Читать книгу La constelación tercermundista - Claudia Touris - Страница 14
1. Los católicos y la política después de la “revolución libertadora”
ОглавлениеEl 16 de septiembre de 1955, un alzamiento militar iniciado en Córdoba bajo la dirección del general Eduardo Lonardi y al que se sumó íntegramente la Marina de Guerra derrocó al desgastado gobierno de Juan D. Perón. Este firmó su renuncia y se embarcó hacia el país vecino de Paraguay, dando comienzo a su prolongado exilio.
El protagonismo de los civiles se exhibió en los grandes centros urbanos, donde desataron su euforia sobre todo los sectores medios, como en el caso de Córdoba, desfilando junto a los militares triunfantes. Comandos civiles católicos, radicales, socialistas y demócratas enarbolaron sus estandartes de la Virgen de la Merced, de Domingo F. Sarmiento o de Hipólito Yrigoyen, según fuera su adscripción política o religiosa.
El 23 de septiembre Lonardi arribó a la Capital Federal para asumir el cargo de presidente provisional de la Nación. El avión militar que lo transportó desde su Córdoba natal tenía en su fuselaje la inscripción “Cristo vence”. Recién al pisar suelo porteño conoció a quien lo acompañaría en el cargo como vicepresidente, el contraalmirante Isaac Rojas.
La propuesta de pacificación nacional enunciada por el general Lonardi bajo el lema “Ni vencedores ni vencidos” demostraba –según Tulio Halperín Donghi (1991: 92-93; 1994)– una cuota de realismo ante el grave problema que debería enfrentar la revolución. Se trataba de dar solución a una cuestión de larga data en los vaivenes que el camino de la democracia había instalado en la política argentina del siglo XX. El peronismo había reeditado el conflicto entre dos legitimidades contrapuestas, que se había abierto desde la puesta en marcha de la primera democracia radical y que se había redefinido y perpetuado con nuevos actores.
Sin embargo, el estilo personalista que Lonardi intentó dar a su gestión no se correspondía con su falta de liderazgo dentro de las Fuerzas Armadas, no solo por el hecho de que era un militar retirado, sino porque el triunfo revolucionario había sido posible por la participación de la Marina. Además de advertirse rápidamente fuertes discrepancias entre el Ejército y la Marina acerca de la política a impulsar tras los hechos del 16 de septiembre, existían incluso en la primera de las fuerzas otras figuras relevantes además de Lonardi. Eran ellos los generales Pedro E. Aramburu, Julio Lagos y Arturo Osorio Arana (Potash, 1983; Spinelli, 2005).
A menos de dos meses de haber asumido el gobierno, el general Lonardi fue desplazado el 13 de noviembre de 1955, dando lugar a la asunción de la dupla de Aramburu (nuevo presidente) y Rojas, quien continuó en el cargo de vicepresidente. El proyecto de pacificación dio paso a otro más decidido de “desperonización”, defendido por los adversarios internos de Lonardi.
La interpretación historiográfica más repetida es la referida a dos líneas dentro de la “revolución libertadora”: la católico-nacionalista (Lonardi) y la liberal (Aramburu-Rojas).3 Una lectura más renovada y rigurosa a la hora de caracterizar la heterogeneidad del frente antiperonista en la sociedad, en el plano de los partidos políticos y del gobierno es la de María Estela Spinelli (2005: 54), quien indaga los alcances de la coalición antiperonista, sus disyunciones internas y el fracaso de su proyecto político:
Hubo, si se quiere, un acuerdo inicial de intolerancia hacia el gobierno peronista que había perseguido a la oposición, atacado los valores culturales de la clase media, cultivado un estilo transgresor que se consideró reñido con la moral, la austeridad republicana y la respetabilidad digna de la clase política. A ello se sumaba el rechazo a la vocación hegemónica del peronismo que premiaba y exigía la lealtad, y condenaba el derecho de discrepar.
El rechazo al modelo político-social igualitarista del peronismo y particularmente a Juan Domingo Perón fue unánime entre los sectores que adhirieron a la “revolución liberadora”. Este acuerdo constituyó el carácter distintivo del antiperonismo, su definición por el opuesto.
