Читать книгу Seguir la noche - Claudio Naranjo Vila - Страница 9

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A mi regreso del viaje me demoré en llamarte, Alejandra. Tuve numerosas visitas a las salas de venta, una rueda imparable de reuniones y el resto del tiempo Paula estaba todo el rato encima de mí. Fue una noche en que volví tarde de la oficina, había pasado a comprar comida china y Paula me decía que no quería comer cosas que no sabía cómo se preparaban, cuando sonó mi celular.

—Es para ti, una mujer —dijo ella, después de tomarlo antes de que yo pudiera alcanzarlo.

Lo dejó sobre la isla de la cocina y luego se cruzó de brazos, mirándome fijo.

—¿Aló?

—Hola, ¿cómo estás? —preguntaste.

—Bien.

—¿Cómo te fue en el viaje?

—Bien.

No fue por la presencia de Paula que apenas hablé, sino porque de pronto volvías a ser una persona extraña perdida en el pasado. Dijiste que te alegraba que me hubiera ido bien.

—Quiero que nos veamos.

—Bueno, así conversamos más largo.

—Te paso a buscar mañana. Dame la dirección. —Para mi sorpresa, dominabas la conversación.

Te dije dónde vivía, nos despedimos y luego colgué.

—¿Quién era?

—Una compañera de trabajo.

—¿Qué quería?

—Unos documentos.

—Y si trabaja contigo, ¿por qué le diste la dirección?

—Bueno… porque no trabaja en el mismo lugar.

—¿Y por qué no puede pasar a buscarlos a tu oficina?

—¡PORQUE NO! —grité para no tener que dar más explicaciones.

Luego di media vuelta, fui al living y saqué del improvisado bar, dentro de una caja de mudanza, la botella de whisky. Los envases de aluminio de la comida china quedaron esparcidos sobre la isla de la cocina sin que nadie los tocara. Llené un vaso y después me senté sobre una caja mirando hacia el ventanal, alternando la vista entre mi figura reflejada en él y las luces de los techos bajos de Ñuñoa. Habría preferido tener al frente las torres de la avenida El Bosque, pero nunca encontré un lugar en ese barrio y mientras esperaba arrendé el primero que le gustó a Paula. A veces pensaba que mi estadía en ese departamento era como la relación con ella: algo circunstancial que, a pesar mío, se prolongaba noche tras noche.

—¿No vas a venir a la cama?

—No tengo sueño, Paula.

—Pero tienes que ir a trabajar mañana.

—Mira, para esos comentarios mejor me voy a vivir con mis papás.

—¿No vivían fuera de Chile?

—Ese no es el punto.

—Bueno, como quieras. Veré una película y después me voy a dormir. Ah… y no vendré mañana, para que puedas estar tranquilo con tu amiguita de la oficina.

Paula, toda blanca de piel, cruzando rápido el living rumbo al dormitorio con su camisón transparentándose, insinuando un cuerpo esbelto de caderas estrechas que apenas latía debajo, tan parecido a su largo pelo liso. Paula siempre tan Paula, tan precisamente como no me gustaban las mujeres.

No quise arrancarme al bar, pero un solo trago era insuficiente y me serví otro. Me dieron ganas de volver a escribirte, una necesidad que no sentía desde que estaba contigo. Busqué papel y lápiz en mi maletín.

Como si el tiempo no hubiera transcurrido y aquello recién empezara a suceder, su imagen olvidada cobró vida y olvidó los días que olvidaron el sendero de regreso.

Tomé otro sorbo del vaso. Era curioso cómo se entrelazaban las palabras sin esfuerzo, sin proponérmelo, urdiendo una trama tan parecida a nuestra historia.

No sabía cuántas noches habían pasado desde que ella lo despidió en la puerta de su casa, la noche en que todo terminó, cuando sus labios se tocaron por última vez y él se marchó, recogiendo las migas por el camino que ya no podría llevarlo de vuelta, a través de calles frías y solitarias que no desembocaban en ninguna parte, hasta que ella destrenzara el tiempo perdido y quisiera que regresara...

Aquella noche en que empecé a escribir otra vez para ti, no sé en qué momento caí dormido. Sentí los pasos de Paula entrando al living. Encendió la luz y dijo algo de un vaso dado vuelta y que yo estaba desparramado sobre las cajas. Después me habló al oído, sosteniéndome para que me levantara y fuera a acostarme. Algo como un recuerdo quedaba atrás, algo que debía recoger y guardarme en el bolsillo, pero sentía el cuerpo pesado y los brazos colgándome débiles a los lados no eran capaces de atrapar nada.

Con ayuda de Paula me tiré en la cama y no supe más.

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