autora, mientras la subsistencia de la mujer dependa del matrimonio.

Como vemos, en esta primera obra que la hizo famosa, Greer recogía la tradición ilustrada que afirmaba que la maternidad no es destino y que las mujeres deben salir al ámbito de lo público y construir su identidad ejerciendo la autonomía. También pertenece a esta tradición su paradigma del amor. Afirma que, para amar, el yo no debe sentirse degradado. Cuanto más nos respetamos, más amamos a los amigos. Sentimos amor por lo que es similar a nosotros. Entre hombres y mujeres se han enfatizado las diferencias y, por ello, los varones aprecian más a varones de otras razas y lugares (se reconocen iguales) que a las mujeres de su entorno. La realización de la igualdad entre los sexos permitirá que el ideal platónico del amor entre iguales incluya también la heterosexualidad22.

Pero, junto a la temática ilustrada, el feminismo de Greer recoge las teorías de Marcuse. Este filósofo compartía la tesis fundamental de Dialektik der Aufklärung según la cual la razón instrumental había dominado la naturaleza externa pagando por ello el precio del sometimiento paralelo de la propia naturaleza del hombre. Según esta perspectiva, era necesaria una reconciliación con la naturaleza, abandonando, como ya planteara Nietzsche, el errado camino civilizatorio de la negación de los instintos de vida. Marcuse comparte con Wilhem Reich la creencia en los poderes liberadores de la sexualidad aunque haya matizado sus afirmaciones a través del concepto de «desublimación represiva» o utilización de la sexualidad como un medio más de control con vistas al mantenimiento del sistema social capitalista.

Fiel a la teoría de la sexualidad revolucionaria del freudo-marxismo, Greer critica la represión de la sexualidad femenina favorecida por las feministas liberales del movimiento NOW (National Organisation for Women) temerosas de un ámbito que presenta peligro para las mujeres. Rechaza el matrimonio y propone la promiscuidad. La mujer, sostiene, debe ser sexualmente activa. NOW comete un error al creer que, en aras de la liberación, conviene que las mujeres repriman su sexualidad y se limiten a salir del hogar, desarrollándose laboral y culturalmente. Siguiendo la tónica común en la progresía de la época, fuertemente inspirada en las críticas de Wilhem Reich a la deformación de los instintos en la estructura capitalista, Greer sostiene que la sexualidad es práctica revolucionaria y provee de energía para descubrir y crear. La ancestral represión sexual que sufre el colectivo femenino es correlativa de todas las demás formas de represión que le son impuestas.

Ahora bien, en relación a la conceptualización de los sexos, el pensamiento frankfurtiano contenía un núcleo profundamente ajeno a la tradición ilustrada. Aunque había llamado la atención sobre la dominación del hombre sobre la mujer y había mostrado su relación con el sometimiento de los judíos, la clave de su pensamiento al respecto no era precisamente igualitarista. Muy por el contrario, manifestando lo que he considerado una «nostalgia del suelo ontológico»23 similar a la que Heidegger mostrara respecto a los campesinos y tan agudamente le criticara Adorno, ve en la mujer a la Naturaleza que no ha sido deformada aún por el Logos dominador y considera que debe mantenerse fuera de los ámbitos de poder para preservar el último lazo no explotador que el hombre mantiene con el mundo orgánico. Así, Horkheimer coincide con Nietzsche en afirmar que, con la obtención de la igualdad de derechos, las mujeres perderían lo más valioso que poseían, aquello que las distinguía de los hombres: «su pensamiento no cosificado ni meramente pragmático»24. Esta concepción esencialista olvida que, cuando en el momento de crisis de la razón, el yo varonil de la angustia existencial vuelve sus ojos hacia la mujer-naturaleza creyendo encontrar en ella la anhelada inmediatez, ésta no es tal, sino la contrapartida de la constitución de su propio sujeto, un producto formado por los elementos rechazados e hipostasiados de su propia humanidad.

En 1974, en una conferencia titulada «Marxismo y feminismo», Marcuse traduce estas convicciones a sus particulares desarrollos teóricos: las mujeres poseen las cualidades de Eros, aquellas cualidades aptas para enfrentarse a la sociedad patriarcal basada en el principio de ejecución. Por lo tanto, pedir la igualdad económica, social y cultural es un error y alcanzarla sería un fracaso. El colectivo femenino se integraría al sistema al adoptar la competitividad y agresividad masculinas, perdiendo así su potencial subversivo. Las mujeres son lo Otro que posee la negatividad necesaria para la restauración de los valores de la vida y el reencuentro con la Naturaleza reprimida. Esta negatividad ha de ser preservada.