La “revolución libertadora” planteó, pues, a la sociedad argentina la paradoja de que invocando la democracia devaluada por las prácticas políticas del peronismo debió apoyarse en el “pacto de proscripción” de esa fuerza política. Este fenómeno contribuyó a configurar un sistema político semidemocrático en el que los únicos partidos reconocidos como legítimos eran los antiperonistas. Por su parte, la población que adhería al peronismo –y cuyo porcentaje oscilaba entre un tercio y la mitad– resultó excluida del juego político posterior a 1955.
¿Qué hacer con el peronismo? Tal fue el interrogante central de los debates que se desplegaron en los ámbitos políticos, intelectuales y militares que pugnaban por gobernar el país o bien definir qué trayectos debían seguirse para hacerlo con éxito. Junto con él se retomaba la cuestión que había empezado a discutirse durante la segunda presidencia de Perón y que, una vez derrocado este, retornó con más vigor: ¿qué camino debía tomar el capitalismo argentino?4 Tales dilemas se desarrollaron en un período prolongado, en el que el rasgo más persistente fue el de la inestabilidad política que afectó a los gobiernos civiles y militares que se alternaron en el ejercicio del poder entre 1955 y 1983. Esta situación ha llevado a algunos especialistas a proponer explicaciones estructurales que enfatizan en la idea de que lo que prevaleció en la sociedad argentina durante dicha etapa, o al menos hasta 1976, fue una situación de equilibrio relativamente parejo entre fuerzas sociales antagónicas. Como resultado de ello, tales fuerzas se mostrarían capaces de bloquear los proyectos políticos de sus adversarios, pero serían incapaces de imponer los suyos. Estos enfoques sintetizados en los conceptos “empate social” o “empate hegemónico” son los utilizados por Juan Carlos Portantiero (1973) y Guillermo O’Donnell (1986). Otras perspectivas, como la de Marcelo Cavarozzi (1992), prefieren, en cambio, hablar de “equilibrio dinámico” al concebir lo político como una esfera con mayor autonomía y con una dinámica propia, más que como un mero reflejo de factores estructurales. Este último autor propone también una periodización que caracteriza la etapa 1955-1966, en la que se inscribe el análisis de este capítulo, como un período de gobiernos débiles. De este complejo escenario, nos interesa subrayar la centralidad que hacia el período 1955-1958 tuvo la cuestión de la proscripción del peronismo en el nuevo orden político, indisolublemente asociada a la concepción misma de democracia.
¿De qué manera se ubicaron los católicos frente a esta cuestión? ¿Cuáles fueron los temas de discusión más álgidos y en qué aspectos se evidenciaron nuevas diferencias internas?
Aun cuando los católicos se ubicaran después de la “revolución libertadora” dentro de las filas del antiperonismo, hemos de advertir importantes diferencias acerca del rol que pretendieron jugar a partir de allí en el orden político. Y también acerca de los matices en torno a la fuerza de su visión crítica respecto del peronismo.
María Estella Spinelli (2005: 55-56) distingue tres grandes posiciones dentro del antiperonismo: tolerante, radicalizado y optimista. El antiperonismo “tolerante” reconoció como legítima la base popular de apoyo de este partido, estuvo dispuesto a aceptar su existencia objetiva como fuerza política y tendió a asimilarlo al sistema. Por el contrario, el antiperonismo radicalizado consideró a Perón y al peronismo en sí mismo como un fenómeno anómalo y una forma de psicosis colectiva que, como los regímenes totalitarios de Hitler y Mussolini, habían corrompido el orden político y social imponiendo una “dictadura de la mayoría”. Según esta lectura, la única solución posible era la depuración, razón por la cual debía alternarse la represión y la reeducación de la sociedad, además de proponer un nuevo orden político y una reforma constitucional que rescatara la institucionalidad republicana mancillada. En cuanto al antiperonismo optimista, se encarnaba en la posición de la UCR del Pueblo (UCRP) que consideraba al peronismo como un fenómeno que iba a desaparecer. Aunque las tres posiciones coincidían en la política de desperonización, discrepaban sobre los métodos, lo cual introdujo una nueva disyunción a la ya existente entre peronismo y antiperonismo.
