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Había un reloj enorme colgado en una de las paredes de la cafetería de la clínica de Palma. Álex y Carmen llevaban un par de minutos observándolo en silencio. Ese reloj marcaba las 23:38 horas y tan solo se oía un leve tintineo cuando el segundero repasaba las demás agujas. Había cuatro o cinco personas que intentaban llenar sus estómagos con algo que no fuera angustias. Algunos se llevaban el tenedor o cuchara a la boca, intentando abrir el apetito, otros simplemente fingían que comían y tragaban mientras el alimento se les hacía un nudo en la garganta. Los restaurantes de hospital nunca habían sido el sitio más animado de la ciudad, pero reconfortaba tener un sitio donde charlar que no estuviera rodeado de enfermos. Carmen ya tenía otro vaso de café entre las manos. Álex le acompañó con una tila, nunca había sido muy dado al café. Se pasó una mano por la perilla que se había arreglado dos días antes para, acto seguido, reposarla sobre la mano de Carmen.

—Lo siento tanto… —dijo apenado—. Si hubiera estado a su lado…

—Álex, no es culpa tuya —animó Carmen acariciándole los dedos—. Mario tenía problemas incluso antes de que tú y él discutierais.

—Lo sé, pero lo abandoné cuando más me necesitaba. —La tristeza asomaba en cada parpadeo—. Nunca me lo perdonaré.

—No te martirices así, por favor —suplicó su amiga—. No es culpa tuya. No es culpa de nadie. Mario estaba pasando por una crisis severa de la que nadie era consciente. La única que lo ha vivido de cerca es Blanca, y así y todo nunca se imaginó que Mario fuera capaz de hacer algo así.

—Tengo que hablar con Blanca…

—Lo harás, pero no hoy. Déjala que descanse. Está siendo muy duro también para ella.

—¿Crees que querrá hablar conmigo? —preguntó Álex. Blanca y él, apenas habían mantenido el contacto. Intercambiaron unas cuantas llamadas y se habían visto un par de veces por Palma desde que ella y Mario se mudaran desde Barcelona a la capital de Mallorca.

—Fue ella la que me propuso avisarte —confirmó Carmen.

—No sé qué decir, creo que a mí no me lo hubiera dicho directamente —contestó algo disgustado.

—Oye, no lo pagues con ella, ¿vale? Aquí todos estamos por una razón, y la razón es que mi hermano se ha intentado suicidar y está postrado en una cama de la que ni siquiera saben si va a salir. Así que vamos a dejar todas nuestras diferencias para otra ocasión y recemos para que Mario despierte.

—Tienes razón —sosegó él—. Lo siento.

Carmen se puso tensa durante un segundo, pero fue mirar los ojos del que fuera el mejor amigo de su hermano y se relajó. No podía enfadarse con él. Recordaba perfectamente esa mirada tan apacible. Álex y ella habían compartido un pasado, pero jamás llegó a materializarse. Ella todavía recordaba con gran fervor el disgusto que se llevó Mario cuando se enteró de que estaba colada por Álex. Eran otros tiempos, más jóvenes, pero esa mirada no desaparecía nunca… Álex era tan entrañable… Imposible enfadarse con él. ¿Cómo le iba a reprochar nada? Luego cayó en la cuenta de que Carlota, su actual pareja, no había venido con él.

—¿Cómo está tu novia? —le preguntó.

—Bien, supongo que estará en casa, esperándome —contestó Álex preocupado—. Todavía no le he dicho nada.

Mario no era el único que había abandonado la isla. Se mudó a Barcelona con el propósito de mejorar su vida, pero no había contado con la posibilidad de compartir piso con Álex. Sin duda, se trataba de una experiencia única, la mejor forma de cambiar de aires, pero la convivencia en Barcelona pasó por muchos estados. E incluso, los distanció como amigos. Finalmente, Álex acabó volviendo a la isla, pero se trajo a Carlota consigo. Una chica que conoció una alocada noche de verano y con la que había congeniado. Carlota tenía familiares en Mallorca, así que no le supuso ningún problema buscar piso y compartirlo con él. Álex ya tenía la mejor excusa para volver; Kovak, que trabajaba en una empresa de electrodomésticos, le consiguió una entrevista y comenzó a trabajar con él. Y allí intentó rehacer su vida. Nadie se explicaba los motivos reales por los que Mario y Álex se habían distanciado. Lo único que se sabía con certeza, es que llevaban casi tres años sin hablarse.

—¿No la has llamado? —insistió Carmen.

—No. Las cosas no nos van muy bien últimamente. Estamos discutiendo más de lo habitual. Hemos pensado en darnos un tiempo, pero no sabemos qué hacer.

—Siento oír eso —reconoció Carmen.

—No te preocupes —asintió.

Apuraron el café y la tila que tenían entre las manos y decidieron subir a la habitación de Mario.

