Читать книгу De viento y huesos - Charlie Jiménez - Страница 16

PRESENTE

Оглавление

No era rencor. Quizá fuera envidia. Cosa que Kovak no estaba dispuesto a admitir. Desde que se enteró del intento de su amigo por quitarse la vida, había tenido tiempo suficiente para meditar. Mario había sido su ejemplo a seguir desde que tenía uso de razón. El hermano que nunca tuvo. El apoyo en los momentos fáciles y difíciles… hasta que le presentó a Álex. Un error del que no estaba orgulloso. O eso pensaba, mientras contaba los minutos que le quedaban para terminar la jornada del día.

Se quitó el uniforme nada más llegar a casa. Después intentó dejar la mente en blanco y se puso a jugar a la videoconsola. Tampoco le sirvió de mucho. Estaba siendo una épica complicada. No solo sus deseos de ser un actor de élite se habían frustrado, sino que tenía que lidiar con que su amigo Álex hubiera decidido darse de baja por depresión. Es más, había funcionado. Ahora Kovak tendría que llevar su sección en la tienda. Informática y gama blanca (lavadoras, neveras, lavavajillas, secadoras, etc.). «Menuda mezcla», pensó. Faltó una fracción de segundo para darse cuenta lo egoísta del pensamiento por su parte. Hacía días que no sabía de Álex. Es más, había días que tampoco sabía nada del estado de Mario. Quizá era momento de regresar al hospital.

Los padres de Mario lo recibieron con los brazos abiertos. Era la primera vez que Juan Antonio y María del Mar mostraban un ápice de felicidad. Carmen había decidido tomarse el día de descanso. Tampoco había rastro de Blanca. La mujer iba y venía y muy pocas veces lograban coincidir.

Cuando Kovak preguntó sobre el estado de Mario, los padres se mostraron poco esclarecedores. Les explicaba con rodeos las pocas posibilidades que su hijo tenía de sobrevivir. El colmo fue cuando María del Mar, muy tajante, le dio la noticia sobre la más que probable invalidez permanente de su hijo. Kovak ya no mostraba signos de asombro. Había dado por hecho que lo ocurrido había sido una tremenda tragedia para todos y que, por consiguiente, el desenlace no tendría un final feliz.

Puede que hiciera falta sincerarse consigo mismo para darse cuenta de que la envidia que sentía por su amigo Álex, con el que había compartido tantas clases de interpretación, se había esfumado como por arte de magia. Entendía perfectamente que Álex no le cogiera el teléfono, ni le contestara los mensajes, ni le devolviera las llamadas. Todo parecía indicar que su despreocupación solo podía significar una cosa, y es que su baja por depresión no era ningún farol. Álex iba a volcarse en cuerpo y alma para la pronta recuperación de Mario. Kovak escrutó el rostro de su eterno amigo mientras divagaba por los recuerdos de su infancia. Su serena cara estaba tan magullada que apenas lo reconocía. Se tomó unos segundos para suspirar. Después escrutó los rostros de los progenitores de Mario. Quizá fuera en ese instante cuando se percató de la gravedad del asunto. Pero no podía darse por vencido, y necesitaba estar a solas con su amigo una vez más, como cuando compartían secretos en el patio del recreo. No iba a ser fácil si los susodichos iban a estar presentes en el hospital cada dos por tres. Tampoco les pondrían las cosas precisamente fáciles. Menos mal que Kovak siempre había sido bien recibido por la familia y le tenían un gran aprecio en general. Después de todo, Kovak había sido el amigo con el que Mario había crecido. Habían ido juntos al colegio, al instituto, de fiesta, de acampadas, de excursión, de viaje… Lo hacían todo juntos, hasta que Álex ocupó un lugar que jamás creyó posible.

—Kovak, qué alegría verte —saludó María del Mar propinándole un abrazo. Juan Antonio le estrechó la mano.