Ya en El Eunuco femenino, Greer introduce algunas ideas que comparten esta visión frankfurtiana anclada en una antigua y tradicional naturalización de «la Mujer». Examina las afirmaciones de Weininger sobre la incapacidad femenina para disociar pensamiento y sentimiento, su supuesta tendencia animal a no diferenciar el ego de lo externo, su dificultad para seguir un discurso lógico, las teorías de Freud sobre la debilidad del super-yo en las mujeres y termina preguntándose si todas estas características no serán ventajas para vencer a Tánatos después de dos guerras mundiales. Para Greer, la fuerza de las mujeres reside en la ignorancia y la exclusión. A su juicio, las mujeres deberían explotar su capacidad de pensamiento lateral creativo, restos del pensamiento infantil y salvaje en contacto más estrecho con la realidad. La emancipación no debe ser adopción del rol masculino, pues, en ese caso ¿quién salvaría las facultades animales de compasión, empatía, inocencia y sensualidad? Las mujeres deberían crear una nueva forma de poder femenino. Greer no nos explica cómo ha de ser esa nueva forma. Sólo encontramos una breve indicación cuando advierte sobre la tentación de adoptar jerarquías masculinas y de formar una élite femenina en las estructuras políticas del movimiento feminista.

En los años 80, estos componentes romántico-vitalistas darán lugar a una peligrosa deriva en su obra Sexo y Destino. La evolución (o, más precisamente, la involución) del pensamiento de Greer que presenta esta obra es sorprendente, aunque puede ser explicada como el despliegue de potencialidades inherentes a ciertas categorías ya presentes que toman fuerza y se desarrollan en las peculiares circunstancias históricas de la nueva década, caracterizada por el repliegue de la movilización contestataria y el retorno occidental a políticas y discursos más conservadores. La obra se publica en Londres en 1984 y pretende ser un alegato antiimperialista y una crítica sin cuartel a la Modernidad. El tema central es el control de la natalidad, concebido como suicidio de la sociedad occidental y genocidio de las demás. Sostiene que la sociedad occidental moderna es profundamente hostil a los niños. Esta actitud se habría acentuado en la sociedad de consumo. Sex and Destiny se caracteriza por la total ausencia de análisis de género y la aparición de categorías sociobiológicas tanto para explicar las diferencias entre los sexos como las que separan a los países desarrollados de los del Tercer Mundo.

El análisis nos permite constatar una profunda contradicción epistemológica en esta nueva entrega de Greer: la utilización de criterios explicativos diferentes y excluyentes para los dos tipos de sociedad, la industrializada y la subdesarrollada. Para la primera, se acoge fundamentalmente a la teoría de la determinación infraestructural (los principios éticos y los derechos de los individuos reconocidos por la Ilustración no serían sino reflejo superestructural del desarrollo capitalista); para la segunda, adopta categorías biologicistas completadas con la sugerencia de una determinación superestructural. De esta manera, naturaliza y mistifica a los pueblos pobres. La citada contradicción epistemológica es coherente, en última instancia, con sus antiguos postulados marcusianos ya que, a sus ojos, nos encontraríamos ante dos tipos de sociedades irreductiblemente diferentes: una natural y otra deformada por la razón instrumental, realidades a las que corresponderían criterios distintos de análisis. Así, la vieja oposición de Mujer-Naturaleza y Hombre-Cultura se transforma ahora en Mujer-madre-Tercer Mundo y Hombre instrumental-Sociedad industrial.

La mistificación de la condición de mujeres y niños del Tercer Mundo no puede ser más completa. Todos los aspectos de las culturas tradicionales (ritos, vestimenta, diversiones, normas) son presentados como exteriorización de un profundo amor a la infancia (amor que se ha perdido en las sociedades modernas). Greer elude toda referencia a la cruda realidad de la infancia explotada, al tradicional infanticidio por descuido sistemático y a la mortalidad que en algunos pueblos afecta preferentemente a las niñas como método de control de la natalidad posterior al nacimiento a través de años de discriminación en la alimentación y en todo tipo de cuidados25. La desaparición de toda referencia al género se acompaña de la afirmación de la existencia de una especie de matriarcado en tales sociedades. En ellas, la mujer-madre tendría un rol fundamental ya que los hijos son un «recurso inapreciable». Su papel central en el ámbito doméstico le impide envidiar la vida pública del hombre. El discurso diferencialista y esencialista de Greer muestra aquí características propias de lo que Celia Amorós ha llamado «feminismos helenísticos»26: reivindicación epicúrea del placer dentro de una renuncia estoica y una exaltación de la animalidad humana que recuerda la de los cínicos. La verdadera pareja erótica, madre e hijo, aparece totalmente satisfecha por los placeres del espacio privado. Se trata de una postura similar al pensamiento italiano de la diferencia sexual. Según Greer, para las mujeres de las sociedades tradicionales la maternidad no es opresiva y sólo un punto de vista etnocéntrico se obstina en creer que no se les da otras opciones o que amputaciones sexuales como la excisión o exigencias como la de llevar el velo son formas de opresión.

