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¿Por qué necesitamos comer este pan?
ОглавлениеEn primer lugar, porque solo ese pan otorga vida eterna. “Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo” (Juan 6:32, 33). Un poco más adelante en su discurso, Jesús insiste en la idea de la vida otorgada por el pan. “Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Juan 6:50, 51). Al cierre de la exposición, la idea retorna con renovada fuerza. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum” (Juan 6:57-59).
El pan es uno de los alimentos más antiguos y extendidos del mundo. Es un alimento básico que se puede preparar de muchas maneras, mezclando harinas o granos molidos con líquidos. La harina puede ser de trigo, centeno, cebada, maíz, arroz, papas, soja, etc. Cuando se emplea levadura, la masa se fermenta produciendo burbujas gaseosas, que incrementan su volumen y la porosidad. El pan ácimo no lleva levadura. En la Edad Media el pan blanco estaba reservado para los ricos y el negro para los pobres. Sin embargo, las ideas actuales de alimentación saludable han vuelto a valorar los panes integrales, o negros.
Es interesante que en las islas del sur del Pacífico exista el llamado árbol del pan. Se lo cultiva porque su fruto es el principal alimento de la zona. Este tiene una pulpa blanca y harinosa, con la cual se pueden elaborar panes y otros alimentos muy apreciados.
En tiempos de Cristo, el pan se hacía con harina de varios cereales integrales, ricos en nutrientes. En muchos casos, no se trataba de un complemento para la comida, sino que el pan era la comida. Junto al mar de Galilea, el pan y el pescado eran en realidad la base de la alimentación. No podría Jesús haber apelado a un símbolo más comprensible y cotidiano. Sin embargo, sabroso y nutritivo como era, el pan de cada día no era más que una ayuda para sostener la vida. En su discurso, Jesús no está hablando de esa vida necesitada del alimento diario. Comer de este pan significa tener vida eterna, porque el pan es Jesús.
El Señor se compara a sí mismo con el maná que alimentó a Israel durante los años de su peregrinaje (Juan 6:31-33, 49-50). De esa manera, volvía a poner en la mente de sus oyentes el antiguo y conmovedor relato de la caída del maná registrado en el Éxodo (Éxo. 16:4, 5, 14, 26, 31, 35). Escribió el salmista al respecto: “Sin embargo, mandó a las nubes de arriba, y abrió las puertas de los cielos, e hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos. Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarles” (Salmos 78:23-25).
La palabra “maná” (del hebreo mân) significa, literalmente, “¿Qué?”, porque el pueblo asombrado preguntó: “¿Qué es esto?” (Éxo. 16:15). Ese alimento, menudo y redondo, sabía a “hojuelas con miel” y a “aceite nuevo” (Éxo. 16:14, 31; Núm. 11:8). Los israelitas recogían diariamente un gomer (como dos litros) (Éxo. 16:16), con excepción del día de reposo. Es posible que la milenaria evocación del maná perdure en los dos panes que muchos judíos siguen colocando sobre la mesa familiar cada sábado. Conmemoran así la doble porción de maná que caía el viernes y de la cual comían durante el sábado. Se proponen, como antaño, recordar y observar el sábado, encendiendo dos luces a la puesta del sol. Hay importantes lecciones en el relato del maná; lecciones del esfuerzo cotidiano por la búsqueda del pan y de la necesidad del reposo y la gratitud; enseñanzas acerca del empeño y la responsabilidad, así como de la confianza y la entrega.
El maná fue un don de Dios entregado a su pueblo, sustento y esperanza de vida en la ruta árida del desierto. Era un pan celestial que descendió a la tierra para dar vida a los hombres que lo recogieran. Concentraba en sí mismo todo lo que necesitaban para conservarse sanos y fuertes. Como lo escribió Moisés: “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deut. 8:3). Con todo, el maná no daba vida eterna; solo la simbolizaba. El maná era todavía un alimento efímero y temporal. Miles y miles de aquellos que comieron diariamente el maná murieron en el desierto, sin llegar a la tierra prometida. Jesús es el verdadero pan de una nueva Pascua, portador de un alimento celestial recibido por fe.
