Читать книгу Seguir la noche - Claudio Naranjo Vila - Страница 8

La olvidada imagen de ella cobra vida con cada paso que da hacia la noche. Ha salido del Cinzano y, con las manos en los bolsillos del abrigo, esquiva a la gente que camina por la calle Esmeralda. La interminable corrida de micros no permite descender de la vereda para adelantar al tropel de asalariados y estudiantes. Llega hasta el reloj Turri, toma el ascensor Concepción y una vez arriba, pasa por el Café Turri y luego dobla a la izquierda por la calle Papudo. Se adentra por el Paseo Atkinson, con sus bancos ocupados por parejas y turistas. Desde el mirador ve que algunas luces de las calles abajo están encendidas y el sol se ha marchado de la bahía.

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De pronto siente que alguien lo llama. Sentados en la terraza del Hotel Brighton, el Estudiante y el Jote hacen gestos con las manos para atrapar su mirada. El Poeta al final se da por aludido, pero luego los observa, sin decidirse a bajar las escaleras y llegar hasta la mesa, o darles la espalda y seguir contemplando la última luz del día que se desvanece. El Estudiante insiste, ahora haciendo la mímica de empinarse un vaso y el Poeta termina por ir a su encuentro.

—Murillo, ¿qué te habías hecho? —Se pone de pie y estrecha su mano.

—Vengo saliendo de la oficina. —El Poeta separa una silla de la mesa para sentarse.

—¡Sí, claro! El día que tú trabajes será el mismo que yo salga de la universidad. —El Estudiante le da palmadas en la espalda—. Llegaste justo ahora que nos íbamos a tomar algo.

—Pero este lugar es muy caro.

—¡Qué más da! Me llegó una platita de mi tía de Santiago. Deja contarte de dónde vengo.

Santiago, piensa el Poeta ahora que el Estudiante la ha nombrado, la ciudad que es como una muchacha etérea que no sabe seducir, no sabe mantener ningún amor, todos los regalos que le hacen los desecha y destruye, una muchacha cuya casa hecha de naipes se deshace con el viento. Así ve aquella ciudad efímera que derriban a cada rato para levantar nuevos edificios a la moda.

El Poeta saluda al Jote sin mirarlo a la cara. Sabe que si está aquí significa que quiere conseguir algo, solo es cosa de esperar a que aparezca lo que busca.

Los amigos se miran los unos a los otros en silencio durante un instante, como diciendo, bueno, aquí estamos una vez más. Aunque el Poeta tiene la oportunidad de hablar, ¿cómo decirle al Estudiante que ella anda por ahí? Jamás le ha contado sobre su pasado, una vida anterior donde no pudo ser lo que ansiaba. Si lo cuenta, entonces tendría que explicar que antes fue alguien distinto, casi como si se tratara de otra persona. Solo a Luna le ha dicho algo, pero lo adornó con una historia de amor para hacer llorar a cualquiera. No, no se lo confidenciará al Estudiante, que forma parte de la tribu de amigos que el Poeta llama los errantes de la noche, llegados o expulsados de otros lugares, al igual que él, eternos buscadores que encontraron refugio en Valparaíso y para quienes cualquier día es bueno para volver a empezar de las cenizas del ayer; los errantes que también cargan con una cantidad de historias de fracaso que es mejor callar y dejar en el olvido. Sí, es preferible seguir formando parte de estos seres sin pasado que viven en un eterno presente, que solo comparten aventuras actuales.

El Estudiante sonríe y cuenta que junto con la platita, su tía le envió un montón de libros de muchos autores que no conoce, tienen que juntarse en otro momento a hojearlos.

—Habías ofrecido unos tragos —dice el Poeta.

—Estoy llamando al mozo.

—Ese tipo prefiere a los turistas, dejan mejores propinas. —El Jote levanta un poco la voz, como queriendo que lo escuche.

—Te tengo que contar de una lectura de poesía de la que vengo. —El Estudiante deja una mano levantada para llamar al mozo—. ¿Quieres blanco o tinto?

—¿Para qué despreciar la hospitalidad? Tomemos una y después seguimos con la otra —responde el Jote.

—Decías algo de una lectura de poesía. —El Poeta lo mira con atención.

—¡Ah, sí! Resulta que los de la Facultad no me avisaron que en realidad era una peña en apoyo al paro de los estudiantes. Sabes cómo hablan esos tipos, de compañero para acá, compañero para allá, que este año nos dieron menos plata para el crédito fiscal que nunca y aquí nadie entra a clases hasta que todos entren gratis, compañero.

—¿Y qué hay de novedoso en eso? En la facultad donde estudió Luna también están en paro.

El Poeta vive con su amiga Luna. Lo llevó a su casa del cerro Bellavista al saber que gastaba el dinero que no tenía en una pensión. La casa es antigua, con un techo muy alto y varias piezas sin uso. Allí tiene un dormitorio con un gran ventanal que mira a la bahía. Tuvieron un romance, pero después se dieron cuenta de que no funcionaba y siguieron siendo amigos. Al Poeta le gusta tener amigas con quienes ha hecho de todo y no tiene que andar en plan de conquista, ni poniéndose celoso porque a veces estén con otros tipos.

—Sí, está bien el paro de estudiantes, pero ese no es el punto. Cuando llegué al restaurante en la playa Las Torpederas donde habían organizado el acto, alguien tocaba una canción de protesta acompañado por una guitarra y un bombo.

—Nada nuevo bajo el sol, así son los actos.

