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PASADO
ОглавлениеMario y Kovak habían quedado en el bar de siempre para tomar unas cañas. Esas cañas, con el paso de las horas se convirtieron en tercios y después en jarras. Ambos eran jóvenes, con veinte y veintiún años, respectivamente, así como las hormonas revolucionadas. Ese verano fue uno de los más calurosos que se recordaban en Mallorca.
Kovak comenzó a divagar una vez le pegó el primer sorbo a la tercera cerveza.
—Joder, qué buena está —dijo, mientras se le dibujaba un bigote de espuma.
—¿De quién hablas? ¿De la tía que acaba de pasar o de la cerveza? —comentó Mario con guasa.
—Mario, tío, ¿cómo puedes tener siempre el radar activo?
—No sé, no puedo evitarlo. —Le quitó importancia.
—Pues mira, precisamente de ese tema quería hablar contigo.
—¿De cervezas? —preguntó Mario con ironía.
—No te hagas el sueco conmigo, mamón. —Rio Kovak—. Necesito ayuda con una tía.
—Eso está hecho. ¿Está buena?
—Siempre. La conocí hace unos días en clase de interpretación. Es morena, ojos verdes…
—Para, para, que a ver si me la voy a imaginar y luego no voy a poder quitármela de la cabeza.
—En fin —continuó Kovak, que no le dio importancia a la interrupción de su amigo—, me gusta mucho y no sé cómo lanzarme.
—Dile que se apunte este finde a la excursión —propuso Mario.
—¿Tú crees? ¿No es muy atrevido?
—¿El qué? ¿Que se venga a una excursión? Sí, mucho… —contestó Mario irónico—. Vamos, Kovak, que es una excursión. No la estás invitando a un fin de semana en un albergue en la montaña. Además, si coges la iniciativa le demostrarás que tienes interés en conocerla. Las excursiones son una buena forma de conocer a una persona. ¿Quién dice que no a un buen paseo por la Sierra de Tramontana?
—Pues no lo había pensado —asintió Kovak—. Por cierto, ¿a dónde vamos?
—Al castillo de Alaró. No es una excursión muy larga, pero el castillo mola. Y hay unas vistas… Creo que le puede gustar, es una buena manera de impresionarla.
—¿Y si cuando se lo proponga me dice que no? —preguntó dubitativo.
—No te enteras, Kovak, el «no» ya lo tienes por adelantado. Es cuestión de actitud. Nunca aceptes un «no» por respuesta. Insiste.
—Vale, lo intentaré.
—No lo intentes —recomendó su amigo—, hazlo.
—Vale, vale, lo haré. —Kovak advirtió cómo Mario le guiñaba un ojo—. Y en la excursión, ¿de qué le hablo?
—Kovak… —Rio Mario—. ¡Te preocupas demasiado! Simplemente háblale. No sé, siempre puedes contarle la historia de tu apodo.
—Es verdad. —Kovak se quedó pensando unos instantes, luego frunció el entrecejo—. Espera, ¡si tú nunca me has contado la historia de por qué me llamas Kovak!
—Ah, ¿no? —Mario fingió sorprenderse—. No sé, como hace tanto tiempo ya de eso ni me acuerdo…
En realidad, sí que lo recordaba. El problema es que Kovak padecía de memoria selectiva. Había cosas de las que no se acordaba por interés, y había otras que sí precisamente por lo mismo. Mario no quería ponérselo en bandeja. Prefería que fuera él mismo el que hiciera el esfuerzo y sorprendiera a la chica.
