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¿Cómo obtener el pan de vida?
ОглавлениеEn primer lugar, debemos venir a Cristo, es decir, creer en él. “Para recibir la vida es necesario ir a Jesús y creer en él”.16 “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). Hay en este texto un indudable paralelismo entre “venir” y “creer”, como lo hay entre el “hambre” y la “sed”. Venir a Cristo es creer, porque la fe nos acerca al Señor y la incredulidad nos aparta. Sea como fuere que definamos el pecado, este es siempre separación, mientras la fe es unión espiritual con Jesucristo. Ese acto de fe encierra enormes bendiciones de paz, armonía y perdón. “Todo el que venga a Jesús con fe, recibirá perdón”.17
Juan presenta un equilibrio entre el aspecto objetivo y el subjetivo de la salvación. En el capítulo 6 del Evangelio se expone con claridad la parte divina y la parte humana de todo el proceso. Venir a Cristo es nuestra parte en el plan de salvación; todo lo demás lo ha hecho Dios. En realidad, es todo lo que como seres humanos podemos hacer; pero es también todo lo que necesitamos hacer.
En segundo lugar, debemos dejar de resistir la atracción de Dios. Siguió diciendo Jesús: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Este es uno de los pasajes más bellos del sermón de Capernaum. Allí, Cristo está diciendo que aunque él rechaza a los que se acercan con intereses egoístas y temporales, acepta a todo aquel que se allega a su presencia con sinceridad de corazón. Algunas cosas son de importancia evidente en la obtención del pan de vida prometido por el Señor, y lo primero es no rechazar la atracción del Padre. Como en otras ocasiones, Juan incluye al “todo”. Todo el que siente la atracción del Padre viene a Cristo. Entonces añadió: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44). Y una vez más: “Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). La versión Reina-Valera 1995 traduce traer como “atraer”. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan juntos por la salvación de los hombres. El Padre da, o trae, a las personas a Cristo por medio del Espíritu. Nadie se acerca al Señor, sino por obra divina; tampoco, nadie se acerca a Jesús sin ser recibido por él. La promesa impide pensar en el rechazo, porque la negación del Señor es definida. Es posible creer en la aceptación divina, ya que el cumplimiento de la promesa resulta de los pasos precedentes. “Al que a mi viene, no le echo fuera” dijo Jesús. Este “no”, en su forma original es una negación enfática, equivalente a “nunca”, “bajo ningún concepto”, o “de ninguna manera”. Una certeza tal vuelve más hermosa la promesa y nos invita a creer en su aceptación, porque así lo ha prometido.
El pecador nunca es rechazado cuando se acerca movido por la atracción del Padre. Comentando estos pasajes, escribió Elena de White: “Nadie vendrá jamás a Cristo, salvo aquellos que respondan a la atracción del amor del Padre. Pero Dios está atrayendo a todos los corazones a él, y únicamente aquellos que resisten a su atracción se negarán a venir a Cristo”.18 Agrega la misma autora: “La luz que resplandece de la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí”.19
Si no nos resistimos al magnetismo divino, nos acercaremos a Cristo. “Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin embargo algo que hacer para conseguir la salvación. ‘Al que a mí viene, no le echo fuera’. (Juan 6:37) Pero debemos ir a él; y cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, debemos creer que nos acepta y nos perdona. La fe es el don de Dios, pero el poder para ejercitarla es nuestro. La fe es la mano de la cual se vale el alma para asir los ofrecimientos divinos de gracia y misericordia”.20
Ese acudir a Cristo ocurre en la condición misma en que el pecador se encuentra y en el momento en que este lo decida. “Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza. Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús los perdona personal e individualmente”.21
Reciben el pan y el agua de la vida quienes se dejan llevar por la atracción del Espíritu y se acercan a Cristo. El alimento de vida nutre a todo el que se aferre de la promesa de la aceptación del Señor.
Finalmente, hemos de permitir que Cristo se incorpore definitivamente a nosotros. “Comer la carne y beber la sangre de Cristo equivale, entonces, a creer; esto es, aceptar a Cristo creyendo que Él puede perdonar los pecados”.22
“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero, porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Juan 6:53-56).
El pan que comemos se convierte en nuestra carne y nuestra sangre. Del mismo modo, Cristo quiere ser parte de nuestra vida para siempre. Bien haremos en repetir el pedido de los oyentes de Jesús: “Señor, danos siempre este pan” (Juan 6:34). La respuesta del Señor será la misma que la de antaño: “Yo soy el pan de vida”.
El primer “Yo Soy” del Evangelio de Juan es, en sí mismo, una invitación a la aceptación de Cristo como aquel que vino para satisfacer nuestras más profundas y auténticas necesidades. Una apelación a la búsqueda diaria del alimento espiritual que se encuentra en su Palabra y del pan material seis días a la semana, apartando el séptimo para el reposo y la adoración. Es nuestro privilegio responder positivamente a su invitación de acercarnos a él, creyendo en su promesa de vida eterna, e invitarlo a formar parte de nuestra existencia.
10 Elena de White, La edad dorada, trad. David P. Gullón (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2004), pp. 204, 205.
11 John R. W. Stott, Cristianismo básico, trad. C. René Padilla, 2ª ed. (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1977), p. 41.
12 White, Alza tus ojos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1982), p. 179.
13 Mario Veloso, Comentário do Evangelho de Joâo (Santo André, Sâo Paulo: Casa Publicadora Brasileira, 1984), p. 164.
14 White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 731.
15 San Agustín, Confesiones, trad. Antonio Brambilla Z. (Buenos Aires: Ediciones Paulinas, 1990), libro I, cap. 1.
16 Veloso, ibíd.
17 White, Hijos e hijas de Dios (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1978), p. 14.
18 __________, El Deseado de todas las gentes, p. 351.
19 __________, ibíd., p. 148.
20 __________, Patriarcas y profetas, p. 458.
21 __________, El camino a Cristo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1985), pp. 52, 53.
22 Veloso, Comentário do Evangelho de Joâo, p. 170.