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PASADO

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Uno de los primeros días húmedos de invierno, Mario decidió invitar a sus amigos a pasar el fin de semana en casa. La suave llovizna había cubierto las calles de una fina oscuridad perpetua. Como si las nubes hubieran conferido un manto oscuro de perplejidad. Sus padres, Juan Antonio y María del Mar no estarían ese fin de semana, habían decidido visitar a los padres de María del Mar, ya que vivían en Málaga, así que tendrían dos días para hacer lo que quisieran en casa y que nadie quebrantara sus planes.

Mario había visitado varias veces a sus abuelos andaluces, pero casi siempre por obligación. Era algo que intentaba evitar a toda costa, ya que sus parientes le evocaban al lado más amargo del ser humano. Ya lo dijo el escritor británico Israel Zangwill: «El egoísmo es el único ateísmo verdadero; el anhelo y el desinterés, la única religión verdadera».

Por supuesto, Carmen no estuvo de acuerdo al principio. Su hermana era dura de mollera, pero Mario sabía cómo encandilarla. Kovak había presentado a Álex en sociedad hacía seis meses. De vez en cuando, Mario, Álex y Kovak, hacían planes juntos y a ella no le quedaba otro remedio que escuchar su nombre a todas horas. Debido a ello, el interés por conocerlo había crecido exponencialmente. Cuando supo que su hermano lo había invitado a la fiesta, no puso objeciones. Ese día, por fin, le pondría rostro a su presencia.

El plan era el siguiente: Mario prepararía una cena sabrosa a base de pasta con salsa de nata, tomate cherry y un toque de albahaca y pimienta. Después verían una película de terror, y beberían cerveza hasta agotar la noche. Los invitados se podían quedar a dormir, ya que había habitaciones de sobra. Además, el día acompañaba perfectamente a su plan, ya que no había parado de llover desde que amaneció. Era perfecto para tenerlos a todos juntos. Mario estaba impaciente, se duchó y le pidió a su hermana que le ayudara a colar la pasta, ya que los invitados estaban a punto de llegar.

Pasados unos minutos, Kovak tocó el timbre. Iba acompañado de Álex y su novia hippie, Icíar.

—¡Buenas noches y a la paz de Dios! —saludó Kovak jocoso.

—Hola, chicos —saludó Mario. Luego los abrazó uno a uno. Algo que había cogido por costumbre en cuanto los veía—. Pasad, poneos cómodos.

—Icíar ha comprado esta botella de vino —dijo Álex ofreciéndosela a Mario—. No entiendo mucho de vinos, pero ella dice que, de los más baratos, es el mejor.

—No te tendrías que haber molestado, Icíar —le contestó Mario muy respetuoso—, pero gracias de todas formas. Creo que va a durar muy poco en la cena…

Los chicos se dirigieron al salón y se distribuyeron cerca de la chimenea que Mario había encendido previamente para que entraran en calor.

El salón sabía acoger a sus visitantes. El fuego abrazaba las paredes y las pintaba de un ocaso particular. Todo estaba decorado con gusto. El mobiliario consistía en estantes y mesas de madera de abedul, así como figuras de animales salvajes en plata, cobre y oro, relojes de pared con sus correspondientes sonidos característicos. Había diferentes cuadros de temática realista del autor mallorquín Joan Aguiló.

A los pocos minutos apareció Carmen con unas copas para despachar el vino. Saludó a todos por igual, pero al ver que su hermano no la presentaba en sociedad como debía, le pegó un tierno codazo.

—Ah, sí. Perdonad que no os haya presentado. Álex e Icíar, esta es Carmen, mi hermana.

—Masturbado de conocerte, Carmen —interrumpió Kovak con una sonrisa de oreja a oreja. Carmen vestía con un vestido azul ceñido que realzaba su figura y con su oscuro cabello.

—Puaj, ¡Kovak, qué asco! —contestó Carmen. Los chicos rieron al unísono—. A ti ya te conozco, merluzo.

—No tiene remedio —cortó Álex. Icíar le secundó estrechándole la mano—. Es un placer. Mario nos ha hablado mucho de ti.