—Es que a mí no me gusta que no me avisen de qué se trata, después llego allá y resulta que mi poesía no tiene nada que ver con aquello. Bueno, de todos modos busqué algo para leer. Tenía ganas de hacer callar a esa turba de endemoniados que aprovechan la buena intención de unos cuantos dirigentes para ir a drogarse y quemar neumáticos.

—Te haces mala fama solo por el gusto de hacerlo.

El Poeta piensa que el Estudiante es como un niño grande, dispuesto a cometer cualquier travesura inofensiva para divertirse; además, le gusta escribir sobre temas contingentes en forma irónica. El Poeta no considera que eso sea poesía, pero es entretenido y, sobre todo, es su amigo y lo deja hacer sin criticarlo. “Qué más da —piensa—, ya lo ha dicho Nicanor Parra: ‘todo es poesía menos la poesía’ ”. Cada uno tiene su estilo, algunas veces han hecho recitales poéticos juntos y lo han pasado bien. Ahora la verdad es que no tiene ganas de escucharlo, sino de cobijarse en la creciente penumbra, apoyando su espalda en el respaldo de la silla y bebiendo de su vaso.

—¿Qué te pasa, Murillo? Estás tan callado.

—Sí. ¿Dónde está esa erudita manía tuya de interrumpir a cada rato para intercalar textos o poner notas al pie de la página? —agrega el Jote.

—Bueno —continúa el Estudiante, sin esperar respuesta—, la cosa es que entré al local y me encaminé hacia el claro entre las mesas que hacía de escenario. Esperé un rato a que terminaran de cantar y hablé con uno de los dirigentes, explicándole que yo era un POETA invitado al encuentro de POESÍA. Así me dijo el tipo que habló conmigo en el Proa, aunque a esas alturas tenía claro que no era como lo habían pintado. El tipo ni se inmutó y dijo que después del próximo discurso vendría mi turno. Me llevaron a un costado del escenario, pasándome un vaso de vino navegado. Escuché el aburrido discurso, vinieron los aplausos de rigor, me tomé al seco el vaso y esperé a que me anunciaran. Como nadie lo hizo, avancé hasta el micrófono.

—¿Qué me vas a contar ahora, Estudiante? Deja tomarme otro trago mejor —dice el Poeta.

—“No sé de protestas ni de grandes discursos —dije— solo sé que el poeta debe cantarle al amor y a la vida y estar con los que sufren”. Como a todos, me aplaudieron, algunos gritaron consignas políticas, siguieron con viva el compañero Neruda, los poetas son la voz del pueblo, la poesía es de quien la usa no de quien la escribe… Esperé a que terminaran esa seguidilla de lugares comunes para largarme a recitar.

—Me imagino que no leíste lo que esperaban, sino cualquier otra cosa, como un maldito dadaísta. Hablemos de otra cosa —dice el Jote.

—Pero espera, si estoy por terminar… Entonces, claro, me puse a recitar unos versos que se me ocurrieron en el momento, tú sabes, cargados a la rima y a la palabra crepúsculo. La gente no entendía, se quedaron congelados como esperando a que continuara, solo aplaudieron cuando el tal compañero dirigente se puso a hacerlo. “Bien por el compañero —dijo—, pero ahora nos va a recitar algo en apoyo al paro de los estudiantes. Vamos, compañero, danos tu palabra de apoyo al pueblo”. Entonces hice como que daba vuelta unas hojas y seguí con la rima y la onda romántica. ¡Ja, ja, ja! Fue muy cómico, debiste haber estado ahí.

—Sí, igual cómico. Oye, ¿qué pasa con las amigas que prometiste? —El Jote trata de llevar el tema hacia lo que le interesa.

—Tranquilo, ya van a aparecer. “Saquen a ese huevón fome”, decía alguien desde el público. “A este huevón lo mandó el rector para boicotear el paro”, decía otro. Empezaron a tirarme vasos de plástico y yo, muy serio, seguía recitando. En medio del bombardeo, hice una reverencia de agradecimiento lo más señor Corales posible, cuando en un abrir y cerrar de ojos patearon la puerta y entraron los pacos al restaurante, y quedó la embarrada: empujaron sillas, lanzaron bombas lacrimógenas, levantaron sus lumas para dejarlas caer sobre la gente, tironeándolas de la ropa para llevarlas a la micro apostada afuera.

—Entiendo, el espectáculo se dio vuelta del escenario hacia el público. —El tono del Jote es lánguido.

—No, no es eso. Los dirigentes, con el lema de que soldado que arranca sirve para otra guerra, abrieron las ventanas, saltaron hacia fuera y todos los siguieron, mojándose los pies en la playa. Sin saber qué hacer también salí, mientras la micro de pacos se ponía en marcha acechando al tropel de estudiantes que corría por la arena. De pronto me detuve creyendo que lo mejor era quedarse ahí mismo, las botas de los pacos cercarían a la masa de gente que iba hacia el roquerío donde terminaba la playa y desde allí no había escapatoria, tarde o temprano tendrían que volver atrás o salir al camino para seguir huyendo y los tomarían presos.

—Elemental, querido Watson —dice el Jote.

—Entonces me devolví, encaramándome por una de las ventanas del restaurante que había quedado desierto, y comí y bebí lo que quedaba mientras el alboroto se diluía. Cuando los pacos se fueron, tomé una micro y me vine con tranquilidad.

—Qué bonita historia, para contarla a los nietos algún día —responde el Jote.

—No, esa historia no se cuenta dos veces. Voy a ir a buscar a alguna de las chicas antes de que ustedes se aburran. —El Estudiante sale del local y se encamina hacia el Pasaje Atkinson.

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