Читать книгу De viento y huesos - Charlie Jiménez - Страница 14
PRESENTE
Оглавление«… Nos enseñan desde pequeño a que hay que amar. Lo que no nos enseñan es cómo se aprende a amar sin que te hagan daño. O sin que sea tan doloroso hacerlo. No te preparan para ello…».
Carmen sostenía las cinco páginas arrugadas en la mano mientras contemplaba la vista de la ciudad de Palma desde la tercera planta de la clínica. Si os preguntáis cómo había llegado a sus manos, fue por decisión de Blanca. Quería tener una segunda opinión, aunque en realidad, lo que buscaba era deshacerse de ella a toda costa, pero quizá no le correspondiera a ella tomar esa decisión. Había leído esa dichosa carta de Mario una y otra vez. Y esa frase se le repetía en la cabeza sin que pudiera evitarlo. Cinco páginas de sinceridad. De verdades como puños. De amargura, de emociones, de amor, de desamor… De cómo era Mario y de lo que sentía. Y de cómo era el mundo que le rodeaba o, por lo menos, de como él lo veía.
Decirle a sus padres que esa carta no los ponía precisamente bien, no sería fácil. Por eso retuvo la idea hasta que el camino recorriera otros derroteros. Lo importante ya estaba dicho, Juan Antonio y María del Mar habían regresado de Cuba justo tres días después del suceso. Habían descansado lo suficiente para recuperar fuerzas. Fue entonces cuando su hija Carmen decidió llamarles para darles la triste noticia. Tras una breve charla por teléfono, se dirigieron rápidamente a la clínica. Ella guardó la carta en el sobre beige y se lo introdujo en el bolsillo de su chaqueta. Unos minutos después, sus padres entraban por la puerta.
—¿Dónde está mi hijo? —María del Mar estaba angustiada. Si vio a Carmen no le dio la menor importancia. Se dirigió directamente hacia la cama de Mario y se llevó una mano a la boca—. Oh, Dios mío… Mi hijo…
Juan Antonio no mostraba la misma compostura que su mujer. En su negocio, había aprendido lo suficiente como para guardar las apariencias cuando era necesario, y, aunque se tratara de su propio hijo, había costumbres que eran difíciles de erradicar. Eso sí, un extraño fruncimiento del entrecejo se asomó al ver a su hijo postrado en una cama con la cara parcialmente vendada y la mitad de su cuerpo escayolado.
Carmen se acercó hasta ellos para abrazarlos, pero María del Mar la apartó sin miramientos. Su hija no supo cómo tomarse ese desprecio, así que simplemente se apartó y dejó que su madre explayara sus emociones a gusto.
—¿Cuántos días lleva ingresado? —preguntó María del Mar furiosa.
—Cuatro días —contestó Carmen serena.
—¡¿Cuatro días?! —gritó su madre—. ¿Y nos llamas hoy para contárnoslo? ¿Cómo te atreves? ¡Es mi hijo!
—Sí, mamá. Es tu hijo —dijo su hija con disconformidad—, pero también es mi hermano. Y estabais en Cuba, ¿qué querías que hiciera? ¿Que os llamara y os contara que Mario había intentado suicidarse aprovechando que sus padres estaban de viaje? ¿Cómo habríais llegado a Mallorca? ¿Cómo habríais soportado esas doce horas de viaje?
—Es mi hijo —repitió su madre—, tengo todo el derecho a saberlo.
—Mar, tranquilízate, mujer —intervino Juan Antonio—. Estamos aquí ahora, y nuestro hijo sigue vivo, que es lo importante.
Carmen sintió cómo la mirada de su padre le atravesaba el alma. Por una parte, esa mirada le otorgaba aprobación, por otra, era recriminatoria, ya que conocía muy bien a su padre y eso significaba que no estaba de acuerdo con la decisión que había tomado respecto a avisarle un día después de llegar.
—¿Cómo está? —preguntó su padre dirigiéndose a Carmen—. ¿Qué dicen los médicos?
—Pues creo que es mejor que os lo explique el doctor. Yo ya no puedo con esto… —Carmen fingió un ademán despreocupado—. Ahora que estáis aquí, voy a buscarlo. Vuelvo enseguida.