Kovak no se llamaba Kovak. Su nombre real era Mark Bou, y tenía una forma particular de firmar, pero ¿por qué Mario había decidido llamarle Kovak? Por pura diversión. Mark era un tipo inteligente, algo limitado en actitud, pero un tipo listo, al fin y al cabo. ¿Cuál era el mayor defecto de Mark? Su letra. Escribía realmente mal, y eso se traducía en unas firmas un tanto irregulares. Los trabajos que se presentaban en clase de tecnología debían estar firmados en todas sus páginas, como si de una escritura de una propiedad se tratara, pero Mark tenía una extraña costumbre de superponer nombre y apellido en su firma. Para más inri, su «M» parecía más bien una «K», mientras que sus «U» se confundían perfectamente por las «V». Esa acción, para un profesor suplente, era un punto flaco. Suelen llamar a sus alumnos por los nombres del trabajo, así que cuando le tocó el turno a Mark Bou, le llevó un buen rato descifrar su nombre. El profesor Espinilla, un mote que le otorgó Mario por hablar de una forma un tanto molesta, descubrió que la firma de Mark era terriblemente ilegible, así que interpretó la firma con el nombre de Kovak. Tampoco ayudada que Mark Bou fuera hijo de madre inglesa. Al mencionarlo en voz alta delante de sus compañeros de clase, sentenció su apodo para toda la vida. Mark se levantó ante la mirada atónita de toda la clase. Rieron a carcajadas, y a partir de ahí, ya no sería Mark, sino Kovak, el de la firma. Así son los adolescentes. A Mario le bastó poco para cogerle el gusto a eso de llamarle Kovak. Es más, a Mark no parecía importarle demasiado. Naciendo así su apodo, se sentiría extraño cuando lo llamaran por su verdadero nombre.
—Ah, eso sí. Si de verdad quieres conquistar a esa chica, córtate el pelo —le recomendó Mario a su amigo, retomando la conversación—. Es raro que ese flequillo rubio todavía no la haya ahuyentado…
—Claro, para ti es fácil decirlo —contestó Kovak—. Como tú eres un tipo atractivo, con carisma, sonrisa encantadora y uno rizos rubios perfectos, pues lo tienes más fácil.
Kovak era un personaje de cuidado. Solía vestir informal, aunque le gustaba portar alguna sudadera con gorro de recambio. Castaño, y de pelo corto, tipo militar, mostraba unos dientes algo imperfectos por culpa de su desalineación, pero, aun así, su sonrisa era bonita. Era delgado, pero cumplía con el promedio de peso recomendado, así que no solía tener carencias que le afectaran en demasía a su personalidad. Tal vez, ser una persona tímida le había puesto freno en algún que otro momento de su vida, pero lo que realmente lo caracterizaba es la capacidad nata que tenía para mencionar comentarios fuera de contexto. Ya podía estar despejado y sin probabilidad de lluvias durante una semana, pero él siempre diría que al final del día llovería. Quizá por llamar la atención, o porque simplemente, lo creía con firmeza. Eso sí, su falso altruismo lo compensaba con su sinceridad. Siempre decía lo que pensaba (para bien o para mal). Mario era su alter ego, o más bien, una figura a la que seguirle la pista. Confiaba en sus consejos, y en ese caso, no había más que decir. Si quería obtener alguna posibilidad con Catalina, debería cortarse el flequillo rubio que se había teñido por moda.
Ambos se miraron y luego rieron.
Ese domingo de excursión, el día les acompañó plácidamente. Hacía un sol de escándalo, pero los chicos iban cargados de provisiones para no deshidratarse. Durante la mañana, la humedad cubría el 85 % del aire que respiraban, pero eso no fue ningún impedimento para disfrutar de aquel día. Aparcaron los coches cerca del punto de partida y cargaron las mochilas a la espalda. Minutos después ya estaban subiendo por la ladera de la Sierra de Tramontana camino al castillo de Alaró. Kovak estaba orgulloso porque había convencido a Catalina, la chica que le gustaba, para que viniera a la excursión. El trayecto constaba de hora y media de ida y una hora de vuelta. Tiempo suficiente para que Kovak hablara largo y tendido sobre los gustos, costumbres y hobbies de Catalina.
A Mario le hacía gracia la forma en la que Kovak abordaba a la chica. Aunque era algo retraído, se le veía nervioso, e incluso de vez en cuando se trababa al hablar. Estaba claro que Kovak no tenía práctica con el arte de ligar, cosa que Mario demostraba con soltura.
Mientras subían por un sendero rocoso en el que era necesario agarrarse de ramas y follaje, Mario aprovechó para charlar con Catalina sobre Kovak. Su amigo, que quedó rezagado unos metros atrás, lo miraba con cierto desconcierto. ¿Qué pretendía hacer Mario? No se la arrebataría delante de sus narices, ¿verdad? Tampoco era la primera vez que lo hacía, y no es que le hubiera importado mucho, pero esta vez era distinto. Esa chica le gustaba de verdad y tenía la necesidad de conquistarla. Kovak tomó la decisión de observar la situación, quería ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar.
