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INTRODUCCION
ОглавлениеCirilo Villaverde nació el 28 de octubre de 1812 en el ingenio Santiago, cercano al pueblo de San Diego de Núñez (Pinar del Río). Su padre era médico del ingenio y en ese medio pasó sus primeros años.
En 1823 vino a La Habana, donde cursó estudios de pintura, filosofía y derecho. Se recibió de Bachiller en Leyes en 1832, pero apenas ejerció esta profesión. Sus principales actividades fueron la enseñanza y el periodismo.
Trabajó como maestro en los colegios Buenavista y Real Cubano de la capital y La Empresa de Matanzas. Publicó para uso de las escuelas un Compendio geográfico de la isla de Cuba (1845), El librito de cuentos y las conversaciones (1847) y El librito de los cuentos (1857).
Su obra es extensa y variada como periodista y literato. Colaboró en las principales publicaciones de la época.
Dio a conocer sus primeras narraciones—El ave muerta, La peña blanca, El perjurio y La cueva de Taganana—en Miscelánea de Útil y Agradable Recreo (1837) y en El Album, Engañar con la verdad, El espetón de oro y la primera parte de Excursión a Vuelta Abajo, todas en 1838. La Cartera Cubana insertó en su sección de folletines Amores y contratiempos de un guajiro y Una cruz negra, en 1839. La Siempreviva en ese mismo año publicó la primera versión de Cecilia Valdés o La loma del Ángel.
Mientras desempeñaba su cátedra en el colegio La Empresa comenzó a escribir para Faro Industrial de La Habana. De regreso a la capital, fue uno de sus principales redactores y condueño junto a Bachiller y Morales. En este diario aparecieron entre 1842 y 1847 la segunda parte de Excursión a Vuelta Abajo (1842), El guajiro (1842), La peineta calada (1843), Dos amores (1843), El penitente (1844), La tejedora de sombreros de Yarey (1844-45) y otras de menor importancia, así como multitud de notas, crónicas y artículos de crítica literaria y de costumbres calzados con su nombre o con los seudónimos de Sansueña, Yo, El ambulante del oeste, Lola de la Habana y otros.
Villaverde, defensor de los ideales independentistas, participó como propagandista activísimo en la conspiración de La Mina de la Rosa Cubana de 1848. Al ser descubierta la misma por delación de un conjurado fue apresado en La Habana y condenado primero a muerte «en garrote vil» y más tarde a diez años de prisión. Escapó el 31 de marzo de 1849 con otros presos y escondido en la bodega de una goleta costera, llegó a los Estados Unidos.
En Norteamérica continuó luchando por sus principios políticos. Fue en Nueva York secretario de Narciso López, a quien conocía desde 1846, y redactor en jefe de La verdad. Publicó en Nueva Orleans entre 1853 y 1854 el periódico El independiente, etc.
Se trasladó a Filadelfia en 1854, donde vivió como profesor de español y contrajo matrimonio con Emilia Casanova, una destacada activista de la independencia cubana.
Regresó a La Habana en 1858, acogido a la amnistía. Aquí trabajó al frente de la imprenta La Antilla, que publicara algunas obras de interés para nuestras letras, como los artículos de costumbres de Anselmo Suárez y Romero, y colaboró en el periódico literario La Habana en compañía de Sterling y Calcagno, con importantes juicios críticos sobre Betancourt y otros contemporáneos. Volvió poco después a Nueva York, donde continuó sus labores de maestro y periodista. Fue entonces redactor de La América (1861-62), La Ilustración Americana (1865-1869), El Espejo y El Avisador Hispanoamericano. En 1864 fundó con su mujer un colegio en Wechawken. Durante esta segunda estancia en los Estados Unidos continuó luchando por la independencia de Cuba, como muchos otros cubanos de su tiempo. Sólo regresó a la Isla en 1888 por dos semanas.
Murió en Nueva York el 20 de octubre de 1894. Su figura al morir contaba con la admiración y el reconocimiento de sus contemporáneos por su doble condición de patriota y novelista.
La novela que consolidó su fama literaria fue Cecilia Valdés o La loma del Ángel, publicada en su forma definitiva en Nueva York en 1882. Ninguna de sus obras anteriores respondió a empeño tan elevado ni despertó como ésta el entusiasmo del público y la crítica. En ella Villaverde recoge el panorama de la vida cubana desde 1812 hasta 1831. Muestra sus categorías políticas, sociales y económicas y las terribles lacras que padecían. La obra, con sus clases poderosas y sus clases oprimidas, con sus funcionarios venales y su burguesía indolente, con sus mulatos discriminados y sus negros esclavos, con sus familias enriquecidas por el régimen esclavista y sus aristócratas de blasones comprados a la decrépita monarquía española, sirve de esclarecedor prólogo a nuestra historia republicana.
El ambiente de esta época colonial, trasladado con amplitud y minuciosidad a las abundosas páginas del libro, es lo decisivo en la obra, lo que determina su vigencia en la apreciación de los críticos. Porque Cecilia Valdés está muy lejos de ser una obra perfecta. El autor explica en el prólogo su proceso de creación; proceso que indudablemente resintió el saldo final del trabajo. El asunto central—drama de amor, celos, venganza y muerte—apenas difiere de los usuales en los folletines de la época; los personajes en su mayoría no trascienden de los rasgos externos; la acción es desarticulada y digresiva, hurtada a la historia y los personajes principales por criaturas y sucesos de menor cuantía; el estilo, híbrido, plagado de debilidades románticas entre las que alborean atisbos realistas; el lenguaje, oscilante entre el arcaísmo más rebuscando y el espontáneo giro popular nuestro; el desenlace, atropellado, en contradicción con las dimensiones de la narración.
Pero Cecilia Valdés es en nuestra historia literaria, a pesar de esas abundantes y graves deficiencias, la mejor creación novelística del siglo XIX.
Muchos cubanos de hoy la conocen a través de la adaptación teatral de Agustín Rodríguez y José Sánchez Arcilla, musicalizada admirablemente por Gonzalo Roig; versión que necesariamente fue vertebrada con la historia de los protagonistas. Despojado del lujo descriptivo de su ambiente, el asunto resulta endeble y melodramático. Esta aplaudida adaptación confirma que lo fundamental en Cecilia Valdés es el ambiente. Su costumbrismo, de vigorosa indagación política, social y económica, es el que atenúa sus defectos y sitúa a la obra en las puertas de la novelística realista.
A LAS CUBANAS
Lejos de Cuba y sin esperanza de volver a ver su sol, sus flores, ni sus palmas, ¿a quién, sino a vosotras, caras paisanas, reflejo del lado más bello de la patria, pudiera consagrar, con más justicia, estas tristes páginas?
El autor