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Lección acerca de la santidad y la reverencia
Оглавление“Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.
Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.
Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.
Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.
Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.
Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Éxo. 3:1-6).
Moisés se había acostumbrado a las cosas comunes. Todo era común a su alrededor, tan común como su trabajo de pastor. El sol abrasador de aquellos parajes castigaba como siempre el paisaje semiárido del Sinaí. Hasta sus expectativas y esperanzas se habían vuelto vulgares. Es que los hombres se inclinan con naturalidad a las cosas comunes y seculares (aquello que se limita a este tiempo y a este mundo). Sin embargo, el Cielo había comenzado a obrar cosas muy poco frecuentes, delante de sus mismos ojos. La zarza era común, no así el fuego que resplandecía sin quemar. El Ángel de Dios apartó a Moisés de las cosas acostumbradas y lo confrontó con la santidad de las cosas divinas. El Nuevo Testamento suma al antiguo relato algunos detalles interesantes: “Al cabo de cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, sobre la llama de una zarza ardiendo. Moisés se maravilló al ver la visión [...] Moisés temblaba y no se atrevía a mirar” (Hech. 7:30-32).
¿Tierra santa? La santidad es un tema bíblico de extrema importancia. Santo es, en esencia, aquello que ha sido separado, dedicado o consagrado. Sobre todo, Dios es santo. Dios es el totaliter aliter [totalmente otro], como decía el teólogo suizo Karl Barth. Y ese Dios santo pide que sus hijos también lo sean. Santo puede ser un hombre, un pueblo, un tiempo, un nombre divino, un lugar. Es decir, cualquier cosa que se dedica a Dios o a su servicio. Sobre todo, la santidad tiene que ver con la presencia de Dios, y la reverencia es la respuesta humana adecuada. El lugar que Moisés pisaba no tenía nada que lo hiciera especial, salvo la presencia divina. Esa presencia hizo de aquella tierra profana un lugar santo. Era importante para Moisés saber que Dios estaba allí; solo necesitaba saber cómo acercársele.
¿Cómo pueden los hombres falibles acercarse a un Dios santo? Respondiendo a su invitación y tal como él lo indica, es decir, con reverencia.
La idea bíblica de reverencia, respeto o “temor” indica una actitud de fidelidad y una disposición a la obediencia. Tiene el sentido amplio de un estilo de vida que honre a Dios; un caminar con Dios haciendo su voluntad. Escribió Elena de White: “La verdadera reverencia se manifiesta por medio de la obediencia”.1 De igual forma se ha definido el culto como la manifestación de reverencia en su presencia.
El comentario de Elena G. de White es oportuno. “La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se allegan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en la casa de Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un soberano terrenal”.2
Una experiencia similar vivió Jacob ante otra manifestación de la presencia de Dios. El patriarca exclamó en aquella oportunidad: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (Gén. 28:17).
Cuando los hombres son capaces de descubrir la presencia de Cristo en medio de las cosas comunes de la vida, dan lugar a uno de los sentimientos más sublimes y necesarios, el del respeto y la reverencia. Elena de White dice que “la verdadera reverencia hacia Dios nos es inspirada por un sentido de su infinita grandeza y un reconocimiento de su presencia”. Añade: “La presencia de Dios hace que tanto el lugar como la hora de la oración sean sagrados. Y al manifestar reverencia por nuestra actitud y conducta, se profundiza en nosotros el sentimiento que la inspira”.3
Moisés supo, lo que nosotros necesitamos aprender: que Dios está presente, invitándonos a acercarnos con un profundo sentido del privilegio y la responsabilidad de vivir en su presencia.