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El fundamento de la persona humana

Marcos 1:9-13

Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu como paloma descendía sobre Él; y vino una voz de los cielos, que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido. Enseguida el Espíritu le impulsó a ir al desierto. Y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; y estaba entre las fieras, y los ángeles le servían.

ESQUEMA

1.El Espíritu maternal como fundamento.

1.1.La figura de Dios como madre en el AT.

1.2.La madre presenta al padre.

1.3.El Espíritu como paloma.

2.La Palabra paterna como fundamento.

2.1.La voz de Dios.

2.2.El Dios Abba.

3.La fidelidad del Hijo como fundamento.

CONTENIDO

En este texto del Evangelio tenemos una visión dramático-apocalíptica, es decir, una visión simbólica. Este pasaje es breve y cargado de símbolos, sin embargo, nos ofrece un conocimiento de Dios lleno de riqueza.

Encontramos en él una primera referencia a la Trinidad divina: el Espíritu descendió sobre Jesús y la voz del Padre lo nombró como su Hijo amado. Hay un primer aspecto que es necesario mencionar sobre la Trinidad: una analogía clásica para pensarla es la del filioque, que nos propone la tradición de la iglesia occidental. Ella muestra un Dios Trino abierto a la misión y afirma, en cuanto a la procedencia de las personas divinas, que el Padre y el Hijo envían al Espíritu. El Padre es el revelador, el Hijo es el revelado y el Espíritu Santo es el que revela al Padre y al Hijo. Esta imagen, evocada en el N.T. en los textos de la resurrección y el pentecostés, muestra lo que se conoce como Trinidad económica: es decir, la Trinidad obrando a favor nuestro en la economía de la salvación. Y, ciertamente, manifiesta una verdad; pero no nos deja ver a la Trinidad originaria o inmanente, o sea, a “Dios en sí-mismo”. Con esta figura se relega al Espíritu Santo a un tercer lugar y se lo subordina al Padre y al Hijo. Este orden vale para el envío del Espíritu por Cristo tras la resurrección, pero no para la historia del Espíritu en el mismo Cristo.

En los Evangelios de Mateo y Lucas se enfatiza que Jesús el Cristo fue concebido por el Espíritu Santo, en nuestro texto se nos dice que fue bautizado en el Espíritu. En Lucas 4:16-18 se indica que Espíritu del Señor capacitó a Jesús para anunciar e iniciar su ministerio terrenal. Aludiendo al texto de Is. 61:1, citado de los LXX, Jesús dijo: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón… Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lc. 4:18-19, 21).

Si tras la resurrección la procedencia del Espíritu viene del Hijo, aquí vemos el proceso inverso: el Hijo procede del Espíritu. Es lo que Jürgen Moltmann llama una cristología pneumatológica (cf. J, Moltmann, El Espíritu de la Vida; Salamanca, Sígueme, 1991, pp. 289-333). El mencionado autor, expresa que las diversas analogías trinitarias manifiestan momentos de la acción del Dios trino y uno en su compromiso salvífico con su creación. Pero que ni la aludida concepción monárquica de la Trinidad, ni la histórica de Joaquín del Fiore (S.XIII), ni la eucarística, que agradece en el Espíritu los dones de gracia salvífica del Padre por el Hijo, logran contemplar a la Trinidad en sí-misma. Es notable que la última concepción parte de la presencia del Espíritu hacia el Padre por el Hijo (de nuevo el orden inverso al de la missio Dei). Aquí el pueblo de Dios lo alaba, guiado por el Espíritu, por sus dones. Moltmann propone que la concepción doxológica va más allá de las anteriores. En ella se adora al Padre y al Hijo juntamente con el Espíritu: el Dios trino y uno es adorado por lo que Él es y no por lo que nos da. Bellamente expresa Moltmann que el adorador: Desde la mano abierta dirige su mirada hacia el rostro amante vuelto hacia él y siente el corazón que late por él. Y entonces el amado se olvida de todo lo que recibe y de lo que tiene que ver con él mismo y se centra en la contemplación del que tiene ante sí (Op. Cit.: 324). Dios es adorado desinteresadamente y tal adoración constituye el comienzo de la “visión cara a cara”. Tal concepto no elimina sino consuma y plenifica los anteriores. Hay que distinguir entre origen y plenitud. Las relaciones de origen no significan nada en la glorificación: las personas de la trinidad son contempladas en su movimiento de interpenetración o intercomunicación (del gr. perijorético) y simultaneidad eternas: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”.