—Ah, ¿sí? —Miró hacia su hermano con curiosidad, luego frunció el ceño.

Carmen intentó abrir la botella de vino, pero de los nervios no atinaba o no encontraba fuerzas suficientes para hacerlo. Álex se ofreció y la abrió en un instante con el sacacorchos. Carmen quería deslumbrar esa noche con un propósito. Si su hermano tenía razón y Álex era tan atractivo como lo había descrito, debía aprovechar la oportunidad y llamar su atención. Aunque pasó por delante un pequeño detalle: no contaba con que tuviera novia. Su hermano le había omitido ese detalle, pero no fue motivo suficiente para mostrar sus encantos. Esa noche podría ser una gran noche. Y no era habitual que Carmen compartiera diversión con los amigos de su hermano. Quizá era un buen momento para experimentar qué se sentía estar en su círculo de amistades.

Mario se dirigió a la cocina para terminar la cena. Mientras tanto, Carmen se esforzaba por prestar atención a la conversación que mantenía con Kovak, que no paraba de echarle piropo tras piropo. En esencia, solía mantener las distancias con él, ya que su humor no iba del todo con ella. Era como si tratara de crear algún tipo de barrera, como antiguamente hacía la alta Edad Media para no mezclarse con la plebe. Como combinar dinero y educación en una coctelera y no servir la copa.

Los chicos se sentaron a la mesa en cuanto Mario comenzó a servir los platos. Comieron con gran devoción, cosa que el anfitrión agradeció. La albahaca confería a la pasta un sabor inusual, y la salsa de nata le daba ese toque suave que embelesaba la lengua. Los chicos agradecieron la cena. Poco después, tras acabarse la botella de vino y la cena, Mario presentó la segunda parte del plan. Trajo de la cocina unas botellas de cerveza. Hizo palomitas para todos y puso Scream en DVD, un clásico de terror adolescente de los 90. Curiosamente, ninguno de sus amigos la había visto, salvo Kovak, que era un devorador de filmes como Sé lo que hicisteis el último verano, La casa de cera, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Leyenda Urbana, Destino Final, Jeepers Creepers, The Faculty y un largo etcétera de los que se sabía prácticamente todos los diálogos.

La película fue del agrado del grupo, salvo Carmen que escondía el rostro con la manta cada vez que aparecía el asesino en pantalla. Kovak aprovechaba los momentos de tensión para asustarla aún más, y como esos momentos no eran de su agrado, Carmen le atizaba una colleja cada vez que tenía oportunidad.

Tras unos buenos sustos y unas largas risas, los chicos decidieron tomarse un rato para entablar conversación. Mario aconsejó retomar algún documental sobre los mayas, civilización perdida que le apasionaba, pero la idea no fue bien recibida por la mayoría, ya que se trataba de un día de desenredos y diversión. Una diversión que estaba a punto de bifurcarse. Icíar propuso un plan alternativo.

—Chicos, ¿fumáis? —preguntó Icíar levantando una ceja mientras rebuscaba en su bolso.

—Mario no fuma, es antitabaco —explicó Álex, que ya iba calando a su amigo.

—No creo que le diga que no a esto…

Icíar extrajo un cogollo de marihuana del bolso. Los chicos se sorprendieron, aunque Kovak era el único que no paraba de sonreír. Carmen, por el contrario, levantó una ceja.

—Un momento, no iréis a fumar aquí, ¿verdad? —preguntó ella con disconformidad.

—Vamos, Carmen —animó Kovak—. No me digas que nunca te has fumado un porro.

—Pues claro que me he fumado un porro —contestó. Mario se le quedó mirando, sorprendido—. Pero no en mi casa. ¿Estáis locos? Como vengan mis padres nos va a caer una buena.

—Carmen tiene razón —secundó su hermano—, no es buena idea fumar aquí.

—Pues fumemos fuera —propuso Icíar.

—Cariño, está cayendo un chaparrón, ¿o es que no lo oyes? —contradijo Álex—. Nos empaparíamos. Eso sin contar con el frío que hace.