—Me alegro de verlos, señor Amengual, señora Herrera —contestó Kovak con educación, como había hecho desde la infancia—. Espero que por lo menos hayan podido disfrutar del viaje.

—Sí… —respondió Juan Antonio—, pero la vuelta no ha sido muy agradable.

—Lo sé… —parpadeó Kovak—. Ha sido muy duro para todos.

—Ahora que estás aquí, seguro que Mario despierta —dijo María del Mar mintiéndose a sí misma—. Ya lo verás. El doctor Martorell dice que Mario escucha todo lo que decimos, aunque esté en coma. Así que ya sabes qué hacer. Seguro que le ayudas.

—Deposita demasiada confianza en mí, señora Herrera.

Cuando se lo proponía, Kovak podía llegar a ser un encanto.

—No seas modesto —contestó la mujer—, sabes que siempre has sido como de la familia. Y deja de llamarme señora Herrera. No será que te lo he dicho veces.

—La costumbre, perdóneme.

—Estamos convencidos de tus buenas intenciones, Kovak —intervino Juan Antonio Amengual—, lo demuestras viniendo hasta aquí.

—Gracias.

—Sabemos también la buena influencia que has sido siempre para nuestro hijo —continuó.

—Gracias otra vez. Mario se merece más que eso. Le debo mucho.

—Creo que, de alguna forma, podrás ayudarle… —insistió María del Mar.

—Eso ya me ha quedado claro, María del Mar, pero no sé cómo puedo hacerlo, la verdad. No creo que contándole batallitas mientras está en coma sirva para algo.

—El doctor dice que sí, que detecta algo así como vibraciones. Que su cerebro interpreta las tonalidades de la persona que está hablando y absorbe esa especie de energía. El subconsciente, lo ha llamado.

—Ya veo —respondió Kovak, disconforme—. ¿Y qué pretendéis que haga?

El matrimonio se miró a los ojos. Tramaban algo.

—Necesitamos que le recuerdes la persona que ha sido. Háblale de vuestra infancia. Pero no le hables de Álex. No queremos que le recuerdes lo traumático que ha sido para él conocerle. Él ha sido el responsable de que esté ahora mismo en una cama postrado y de la que es posible que no vaya a levantarse.

Kovak continuaba en sus trece pensando que no servía de nada hablarle a una persona en coma o que estuviera soñando con Dios sabe qué, por eso detectó cierta extrañeza en aquellas palabras. Las intenciones del matrimonio eran totalmente cuestionables. ¿Qué pretendían conseguir con aquel propósito?

—No entiendo muy bien lo que me estáis pidiendo —dijo Kovak algo desorientado.

María del Mar miró a su marido y este asintió dándole su aprobación.

—Ven. Acompáñame fuera —le dijo agarrándole del brazo obligándole a salir al pasillo.

—¿Qué me propone, señora Herrera?

—Por Dios, Kovak, deja de llamarme señora.

—Está bien, perdone.

—Los dos sabemos que aprecias muchísimo a mi hijo… —su voz se tornó melosa, pareciendo casi un susurro.

—Por supuesto, es mi amigo.

—Esta tragedia —continuó María del Mar—, nos ha cogido a todos por sorpresa. Mi hijo tiene pocas probabilidades de sobrevivir, pero quiero que quede claro una cosa: soy su madre y haré todo cuanto esté en mi mano para que Mario se recupere. Y cuando digo todo, es todo. Sé que tú le tenías mucho aprecio, pero mi hijo no siempre se mostró muy fiel contigo, ¿me equivoco?

—Mario siempre ha sido un poco suyo —contestó—, pero es mi amigo, y nunca hemos dejado de serlo.

—Lo sé, lo sé… —prosiguió María del Mar acariciándole la barbilla—. Tú eres la persona que siempre ha debido estar a su lado. Estarás de acuerdo conmigo, ¿no?

Kovak asintió a regañadientes.