La doxología trinitaria confronta lo temporal, con sus órdenes de procedencia y prioridades, con lo eterno, donde hay simultaneidad y reciprocidad. Padre, Hijo y Espíritu crean, salvan y actúan siempre conjuntamente: el Espíritu y la Palabra se acompañan mutuamente desde la eternidad. El Espíritu reposa en el Hijo e ilumina relaciones entre el Padre y el Hijo. Esta luz introduce la alegría eterna en el amor de Dios. A la doxología trinitaria corresponde la analogía social: Dios es comunidad.

Nuestro pasaje es que es un texto fundacional. Da cuenta del fundamento de la persona humana, de nuestra verdadera identidad y de nuestra vocación. Al descorrerse el velo del cielo se nos revela algo maravilloso: no solo podemos ver al Dios trino en acción; sino, en tanto Jesús es nuestro representante como seres humanos, podemos conocer el fundamento de la plenitud de la vida humana.

En su bautismo Jesús tomó conciencia de su identidad como Hijo de Dios, de su misión mesiánica y comenzó, así, su ministerio. Allí Jesús comprendió, por obra de Dios, quién era y cuál era su vocación divina, que fue también su vocación humana. En el relato leemos cómo Jesús, después de su bautismo, triunfó sobre la tentación y nos abrió el camino de una vida humana realizada, plena y digna de ser vivida.

Lo que Juan el Bautista había anunciado en Mr. 1:1-9 ahora debía cumplirse en Jesús. Juan había dicho que primeramente era necesario bautizarse en agua, pero que venía detrás de él alguien que bautizaba con el Espíritu Santo. Lo que habría de ocurrir en otros seres humanos, debía ocurrir primero en Jesús mismo. Jesús se bautizó primeramente en agua pero, inmediatamente, al subir del agua (v.10a) fue bautizado con el Espíritu Santo. Su primer bautismo en agua fue necesario ya que, como todos nosotros, Jesús vino en carne de pecado (Ro. 8:3a) y compartió con todos nosotros su condición falible. Participó de las mismas bases de nuestra existencia auto-centrada y carente, para alcanzar, desde allí, la plenitud de una vida descentrada y así destruir el pecado en la carne (Ro. 8:3b). De esa manera se identificó con el pueblo, y con todos nosotros, haciéndose bautizar por Juan en el río Jordán. A lo largo de su vida Jesús venció el pecado siendo tentado como nosotros en todo pero sin pecado (He. 4:15).

Al subir del agua experimentó un segundo bautismo: tuvo una experiencia más radical de Dios, muy superior al bautismo de Juan. Descubrió a un Dios cuya gracia y amor son incondicionales. Vio abrirse los cielos (v.10b) más allá de todo pecado, opresión y desesperanza del pueblo. Los “cielos cerrados” indican, en la apocalíptica, el silencio y la incomunicación entre Dios y los seres humanos, son un mal presagio. Sin embargo, Jesús vio abrirse los cielos y entendió que una nueva esperanza comenzaba para la humanidad, esperanza fundada en el amor de Dios. Esperanza fundada en el Espíritu que como paloma descendía sobre él (v.10c) y en la voz del Padre que decía Tu eres mi Hijo, el amado, en ti me alegro. La expresión en ti me alegro puede traducirse también en ti me deleito o tú eres mi deseo. Esta experiencia de Dios y el posterior triunfo sobre el Adversario llevó a Jesús a cruzar el Jordán y comenzar a anticipar el reino de Dios; ya no como juicio retributivo, al modo de Juan, sino con signos de gracia y restauración hacia los pecadores y los marginados.

