Читать книгу De viento y huesos - Charlie Jiménez - Страница 12
PRESENTE
ОглавлениеLas personas tienden a temer todo aquello que no comprenden. Está en nuestra naturaleza. Es instintivo, primitivo, no lo podemos evitar. Álex tampoco era una excepción. Su jefe le había dado unos días libres para que pudiera estar con su mejor amigo, pero en ese momento no se encontraba en la clínica. Estaba en casa, esperando a Carlota, su pareja, que llegaba de trabajar.
Durante un instante, Álex debió pensar que todo había sido producto de su imaginación, que el intento de suicidio de Mario se lo había inventado, o que era un castigo por haber estado tanto tiempo sin verle, sin oírle. Pero no, al ojear la página de Facebook de su amigo, y ver la muestra de apoyo de sus seres queridos lo devolvió a la pura realidad. Mario se había intentado suicidar. No era un acto regresivo. A partir de aquí, todo era decisivo. «¿Y si Mario muere…? No me podré perdonar el no haber escuchado su voz una vez más…», pensó.
Álex estaba hecho un manojo de nervios. Tres días para meditar quizá no eran suficientes. Se acarició la perilla mientras indagaba en sus recuerdos. Desde que comenzó a salir con Carlota, no había tenido ocasión de pensar demasiado en Mario. Hubo un tiempo en que, entre ellos dos, existió la paz, pero la última vez que vio a Mario las cosas eran muy distintas. Mario hizo algo que nunca pensó que llegaría a hacer. «Sé que no estabas loco, Mario», se decía Álex, pero lo de la última discusión era algo difícil de perdonar. «¿Y ahora? Me obligas a verte por las malas, aunque para ello hayas tenido que tirarte desde la azotea de un edificio. Así no. No era como me imaginaba nuestra próxima visita», se dijo. Una cosa era cierta: Álex sabía que, tarde o temprano, volvería a retomar el contacto con el mallorquín. Era imposible olvidar todos aquellos ratos que vivieron juntos. La vida tiene esa extraña forma de no recordarte el valor, pero te recuerda el trayecto, el camino que te ha hecho recorrer hasta alcanzar el final. Y el final no es un final si no se tiene en cuenta el presente. El de Álex era un tanto peculiar, dado que su naturaleza le impedía sentir amor verdadero por las personas. Solía aferrarse a aquellas cosas que le reportaban algo de felicidad, en las que se refugiaba en un acto egoísta por sentirse mejor, por evadirse los problemas a su alrededor. Hacía ver a sus seres queridos que sí le importaban sus problemas y quehaceres, sin embargo, la realidad era muy distinta. Él no sentía fascinación por ayudar al prójimo como sí hacía Mario. Él solo entendía el efecto de la causa. Nada reprochable si tenemos en cuenta que se había criado sin madre y en un ambiente poco amigable. Su madre murió cuando Álex tenía cuatro años. Para entonces, Elías contrató a un músico para que diera clases personalizadas de guitarra. Pensó, quizá, que la música le ayudaría a olvidar por el infierno que estaba pasando aquella ya de por sí, familia destrozada. Sin embargo, el músico bohemio resultó ser un fraude para él. Álex no se llegaba a concentrar, y para cuando lo hacía, se refugiaba en los brazos de su padre sin muy bien saber por qué. Años después descubrirían la verdad. Ese hombre, un músico hippie con gafas redondas a lo John Lennon, había traicionado su confianza… y anulado su inocente juventud. Dejó de aparecer por casa el día que Álex le contó la verdad a su padre. Y es que el músico se había tomado ciertas licencias con ese joven que empezaba a despegar. Su padre le falló hasta en eso. Álex nunca lo superó, pero con el tiempo, supo ver la ceguera del padre y terminó perdonándolo, hasta tal punto de hacerse inseparables. Así pues, todas esas emociones que le martilleaban por dentro, debía gestionarlas él mismo. Necesitaba armarse de valor, aunque fuera por esta vez, y empezar a decidir no por su propio bien, sino por el de todos.
Álex parpadeó varias veces seguidas. Agitó las llaves en el rellano y estas tintinearon brevemente. Después seleccionó la llave correcta y abrió la puerta de su caja.
Sin gran animosidad, recibió a Carlota.
—Siéntate, tengo que hablar contigo —le dijo Álex sin apartar la mirada del suelo.
—Ya ni me dedicas un simple «hola» —le reprochó su novia.
Carlota y él habían discutido hacía un par de días. Esta vez, la excusa perfecta fue que Álex había hecho la cena, pero Carlota no puse el lavaplatos. Una ambigüedad sin sentido, pero se sumaba a muchos otros malentendidos diarios. Se habían conocido en una fiesta en Barcelona. La historia de Carlota era algo curiosa. Cuando apareció en la vida de Álex, este sintió una tremenda atracción hacia ella la cual era recíproca, sin embargo, decidió ser fiel a sí mismo. Su relación pasó de ser esporádica a continua. Mario no fue consciente de este hecho hasta más tarde. Descubrió que su amigo Álex se había mudado con Carlota a Mallorca y ni siquiera se despidió de él. Algo había cambiado. Álex solía dejar todo a medias, pero le sorprendió la decisión tan radical en aquel momento. Sin embargo, la relación entre Carlota y Álex tenía los días contados. Cuando se mudaron a Palma, ya traían consigo algunas faltas de entendimiento. Pasar tanto tiempo juntos les insuflaba negatividad.