—Por eso creemos que puedes ayudar a que nuestro hijo se recupere. Mi marido y yo, tenemos mucha fe en ti. Nunca hemos puesto en duda tu amistad con Mario.

—Todavía no sé muy bien qué es lo que queréis que haga, María del Mar. Estoy algo confuso.

Los focos del pasillo hicieron aparecer un destello pétreo en la mirada de María del Mar.

—Tú trabajas con Álex, ¿no es cierto? —le preguntó.

—Así es.

—Entonces verás todos los días a esa sabandija —continuó amenazante.

—Digamos que sí. Y no es una sabandija, es una persona. Pero ahora está de baja en la empresa.

Ese dato sorprendió a la señora Herrera, la cual mostró cierto enojo comedido. Para entonces, Kovak comenzó a atar cabos. Notaba cierto aire cargado en ese pasillo y no se trataba solo de las vibraciones que emitían los pacientes enfermos de la planta. Había algo más que solo Kovak podía percibir. Era esa mirada macabra de la madre de Mario. Estaba escupiendo fuego contra una persona a la que despreciaba con toda el alma. Era su amigo, su compañero de trabajo y su mejor confidente. Sintió el escaso apego que sentía esa familia por Álex, esas ganas de dejar claro quién mandaba sobre su hijo. Esas ganas de crear barreras sólidas para que nadie ni nada traspasara los muros familiares.

—¿Qué es lo quieren? —preguntó Kovak serio, adusto.

—Queremos que seas tú el que se encargue de que ese energúmeno no vuelva a pisar este hospital —contestó finalmente—. No lo queremos cerca de mi hijo. Su presencia solo puede empeorar su recuperación. Necesitamos que te encargues de que no venga. Por nosotros, por Mario.

Al fin. Kovak confirmó sus sospechas. Los padres de Mario le estaban pidiendo —o exigiendo más bien— que consiguiera vetar la poca amistad que quedaba entre Mario y Álex. Ahora cuando todo parecía derrumbarse, ahora que finalmente Kovak se demostró que había sido él el que había fallado a su amigo Mario durante tanto tiempo, ahora, en ese instante, vio crueldad en sus ojos, tanto que le advirtiera su amigo años antes. María del Mar dejó mostrar el lado más amargo de la tristeza y desesperación, intentó manipular a Mark Bou de la forma más deshonesta posible. Pero no lo consiguió.

—No me lo puedo creer. Mario tenía razón —dijo para sí—. Siempre me lo repetía y yo no le hacía caso. Creía que llevándole la contraria estaba haciéndole un favor, pero no era así. Cada vez que se quejaba de sus padres yo le decía que no debía hablar así de vosotros, que no podía ser que las cosas estuvieran tan mal como para que no os dirigiera la palabra, pero ahora veo que tenía motivos suficientes.

Entonces levantó la vista y traspasó a María del Mar con sus ojos. Una mirada tan fría y firme que sorprendió al mismo Kovak.

—Le voy a decir una cosa, señora Herrera —ironizó Kovak—. Por mucho que le duela, Álex ha sido y será una parte fundamental de la vida de Mario. Puede ser que yo haya tardado un tiempo en darme cuenta, pero lo he hecho. Creo que va siendo hora de que asimiléis de una vez por todas que quien está matando a vuestro hijo sois vosotros mismos. No voy a consentir que me manipuléis ni a mí ni a nadie si no sois capaces de ver realmente lo que está pasando. Álex lo ha sido todo para Mario. Y si se lo arrebatáis, tened por seguro de que morirá de pena, y no debido a la caída. Hoy he venido a ver a mi amigo y estar con él un rato, como hacía antes, cuando todavía sonreía y no tenía los ojos cerrados las veinticuatro horas del día. Quizás deberíais meditar un poco en ese detalle y dejar de desear algo que no encaja con vuestro hijo. Mario no es como vosotros, y nunca lo será. Él no está hecho para llevar el bufete. Es así de simple. Deberíais estar preocupados por la recuperación de vuestro hijo en vez de jugar con las esperanzas de la gente que sí le quiere.