¿Cuál es el fundamento de la persona humana? ¿Cuál es el fundamento de una vida plena? ¿Cuál es la base de una existencia humana con propósito? ¿Dónde se sostiene una vida con poder? Las tres personas divinas son el fundamento sólido de la persona humana. Veamos de qué modo cada persona divina, en unidad con las otras, constituye el fundamento para que podamos vivir vidas plenas y con propósito:

1. El Espíritu maternal como fundamento.

Y el Espíritu como paloma descendía sobre Él (v.1:10). Estamos muy acostumbrados a hablar de Dios como Padre y en género masculino, sin embargo, al Espíritu Santo debemos entenderlo mejor en género femenino. La palabra “Rúaj” (del hebreo “espíritu”) es una palabra que se usa en femenino para designar a los “buenos vientos” o “buenos espíritus”; en el griego “pneuma” es neutro y recién en el latín “spiritus” se masculiniza. Pero el origen del vocablo, según esta línea filológica, es femenino.

1.1. La figura de Dios como madre en el AT.

Ese Espíritu, en forma de paloma, descendió sobre Jesús señalándolo como su ungido. Acertadamente muchas teólogas y teólogos identifican al Espíritu Santo con el Espíritu maternal. Juan asevera: el que no naciere del agua y del Espíritu no pude entrar en el reino de Dios (Jn. 3:5b). La figura de Dios como madre era conocida en el A.T. (Sal. 131:2; Is. 66:13). Es una bellísima imagen. Nosotros nacemos como sujetos no solo del útero de nuestra madre sino, y por sobre todo, del deseo de nuestra madre. Mientras escribo estas líneas viene a mi mente que mañana, en Argentina, se recuerda el día de la madre. Nuestra madre no solo nos ha sostenido en su vientre, nos ha alimentado, nos ha cuidado y alentado sino, principalmente, nos ha deseado y soñado. El primer objeto de amor de cualquier niña o niño es su madre. Ella forja nuestro ser, nuestros afectos y nuestro futuro. El primer fundamento de la persona humana es su madre. No hay forma de constituirnos como seres humanos si no es a través de la mediación materna. Y no solo se debe hablar de madre biológica sino de función materna. Toda persona que ejerce una función materna es digna de elogio. Toda persona que brinda un abrazo o un beso a un infante, y lucha diariamente para ayudarlo a abrirse camino en la vida, es una madre. Todos nosotros hemos de guardar un sentimiento de gratitud y hemos de honrar a nuestras madres. Quienes las recordamos con gratitud y orgullo, no debemos olvidar que el Espíritu es nuestra madre por excelencia. Entonces somos convocados a alabar a Dios y cantar aquel antiguo himno de Pentecostés Veni Creator Spiritus.

Quizá algún lector no haya conocido a su madre biológica o haya tenido una mala experiencia con ella. Es oportuno afirmar, más que nunca, que el Espíritu de Dios, es su madre. Ninguno de nosotros está en este mundo por obra del azar o de la casualidad. El Salmo 22:10-11 dice: …desde el vientre de mi madre Tú eres mi Dios. No te alejes de mi porque la angustia está cerca, porque no hay quien ayude. El Salmo 27:10 afirma: Aunque mi padre y mi madre me dejaren, el Señor me recogerá y el Salmo 139: 13 y 16 expresa: Porque Tú formaste mis entrañas, me hiciste en el seno de mi madre…Tus ojos vieron mi embrión y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados cuando no existía ni uno sólo de ellos. Todos nosotros estamos en este mundo porque Dios lo ha querido y Dios tiene un propósito para cada vida humana. Por eso, aún si hemos tenido alguna mala experiencia, reconozcamos que el Espíritu es nuestra madre y que Dios se ha valido de seres que han hecho posible que cada uno de nosotros haya llegado hasta aquí en la vida. Pidámosle a Dios que la gratitud disipe cualquier resentimiento que pueda anidar en nuestros corazones.