—Vamos, Mario —insistió Kovak—, fumemos aquí dentro. Tus padres no se van a enterar.

—No sé, no creo que sea lo correcto.

—¿Correcto? Joder, Mario, déjate de correcciones y fuma. Las reglas están para incumplirlas —animó Kovak.

—Kovak tiene razón, ¿acaso no eras tú el que no seguía las reglas? —Álex le guiñó un ojo. Recordaba aquellas palabras fuera del garito de heavy metal la primera vez que se vieron. Mario sonrió.

—No sé, no sé…

—Mario, ni se te ocurra —amenazó su hermana—. Sabes que si se enteran papá y mamá nos va a caer una buena.

—¿Qué más da, Carmen? —cedió Mario—. Total, a ti no te dirán nada, eres el ojito derecho de los dos. Si se enteran me echas la culpa a mí y listo. Una bronca más tampoco me hundirá.

—Así se habla —dijo Álex orgulloso.

Carmen observaba la escena con indignación. Kovak tuvo que pegarle un codazo para que reaccionara. Fue cuestión de tiempo que aceptara, ya que era la primera que quería pasar más tiempo para conocer a Álex, aunque eso supusiera rivalizar contra la belleza de su novia Icíar, quién llevaba una falda corta para mostrar pierna y que, aun tratándose de ser invierno, no tenía reparos en mostrar. Un reto que estaba dispuesta a superar.

—Está bien… —cedió al final—, pero que conste que va contra mi voluntad, y que si se enteran te comerás tú el marrón.

—Hecho —contestó Mario.

Kovak celebró la decisión. Poco después, Icíar empezó a liar el cigarro mientras Álex no paraba de acariciarle la espalda. Ese día había complicidad entre ellos. Carmen lo notó. Mario lo notó. Kovak, ansioso por probar la primera calada, empezó a pegar sorbos de cerveza de botellas ajenas. Al final tuvo que acercarse a la cocina para traer una remesa nueva.

El improvisado plan de la noche trastocó las intenciones de Mario. Hubiera sido una noche perfecta para hablar con sus amigos de los acontecimientos recientes. Les contaría su experiencia como camarero en el restaurante vegetariano, en el que ya llevaba cerca de cinco meses y en los que, posiblemente pronto le promocionarían a maître. Podría haberles contado con mucha ilusión, que se sentía orgulloso que, en tan poco tiempo, fueran a ascenderlo. Mario sabía perfectamente que su buena atención, su porte y su presencia habían contribuido enormemente a que contaran con él para el puesto. Pero todo eso había quedado a un segundo plano. Quizá era momento de reprimir sus emociones y dejarlas para otro día. Se convenció rápido gracias a las tres cervezas que llevaba encima.

Icíar terminó de liar el porro y le pegó la primera calada. Acto seguido se lo entregó a Kovak, que iba con ansia, suspiró y se entregó al respaldo del sofá. Después le llegó el turno a Álex, le pegó una calada y se lo ofreció a Carmen que lo recibió con una sonrisa. Carmen se lo entregó a Mario, pero antes, Álex le advirtió:

—Espera, Mario, ¿has fumado marihuana alguna vez?

—No… —respondió.

Ok. Dale una primera calada suave. No te excedas.

Mario cogió el cigarro con dos dedos como novato que era. Se lo acercó a los labios. Todos estaban expectantes, en especial Álex, que no le apartaba la mirada. Mario absorbió. El humo recorrió un camino equivocado o bien Mario no supo conducir el humo, ya que con la primera calada comenzó a toser. Era de esperar que todos se rieran, pero Álex simplemente le sonreía, ya que, como fumador habitual de tabaco, estaba experimentado en el tema.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí… —respondió Mario entre tos y tos.

—Te has pasado con la primera calada. Tienes que darle más suave. Mira. —Álex le quitó el porro de las manos y le pegó una calada a modo de demostración—. ¿Ves el humo? Si sale espeso, es que lo estás haciendo bien.

—A ver…

Volvió a pegarle otra calada, pero esta vez, el humo aterrizó en sus pulmones.