El rato que Carmen estuvo fuera, el matrimonio comenzó a discutir sobre la decisión de su hijo por quitarse la vida. ¿Puede que en parte se sintieran culpables? Es posible, pero lo que más preocupaba a María del Mar, era no haber estado más cerca de él. Mucho antes de que Mario decidiera mudarse a Barcelona, perdieron el contacto. Al volver, sus padres pensaron que sería la mejor oportunidad que tenían de recuperar a su hijo, pero una vez más, se equivocaron. Fueron ellos los que le dieron la espalda. Carmen fue la que —a regañadientes— se alegró de la vuelta de su hermano. Y parte de ese júbilo fue gracias a Blanca, ya que Mario se la trajo desde Barcelona para comenzar una vida juntos.
Mientras a María del Mar se le revolvía la consciencia por no haber pasado el tiempo suficiente con su hijo, Juan Antonio trataba de tragarse el orgullo y coger la mano de su hijo. Hizo el amago, pero no lo consiguió.
En ese instante, apareció Álex, que venía a pasar un rato con su mejor amigo, pero no esperaba encontrarse allí a sus padres. La reacción de María del Mar al verlo fue inmediata.
—¡Tú! —gritó histérica—. ¡Tú tienes la culpa de que mi hijo haya intentado quitarse la vida!
María del Mar lo señaló con dedo incriminatorio y Álex quedó estupefacto. No recordaba exactamente la última vez que los había visto, pero por supuesto, fue en condiciones totalmente contradictorias. Álex quiso decir algo, pero no se atrevió por miedo. ¿Culpable? ¿Él? Culpable tal vez de no haber pasado los últimos años a su lado, pero nada más. Juan Antonio intentó apaciguar la histeria de su mujer agarrándole del brazo y retomando el testimonio.
—¿Tienes la poca vergüenza de venir hasta aquí después de lo que le has hecho a nuestro hijo?
La situación era exasperante. No solo porque Álex tuviera un recibimiento poco merecido, sino por el hecho de que le acusaban de algo que no lograba intuir.
En vez de defenderse, Álex se quedó callado y dejó que los padres de Mario descargaran toda la ira sobre él. Tampoco hubiera servido de nada.
—Todo esto es culpa tuya —continuó amenazando María del Mar—. Maldigo el día que te cruzaste en su camino.
—Perdonadme, pero no sé a qué viene todo esto —se escudó Álex.
—¿Que no lo sabes? —María del Mar fingió estar sorprendida—. Ya lo sabes, ya. Ahora no te hagas el tonto.
—Creo que es mejor que te vayas —dijo Juan Antonio. Aquellas palabras ya las había oído antes. Era indudable que quien las pronunciaba era el padre de Mario—. Aquí no pintas nada.
En ese instante entró Carmen acompañada del doctor.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
—Nada, Carmen, creo que he llegado en mal momento —contestó Álex airado—. Yo ya me iba.
—De aquí no se va nadie —amenazó Carmen.
—¡Que se vaya! —insistió María del Mar.
—Mamá, por mucho que te fastidie, Álex forma parte de la vida de Mario y tiene el mismo derecho de estar aquí que tú y que papá, así que guarda el rencor que le tienes para otra ocasión porque hoy no es el mejor día.
María del Mar estuvo a punto de contraatacar, pero Carmen le dirigió una mirada inquisitiva que había heredado de su padre. Por el contrario, Juan Antonio se sorprendió al ver cómo su hija tomaba las riendas de la situación. Por lo general siempre había sido una persona seria y poco comunicativa, y esta vez, tampoco fue la excepción. El doctor esperó pacientemente a que se respirara un mejor ambiente en el silencio que se había creado tras la indirecta de Carmen. Refunfuñando, María del Mar aceptó las condiciones de su hija, pero eso no logró que la tensión entre Álex y ellos desapareciera.
—Doctor, dígame, ¿cómo está mi hijo? —le preguntó Mar un tanto condescendiente.
—Puedo venir en otro momento si lo prefieren… —se excusó el doctor ante la adversidad de la disputa.
—Por favor, ¡suéltelo ya de una vez! —insistió María del Mar con su tacto habitual.
—Está bien. Soy el doctor Guillem Martorell y haré todo cuanto esté en mi mano para ayudaros. Doy mi palabra. Sé que son días aciagos para la familia y sus conocidos —al percibir impaciencia en sus visitantes, decidió continuar—. Durante estos cuatro días hemos estado observando metódicamente el estado de su hijo. Hoy puedo darles más o menos un veredicto de las lesiones, pero me temo que tengo malas noticias en general.
—Por Dios… —se quejó María del Mar.