1.2. La madre presenta al padre.

Una buena madre, una madre que irradia luz, es la que presenta al hijo o hija a su padre. El padre está primeramente en la mente y en el corazón de la madre. Solo la madre puede presentar al padre. Hay madres que nunca lo presentan porque este se fue, o porque están en conflicto, o porque lo desvalorizan y quieren retener para sí el amor del niño. Lo cierto es que esto causa problemas al hijo. Entre el Padre y el Hijo está el Espíritu. Por eso decimos en la liturgia: Al Padre por el Hijo en la comunión del Espíritu. El Espíritu forja una recta comunión entre el Padre y el Hijo: el Espíritu maternal descendió sobre Jesús como paloma e inhabitó en Él, luego se escuchó la voz del padre reconociendo y amando a ese Hijo.

1.3. El Espíritu como paloma.

El Espíritu es representado como una paloma mansa, frágil, delicada. Nos recuerda al Génesis 1:1-2 donde el Espíritu …aleteaba sobre la faz de las aguas creadoramente, ordenando y convirtiendo el caos en un cosmos. También nos recuerda a la paloma (Gen. 8:11) que fue enviada por Noé y volvió con una rama de olivo en el pico anunciando que el diluvio había terminado, que el caos había desaparecido, que la paz había vuelto.

Es la paloma de la paz y de la esperanza. Es el Espíritu-paloma que comunica que las turbulentas aguas del juicio han bajado, que la tierra está seca y habitable y que el arcoiris multicolor anuncia sobre el cielo un nuevo comienzo para la humanidad. Una madre ha de traer paz y esperanza a su hijo. Cuando yo era bebé, debido a una lucha civil entre dos bandos militares argentinos, los azules y los colorados, mis padres se encontraron inesperadamente en medio de un tiroteo al bajar de un ómnibus. Mi padre me contaba que mi mamá me cubrió de tal manera que ninguna bala pudiera tocarme. Eso hace una madre: nos brinda paz y refugio en medio de las turbulencias y balaceras de la vida. Por eso, recordándola digo: Unos meses estuve dentro tuyo, pero vos estarás siempre dentro mío.

En el vitral que se encuentra en la parte superior de nuestro templo, sobre el púlpito, se visualiza una paloma que desde la cruz constituye la fuente del manantial de vida nueva. Es interesante notar que no desciende sobre Jesús un águila guerrera, como la de la bandera romana, ni como la que simboliza a los EE.UU, sino que desciende sobre Jesús una paloma. Ella, volando y abriendo los cielos, hace presente la paz y la esperanza de salvación anticipándose en Jesús, el Cristo. Cada madre, en este mundo, representa al Espíritu Santo. ¡Que cada mujer irradie la luz de Dios y envuelva a su criatura en las alas del amor y de alegría! ¡Que, sin egoísmo, dé como fruto amor, gozo, paz, tolerancia, bondad, amabilidad, fe, mansedumbre y templanza! (Gá. 5:22).

2. La Palabra paterna como fundamento.

2.1. La voz de Dios.

Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado en ti tengo complacencia (o en ti me alegro), (Mr. 1:11). Ahí tenemos la palabra paterna. Aquí se observa la misma alternancia que encontramos en Génesis 1, Dios crea a través del Espíritu: …y el Espíritu de Dios se movía (1:2) y Dios crea a través de la Palabra: Y dijo Dios (1:3). Aquí ambos se hacen presentes: el Espíritu materno y la Palabra paterna en el momento en que Jesús, subiendo de las aguas, miró hacia el cielo para orar.

Tú eres… es la voz paterna que lo identifica, que lo reconoce, que le da una identidad única y peculiar: …mi Hijo amado, mi alegría. Toda criatura necesita de la voz de otro que le dé un nombre, que la identifique, que la reconozca, que la singularice, que la ame y que se alegre por su existencia. Toda persona adolescente necesita de la voz paterna que le abra un camino en la sociedad, que la ayude a encontrar su vocación en el mundo. La voz del Padre le abrió a Jesús el camino de su misión, de su función.

