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2. El catolicismo tercermundista como resurgimiento del “cristianismo peronista”

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Hacia 1972, la situación del catolicismo argentino era bien diferente de lo observado en 1955. No solo un gran sector de la juventud católica convertida al peronismo de izquierda se movilizó tras la consigna “Luche y vuelve”, sino que también numerosas agrupaciones de laicos y sacerdotes aportaron cuadros y dirigentes a esa facción e incluso algunos a las organizaciones armadas. ¿Cómo se produjo pues esta “peronización” de los cuadros católicos?

Se trató de un proceso complejo en el que intervinieron distintas causas e influencias. En primer término, podría decirse que los grupos de la Iglesia Católica no fueron una excepción al itinerario político del resto de la sociedad, por lo cual el clero, las religiosas y la juventud católica también se sintieron interpelados por el proceso de nacionalización y radicalización de los sectores medios y estudiantiles que los empujaban a sumarse a la escena política.

En segundo término, deben citarse las transformaciones operadas en el interior de la Iglesia universal a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), y en la Iglesia latinoamericana, a partir de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968). A diferencia de lo que aconteció en los países centrales, el posconcilio latinoamericano estaría más inclinado a limitar los alcances de la reforma secularizadora que se propuso inicialmente la Iglesia renovada de los años 60.

La preocupación del catolicismo tercermundista se fue centrando en la promoción de los sectores trabajadores, y a ellos se orientaron los campamentos de trabajo, los grupos misioneros, el trabajo social en villas de emergencia, etc. Grupos de laicos autónomos del control de la jerarquía eclesiástica, equipos de reflexión, instituciones oficiales o semioficiales de la Iglesia, como la Juventud Obrera Católica (JOC), la Juventud Universitaria Católica (JUC), la Juventud Estudiantil Católica (JEC), el Movimiento Rural de la Acción Católica (MRAC) y grupos sacerdotales asesores de estas instituciones constituyeron los sectores más activos de este primer momento.

Sin embargo, es necesario aclarar que este “acercamiento a lo popular” no fue asumido de igual manera por todos los sectores de la Iglesia. Se trató fundamentalmente del compromiso que asumieron los sectores jóvenes del laicado, del clero y de un sector de las religiosas. La mayoría de la jerarquía, en cambio, se mantuvo ajena. Los conflictos suscitados en numerosas diócesis del país con posterioridad al Concilio entre obispos, presbíteros y laicos evidenciaron la actitud de unos y otros frente a estas transformaciones. La clave generacional es una variable fundamental para comprender la dinámica de estas disputas.

La única iniciativa episcopal de línea renovadora fue el Plan Nacional de Pastoral y el Documento de San Miguel (1969), en los que se expresaba el compromiso de la Iglesia a favor de los pobres, compromiso que fue sepultado al cambiar el eje de la dirección del Episcopado tras la asunción de monseñor Adolfo Tortolo, cercano al integrismo, en 1970.

Mientras en la primera etapa del posconcilio las mayores iniciativas se congregaron por el lado del laicado, hubo un segundo momento que se caracterizó por la radicalización ideológica y política de los cuadros eclesiales. Las agrupaciones laicas habían entrado en un proceso de crisis que causó la emigración de una parte considerable de sus cuadros hacia agrupaciones políticas, principalmente al peronismo. El protagonismo, en esta etapa, correspondería entonces al sector del clero nucleado en torno al MSTM surgido a fines de 1967. Mientras, como ya dijimos, predominó inicialmente en el movimiento una inclinación hacia gestos proféticos, que fueron reemplazados luego por opciones políticas más directas.

Entre 1970 y 1973, la posibilidad del retorno de Juan Domingo Perón también envolvió las discusiones en el seno del movimiento sacerdotal tercermundista. En el III Encuentro Nacional del MSTM (Santa Fe, 1970) la mayoría del movimiento comenzó a inclinarse por el peronismo, al que adheriría fervorosamente al regresar el líder. Sin embargo, dicha opción no era unánime puesto que dentro del movimiento podían identificarse cuatro posiciones ideológico-políticas: 1) una posición favorable al peronismo desde una perspectiva nacional-popular; 2) una posición también favorable al peronismo pero desde una perspectiva revolucionaria; 3) una posición contraria al peronismo por juzgarlo un freno para la revolución, y 4) una posición también contraria al peronismo (muy minoritaria) por mantenerse más fiel al espíritu religioso.

La “opción por el peronismo” expuso crudamente las tensiones existentes desde su origen en el MSTM. Lo que había podido contenerse ante la necesidad de confluir en un gran frente contra la “revolución argentina”, se convirtió en el disparador de su crisis final cuando el nuevo triunfo justicialista hizo imposible las posturas ambiguas. Dicha crisis estalló en el sexto y último encuentro nacional realizado en agosto de 1973 y llevó al MSTM a su virtual desaparición de la escena política. Continuaron, sí, las reuniones de sus miembros a nivel regional, pero ya no se emitirían documentos conjuntos.

Sin desconocer la relevancia que la cuestión del peronismo tuvo como desencadenante de la grave crisis que afectó al MSTM a partir de 1973 –de la que no se recuperaría–, sugerimos considerarla más bien como la superficie de una trama en la que se despliegan, se cruzan y se desprenden problemáticas que no se agotan en el tema de la opción política. Por otra parte, el desplazamiento –particularmente observable en el grupo de Buenos Aires– desde una postura inicial proclive al socialismo revolucionario, y finalmente hacia el peronismo nacional, no se produjo de manera lineal puesto que estas tendencias ya estaban presentes en el MSTM desde su nacimiento.

Indagaremos entonces qué condiciones históricas posibilitaron que el debate interno se centrara en la “opción por el peronismo” y que el sector que propiciaba esta definición apareciera como el mayoritario dentro del MSTM. Intentaremos demostrar que este proceso de peronización del catolicismo tercermundista fue posibilitado en buena medida por la apelación a una “afinidad electiva” latente, que el conflicto de 1955 había fracturado. Es decir que, tanto en sus ideas como en sus prácticas, el catolicismo tercermundista rescató aquellos elementos propios de una religiosidad menos rigorista e institucional que carismática, tal como el mismo Perón había alentado durante su experiencia gubernamental de 1946-1955. De ahí que, más allá de la habitual complacencia con la que Perón adulaba a sus eventuales interlocutores, buscara ganarse el apoyo de este sector del catolicismo. Ciertamente, aunque no estuviera ausente algún síntoma de escepticismo respecto de las intenciones políticas del líder, la fuerza de los acontecimientos forzó a los sacerdotes del Tercer Mundo a privilegiar su adhesión a un proyecto político que no había abandonado su aspiración a favorecer un clericalismo más arraigado en las directivas partidarias que en las de la doctrina católica.

La constelación tercermundista

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