—Ánimo, mujer —animó su marido—, no todo puede ser tan malo, ¿verdad, doctor?
—Efectivamente. Hay malas noticias, pero también hay buenas. Quiero decirles que, ante todo, nos encontramos ante un auténtico milagro. Que Mario haya sobrevivido a una caída de cinco pisos de altura, dice mucho de su fuerza interior. Quizá si el trayecto hubiese sido limpio, vuestro hijo… Bueno, ya me entendéis. Os resumiré los daños que más nos están preocupando ahora mismo.
El doctor Guillem hizo una pausa para buscar entre los papeles del portafolios. Levantaba la ceja cada vez que recordaba alguno de los síntomas de su paciente.
—La cuerda de tender le produjo una fractura a la altura del hombro, pero no nos preocupa demasiado porque no es una lesión considerable. Debemos dar las gracias al toldo desplegado que frenó la caída, si no hubiera sido por ese detalle la contusión que sufre en su cabeza habría sido determinante. Es más, podríamos estar hablando de una hemorragia interna leve, que, de otra forma, no sería posible tratar.
María del Mar escuchaba al doctor con los ojos salidos de sus órbitas. El resto de las personas se mantenían impasibles ante el informe del médico, salvo Álex, que ya temía lo peor de su mejor amigo.
—Por otra parte —continuó el doctor—, tenemos una serie de fracturas que podrían afectar a la recuperación total del paciente. Estamos hablando de roturas en el maléolo externo del pie, la cabeza del peroné, la rótula, parte de la cresta ilíaca y la cabeza del húmero del brazo. Casi la totalidad derecha de su cuerpo. Del izquierdo tiene la escápula rota debido a la cuerda que se topó en la caída, así como las falanges de la mano izquierda. También tiene una pequeña fractura en el parietal del cráneo, pero es pequeña y tiene claras señales de mejoría.
Dio el tiempo suficiente para que los familiares del paciente asumieran todo el parte médico. Y aunque Carmen ya conocía la mayoría de los síntomas, ignoraba la gravedad del asunto. Pero lo peor estaba aún por venir; el doctor Martorell tan solo había preparado el terreno para lo peor.
—Sin embargo… —hizo una pequeña pausa para observar a los padres—lo que más nos preocupa es la lesión de dos vértebras de la columna lumbar. Fíjense.
Extrajo una radiografía de un sobre adjunto al portafolio y la sujetó a contraluz para mostrársela a los familiares.
—¿Ven esta forma ovalada de aquí? —señaló el doctor—. Si se fijan bien, podrán apreciar que esta especie de «U» está formada por trozos pequeños sólidos. Es la base de una vértebra hecha añicos. Reparar esta zona supone un gran problema, y muy posiblemente haya que incorporarle un injerto óseo. Sea como fuere, no podemos arriesgarnos en el estado en el que se encuentra ahora mismo su hijo. Dependemos de su mejoría en los próximos meses.
—Perdone —interrumpió Álex—, ¿ha dicho meses?
—Sí —contestó el doctor rotundamente—. Quizá se reduzca a semanas. Todo depende de que Mario despierte o no del coma.
—Vamos a recapitular —pronunció Juan Antonio como si estuviera en una de sus reuniones—. Usted quiere decir y, para resumir, que mi hijo tiene la espalda destrozada. Entonces es poco probable que pueda andar, aun operándolo. ¿Me equivoco?
—Es exactamente así —contestó el doctor Martorell bajando la mirada—, siento ser tan sincero con ustedes, pero ante estas situaciones, es mejor que todos estén preparados.
—¿Qué quiere decir? —preguntó María del Mar, preocupada.
—Mamá, ¿es que no lo ves? —le contestó su hija—. Tenemos que prepararnos para lo peor.
La madre observó a la hija, atónita. No daba crédito a todo lo que estaba sucediendo. ¿Disfrutar de unos días maravillosos en las playas doradas de Cuba y a los pocos días recibir la peor de las noticias? El contraste era demasiado atroz. Un azote de realidad. Un mensaje que le llegó profundamente, pero no lo suficiente para hacerla reaccionar.
—Aun así, dejen espacio para la esperanza —continuó el médico—. Hemos contenido la hemorragia a tiempo y sigue respondiendo favorablemente al suero y al medicamento. Es posible que las lesiones terminen por curarse con el tiempo. Todo depende de que Mario logre despertar. Ahora mismo, todo depende de él.