Kovak se percató de la presencia de sus amigos y dejó de susurrar a Mario. Tras un largo rato y una gran charla después, decidió irse para casa a descansar, pero no sin convencer a Carmen de hacer lo mismo. Conocía perfectamente a la hermana de Mario, y su rostro ya mostraba ojeras, síntoma de que estaba agotada. En conclusión, aceptó la recomendación de Kovak y se marchó con él, cediendo el turno de noche al joven que llevaba unos años sin verle.

Álex meditó profundamente mientras observaba el cuerpo desalentado de Mario. Tantas cosas juntos, tantos momentos a su lado… Aventuras que no olvidaría jamás en su vida. ¿Las repetirían? Compartir experiencias junto a su mejor amigo era una de las cosas que más le habían llenado a lo largo de su existencia. ¿Y ahora? ¿Qué se suponía que iba a hacer? Recordó y se arrepintió de nuevo. No era la única vez. Durante esos últimos tres años, no había querido retomar el contacto. En la última charla que mantuvieron los dos, se les fue de las manos. Ninguno de los dos tenía previsto que acabara de forma tan abrupta, pero así fue. Mario seguiría luchando por hacerse escuchar, y Álex, sin embargo, continuaría huyendo de su lado. Pero ahora estaba recordando los motivos por lo que lo hizo, aunque jamás los olvidó. De nuevo hizo memoria. Él había tomado aquella decisión. No lo consultó, tan solo lo abandonó a su suerte, esperando que la distancia pusiera solución a la amistad tan compleja que compartían. «He sido un cobarde», se dijo. Tenía razones para culparse… ¿Cómo había podido dejar que pasaran tres años sin dirigirle la palabra? ¿Qué osadía permitía aquellos actos? Las sensaciones que habían compartido juntos eran motivo más que suficiente para retomar la amistad desde hacía tiempo… Sin embargo, Álex nunca movió un dedo por recuperarlo. ¿Por qué no admitía de una vez que solía dejarlo todo a medias?

Temblaba de terror. No quería perderlo. Desde ese momento supo que tenía que hacer todo lo posible para que Mario volviera… y recuperarlo. Las cosas con su novia Carlota no estaban muy bien, pero desgraciadamente tendrían que esperar. Mario era su total prioridad.

Le cogió la mano y la apretó con fuerza. Sintió su tenue calor, algo que, reconocía, echaba de menos. Por desgracia, Mario no la apretaba. Estaba sumido en un sueño permanente, y nadie podía tantear con las consecuencias de sus sueños. Quiso transmitirle toda su energía. Observó su rostro, y vio que ya no era el mismo. Pero en el fondo, seguía palpitando un corazón. Aquellos latidos le reconfortaban como nunca. Los había escuchado tiempo atrás, cuando todo era más complicado, si cabe. Tenían un sonido particular, como mecido por el viento. No lograba descubrir el porqué de aquel sentimiento. Solo lo sentía cuando estaba cerca de él. Es como si siempre lo oyera, a través del tiempo y la distancia. Mario había sido la razón por la que seguía vivo. ¿De verdad se había pasado tres años sin dirigirle la palabra? ¿Cómo había podido? Claro… Hacer memoria trae consecuencias. Pensamos que las personas estarán siempre a nuestro lado, pero cuando menos te lo esperas, la realidad te abofetea la cara. Quizá fuera el momento de dejar las diferencias de lado. Sin ir más lejos, nadie puede presumir de ser perfecto.

—Hola, Mario —dijo con voz quebrada, mientras se le humedecían los ojos—. Volvemos a vernos, ¿eh? Aunque no de la manera que esperaba. He tardado en volver, pero esta vez, no pienso apartarme de tu lado. Hemos vivido muchas cosas juntos como para olvidarlas a la fuerza.

Tragó saliva, emocionado, mientras se le escapaba alguna que otra lágrima. Quiso contenerlas, pero no pudo, era superior a él. El hecho de haber compartido tantas emociones a su lado bombeaba con fuerza en su interior.

—¿Qué se supone que va a pasar ahora? —le preguntó sin obtener respuesta—. ¿Cómo debo encajar este golpe? Otro palo más que me llevo. Debí haberte escuchado cuando todavía no era demasiado tarde. No podré perdonarme el hecho de haberte ignorado. Mario… no te mueras, por favor te lo pido. Siempre has sido único para mí. Me has apoyado y has creído en mí desde el primer día que nos conocimos. Si no hubiera sido por ti… yo… vaya. La cantidad de veces que he pensado en que acabaría muerto y mira ahora. Parece que se han girado las tornas. Debes pensar que estoy loco por hablarle a una persona que no me puede contestar. Pero ya sabes, quizás yo tampoco sea de las personas que siguen las reglas. Siempre me has dicho eso. —Rio, natural—. De hecho, recuerdo perfectamente el momento en el que me lo dijiste. Fue el mismo día que nos conocimos. ¿Te acuerdas?

De viento y huesos

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