—Muy bien, ahora retén el humo todo lo que puedas —aconsejó Álex—. Bien, expúlsalo.

Mario reaccionó. A medida que expulsaba el aire y se condensaba el humo en el exterior, comenzó a invadirle una extraña armonía. Como si toda la tensión que había acumulado durante el día se hubiera esfumado en ese preciso momento. Decidió pegarle otra calada, estaba claro que esa sensación le hacía sentir bien.

—Con calma, Mario —sugirió Álex de nuevo—. Las caladas tan seguidas no son buenas.

Por supuesto, hizo caso omiso a su amigo. Ansiaba volver a experimentar ese sosiego inconsciente. Después vino otra calada, y otra… Hasta que Kovak le quitó el cigarrillo de las manos y fue compartiendo con el resto de los participantes. Icíar observaba a Mario mientras cuchicheaba algo al oído de Álex. Su novio amplió la sonrisa. Carmen analizó la situación y decidió sentarse en el sofá junto a Kovak.

La visión de Mario hizo un zoom que amplió la escena de sus amigos. Entrecerró los ojos para observar cómo Kovak no dejaba de examinar a su hermana. La cabeza le tambaleaba, pero apenas le importaba, ya que por primera vez en mucho tiempo se sentía feliz, y tenía todo cuanto deseaba cerca de él. Incluso su hermana, que era la víbora personificada, ahora se mostraba plácida y amable. Contemplaba cómo, una y otra vez, Icíar se acercaba al oído de su novio, para después besarle el cuello, sonreírle y besarle otra vez, pero en los labios. A Mario aquella parafernalia empezaba a resultarle monótona, así que se le ocurrió levantarse de la butaca para hacer el payaso.

Los efectos de la marihuana gratificaban los primeros estragos. Mario creyó ser una mosca. Sí, una mosca danzante que iba de lado a lado del salón con su continuo siseo. Revoloteaba apoyando las manos por doquier mientras los brazos actuaban de alas. Al imitable siseo le acompañaron las carcajadas de sus amigos. A medida que Mario exageraba más los gestos y los sonidos, las risas se agravaban más y más.

Después de pasar un buen rato, Mario retomó su trono personal y aprovechando que había captado toda la atención de sus amigos, expuso un buen tema de conversación, en la que cada uno podría divagar a su gusto.

—¿Creéis que estamos solos en el Universo? —expuso.

—¿Quieres decir que si hay más moscas revoloteadoras en otros planetas como tú? —contestó Kovak. Carmen comenzó a reírse con ganas. Mofarse de su hermano era uno de sus mayores placeres que le había otorgado la noche.

—Mirándolo así, sí —contestó Mario con cierta aspereza hacia su hermana—. ¿Lo creéis?

—Yo creo que no —continuó Icíar—. El Universo es infinito, o al menos eso creo.

—¿Y tú, Álex? —le preguntó Mario con verdadero huroneo.

—Es imposible —contestó—. Es imposible que estemos solos en el Universo. Tiene que haber alguien más por ahí. Creo sinceramente que hay especies que ya nos han visitado y que nos superan en inteligencia y tecnología…

—Carmen, estás muy buena —interrumpió Kovak, divagando gracias a los efectos de la marihuana.

Carmen intentó contener las carcajadas, pero le fue imposible. Todos se unieron al jolgorio y perdieron el hilo de la conversación.

—¿De qué estábamos hablando? —se preguntó Álex dubitativo. Tras un buen rato en el que todos quedaron en silencio, retomó el tema—. Ah, sí. Ya me acuerdo. Por cierto, ¿no hay más birra? Bueno, es igual. Hablábamos del Universo, ¿no?