Es una voz instituyente, que nos evoca el Salmo 2:7 e Isaías 41:8. Es la palabra que instituía a los reyes o a los profetas como hijos de Dios. Pero aquí encontramos una diferencia notable: Jesús no es Hijo por ostentar el poder de un rey terrenal, que extiende su imperio a través de la sangre y la violencia. Es Hijo porque ha emprendido el camino de la paz.

Tú eres mi Hijo amado le dice el Padre a Jesús, siendo diferente a mí eres lo más íntimo mío, y, en mi amor, estás llamado a mostrar un nuevo camino de vida para la humanidad. El Hijo es Hijo por el Padre, el Padre es Padre por el Hijo y ambos son en la comunión del Espíritu Santo. Por eso decimos: el Padre y el Hijo en la unidad del Espíritu.

Surge en Jesús una vocación sin que haya una orden, el Padre no le da ningún mandato como a los profetas o aún a los reyes, sino que surge una vocación sin una orden. El Hijo sabrá lo que tiene que hacer.

2.2. El Dios Abba.

El Dios que aquí se nos manifiesta es el Abba. Es el “Papi”. Me llena de ternura que mi hijita Giuliana, que está por cumplir 2 añitos, me sonría y me llame “Tati”. Pablo afirmaba en Romanos 8:15-16 que es el Espíritu el que nos lleva a decir “Abba”. El Abba está más allá de la violencia, ese falso dios que se goza en la justicia retributiva, en la venganza y en los sacrificios sangrientos del templo. El Abba va más allá del Dios del miedo, que busca castigarnos y “hacernos pagar” nuestros yerros. El Abba va más allá del Dios-solitario. Es común al judaísmo e islamismo el Dios que dice: Yo Soy… Y hay mucho de verdad en este nombre. Sin embargo, es original del cristianismo escuchar una voz, perteneciente al ser interno de Dios, que dice Tú eres… Ningún Tú eres… podría escucharse en el interior del ser divino en el que creen judíos y musulmanes. Pero un Dios que no comparte intra-trinitariamente, no es un Dios capaz de crear una humanidad que sepa compartir y vivir en comunión. Así como hay comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; del mismo modo Dios creó un mundo para vivir en comunión, comunión entre la diversidad de criaturas, a través del amor. El Abba va más allá del Dios condenador. Ante la pregunta hecha a un grupo de cien jóvenes acerca de qué sentirían si tuvieran que encontrarse con Dios en ese momento, la mayoría respondió “culpa y temor”. Pero el Abba es el Dios que revela su amor indiscriminado e incondicional, un amor que perdona y rehabilita. El Abba va más allá del Dios-tristeza. Muchos viven entristecidos, melancólicos por el pasado y amargados por la culpa; pero aquí aparece un Dios muy diferente, un Dios que se alegra en nuestra existencia. Así como le dijo a Jesús, nos dice: en ti me he alegrado, a ti te he deseado. Solo un Dios que se alegra puede ser feliz haciendo felices a los seres humanos.

Quizá alguna lectora o lector no haya conocido a su padre terrenal o haya sido rechazado por él. Sepa que tenemos un Padre Celestial para quien nada pasa inadvertido. Él nos ama y espera que levantemos los ojos para escucharlo decir: Tu eres mi hijo amado, en ti me alegro, a ti te he deseado.

El amor de Dios es más fuerte que cualquier pecado, temor, amenaza, aislamiento o tristeza. Un hijo equipado por el Espíritu materno, que envuelve y bautiza, que unge y acaricia; un hijo equipado por la palabra Paterna que lo identifica y lo reconoce con alegría, está preparado para la vida. Nosotros como padres o como madres, ¿queremos que nuestros hijos estén preparados para la vida? Actuemos en el Espíritu materno y con la Palabra paterna.

