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4. El MSTM para sus contemporáneos
ОглавлениеBuena parte del material disponible para el abordaje del tema que nos ocupa es contemporáneo a los hechos y se caracteriza por el despliegue de interpretaciones maniqueístas que “condenan” o “absuelven” al MSTM frente a situaciones cuyo desarrollo aún estaba aconteciendo. Ambas posiciones corresponden a personas ligadas ideológica e institucionalmente a la Iglesia. Entre ellas predominan los escritos interesados en discutir cuestiones de carácter teológico, en explicar el fracaso del MSTM a raíz de la imposibilidad de compatibilizar lo religioso y lo político, o bien en juzgar el grado de heteronomía de aquel movimiento con relación a las posiciones más tradicionales mantenidas por la Iglesia Católica. Además de quedar circunscriptas a una cosmovisión católica, no llegan a considerar las condiciones histórico-sociales que hicieron posible la irrupción del MSTM.
Entre los trabajos manifiestamente contrarios al tercermundismo, se destaca el muy difundido libro de Carlos Sacheri La Iglesia clandestina. Para este autor –de gran influencia entre los sectores del nacionalismo católico y militar–, “el tercermundismo configura una «Iglesia paralela» que intenta instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución social de inspiración marxista […] y sin duda alguna, el movimiento subversivo más peligroso de esa índole en la Argentina” (Sacheri, 1970: 8).
La aparición de grupos definidos como “seudoproféticos”, tras la renovación conciliar, es explicada como una prolongación de las herejías históricas asociadas a la modernidad. Así, Vaticano II y Medellín, lejos de ser vistos como novedades doctrinarias, expresarían la infiltración marxista en la Iglesia, interpretación compartida en general por los católicos integristas refractarios a los cambios conciliares e inscriptos en corrientes europeas afines. El libro de Sacheri no abandona nunca el tono de denuncia, ni la visión conspirativa. Los abundantes datos que brinda no son convincentes para tornar sostenibles la mayor parte de sus acusaciones. Incita al laicado a tomar conciencia del “peligro” de la difusión del mensaje tercermundista y a asumir una función más activa apoyando a los obispos a reinstaurar su autoridad y aislar al MSTM para salvar así la unidad de la “verdadera” Iglesia.
También dentro de un enfoque adverso al MSTM se ubica la obra del obispo y rector de la UCA Octavio Derisi La Iglesia y el orden temporal, donde se propone analizar las normativas del Magisterio, reafirmando aquellos principios que sectores como el MSTM –es evidente que se refiere a ellos, aunque no los nombra– estaban desvirtuando en sus lecturas y en sus prácticas. En suma, su crítica apunta a rescatar la ortodoxia teológica.
La perspectiva antitercermundista se alimentó también de una serie de artículos periodísticos de diarios y revistas, en el marco de una coyuntura difícil para el MSTM, después del asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu,3 dado que uno de sus miembros –el padre Alberto Carbone– fue detenido, acusado de estar vinculado a la agrupación Montoneros. En efecto, entre junio de 1970 y agosto de ese mismo año, es notable la proliferación de noticias y artículos preferentemente adversos al MSTM. Francisco de Paula Oliva (1970: 41-43) analiza cualitativa y cuantitativamente el alcance de esta campaña orquestada contra el MSTM. Según este autor, “la «alimentación» para los ataques contra el Movimiento del Tercer Mundo provino de elementos extraperiodísticos, y que, también en esta ocasión, la Capital Federal fue quien llevó la iniciativa, actuando el resto del país como un buen resonador de las conferencias, declaraciones o hechos que se daban en Buenos Aires […] la prensa tuvo una ausencia notable de editoriales, y se limitó a presentar o a glosar declaraciones, conferencias, etc., contrarias, en un estilo periodístico híbrido de información y periodismo de opinión, que al desvirtuar parcialmente la verdad objetiva hace a esta misma prensa nacional cómplice en el ataque”. El diario La Razón fue el que mayor cantidad de noticias y comentarios desfavorables al MSTM publicó durante el período señalado, al igual que el diario Nueva Provincia de Bahía Blanca. En los primeros años de la década de 1970 circulaba, también, una serie de publicaciones anónimas y folletos de tono claramente militante y denuncialista que respondían al catolicismo integrista: Cura Brochero, Macabeos del Siglo XX, La Contrarreforma Católica, La Hostería Volante. Se caracterizaban por incitar al escándalo y publicar listas de “infiltrados marxistas” en la Iglesia. Por ejemplo, en Cura Brochero se expresaba esta idea acerca del MSTM: “Los tercermundistas argentinos son un grupo revolucionario de neto corte marxista disfrazados de eclesiásticos, que usan a la Iglesia –como lo dice el padre Vernazza– para arrastrar pueblos a la órbita de Marx y Lenin”.4
Por último, dentro de esta estas posiciones condenatorias podemos mencionar a los presbíteros Leonardo Castellani y Julio Meinvielle, quienes reúnen la paradójica situación de ser figuras influyentes y respetadas como formadores de algunos de los sacerdotes tercermundistas a los que, sin embargo, criticaron duramente desde distintas tribunas y breves artículos. De ellos merece citarse el texto de Castellani (1970: 5-6) “Tercer Mundo”, donde despliega su conocida argumentación antimodernista contra uno de los principales referentes teológicos de los estos sacerdotes, su exalumno Lucio Gera. Por su parte, la intervención de Meinvielle, en su alegato acusatorio contra el MSTM en la reunión del clero de Buenos Aires de 1971, denunció las desviaciones y la equívoca interpretación que el MSTM hacía de la Doctrina Social de la Iglesia, la incitación a la destrucción de la propiedad privada y el impulso de un socialismo de tipo yugoslavo.5
Desde una perspectiva favorable al MSTM, podemos citar algunas publicaciones entre las que se destaca la revista Cristianismo y Revolución (1966-1971), dirigida por Juan García Elorrio, que comenzó a aparecer en el mismo año del golpe de Juan Carlos Onganía. Sostuvo un diálogo intenso con varios miembros del MSTM, cuyas reflexiones eran publicadas con frecuencia, aunque ciertamente el lenguaje de Cristianismo y Revolución excedía la perspectiva predominante en el MSTM con respecto a los debates sobre la legitimidad de la violencia revolucionaria.