Mario se acercó a Catalina, sigilosamente, procurando que no se percatara de su presencia. La chica era alta en comparación. A Mario le sacaba media cabeza, y eso que era de la misma altura que Kovak. De extremidades delgadas, con el pelo corto, y un flequillo ladeado que realzaba la belleza aguda de su rostro. Clavó su mirada en unos ojos grandes, y de pestañas largas.
—Bueno, Catalina, cuéntame —avasalló Mario. Catalina pegó un pequeño bote. Ella rio, fingiendo que no se había asustado—. ¿Por qué te dio por ser actriz?
—No sé, siempre he soñado con serlo —titubeó—. Sé que en la isla hay pocas salidas, pero el teatro sigue ahí al pie del cañón. Por lo menos en Palma sigue teniendo público activo.
—¿Por qué crees que quieres ser actriz? —Mario la incitó a abrirse.
—Porque es lo que me hace sentir bien. No sé, cuando interpreto, dejo de ser yo por un instante. Eso me gusta. Además, me encanta ser otra persona, aunque solo sea durante un tiempo. A veces ser yo misma me cansa. Necesito un cambio de vez en cuando. Ser de otra manera. No sé por qué te estoy contando esto, la verdad. Apenas te conozco. —Rio.
—De hecho, me conoces de aproximadamente… media hora —bromeó Mario. Catalina rio de nuevo—. ¿Puedo decirte algo sin que te ofenda?
—Claro, ¿por qué no?
—El hecho de que necesites ser una persona diferente a la que eres, ¿no será porque no estás cómoda contigo misma?
—Vaya… —meditó Catalina—. Nunca lo había pensado.
—Te lo digo porque me recuerdas mucho a una persona a la que quiero.
—Ah, ¿sí? —Mario había despertado su curiosidad—. ¿Conozco a esa persona?
—Lo tienes justo detrás.
Catalina se giró y observó a Kovak. Resbaló con una roca, pero Mario fue hábil y le agarró por el brazo. Subieron un par de rocas más hasta retomar el sendero. El angosto camino les dificultaba la conversación, así que hicieron pausas cada trescientos metros para tomar un poco de aliento. Momento que Kovak aprovechaba para observarlos minuciosamente.
—Kovak es único en su especie —continuó Mario. Había pasado por alto la mirada acusadora de su amigo—. También se hace pasar por una persona que no es. Vale, es tímido y a veces le cuesta dialogar, pero detrás de eso existe una de las mejores personas que conozco. Hemos crecido prácticamente juntos. Desde parvulitos, y ¿sabes qué? Siempre me ha apoyado en todo. Ha sido el primero que ha ofrecido su ayuda siempre que lo he necesitado. Kovak es una persona amable, cariñosa, simpática, agradable… El problema es que esconde su gran corazón.
—¿Por qué crees que hace eso? —preguntó Catalina, que no sabía realmente qué contestar.
—Porque se siente incompleto. No está cómodo consigo mismo porque cree que le falta algo. Por eso necesita ser otra persona. Lo que ves ahora, es el reflejo de lo que le da miedo. Y cuando algo le llama la atención se muestra tal que así.
—¿Qué es lo que le da miedo? —Mario mantenía toda la atención de Catalina.
—Vamos, ya lo sabes —dijo quitándole importancia.
—De verdad que no. Cuéntame.
—Mientes, creo que sabes perfectamente de lo que hablo.
Claro que lo sabía, pero cuando una persona descubre que otra se siente atraído por ti, prefieres mil veces a que te lo digan. Catalina no era ninguna excepción. Es como resolver un enigma incompleto. Cuando descubres el resultado, lo demás deja de tener tanto sentido.
—¿Crees que le gusto a Kovak? —preguntó Catalina sorprendida.
—Bueno, es una forma de verlo. Solo sé que Kovak es una gran persona. Una persona que nunca falla, que siempre está ahí cuando lo necesitas. Es más, siempre lo demuestra. No sabes la de veces que me ha salvado el cuello.
—¡Cuenta, cuenta! —Mario notaba el ansia de Catalina por saber más sobre su amigo.
—Cuando hacíamos pellas en el instituto, Kovak asumía casi siempre la responsabilidad. Él sabe que la situación en casa de mis padres es algo complicada, creo que en parte lo hacía por eso, para que no tuviera problemas con mi familia. Lo he llevado por el mal camino, no tengo perdón. Pero él… Siempre lo ha hecho voluntariamente, nunca le he pedido nada. En cuanto puede me salva el culo. —Rio.
