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Lección del conocimiento de Dios

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El patriarca tenía en su mente cuestiones no resueltas, las que transfirió al Señor con toda naturalidad.

“Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?

Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

Además Dios dijo a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos” (Éxo. 3:13-15).

El monoteísmo es parte esencial de la religiosidad hebrea. Max Weber dice que el judaísmo fue la primera religión rigurosamente monoteísta. Este concepto se proyectó luego al cristianismo y al Islam. La estructura del pueblo hebreo asienta sobre el lema: “Un Dios, un pueblo, una ley”. Esa cualidad, fundamental desde los tiempos de los grandes patriarcas, se había perdido en gran medida durante la esclavitud de Israel en Egipto. Moisés necesitaba saber a ciencia cierta cómo nombrar a Dios, y se anticipa a la cuestión que bien podría surgir: “¿Cuál es su nombre?” Preguntar por su nombre equivalía a indagar respecto de cómo es Dios; cómo es su naturaleza. La respuesta de Dios, enigmática como parece, deja otra lección que el patriarca y su pueblo necesitaban aprender. Una lección que todavía se necesita escuchar. Antes de poder hacer algo por su pueblo, Moisés necesitaba saber más de Dios. Esa era, sin duda, su mayor necesidad. Es también nuestra necesidad más elemental.

La respuesta divina fue: “YO SOY EL QUE SOY”. El texto que la encierra es considerado como una de las revelaciones culminantes del Antiguo Testamento. No obstante, encierra cierta dificultad. “YO SOY EL QUE SOY” equivale a “Yo soy el que existo”. Alude al que existe, desde siempre y para siempre. Describe al Ser que trasciende a todo y que, sin embargo, actúa en todo, incluyendo la historia de los hombres. Los dioses paganos no pasan de ser invenciones y fantasías, con ninguna realidad. El Dios que se había aparecido a Moisés es el único existente. El sagrado nombre que en las Escrituras del Antiguo Testamento se registra con cuatro consonantes hebreas (YHWH) y se traduce como Yahvé, Yahveh o Jehová, está vinculado al verbo “ser”. Un nombre tan sagrado que los israelitas nunca pronunciaban. Lo reemplazaban por “el Señor”. Las implicaciones son inmensas. Dios es eterno y existe por sí mismo. El YO SOY era en sí mismo una promesa, no solo de la existencia, sino de la presencia real de Dios con su pueblo.

Toda la Biblia enseña sobre la eternidad de Dios. Esa existencia sin límite de tiempo nos admira y reconforta. Abraham invocó al Señor en Beerseba y lo llamó “Dios eterno” (Gén. 21:33). David bendijo el nombre de Dios, cuya existencia es “de eternidad a eternidad” (1 Crón. 16:36), “desde el siglo y hasta el siglo” (1 Crón. 29:10), “desde la eternidad y hasta la eternidad” (Sal. 106:48). Isaías se refirió a Dios como “el que habita la eternidad” (Isa. 57:15). El rey Nabucodonosor emergió del paganismo y se dispuso a alabar y glorificar “al que vive para siempre” (Dan. 4:34). Algo similar ocurrió con Darío de Media, quien ordenó temer ante el Dios que “permanece por todos los siglos” (Dan. 6:26). Pablo asegura que solo Dios es eterno (Efe. 3:21; 1 Tim. 1:17; 6:16). El Apocalipsis alude al YO SOY de Éxodo 3:14, cuando dice que los seres celestiales adoran a Dios, “el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apoc. 4:8); y los veinticuatro ancianos se postran y adoran “al que vive por los siglos de los siglos” (Apoc. 5:14), diciendo: “Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir [...]” (Apoc. 11:16).

La Biblia vuelve vez tras vez a la idea del YO SOY. Quince siglos después de la aparición a Moisés, el Dios eterno se hizo hombre y volvió a manifestarse al mundo en la persona de Jesús. En varias ocasiones singulares de su ministerio empleó la misma expresión que había usado con Moisés, diciendo simplemente “Yo Soy”, sin predicado (véase Juan 4:26; 8:24, 28, 58; 13:19). Siete veces utiliza la expresión “Yo soy” con predicado (véase Juan 6:35, 51; 8:12; 10:7, 9; 10:11, 14; 11:25; 14:6; 15:1, 5). Esas declaraciones constituyen descripciones magníficas de su Persona y de su obra salvadora. Estas afirmaciones serán el motivo de estudio de este libro: Yo soy el pan de vida. Yo soy la luz del mundo. Yo soy la puerta de las ovejas. Yo soy el buen pastor. Yo soy la resurrección y la vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Yo soy la vid verdadera.

“Fue Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: ‘YO SOY EL QUE SOY’ [...] Así dirás a los hijos de Israel: ‘YO SOY me envió a vosotros’ (Éxo. 3:14). Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo cuando vino ‘en semejanza de los hombres’, se declaró el YO SOY”.8

En estas expresiones Jesús se describió a sí mismo. Por ellas podemos entender su misión y su obra perdurable. Ellas explican la razón por la que Jesús es la esperanza de vida. En realidad, la palabra “esperanza” no está presente en el Evangelio de Juan. Surge, sin embargo, de cada relato, de cada ilustración, de cada palabra del Señor. El Evangelio de Juan no habla mucho de las realidades futuras. En él, las cosas que Dios hará son tan ciertas que ya están presentes.9 En Juan, el futuro ya ha llegado y los dones de Cristo ya están disponibles ahora.

Soy Jesús, vida y esperanza

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