Hizo una pausa para coger aliento, luego continuó:

—Álex vendrá a verle, es más, yo mismo me encargaré de que así sea, estén o no estén ustedes aquí. Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer que estar perdiendo el tiempo o hacerles entrar en razón.

Dio medio vuelta y se marchó dejando a María del Mar con la palabra en la boca.

El trayecto hasta su casa se hizo corto mientras Kovak pensaba en lo que acababa de ocurrir. Jamás se había mostrado tan firme y seguro de sí mismo. Sentaba demasiado bien. Qué ciego había estado siempre y qué poco apoyo había mostrado a su amigo. Siempre contándole sus propios problemas, pero sin reparar en los que tendría el propio Mario. Qué egoísta se sentía en ese momento. Qué poco acertado había estado en mostrar celos hacia Álex por su amistad. Quizá si él hubiese querido estar más cerca de Mario, habría ocupado el lugar que pertenecía por derecho a Álex. La estupidez es el peor ataque del hombre, un punto flaco que defiende otro hombre con perfecta sagacidad.

Era un buen momento para buscar a Álex y asegurarle de que podía contar con él para todo cuanto hiciese falta. La lucha por garantizar la supervivencia de Mario había comenzado.

Toc, toc, toc.

Los nudillos golpearon con fuerza. No parecía haber nadie en el piso de Álex. Kovak puso la oreja en la puerta y pudo escuchar un leve murmullo a lo lejos. «Hay alguien, eso seguro», se dijo. Volvió a tocar con más ímpetu. Al cabo de unos segundos oyó unos pasos. Después, Carlota abrió la puerta.

Su rostro mostraba el mayor de los enojos, llevaba una sudadera, los pelos alborotados e iba descalza. Miró a Kovak de arriba abajo y le indicó con un gesto de cabeza que entrara. El joven castaño observó el pasillo principal que estaba abarrotado de cajas.

—¿Os mudáis? —preguntó directamente sin saludar.

—Yo no, Álex —contestó Carlota disgustada y recogiendo cachivaches por el pasillo.

—¿Y eso?

Eso, deberías preguntárselo a tu amigo. —Kovak le cortó el paso y le miró a los ojos—. Hemos cortado, ¿vale?

—¿Habéis cortado? —preguntó incrédulo.

—Más bien, Álex ha cortado conmigo. Por lo visto ya no le sirvo para nada.

—¿Por qué dices eso?

—Kovak, no te ofendas, pero ahora mismo no tengo ganas de hablar del tema. —El hombre castaño se quedó en silencio—. ¿A qué has venido?

—Quería hablar con Álex, pero ya veo que tampoco está aquí. No contesta las llamadas, ni…

—Ni los mensajes, ni da señales de vida —le interrumpió Carlota—. Ya, típico de él. Su forma de enfrentarse a los problemas es esconderse, como hace siempre.

—¿No sabes dónde puede haber ido?

—Ni idea. —Carlota se cruzó con Kovak, que le estorbaba el paso y le arremetió un empujón con el hombro sin percatarse de ello—. Dijo algo de reencontrarse con su padre o algo por el estilo, pero la verdad, no le escuché. Me quedé paralizada cuando me dijo que ya no me quería.