—Vaya… —dijo Catalina casi en un susurro.
Los chicos pararon de nuevo para beber agua de sus botellas y termos. Mario le dejó unos minutos a solas para que asimilara la información que le había dejado caer. Quería que sus palabras volaran, como lo hace un papel al viento, y calaran en su imaginación. Cuando creyó que ya había pasado el tiempo necesario, retomó la conservación.
—Otras de las cosas buenas que tiene, es que suele prestar atención a todo lo que dices. Y hablamos de Kovak, una persona despistada de por sí. —Rio.
—Es como un superhéroe. —Sonrió Catalina.
Los jóvenes se quedaron un rato en silencio, meditando. Tanto hablar durante la subida a la montaña los había dejado exhaustos. No obstante, a Mario todavía le quedaba algo por decir.
—Es más que un superhéroe. Es una persona maravillosa. —Mario notó un brillo especial en los ojos de Catalina. ¿Estaría emocionada? Algo le decía que sí—. Anda, ve a hablar un rato con él, que nos está mirando con cara de cordero degollado.
Mario no solía adular tanto a las personas. Más bien esperaba a conocerlas en profundidad para dar su veredicto. Con Kovak siempre hacía una excepción, ya que solía necesitar este tipo de ayudas debido a su timidez. La charla no había sido espontánea, sino meditada.
Catalina no tardó en posicionarse a la misma altura de Kovak. Mario continuó en silencio por el camino durante un buen rato y no podía parar de sonreír. Todos los compañeros del grupo hacían inciso sobre las vistas que la excursión les estaba obsequiando. No solo el sendero era ya de por sí paisajístico; las vistas desde la loma de la montaña eran impresionantes. Desde aquel lugar se podía contemplar la suave niebla matinal que bañaba la superficie de la isla. Los poblados estaban cubiertos de una capa blanquecina en la que solo se asomaban torres rurales y campanarios. Alrededor de la explanada, la montaña se pronunciaba perpendicular para dejar al descubierto sus bosques llenos de encinas, garrigas de acebuche y pinos. Tras media hora más de subida llegaron a los restos del castillo de Alaró.
Antes de nada, los chicos dejaron sus mochilas para descansar. El castillo tenía una verja para que nadie pudiera acceder al recinto, pero se las ingeniaron para poder sortearla por debajo y consiguieron entrar. Ya desde lo alto de la atalaya contemplaron una de las más majestuosas vistas de la isla de Mallorca. A lo lejos podían divisar las bahías de Alcudia, la de Palma y la Sierra de Tramontana. Y el mar… cómo brillaba ese mar azul. Muchos de los chicos se ponían la mano a modo de visera dado que el sol mostraba todo su esplendor. No era de extrañar, pasaban las dos de la tarde y el sol apretaba. Decidieron reponer fuerzas con un buen bocadillo y bebidas refrescantes, momento en que Mario aprovechó para contar la historia del castillo.
Les explicó cómo esa fortificación, construida por los Rum —antiguos cristianos descendientes de los romanos—, tenía como principal finalidad defenderse de los piratas y las razzias de la Alta Edad Media y cómo resistieron ocho años y seis meses bajo asedio musulmán en la plaza. También les narró lo ligados que estuvieron Cabrit y Bassa, dos mártires a medio camino entre la historia y la leyenda que defendieron el castillo cuando las tropas catalanas del rey Alfonso III de Aragón ocupó la isla de Mallorca, mientras ondeaban la señera de Jaume II de Mallorca. Esa era la parte histórica. De la mística se decía que el mismo rey Alfonso dirigió el asedio personalmente y ordenó la entrega del castillo a Guillem Capello (llamado posteriormente Cabrit) y a Guillem Bassa, en calidad de defensores. Más tarde, en un diciembre de 1285, el rey Alfonso III de Aragón (coronado recientemente por la muerte de su padre), ordenó quemar vivos a los defensores como si fueran cabritos. De ahí que el seudónimo de Guillem Capello pasara a ser «Cabrit». Mas tarde se produciría la excomunión del rey. A Mario le gustaban las metáforas. Cómo la historia cambia drásticamente en cuestión de años. Quería contar aquella historia, porque a estos dos defensores que dieron su vida por Mallorca, les venerarían como santos siglos después. Sant Cabrit y Sant Bassa.