Mario, que estaba empotrado en la butaca sin conseguir mover un músculo, alcanzó el porro que le ofrecía su hermana y le pegó varias caladas más. Lo peor de todo es que, en ese instante, pensaba que podría acostumbrarse a eso. Mientras Álex continuó dando su explicación de la visita de seres extraterrestres a nuestro planeta, Mario comenzó a preguntarse hasta qué punto era necesario haber sacado ese tema. Esa pregunta le llevó a otra, más contundente, más directa. Se cuestionó si era necesario haber reunido a todos sus amigos para sentirse mejor. Y si realmente lo necesitaba, ¿por qué había caído tan bajo? Nunca había necesitado de nadie para labrarse un buen camino. De pronto se percató que ya no era el centro de atención y eso le enfureció por dentro. La marihuana volvía a hacer estragos entre ellos haciéndoles perder el hilo con bastante facilidad.

—Tú también eres bastante majete, Kovak —contestó Carmen poco después, interrumpiendo a Álex y sacando a Mario de su ensimismamiento—. Pero no te hagas ilusiones, no saldría contigo ni en un millón de años.

Volvieron a reír a carcajadas. Salvo Mario, que era incapaz de pillarle la gracia. Entonces recordó la conversación que tuvo con Matías unos meses antes en los que le recomendaba seguir su propio instinto. «Por qué pienso ahora mismo en mi abuelo?», se preguntó.

Mario empezó a notarse el pulso. Luego notó cómo el corazón le bombeaba con fuerza. Sintió cada sonido como si solo estuviera él en la sala. Nada más lejos de la realidad, los sonidos le parecían ecos en una oscuridad pertrecha. Las arterias se le dilataron y percibió cómo la sangre le circulaba velozmente por sus venas. De pronto se vino abajo y la ansiedad le consumió. Necesitaba dejar de pensar esas cosas, de lo contrario, temía caer en un pozo sin fondo del que nunca más lograría salir.

—Mario, ¿estás bien? —le preguntó Álex un tanto preocupado.

El joven de pelo rizado continuaba en una burbuja personal. Los veía a todos. Reían, hablaban, compartían experiencias… Pero él solo oía los ecos que arrastraban sus voces. Seguía paralizado sin poder articular palabra.

—¿Mario? —insistió Álex.

Consiguió llevarse una mano a la boca. La tenía más seca que la canela.

—Carmen, tráele agua a tu hermano. Necesita beber.

Carmen, que sufrió en sus carnes el peso de la maría, consiguió llegar hasta la cocina y traerle el vaso de agua. Mario se reclinó con gran esfuerzo y se bebió medio vaso del tirón.

—¿Estás mejor? —preguntó Álex de nuevo—. Te veo muy pálido.

—No —llegó a contestar Mario. Su tez se había tornado amarillenta—. Necesito tomar el aire.

—De acuerdo. Icíar, acompáñalo, por favor.

—¿Qué te pasa, Mario? —preguntó Kovak, que por fin había recobrado un poco el sentido.

—Le ha dado un amarillo —aclaró Álex—. Es normal, la primera vez casi siempre pasa.

Icíar levantó a Mario con la ayuda de Álex y se lo llevó afuera. Había dejado de llover, aunque el jardín era pasto de la fragancia de la noche. El frío les azotaba el rostro, pero apenas sentían nada al estar tan desinhibidos. Icíar le hizo sentarse en un banco que, previamente, había secado con la manga de su chaqueta, después se sentó a su lado. Las nubes grises habían dejado mostrar un pedacito de luna llena por uno de sus recovecos. La leve luz que se intuía era suficiente para que ambos pudieran verse los rostros. Icíar comenzó a frotarle la espalda. Mario hizo lo propio con su cara. El aire y la humedad produjeron su efecto. Poco a poco, fue recobrando la compostura. Icíar le sonrió y se alegró de ver mucho mejor a su nuevo amigo. El chico de veintitrés años clavó sus ojos en su cabello. Hasta ese momento, no se había fijado en que la novia de Álex había cambiado de peinado.

—Llevas más rastas —afirmó él.

—¿Y te fijas ahora? —Rio.

—Sí, perdona. He estado toda la tarde planeando lo que podríamos hacer este fin de semana y ya ves… Me he esforzado tanto para que este plan saliera a pedir de boca que no me he dado cuenta de otros detalles. Creo que lo he fastidiado todo.