Carlota metió ropa en la caja mientras Kovak se quedaba observándola en silencio. A los pocos segundos reaccionó y decidió ayudar a su amiga. Mientras Kovak se mostraba presto a ayudar, a Carlota parecía incordiarle su presencia. No paraba quieta, iba de un lado para otro con gran nerviosismo y no atinaba en qué caja era mejor guardar el objeto que tenía en sus manos. Su amigo, que ya había presenciado suficiente exaltación, le cogió el objeto de las manos y le animó a que se sentara en el sofá. Sin embargo, a Carlota le disgustó aún más la iniciativa de su amigo y lo volvió a empujar, esta vez a propósito. Kovak rechazó el impulso y cogió a Carlota por los hombros, pero esta intentó zafarse con brusquedad manifestando un llanto sin consuelo. Kovak la zarandeó de los hombros para que volviera a la realidad, pero su amiga ya había dejado de resistirse para abandonarse al lamento. Se dejó caer al sofá desconsolada, mientras expulsaba improperios de difícil comprensión por su boca. Kovak había apaciguado la furia contenida de Carlota, pero ella, ahora expuesta, mostraba toda su debilidad.

—Carlota, entiendo que estés disgustada.

—¿Disgustada? —Sorbió por la nariz y se secó las lágrimas con la manga de la sudadera—. Disgustada no es la palabra. Me siento furiosa. Álex me ha dejado de la peor de las maneras. Ni motivos, ni razones. Tan solo me ha dicho que ya no podíamos seguir juntos. Ya está. Y se queda tan ancho. No creo que haya sido la mejor forma de dejarme.

—¿Acaso hay forma correcta de dejar a alguien? —le preguntó Kovak intentando que entrara en razón. Esta negó con la cabeza.

—No es solo eso… Son las formas. Tendrías que haberle visto la cara cuando cortó conmigo. Fue seco y áspero. Nunca lo había visto así.

—He de confesar que no me lo esperaba.

—Ya, ni yo.

—Pero reconozco que tampoco me sorprende.

—¿A qué te refieres? —preguntó Carlota con ojos rojos.

—Estabais siempre discutiendo. Creo que era cuestión de tiempo que esto pasara.

Carlota le miró a los ojos y se preparó para contestar, pero de su boca no salió palabra alguna. Los dos hicieron una pausa obligada.

—Quizá tengas razón… —reconoció Carlota—. Ya sabes que a Álex siempre le persiguen los fantasmas. La culpa de todo la tiene esa jodida Icíar. Siempre he tenido la teoría de que Álex nunca se olvidó de ella. Aunque creo que quien más le ha afectado ha sido Mario. No sabes lo que es estar escuchando su nombre a todas horas. Lo que más rabia me da es que ni siquiera lo conozco en persona y tengo la impresión de que todo ha girado en torno a él. Incluso nuestra relación. Creo firmemente que todo cambió cuando discutieron por última vez. Según Álex, cuando nos mudamos a la isla, hace tres años, Mario hizo lo propio para seguirle la pista. Por lo visto, tenían un tema pendiente del que hablar, pero nunca llegué a saber el motivo por el que discutieron. Solo sé, que un buen día, vino con un ojo morado y con la ropa hecha jirones. Ahí fue cuando la cosa se empezó a complicar entre nosotros. Llegó a casa a las diez y media de la mañana, bebido y con el rostro lleno de lágrimas. Me había pasado la noche en vela, estaba muy preocupada porque no había dado señales de vida, así que cuando llegó, le pregunté que dónde había estado. No me quiso contestar. A partir de ese día, su actitud conmigo cambió radicalmente. Todo le crispaba y se enfadaba por cualquier cosa. Nunca supe qué pasó ese día, pero sé que fue algo grave. Ya sabes cómo es Álex. Callado. Desde entonces nada volvió a ser lo mismo. A mí me trataba con desprecio siempre que tenía ocasión, pero yo aguanté, porque le quería y estaba enamoradísima de él. Y sigo estándolo…

—¿Qué crees que pudo pasar? Estuvo unos días sin venir a trabajar, y cuando lo hice le pregunté por sus moratones, pero me dijo que había tenido bronca en el tugurio de heavy metal. Teniendo en cuenta su historial con la bebida, tampoco me sorprendió en exceso.