—¿Vas a quedarte ahí de pie, o vas a sentarte conmigo? —le preguntó Carlota un tanto irónica. Por el contrario, Álex cogió una silla y se sentó frente ella.
—Quiero que escuches atentamente. Tengo mucho que decirte, y no quiero que me juzgues precipitadamente. —Álex observó cómo Carlota ladeaba la cabeza con cierto aire de disconformidad, pero al final aceptó sus condiciones—. Habrás notado que últimamente estoy más raro de lo normal, y no tiene nada que ver con la discusión del otro día. Pero es obvio que no estoy pasando por mi mejor momento.
—Quién lo diría… —Su novia apartó la mirada con prepotencia.
—Vengo de la clínica —contraatacó Álex haciendo caso omiso al desprecio de su pareja—. Mario se ha tirado desde un quinto piso. Ha sobrevivido, pero está en coma.
Carlota no conocía personalmente a Mario, pero su novio le había hablado de él hasta la saciedad. Ahora observaba a Álex con los ojos en órbita.
—Álex, no bromees con esas cosas… —contestó.
—No es ninguna broma. Está vivo de milagro. No saben si despertará, pero si lo hace, se quedará parapléjico. Tiene la columna destrozada.
La joven estaba absorta.
—¿Me estás diciendo que se ha intentado suicidar?
—Sí.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Hace dos días que ocurrió…
—Tenemos que ir a verle. Es tu amigo.
Carlota cambió de tercio cuando empezó a crear conciencia. Se dirigió hacia él y se sujetó de los hombros afectuosamente. Álex, por el contrario, no mostró ningún cambio en su rostro. Frío por fuera, caliente por dentro.
—Acabo de venir de allí. Es mejor que no vayas, tú no lo conoces. De todas formas, ese no es el motivo principal por el cual quería hablar contigo. —Sus palabras era tan duras como un martillo, pero no era la única noticia que le reservaba—. Quiero que tú y yo lo dejemos. No quiero verte más. Podría extenderme y darte explicaciones, pero la verdad es que no me apetece y estoy cansado de hacerlo. He dejado pagado dos meses del alquiler del piso. Posiblemente yo me vaya al piso de mi padre, todavía no lo sé, ya lo veré, pero no quiero estar contigo en estos momentos. No es bueno ni para ti ni para mí. Así no podemos continuar.
Carlota se apartó de Álex y dejó una buena distancia entre ellos. Se apartó un mechón rubio de la cara y se lo recogió detrás de la oreja. Intentó sopesar la información que acababa de recibir, pero en ese instante se sentía cual péndulo de un reloj de madera vieja, levitando de un lado para otro como si la cosa no fuera con ella.
—Primero me dices que tu mejor amigo se ha intentado suicidar y luego me apuñalas en el pecho dejándome tirada. —Si por sus ojos se asomaba el brillo de unas lágrimas, lo disimulaba muy bien—. Estupendo. El mejor día de mi vida.
Como alma que lleva el diablo, se levantó del sofá y le propinó una buena bofetada. Álex no se resistió. Sabía de sobra que se la merecía, así que se dejó maltratar. ¿Qué es una bofetada comparada con vivir una mentira?
—Dime al menos una cosa —dijo Carlota con los ojos inyectados en sangre—, ¿alguna vez, por pequeña que fuera esa posibilidad, me quisiste?
Álex podría decirle que sí, que hubo un tiempo —relativamente al principio— en que sí, o que la quiso con gran devoción. Que hubiera dado cualquier cosa por estar con ella, a su lado, o que si alguna vez sintió el amor, fue muy parecido a lo que sentía por ella. Pero esta vez no dijo nada. Se quedó callado, su silencio fue tan frío y frágil como el témpano que se forma en las aguas cristalinas de una montaña. Lo que sí sabía con certeza eran sus sentimientos hacia ella. La adoraba, sí, pero siempre desde el cariño que ejercía sobre él. Algo muy parecido a lo que Mario sentía por Blanca. Por eso dejó que Carlota sacara sus propias conclusiones y abrazara la soledad que sentía en ese momento, pero a sorbitos.
—Ah, claro. No me vas a responder —dijo afligida—. Pues muy bien, si es lo que quieres que así sea.
Ahora Carlota ya no contenía la rabia, pero sí lo hicieron sus lágrimas. Pocos segundos después, recogía su bolso dispuesta a largarse y le dedicó a Álex unas últimas palabras.
—Eres un cerdo. Un egoísta asqueroso. No puedo creer que me estés haciendo esto. Te quedas ahí callado, como si no hubieras roto un plato en tu vida, pero yo te conozco Álex, sabes muy bien que eres un cobarde y un manipulador. Mírame a la cara y dime la verdad —incitó furiosa—, todo esto es por Mario, ¿verdad?
Álex no se hizo esperar.
—Enteramente —contestó.
Y el portazo de Carlota acompañó a la soledad de una persona que sujetaba los cuatro muros de aquella casa con los brazos.
Horas después hizo las maletas, dejó las llaves encima de la mesa y arrancó el coche en dirección ningún lugar. Mario le necesitaba, se lo debía.