Читать книгу Seguir la noche - Claudio Naranjo Vila - Страница 12
Al Poeta lo invade una agradable sensación de embriaguez, una marejada ardiente que se intensifica con cada vaso que llena. A ratos está ausente, ve al Estudiante y al Jote mover los labios sin emitir sonido. Piensa en cómo un tiempo pasado puede adquirir un aire actual con tanta facilidad; sin embargo, también considera que las palabras que nombran el ahora, a la larga, resultan forzosamente precarias o limitantes, pues van detrás de una imagen de lo real que siempre es escurridiza.
Оглавление—Murillo, te pregunté si recordabas el acto poético que hicieron en la plaza Yungay —dice el Estudiante.
—¿Qué? —El Poeta sale de su mutismo—. Ahh, me acuerdo de Parra, Cárdenas y Zurita. ¿Por qué?
—No sé, tengo sentimientos encontrados, como si hubieran querido mostrar que Valparaíso es una ciudad llena de arte.
—Un lugar es lo que hacemos de él.
—El Estudiante tiene razón. —El Jote mira a uno y a otro—. Si hubieran podido, te apuesto a que traen camionadas enteras de poetas para dejar en claro que esta sí que es una ciudad poética.
—A mí no me importa si unos tipos quieren poner plata para hacer actos así; de todos modos, sacamos algún provecho de eso —dice el Poeta—. Antes jamás hubo un espectáculo como ese, lo pasamos bien y toda la gente andaba como alucinada por las calles. En las librerías, esa semana y las siguientes se vendieron más libros de poesía que nunca. A mí, por lo menos, me fue muy bien en los bares con mis libros.
—Sí, puede ser cierto, pero hay algo sospechoso en todo eso. —El Estudiante luce contrariado, pero no sabe cómo continuar.
Sin aviso previo, unas chicas se acercan a la mesa, ríen fuerte y bromean con el Estudiante, mientras lo abrazan y preguntan dónde tenía guardados a sus amigos, ya que no los conocían. Las chicas dicen que se han conseguido unas entradas para La Piedra Feliz, irán a tomar algo a su casa y piden que después se deje caer con sus amigos, para que vayan juntos; la chica que habla asiente de forma insistente con la cabeza. El Jote sonríe y, a su vez, asiente, mientras el Poeta no mueve ni una pestaña.
Tal como llegaron, las chicas se van con su ruido de carro alegórico de carnaval, aunque una de ellas regresa para decirle al Estudiante que hoy le toca lavar los platos, ya casi tocan el techo, y no puede ir a ninguna parte sin cumplir con su turno. El Estudiante vive con sus amigas en una de las casas del Paseo Atkinson, es cosa de salir del Hotel Brighton y caminar unos cuantos pasos para llegar.
—A todo esto, ¿qué vas a hacer esta noche? —le pregunta al Poeta.
—Tengo que juntarme con Mila.
—¿La vampira calva? ¿Por qué querías que te presentara a alguien si estabas ocupado?
—No es calva, está rapada. Y no soy yo quien anda en plan de conquista, sino el Jote. Pero está bien, es probable que ya no siga con ella.
—Te decía por La Piedra Feliz.
—¿Ese lugar que parece un karaoke de Viña?
—No es tan malo, hay bossa nova en vivo y unas chicas de miedo.
—Y los tragos más caros del puerto.
—¿Por qué primero no vamos a comer algo por ahí?
—¿Mientras las chicas se arreglan? —pregunta el Jote.
—Mientras las infantas se aplican sus afeites y se encorsetan. —El Estudiante sonríe.
—Sí, pero esta vez invito yo —el Poeta deja su vaso vacío sobre la mesa—, para que no tengas la excusa de que se te acabó la plata y no vayas a clases.
—¿Saben? Mejor voy con las chicas, así resguardo nuestros intereses. —El Jote mira a su alrededor intentando ubicarlas.
—Como quieras. —El Estudiante no le dedica ni una mirada, preocupado en contar sus escasos billetes para pagar la cuenta.
El Poeta sabe que el Jote se irá cuando consiga lo que quiere (o cuando crea que no lo conseguirá) y no lo verán en muchas noches. Dice que escribe poesía, aunque jamás han leído nada suyo. A pesar de eso, critica de forma constante los textos de otros y nombra a escritores que nadie conoce, sospechan que los inventa para darse aire de mayor importancia. De todos modos, es un errante de la noche, uno de los tantos seres oscuros que se cruzan en el camino del Poeta y adquieren sentido propio a medida que transcurre la noche, emergiendo de las tinieblas donde permanecía oculto e indefinido.