—¿Qué dices? —preguntó Icíar con mirada pícara—. Tú no has fastidiado nada.

Icíar no le apartó la mirada en todo momento. De frotarle la espalda, pasó a acariciarle el brazo. Mario notó un pequeño pinchazo en su sexo. Un leve escalofrío le recorrió la columna vertebral hasta materializarse en una leve erección. Un bulto creció en su pantalón.

—Eres mucho más guapo cuando estás cerca —piropeó Icíar próxima a su oreja—. Creo que ya estás mejor, ¿verdad?

—Eso creo…

No podía apartar la mirada de sus labios. Unos finos labios que parecían suaves, tan rojos como la piel de una manzana. Icíar acercó más el rostro al suyo, pero no hizo amago de besarle. Mario notó cómo su mano le estrujó el miembro. Mario pegó un respingo mientras el bello se le erizaba de nuevo.

—Sí, ya estás mucho mejor —confirmó ella notando el calor de su pene a través del pantalón.

Mario reaccionó. De un topetazo apartó su mano y frenó el primer intento de besarle.

—¿Qué haces?

—Vamos… —insistió Icíar apretando de nuevo el sexo de Mario—. Sé que lo deseas. Sé que me deseas. No has parado de mirarme en toda la noche.

—Te estás equivocando —corrigió Mario, que volvió a apartarle la mano—. No puedes hacer esto. Estás con Álex, ¿te has olvidado?

—Si ese es el problema, puedo esperar a que se duerma esta noche. Luego puedo acercarme a tu cuarto. No se enterará de nada. Cuando fuma, no hay quien lo despierte.

—No puedo creer que me estés planteando esto… Estás saliendo con él. ¿No tienes ningún escrúpulo?

Estaba enojado. ¿Cómo podía pensar en ponerle los cuernos a su novio a escasos metros de él? Álex tenía razón. No era una cuestión de pavonearse delante del primero que se le pasara por delante. Lo de Icíar iba un paso más allá, su mentalidad abierta no tenía límites y así lo demostraba.

De golpe, se oyó el cierre de una puerta corredera.

—¿Interrumpo algo? —Álex salió al jardín sin previo aviso.

Por suerte, no había escuchado la conversación que Icíar mantuvo con Mario. O por lo menos, así lo creyó él.

—Traigo unos pastelitos —continuó Álex—. El dulce te sentará bien, Mario.

Icíar se levantó y le guiñó un ojo a Mario. Les dejó a solas para que ambos pudieran charlar. Pero Mario apenas tenía ganas de charlar con nadie.

—Gracias por molestarte, pero creo que es mejor que os vayáis.

—¿Cómo?

Álex no comprendía su comportamiento. ¿Qué había pasado?

—Necesito que os vayáis. Todos —insistió.

Se levantó y como trueno que lanza Poseidón se dirigió al salón. Álex e Icíar lo siguieron.

—Lo siento, chicos, no me encuentro muy bien y creo que lo mejor es que os vayáis a casa —dijo añadiendo también a Kovak.

Álex no dijo nada. Solo dirigió la mirada hacia su novia que recogía el bolso con una sonrisa puesta. Kovak puso cara de no haber roto un plato en su vida.

—Vamos, Mario. No me jodas —se quejó—. Ahora que lo estábamos pasando bien.

—Tú cállate de una vez, que no has parado de echarle los tejos a mi hermana desde que has entrado por la puerta.

Cada vez estaba más enervado. Necesitaba cuanto antes perder de vista a sus amigos, o cada vez que abriera la boca sería peor.

—Eres un puto aguafiestas —le reprochó su hermana que, de un impulso, se levantó del sofá y subió las escaleras hacia su habitación. De la propia rabia, no se despidió de sus amigos.

—Se supone que nos íbamos a quedar a dormir todos aquí… —dijo Kovak con aprensión—. Mario…

Mario no reaccionó a ningún estímulo. Estaba obcecado y no consentiría que, en ese instante, se le llevara la contraria.

—Por favor, idos.

Y los chicos se marcharon.

De viento y huesos

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