Jesús era más que los panes multiplicados milagrosamente la tarde anterior en las cercanías del mar de Galilea: Jesús da vida eterna, una vida que no puede ser destruida ni con la misma muerte. “Todo el Evangelio de Juan define el ministerio de Cristo como la acción de traer vida abundante, o la plenitud de la vida, a los seres humanos (Juan 10:10). Esto se hace evidente en la frecuencia de la palabra vida, cuya presencia es mucho más abundante en los doce primeros capítulos, que relatan la acción de Cristo entre los incrédulos. En esta sección, el término vida se menciona 32 veces”.13
En los Evangelios encontramos pocas evidencias de que Jesús haya utilizado con frecuencia la palabra “salvación”. Habló del Reino eterno de Dios y habló de “vida”. En Juan, “vida” equivale a salvación, vida espiritual y abundante en el tiempo presente, y vida eterna en el día postrero. Así lo creía Elena de White: “Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios [...]”.14
Un estudiante universitario realizaba una serie de lecciones de estudio de la Biblia, cuando se confrontó con la triste noticia del fallecimiento prematuro de su padre. Se sentía golpeado y entristecido, necesitado de esperanza. La doctrina de la resurrección le dio aliento, aunque no lograba evitar la idea de que su padre seguía viviendo en alguna parte. Se preguntaba si el alma de su padre no estaba en ese “espíritu” que vuelve a Dios, según lo expresa Salomón (Ecl. 12:7). Comprendió, finalmente, que su padre estaría siempre en la mente de Dios hasta el día de la restauración final y del reencuentro, en el día del regreso de Cristo. El verdadero pan del cielo, Jesucristo, vino para ofrecernos una esperanza tal. Esperanza de vida eterna, en medio de la finitud de cuanto nos rodea.
Hay otra razón que justifica comer del pan ofrecido por el cielo; este pan puede saciar el alma. “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).
El pecado nos ha quitado muchas cosas: el hogar edénico, la santidad, la alegría del contacto directo con Dios, la vida misma. Pero, ni seis mil años de enemistad, autosuficiencia y pecado nos han quitado el hambre y la sed de Dios. Agustín lo expresó en forma muy hermosa, al decir: “[...] nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”.15 Billy Graham solía decir que en el corazón de cada ser humano existe un hueco que tiene la forma de Dios.
El hambre y la sed representan necesidades humanas fundamentales. Tanto el hambre como la sed se definen como la gana y la necesidad de comer/beber; como apetito o deseo vehemente de algo. En la conocida pirámide del psicólogo humanista estadounidense Abraham Maslow (1908-1970), las necesidades fisiológicas (alimentación, agua, aire, sueño, abrigo) están en la base. Una vez satisfechas, se puede pensar en las siguientes: seguridad o protección (libertad de peligro, ansiedad y amenaza), aceptación social (afecto, amor, pertenencia y amistad), autoestima (autovalía, éxito, prestigio), conocimiento, estética y autorrealización. Al compararse con el pan, Jesús se ofrece a sí mismo como fuente irreemplazable y fundamental de satisfacción.
La multitud quería ese pan, pero se negó a recibir a Cristo. Lo mismo podría ocurrirnos si no nos abastecemos del pan vivo. Andaremos hambrientos y sedientos toda la vida. ¡Cuántos han dejado transcurrir el tiempo sin haber encontrado jamás aquello que de verdad sacia! Solo Cristo puede colmar una existencia fragmentada, incompleta y, tal vez, vacía. El pan espiritual es vida eterna; comerlo trae esperanza de eternidad, de trascendencia, de una existencia con sentido verdadero. La invitación de Jesús a comer de ese alimento celestial llega a nosotros, personas necesitadas de esperanza.