Читать книгу Seguir la noche - Claudio Naranjo Vila - Страница 14

El casino social J. Cruz M. es un restaurante metido en un callejón al que se llega por la calle Condell. Cuenta la leyenda que, de todos los lugares en el puerto, es el que tiene las mejores chorrillanas, un gran plato compuesto por papas fritas, cebolla, huevo y carne mechada picada en pequeños trozos. Al Poeta a veces le gusta hacer de guía turístico y llevar a sus amigos a comer allí, para que se entretengan mirando las diversas vitrinas sin tener que hablar, sobre todo esta noche que no tiene ganas de pensar en algo ajeno a ella.

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Al entrar ven las colecciones de objetos antiguos colgando de las paredes y encerradas en vetustas estanterías, como llegar a un museo con olor a grasa. Las paredes y manteles han sido rayados por los innumerables visitantes, quienes deben compartir las largas mesas contiguas con desconocidos. El Poeta y el Estudiante se sientan en el extremo de una mesa, la otra punta está ocupada por un grupo que, por sus jockeys y cortavientos, no pueden ser más que turistas.

—A veces los amigos de las chicas vienen toda una semana a la casa y no puedo ni dormir, menos pensar en estudiar allí —el Estudiante aferra su vaso—, hasta que termino enojándome con ellas y las mando a la cresta. Cuando los chicos encuentran un lugar donde carretear, le dan duro. Antes yo era igual, en todo caso, cuando vivía en una pieza de pensión y no podía invitar a nadie.

El Poeta no habla, prefiere contemplar los objetos de las estanterías. Nunca les ha puesto demasiada atención, ahora quiere abarcarlos todos.

—¿Y qué pasó con Mila?

—Los estudiantes siempre andan buscando modos de evadir sus obligaciones.

—Suenas como un padre. ¿No quieres hablar del tema?

—Es una historia vieja en cuerpos nuevos, supongo.

—Si quieres no te pregunto más.

—Bueno.

—Nunca fueron tan cercanos tampoco.

—No vas a dejar de preguntar, ¿verdad?

—Verdad.

Encogiéndose de hombros y mirando los objetos que cuelgan de las paredes, el Poeta confiesa:

—Con Mila hemos estado juntos hace algún tiempo. —Piensa más bien en otra historia de su vida que se parece en algo a esta—. Ahora me dijo que tiene un hijo mío y no he podido encontrarla en varios días.

—¿Y eso es todo? —El Estudiante está muy serio—. Pensé que era algo grave.

—Es que no ha regresado a su casa, me tiene preocupado.

—Y para completar el dramatismo de la escena, ahí viene el pesado de Bavestrello… Mira, como yo lo veo —el Estudiante intenta poner fin al tema antes de que lleguen quienes se acercan a la mesa—, al desaparecer la mina te la pone fácil. Déjala ir, es mejor así.

—¡Ah, mira con quien nos encontramos! El Poeta Murillo, la crème de la crème de la bohemia porteña, acompañado por un miembro de su corte. —Bavestrello abre los brazos con una amplia sonrisa.

El Estudiante lo ha seguido con la vista, también a una chica que anda con él. Se levanta a saludarla, la conoce de otras noches. Entre el Poeta y Bavestrello existen rivalidades que no siempre terminan bien, lo considera un poeta menor, más dado al performance que a preocuparse por mejorar la calidad de su escritura.

—El Poeta Murillo, un auténtico mártir de la vida, rasguñando la piedra filosofal para obtener restos de la savia vital —vocifera Bavestrello de pie, llamando la atención de las personas de las otras mesas.

—No tengo nada de mártir. —El Poeta despega los ojos de los objetos—. Un mártir es alguien que moriría por defender sus ideas, yo quiero mucho mi vida para hacer eso.

—¿Por qué no se sientan? —El Estudiante separa un par de sillas de la mesa.

—¿Acaso no morirías por defender tu poesía? —Bavestrello toma asiento.

—No, no entregaría mi vida, no podría seguir escribiendo. —El Poeta mira a la chica que se ha sentado a su lado y sonríe—. Por dar un ejemplo, prefiero por lejos a alguien como Galilei, que a todos esos supuestos valientes que murieron chamuscados en la hoguera.

—¿Galileo Galilei? ¿Te refieres a él? ¿Ese que durante la Inquisición negó todo para que no lo mataran?

El Poeta pone atención a las palabras de la chica, pero sobre todo al abrigo entreabierto que deja ver una polera ajustada y unos senos prominentes y bien formados.

—El mismo. Han hablado muy mal de él al tomarlo como un cobarde, aunque en el fondo solo se desdijo ante el Tribunal de la Inquisición, pero siguió pensando igual.

—¿Y qué era eso tan malo que pensaba?

—Que la Tierra no era el centro del universo o un saco de plumas cae igual que una piedra, pero ¡qué importa todo eso! —dice Bavestrello—. El latero de Murillo nos ha llevado al tema de la Inquisición, no sé por qué.