—No lo sé, pero sé que fue algo gordo que le cambió por dentro. Ya lo conocí en extrañas circunstancias cuando todavía vivía en Barcelona. Ellos dos vivían juntos, ¿lo sabes, verdad? —Mark asintió—. Pero tampoco se llevaban muy bien. Al poco de conocernos, me propuso que nos fuéramos los dos juntos de allí, y que viviéramos en Mallorca. A mí esta isla siempre me ha gustado, además, tengo familia, así que le dije que sí, pero ya me pareció raro que tomara una decisión tan precipitada. Para entonces desconocía la importancia de aquella amistad.

—¿Crees que llegaron a hablar después de ese día?

—Puede ser, pero no lo creo. Por lo que a mí respecta, han estado sin hablarse estos últimos tres años. Lo hubiera sabido tarde o temprano.

—O no. Recuerda, Álex para según qué cosas es una tumba.

Carlota asintió, reconociendo de nuevo, que Kovak tenía razón.

—Ahora que lo pienso me resulta gracioso. —En el rostro de Carlota se dibujó media sonrisa—. ¿Sabes cuál ha sido el motivo real por el que Álex ha cortado conmigo?

—¿Cuál?

—Mario.

—Mario —repitió Kovak, luego convirtió la voz casi en un susurro—. ¿Qué nos ha hecho Mario para que todos estemos tan destrozados?

—No lo sé, pero lo único que puede llegar a destrozar a una persona, es el amor que siente por otras —contestó Carlota algo más serena.

Kovak asintió.

—¿Cuál habrá sido nuestro error? —preguntó él.

—Creer que estaría para siempre, supongo.

Carlota se había calmado lo suficiente como para invitar a Kovak a un café. Los chicos estuvieron charlando pausadamente de los últimos acontecimientos. El intento de suicidio de Mario, la precipitada despedida de Álex, la desaparición misteriosa de Blanca, la inoportuna charla con los padres de Mario, del cambio de actitud de Carmen frente a lo sucedido y de cómo había tomado las riendas del asunto con gran capacidad optativo al mostrar su optimismo por la recuperación de su hermano. Pero, sobre todo, hablaron de Mario, y de lo que posiblemente había hecho que Álex cortara definitivamente con Carlota. Kovak le hizo razonar abriéndole un campo de visión nuevo. Quizá Álex se hubiera sentido tan culpable durante los últimos tres años, que necesitaba retirarse a algún tipo de zulo espiritual para afrontar el tiempo que le quedaban por delante. O quizá simplemente meditaría a fondo a solas mientras buscaba la solución más adecuada para coger fuerzas y continuar. En cualquier caso, era prácticamente lo mismo y, fuera cual fuera la decisión, ninguna iba a hacer que Mario despertara en los próximos días. La realidad es que mientras sus amigos discutían sobre cómo afrontar sus vidas, Mario se desvanecía, luchando por la suya.

—¿Volveré a verte alguna otra vez? —preguntó Kovak.

—Quién sabe —dijo ella encogiéndose los hombros—. Me quedaré aquí un tiempo, pero luego me mudaré de nuevo a Barcelona. A casa de mis padres. Si algún día vienes de visita, házmelo saber.

Terminaron de preparar las cajas para la mudanza. Carlota miró a Kovak con ojos llorosos. Esa mirada sonaba a despedida. Pero no una despedida cualquiera, sino una despedida que significa algo así como «ha sido un placer conocerte, pero no me vais a ver el pelo nunca más». Carlota desaparecería de la vida de Álex y de todo cuanto le rodeaba. Kovak se mostró decepcionado ante la decisión de su amiga, pero no la culpó. Es más, se mostró comprensivo. Finalmente, se dieron un gran abrazo.

—Por cierto, ya sé dónde puede estar Álex —le dijo Carlota al oído. Luego se separaron—. Antes te he dicho que suelen perseguirle los fantasmas. ¿Eso no te da ninguna pista?

Kovak sonrió.

—Ahora que lo dices…

Carlota le susurró un lugar y él asintió en silencio.

De viento y huesos

Подняться наверх