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Capítulo 1
El momento de la jubilación
Una etapa delicada

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Cuando se ha sido fontanero, cirujano o periodista durante toda la vida, no resulta tan sencillo unirse a la gran cohorte de jubilados, una tribu que ya no tiene en cuenta su estatus precedente. En nuestra sociedad se tiende a asimilar a las personas con su profesión, a identificarlas por su oficio. La pérdida de una función social bien definida obliga a cada uno a volver a posicionarse: se pierden el poder y la gran familia que constituye el gremio de la profesión. Basta con oír hablar a los jubilados de su antiguo oficio, a menudo con orgullo, para valorar la aflicción que supone este parón en la actividad. Cuando este momento se vive en un clima de decepción y de frustración hacia la empresa, o cuando es más impuesto que planificado, las condiciones psicológicas no son muy favorables para encajarlo con serenidad. Por lo que respecta a quienes están demasiado implicados en su trabajo, sin desarrollar así otros focos de interés, no les resultará fácil verse inactivos de la noche a la mañana. Los largos días que se presentan, sin obligaciones precisas, pueden ser muy angustiosos cuando uno lleva más de cuarenta años levantándose a las siete para dirigirse a su trabajo. ¡Y ahora resulta que eso que nuestros padres han perseguido durante toda la vida ya no lo desean! En realidad, cada uno reacciona de manera diferente: algunos consideran este nuevo tiempo libre como un preciado tesoro, y lo aprovechan para salir, hacer deporte o inscribirse en todo tipo de asociaciones; otros se ahogan en un pozo de obligaciones asociativas. Hay incluso algunos jubilados de este tipo que declaran con satisfacción: «¡No tengo ni un minuto para mí! ¡Es aún peor que cuando trabajaba!». Estos últimos han asimilado bien los dictados de la sociedad que sólo valora al joven: ¡uno es joven mientras se mantiene activo! Y de la actividad a la sobreactividad no hay más que un paso. Puesto que la inactividad hace pensar en el aburrimiento y puede conllevar una imagen del paso de los años que produce rechazo, generalmente tras este frenesí por llenar la vida se esconden muchas angustias. Finalmente, otros jubilados viven esta nueva etapa bajo el sello del abatimiento. La adaptación real a esta nueva situación suele llevar un año largo. La fase de descompresión forma parte del proceso y muchas veces resulta necesaria para encontrar nuevos ritmos, nuevas costumbres, y para constituir nuevas relaciones. Los equilibrios de la vida son misteriosos, y ¿quién sabe cómo van a reaccionar nuestros padres ante una situación desconocida?

Cuando el carácter se vuelve difícil con la edad

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