—Porque dijiste que era un mártir. Verás —el Poeta habla hacia la chica, le ha gustado—, un mártir es alguien que permanece rígido frente a una idea y muere, en buenas cuentas, para probar que la verdad que tanto pregonaba era cierta. Un mártir, en el fondo, es alguien que desprecia la vida. La desprecia porque está dispuesto a morir para probar algo que necesita ser demostrado con la muerte. Y Galilei —la chica cada tanto asiente con la cabeza, el Poeta no le quita los ojos de encima—, al desmentir todo, besar la cruz y esas cosas, se mantuvo con vida y dejó la oportunidad para dar a conocer sus ideas cuando llegaran mejores tiempos.

—¡Entonces Galileo era un farsante… —Bavestrello se reincorpora en la silla, aunque siente que pierde estelaridad.

—¿Ustedes van a pedir algo? —El Estudiante lo mira—. A nosotros están por traernos una chorrillana y otras cervezas.

—… un mentiroso capaz de dar vuelta sus argumentos para salvar su pellejo! ¿Qué opina el Estudiante de todo esto?

—No quiero discutir con Murillo, me gusta escucharlo y ver cómo saca a los otros de sus casillas. —Sonríe.

—¿Ves? Esa es una actitud llena de vida y prudencia bien entendida de parte del Estudiante… —dice el Poeta a Bavestrello—, porque yo lo invité. El mártir habría tratado de imponer su verdad a costa de cualquier cosa, peleándose con todos hasta llegar a los golpes en caso de ser necesario, como si esa fuera la prueba de la verdad. ¿Suena a alguien conocido este cuento? ¿A algún destructor de templos originario de Galilea?

—Galileo y Galilea —dice la chica—, ¡qué cómico! Pero Galileo fue una persona y Galilea es un lugar.

—Gracias por establecer la relación, que no tiene nada de casual. Verás, el arquetipo de mártir es ese destructor de templos, templo que no era otro que él mismo. Puedo encontrarlo muy valioso y creador de toda una línea de pensamiento, pero se llevó la vida entera negando su existencia, dejándose matar precisamente para probar que lo que había dicho era verdad. Su misterio estaba en anunciar previamente lo que le iba a pasar… Y para completar tu relación entre los nombres, no sé cómo te llamas.

—Verónica. —La chica lo mira con una sonrisa y abriendo un poco los ojos.

—Verónica, Galileo es una persona, alguien vivo y dado a equivocarse, y Galilea es un lugar, algo estático que no ha cambiado de nombre por lo menos en dos mil años.

—Oye, Murillo —Bavestrello atrae la atención hacia él—, a propósito de nombres, ¿qué hay de ese rumor que circula por ahí? Dicen que Gabriel Murillo no es tu verdadero nombre.

—Y dime —el Poeta luce algo molesto al sacarlo del tema—, ¿a quién le importa si Pablo Neruda se llamaba Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto?

—Pero tú no eres Pablo Neruda.

—Tampoco soy Reyes Basoalto.

—¡Ah, así que es verdad, ese no es tu verdadero nombre! —Bavestrello parece un periodista gozando ante un golpe noticioso.

—No estoy afirmando ni negando nada. Cualquiera de nosotros puede ponerse el nombre que quiera y crear personajes a partir de nosotros mismos, como Pessoa. En parte para eso estamos, para mostrar la metamorfosis de la vida.

—Me parece, con todo lo que he escuchado —Bavestrello toma un pedazo de pan y lo unta en el ají—, que aprobarías la mentira, el darse vuelta la chaqueta para salvar el pellejo, ser otra persona en lugar de uno mismo. ¿Qué te pasa, Murillo? Pensé que eras más jugado, no una maldita rata cobarde escabulléndose por las rendijas del alcantarillado de las palabras.

—Una rata cobarde es alguien que aprovecha cualquier circunstancia para insultar a otro.

—¡Ah, miren! ¡Ahí vienen nuestras cervezas! —El Estudiante golpea la mesa con la palma de sus manos—. Pronto llegará la chorrillana. Es tu oportunidad para pedir algo, Bavestrello.

—¡Ah, sí! Queremos lo mismo que ellos. —Se dirige al mozo—. Y nos trae dos vasos más para acompañarlos mientras esperamos la comida.

—¿Qué pasa? ¿Por qué se quedaron tan serios? —Verónica mira a su alrededor.

—Lo que pasa es que Bavestrello me quiere mandar a la hoguera. —El Poeta sonríe.

—No necesito hacerlo, tú mismo pusiste la leña y estás prendiendo el fósforo.

—A propósito de fósforos, ¿me convidas un cigarrillo, Bavestrello? —dice el Estudiante.

—Oye, sí, Bavestrello, estás dando la lata. —Verónica pretende estar molesta—. ¿Pediste una chorrillana o no? Voy al baño, o terminaré por cambiarme a la chorrillana de tus amigos, que parece que la llevan más que tú.

—Como van las cosas, parece que el mártir será otro. —El Poeta también extrae un cigarrillo de la cajetilla.

—Por lo menos te sacó del mutismo en que estabas —dice el Estudiante.

—Ahora pongámonos serios y hablemos de chicas. —dice Bavestrello, mientras mira a Verónica alejarse hacia el baño.

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