Esa historia no dejaba indiferente a nadie. No era la primera vez que Mario visitaba el castillo y tal y como él pensaba, era todo un privilegio poder contar parte de la historia a sus amigos. Siempre le habían apasionado las ruinas. Tenía una especial fascinación por cualquier habitáculo derruido. Le encandilaba pensar en toda la historia contenida que pudiera tener cada piedra. Por eso investigaba en su tiempo libre, que no era precisamente mucho. Ser camarero tenía sus contras, era un trabajo muy sacrificado, y eso Mario lo sabía. Las horas libres las aprovechaba yendo a correr, estudiar, o leer cualquier artículo sobre civilizaciones perdidas e incluso traducir textos que encontraba por Internet para saber más sobre ellas. Una de tantas pasiones que le gustaba compartir con los suyos.
Para Kovak ya era habitual escuchar aquellos pequeños relatos. No le sorprendían, pero admiraba la forma en la que Mario se explayaba. Las historias de su amigo siempre habían sido de su agrado. Es más, aprendía mucho con él. A veces envidiaba su intelecto. Mario lo tenía todo: atractivo, carismático, simpático, inteligente, esbelto, con presencia, buena forma física, exitoso entre las mujeres… Esos pensamientos confundían mucho a Kovak. En ocasiones, no se trataba solo de envidia, sino más bien, de fascinación. Quería a su mejor amigo con todo el corazón.
Aprovechó un descuido de Catalina para acercarse hasta Mario que estaba contemplando el mar a solas mientras comía unas Quelitas, galletas tradicionales de la isla.
—Mario, no sé lo que le habrás contado a Catalina, pero no para de hablar conmigo —le confesó a su amigo.
Mario le hizo una señal para que se sentara a su lado.
—Decir, lo que se dice decir, no le he dicho mucho. Solo le he contado cómo eres, porque si tiene que esperar a que se te pase el tembleque del labio cada vez que lo intentas, puede morirse sentada.
—Tío, no te pases. —Kovak le pegó un empujón—. Sabes mi problema con las chicas.
—Solo tienes que creer en ti —dijo Mario mirándole directamente a los ojos—. Vamos, Kovak. Eres un buen tipo, solo tienes que hacer que la gente se lo crea. No tienes ni que convencerlos, solo mostrarte tal y como eres. A esa chica le gustas.
—¿Sí? —preguntó Kovak con los ojos bien abiertos. Mario asintió.
—Confía en mí. Sé cuándo una persona mira a otra de manera diferente.
Kovak no tardó en darle un abrazo. Poco después se levantó y regresó junto a Catalina. Mario se quedó oteando el horizonte mientras se perdía en sus propios pensamientos. ¿Cuál sería su próximo movimiento? Seguir trabajando de camarero, ahorrar, aguantar a sus padres el tiempo suficiente para que se pudiera independizar, soportar y ayudar a su hermana Carmen, conocer una buena chica con la que compartir momentos, viajar… Aspirar a ser traductor, aunque fuera de novelas… ¿Quién sabe? La vida le deparaba grandes acontecimientos. Aunque muchas veces, la vida te depara cosas que no entra en tus planes. Algo que llama a la puerta de tu casa, y como visitante desconocido suscita con la mirada afabilidad y desconfianza. Dos factores contradictorios, pero fundamentales para entender de qué trata esto de seguir vivo. Te trastoca por dentro y cuando te has dado cuenta, ya es algo tarde.
Mario todavía no era consciente de que muy pronto, su vida iba a cambiar por completo.
Kovak continuó quedando con Catalina. Poco tiempo después, perdieron la virginidad juntos y, aunque la relación duraría tan solo seis meses, aprendió una gran lección en su vida. Tener a Catalina cerca le reportó una gran confianza sobre sí mismo de la que tiempo más tarde sacaría provecho. Siguieron siendo compañeros de clase de interpretación, y años más tarde seguirían quedando de vez en cuando para «recordar» viejos momentos. Pero lo que estaba claro es que Kovak creció. A nivel personal y a nivel emocional. Se podría decir que, gracias al pequeño empujón de Mario, Kovak aprendió a confiar más en sí mismo. Eso ya era algo que jamás hubiera aprendido solo.
Después de que Catalina y Kovak hicieran el amor por primera vez, esta le susurró al oído: «Me gusta mucho tu nuevo corte de pelo».