Frente a la mujer-madre del Tercer Mundo, último baluarte frente al avance imperialista y tecnológico occidental y última esperanza de detener la decadencia de la especie, las occidentales ostentan una triste figura: sólo son objeto sexual para el hombre. Se hallan muy lejos de la matrona de la familia extensa tradicional, amada y respetada más allá de su atractivo físico. El antiguo modelo patriarcal de la mujermadre es resignificado por Greer, que lo interpreta unidimensionalmente, convirtiéndolo en un ejemplo de independencia femenina que contrasta con la dependencia psicológica con respecto al varón que sólo experimentaría la occidental moderna. En los países desarrollados, la mujer dependería enteramente de la aprobación masculina mientras que en las sociedades tradicionales reinaría en el espacio doméstico sin ataduras emocionales al marido, que no es allí más que un personaje secundario, una sombra insignificante al lado de la pareja primordial incestuosa materno-filial.

Para completar la evocación nostálgica de formas patriarcales más rígidas, la autora señala que las occidentales se hallan ahora obligadas a vivir su libertad sin la protección de padres, hermanos y maridos. La nueva mujer que ha rechazado su inscripción en los pactos patriarcales se halla sumida en la inseguridad, amenazada por la violencia sexual y condenada a la soledad en la vejez. El cuadro pintado por Greer exhibe tintes siniestros. No brillan en él los placeres de la autonomía por la que tanto se luchara. Afirma que la otredad femenina de las sociedades tradicionales es más ventajosa para las mujeres que el esfuerzo por alcanzar la igualdad occidental. Quien está verdaderamente reprimida es la mujer de la sociedad industrial que ha tenido que deformar su auténtico erotismo maternal, profundamente diferente al del hombre, para someterse a los dictados del desarrollo capitalista que le exigía algo contrario a su propia naturaleza: ser sexualmente activa.

La peculiar lectura que hace de Histoire de la sexualité de Michel Foucault le sirve para introducir una importante transformación en su propia reelaboración del sujeto revolucionario pulsional marcusiano. Si la revolución sexual de los años 70 no ha sido más que la culminación de un lento proceso de implantación de un dispositivo de sexualidad que construye un sujeto dócil y útil en el contexto de producción capitalista, la verdadera liberación no consistirá ya en la promiscuidad sexual y en la activa búsqueda del orgasmo que aconsejaba en The Sexual Eunuch. Ahora habla de «religión del orgasmo» definida como «nuevo opio del pueblo»27 favorecido por el capitalismo para incentivar el consumo. El individuo moderno que ha abandonado la familia extensa tradicional es un mero epifenómeno del desarrollo de las fuerzas productivas y el feminismo aparece como un aspecto más de la estrategia de control con la que se destruye el único bastión que podría defendernos de la explotación del capital28. Para Greer, sexólogos como Masters y Johnson son culpables de un crimen imperdonable: haber tratado al cuerpo como una «máquina» para investigar qué fragmento debía ser estimulado (léase: aplicación de la razón instrumental que divide y mide) y haber transmitido al varón un saber de la manipulación del clítoris que ha permitido compatibilizar la sexualidad femenina con la masculina a costa de una adaptación y asimilación de la primera a la segunda. De esta forma, el orgasmo clitoridiano presentado por feministas radicales de los 70 como liberación con respecto al modelo de sexualidad masculino29 (aunque no por Greer que se había manifestado partidaria del orgasmo vaginal) es ahora reinterpetado por Greer como una estrategia más de control capitalista que consigue eliminar ese «irritante exceso de potencia orgásmica o inexcrutabilidad en la mujer»30. Y si antes había visto en la mujer liberada sexualmente al sujeto revolucionario pulsional no consumista, ahora lo ve en la mujer que asume su sexualidad auténtica, es decir, la maternidad, rechazando el imperativo social occidental de reemplazar los hijos por orgasmos.

Dos obras posteriores nos permiten reconciliarnos en parte con Greer y encontrar, en los rasgos extemporáneos que le son propios, un retorno al feminismo. Me refiero a El cambio. Mujeres, vejez y menopausia (1991) y La mujer completa (1996). En el primero, casi quince años antes de que comenzaran a conocerse a través de los periódicos los peligros para la salud que entrañan las terapias hormonales sustitutorias, las denunció como peligrosa manipulación del cuerpo de las mujeres, instando a enfrentar la menopausia como un período de retorno a la libertad que poseíamos en la niñez, antes de adoptar la máscara de la seducción del Eterno Femenino. La mujer completa retoma la línea de El eunuco femenino en un retrato crítico de la sociedad del nuevo milenio. Resultan particularmente interesantes sus observaciones sobre la continuidad y la ruptura de la nueva ideología patriarcal contenida en las revistas británicas para adolescentes.

Teoría feminista 2: De la ilustración a la globalización

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