3. La fidelidad del Hijo como fundamento.

Enseguida, el Espíritu lo arrojó al desierto, y estuvo en el desierto cuarenta días siendo tentado por Satanás y estaba entre las fieras y los ángeles le servían (Mr. 1:12-13). Y aquí, en tercer lugar, después de haber considerado al Espíritu materno y la Palabra paterna, es necesario considerar la fidelidad del Hijo y completar así la acción de la Trinidad. Es interesante notar que ser hijo de Dios no significa hacer lo que se nos antoja y actuar de manera consentida y caprichosa. Ser hijo de Dios implica serle fiel. Y su fidelidad a Dios fue probada cuando el Espíritu lo expulsó, lo arrojó al desierto. Esa madre amorosa que lo bautizó; lo expulsó al desierto. La palabra griega exballo es la misma que se utiliza para echar fuera a los demonios. La madre debe amar, debe preparar, pero no debe retener. Hay madres que quieren retener a sus hijos aun cuando ya es tiempo de que estén fuera del nido. Cuando las aves enseñan a volar a sus pichones los llevan a lo alto de la montaña y los arrojan; en una primera experiencia los pichones no pueden ni siquiera abrir las alas, se asustan, gritan y esbozan un aleteo, entonces la madre planea por abajo y vuelve a tomarlos; pero repite la operación hasta que el pichón vuela solo. El Espíritu materno arrojó a Jesús al desierto, al desierto de la vida y de las pruebas.

Satanás personifica en esta escena todo lo que se opone a Dios y esto significa, a su vez, todo lo que se opone al ser humano. Pero ahora, en estos primeros textos, se libró una lucha directa entre Dios y Satanás a través de Jesús. Esta lucha directa se convertirá en una lucha indirecta a lo largo del evangelio. Hasta el capítulo 9 se librará contra los demonios en los posesos, luego veremos a Jesús enfrentando a los imperios: Roma y el poder religioso.

Pero aquí el Hijo en el desierto luchó solo. Y era tentado por Satanás y estaba con las fieras y los ángeles le servían (v.13). Sin embargo, Jesús no estaba solo, y no únicamente por la asistencia de los enviados de Dios. Nuestros hijos e hijas, aunque lejos de la casa y en el desierto de la prueba, nunca van a estar solos, porque siempre estarán sostenidos por el espíritu de amor de una madre y por la palabra de afirmación de un padre.

Jesús triunfó porque fue fiel. Fue fiel en tanto que, libremente, respetó las marcas significantes que le eran más propias dentro de la voluntad divina. Si, tal como lo declaró el Concilio de Letrán en el S.VII, no hubiese habido voluntades en pugna en Jesús, sus tentaciones habrían sido una ficción.

¿Quiénes eran las fieras? Las fieras representan, por ejemplo, a la serpiente de Génesis 3:1 o a los imperios de Daniel 7, pero por sobre todos ellos, Él triunfó. A diferencia de Adán, Jesús venció a la serpiente y es el Nuevo Adán. Venció también a los imperios del mundo y es el Hijo del Hombre (Dn. 7). Esta victoria, que ya es una realidad, aun espera ser manifestada. El desierto es el reverso del huerto del Edén. Es un nuevo comienzo. Es la aurora de una nueva humanidad.

Así como en el mero plano de la subjetivación humana es necesario el amor de una madre, la palabra paterna y la fidelidad de ese ser humano a su vocación; este breve pero luminoso pasaje nos invita a levantar los ojos al cielo en oración para descubrir que Dios es ese Espíritu que nos ama como una madre y ese Padre que nos reconoce y se alegra de nuestra existencia. Pero también el texto nos invita a contemplar al Hijo y a seguir sus pisadas en la fidelidad mostrada hacia su propia vocación. El fundamento de la persona humana es Dios mismo en su triplicidad y en su triunidad. Es en Dios donde hallamos el fundamento de nuestro ser. El texto nos llama a orar y a caminar o mejor, a caminar con la vista en el cielo y los pies en la tierra.

Señor, gracias por amarme y alegrarte por mi existencia y gracias por llamarme a caminar como un verdadero hijo tuyo. Ven a mí, oh Dios, como aquella paloma y aquella voz vinieron sobre Jesús. En Su nombre. Amén.

Sermones actuales sobre el discipulado cristiano

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