Entre los escritos contemporáneos a la actuación del MSTM, son escasos los análisis que intentaron un posicionamiento menos sectario y crítico frente al ideologismo exacerbado que invadía, también, el universo cultural católico, y que invitaran a restablecer el diálogo entre aquellos sectores en disputa. Dentro de esta línea, encontramos a monseñor Osvaldo Musto (1975) que en su libro Tercer Mundo pretende realizar un balance “desapasionado” al hacer mención a “los aspectos positivos” y los “aspectos negativos” del MSTM. Entre los primeros, destaca que el MSTM ha sido un “despertador de conciencias”, recordando a los cristianos su compromiso social orientado principalmente hacia los más débiles y los más pobres. Contrariamente a la acusación de Sacheri –a quien contesta explícitamente–, dice que los sacerdotes tercermundistas no son marxistas ni pretenden una “Iglesia paralela” y cismática, así como tampoco son incitadores de la violencia. Sí observa en ellos la utilización de un vocabulario impreciso, en el que cierta terminología debía –en su opinión– ser mejor explicada para evitar confusiones acerca de sus verdaderas intenciones. Asimismo, aunque valora positivamente el rol profético de la función sacerdotal asumida por el MSTM, advierte sobre el riesgo de pronunciarse políticamente en apoyo de partido político alguno ni de ningún sistema sociopolítico en particular. Por último, enfatiza en la inconveniencia de las duras críticas hechas por el MSTM a la jerarquía eclesiástica al juzgarlas contrarias al mensaje de Cristo en pos de la unidad de la Iglesia.
Por su parte, el sacerdote jesuita Enrique Laje, desde la revista Estudios, también invitaba a reflexionar acerca de las transformaciones que estaban produciéndose en la Iglesia a partir del Concilio e introducía una lectura crítica sobre las acciones del MSTM que contrariaban la unidad de la institución. Uno de los problemas centrales que se evidenciaban en la Iglesia era el de la relación entre el ministerio jerárquico y el profetismo. Sin embargo, los propios documentos conciliares demuestran –a su criterio– que no hay oposición dialéctica entre ellos, sino más bien “complementación dentro de la unidad de la Iglesia”. Acaso, “¿puede ser un buen profeta el sacerdote que aparta a los fieles de la comunión con su obispo, aunque este sea preconciliar? O ¿el obispo que no escucha a su clero (Lumen gentium, Nº 27,3) o que obra como si no hubiera habido un concilio?” (Laje, 1970a: 17-20). Por último, se enfatizaba en el deber cristiano de buscar el bien común, pero dicha búsqueda solo podía llevarse a cabo sobre la base del diálogo y la obediencia, ante lo cual era necesaria la subordinación pues la decisión última corresponde “siempre a la autoridad legítima”. Al referirse específicamente a la polémica del MSTM y la Comisión Permanente del Episcopado, tras analizar los preceptos del Magisterio sobre la relación Iglesia-Estado y la cuestión de la propiedad privada, concluye que “no se puede identificar el Evangelio con ningún sistema, partido o movimiento político; tampoco es propio del sacerdote como sacerdote actuar en, o comprometerse con, ningún partido, sistema o movimiento político, aunque estos se inspiren en principios cristianos. Esta acción y este compromiso son propios del ciudadano y no del sacerdote” (14-19).
Pensamos que este tipo de lecturas fueron consideradas por los actores involucrados como demasiado tibias, o débilmente comprometidas en un contexto donde la lógica de la guerra había invadido también el campo católico a través de sus múltiples vasos comunicantes con la sociedad y la política.