Dentro del peronismo “tolerante” se inscribieron las distintas fracciones del nacionalismo que se organizaron como partidos en esta coyuntura, el Partido Demócrata Conservador Popular, sectores del Partido Comunista y parte del radicalismo intransigente (UCRI). Por su parte, dentro del antiperonismo radicalizado se ubicaron el Partido Demócrata Progresista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata y el Partido Demócrata Cristiano.
En lo que se refiere estrictamente a la posición de los católicos, se desprende que los alineamientos no pueden explicarse meramente a partir de la tradicional división entre católicos liberales y católicos nacionalistas, ya que dentro de este último grupo no existió una posición compacta. Mientras algunas figuras del nacionalismo adhirieron al antiperonismo “tolerante” junto con los católicos sociales, los grupos tradicionalistas e integristas suscribieron al antiperonismo radicalizado, coincidiendo paradójicamente con los católicos liberales. Por último, como veremos luego, aun los propios demócratas cristianos fueron modificando sus posturas en la medida en que surgieron líneas internas que cuestionaron el antiperonismo recalcitrante de la línea fundadora del partido.
Según Marysa Navarro Gerassi (1968: 211), fue el deterioro de las relaciones con la Iglesia y el proyecto de concesión petrolera a capitales norteamericanos el punto de inflexión que determinó el pase de los nacionalistas al frente antiperonista. Sin embargo, más que la ausencia de un antiperonismo categórico, lo que más cuestionaban los católicos antiperonistas a figuras como Mario Amadeo –un conspicuo nacionalista– eran sus antiguas simpatías pro-Eje. Ni su activismo en los cuarteles donde tenía aceitados contactos, ni la cárcel que padeciera al momento de estallar la revolución, ni tampoco escritos posteriores a los hechos suprimieron la persistente desconfianza de quienes, en cambio, se sentían con mayor autoridad a la hora de mostrar sus credenciales favorables a la causa de la libertad y para quienes también el factor religioso era más definitorio que el político.5 Aun así, dicho activismo y participación en los acontecimientos revolucionarios les permitieron ocupar un lugar destacado en el gabinete ministerial del general Lonardi. Entre todos sus colaboradores sobresalió Clemente Villada Achával, cuñado del presidente y fundador de la Unión Federal Demócrata Cristiana (UFDC) en Córdoba. Mario Amadeo y Juan Carlos Goyeneche fueron designados en las áreas de relaciones exteriores y en la Secretaría de Prensa y Actividades Culturales, respectivamente. Por su parte, Atilio Dell’Oro Maini obtuvo la cartera de Educación, en la cual permanecería un tiempo más, a diferencia de los casos anteriores, cuestionados desde el principio por la línea liberal de la revolución.
Hacia mediados de noviembre de 1955, se tornó inviable la propuesta lonardista de compatibilizar pacificación y desperonización. Su negativa a compartir el gobierno con las Fuerzas Armadas y dar cabida a los partidos políticos antiperonistas selló su suerte. La línea “tolerante” dejaba paso a la “radicalizada” de Aramburu y Rojas, quienes manifestaron desde el comienzo su voluntad política de desmontar las supervivencias de lo que denominaban el “aparato totalitario”.6 El mayor protagonismo que tuvieron los partidos políticos antiperonistas en la Junta Consultiva Nacional (inaugurada el 11 de noviembre de 1955), la derogación de la Constitución de 1949 y la restauración de la Constitución de 1853 marcaron la impronta de esta nueva etapa caracterizada por la búsqueda de una normalización institucional basada en una concepción restrictiva de la república.
Veremos cómo distintos actores del campo católico –jerarquía, notables, clero y laicos de distintas corrientes– afrontaron y se fueron definiendo frente a este proceso que los interpelaba.
Grafiti peronista de fuerte tono anticlerical posterior al golpe militar de 1955. Archivo del CIAS, Colección Meisegeier.