—Doctor —incidió Álex, que todavía estaba perplejo por la noticia—, ¿y si Mario despierta?
—Entonces le preguntaremos si quiere operarse. Pero, aunque diera su consentimiento, hay que dar por hecho que no volvería a andar.
Todos los presentes comenzaron a mirarse. María del Mar y Juan Antonio, por primera vez se mostraron apacibles. Sin embargo, Carmen no podía evitar esconder el rostro entre sus manos. Aunque ya supiera la noticia, escucharla tan tajante de la mano del doctor que había asumido la tutela de Mario, le provocaba temor y pavor a partes iguales. Mario no volvería a andar, esa era la realidad. Aunque en el aire todavía se respiraba cierto atisbo de incertidumbre, y es que, cabía la posibilidad de que el joven se despertara.
—¿Cuánto cree que puede estar en coma? —preguntó Álex algo ensimismado.
—No hay certezas. Nadie en su sano juicio podría dar una fecha concreta. Todo depende de la voluntad del paciente, pero hay que contemplar todas las posibilidades. Incluso es posible que no vaya a despertar nunca. —La realidad volvió a azotar a María del Mar, que dejó de observar al doctor fijamente para buscar compasión de su marido—. Nadie sabe por los estados que está pasando Mario ahora mismo. Su cabeza está viajando constantemente a lugares en el que el entendimiento no ha estado nunca.
—¿Y qué pasaría en ese caso? Es decir, ¿si no despertara nunca?
—Esa respuesta no está al alcance de mi jurisdicción —respondió el doctor Martorell mansamente—. Llegado el momento, la familia decidirá qué es lo mejor para Mario. A menos que el paciente muestre signos de urgencia, será la clínica quien asuma la responsabilidad. Lo siento. Si me permitís el consejo, a riesgo de que me toméis por loco, en estos casos, hablarle al paciente es una terapia más. Os parecerá absurdo, pero ayuda de verdad. Ya que el subconsciente suele retener mucha información.
Carmen buscó la mirada de Álex y no se hizo esperar. Se sincronizaron a la perfección. Si Mario no despertaba nunca, habría que dejarlo volar…
¿Quién decía que ya no estaba volando?
La mente es el arma más poderosa que tiene el ser humano. Normalmente, la utilizamos para avanzar, retroceder o quedarnos atorados ante las adversidades. La de Mario en particular, buscaba incansablemente la manera de viajar en el tiempo, buscar entre sus recuerdos algún motivo de peso por el que volver de entre los muertos. Y mientras viajaba, contemplaba el infinito con el mismo temor con el que había observado a los vivos.
Álex decidió dejar que la familia procesara la noticia, así que se fue de la clínica y retomó el camino, pero esta vez, en dirección ningún lugar.
Encauzar aquella sentencia no iba a ser tarea fácil. Le quedaba un camino metafóricamente amplio, por una parte, debía asumir que su relación con Carlota por fin había terminado; por otra, necesitaba hacer frente a la tristeza que le provocaba ver a su mejor amigo en una cama y con los peores pronósticos asociados. Temer no era una cosa que se podía permitir, esta vez no. Por delante le quedaba un gran trecho por recorrer. Era hora de hacer balance y tomar las riendas de su camino, tal y como Mario había hecho tiempo atrás, y del que había aprendido mucho.
Paradójicamente, el trayecto hacia casa le resultó apacible. Paseó por las calles que tantas veces había recorrido a pie con su amigo, recordando en cada esquina las múltiples experiencias que ambos habían vivido. En esa ocasión, quiso dejar la mente en blanco, intentando usurpar aquella situación negativa con los padres de Mario, por unos pensamientos mucho más positivos. Y lo consiguió. Consiguió recordar por qué Mario se convirtió en su mejor amigo, y por qué estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por él para que despertara. Iba a intentarlo a toda costa, y para eso, lo mejor era seguir los consejos del doctor Martorell. Le contaría todas las historias que hiciera falta, para que aquella persona a la que le tenía tanto afecto no caminara solo por las sendas oscuras de la mentalidad.
Pero todavía le quedaba algo por hacer. Antes de dedicarse en cuerpo y alma a Mario. Ahora que estaba sin hogar, que había roto con su novia Carlota, que su jefe le había otorgado unos días, que necesitaba ocupar su tiempo libre, y que tenía el vehículo cargado de cajas, se obligó a ir a casa de su padre y reclamar lo que era suyo por derecho.