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03

¡Sígueme!

Marcos 1: 14-20/ Marcos 2: 13-14

Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio. Mientras caminaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón, echando una red en el mar, porque eran pescadores. Y Jesús les dijo: Seguidme, y yo haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando al instante las redes, le siguieron. Yendo un poco más adelante vio a Jacobo, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, los cuales estaban también en la barca, remendando las redes. Y al instante los llamó; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él.

Y Él salió de nuevo a la orilla del mar, y toda la multitud venía a Él, y les enseñaba. Y al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió.

ESQUEMA

1.Seguir a Jesús significa decir sí al evangelio del reino (Mr.1:14-15).

1.1.El reino de Dios.

1.2.Jesús, anticipo del reino.

2.Seguir a Jesús significa seguirlo personalmente (Mr.1:16a, 17a, 18b, 19a, 20; 2: 14).

2.1.El llamado de Jesús.

2.2.La respuesta al llamado.

3.Seguir a Jesús significa arrepentirnos de nuestros pecados (Mr.1:15b; 2:14).

3.1.El arrepentimiento como primer paso.

3.2.El arrepentimieto respuesta de amor.

4.Seguir a Jesús significa confiar en Él (Mr. 1:15b, 16a, 17a, 18, 19a, 20 y 22).

5.Seguir a Jesús significa convertirnos en pescadores de hombres (Mr. 1:17).

5.1.Cambio de oficio.

5.2.Sígueme.

CONTENIDO

El Hombre de la Mancha es un musical que se estrenó en Broadway en 1965. La obra comienza con un juicio a Cervantes, realizado por los mismos presos que estaban con él. Este pide defenderse, representando una obra contenida en un manuscrito. Se le concede el derecho; y, entre ellos mismos, llevan a cabo la actuación. Don Quijote y Sancho Panza salen, entonces, como dos grandes caballeros, a combatir el mal y a enderezar entuertos. En un momento llegan a una posada derruida, que el Quijote ve como un castillo. Allí trabaja una muchacha llamada Aldonza, que sirve como mesera y es la prostituta del lugar. El Quijote la llama Dulcinea, la trata con los mayores honores, y la nombra princesa del castillo. Ella, al principio, se siente burlada y se molesta porque él no la reconoce como realmente se piensa que es: una muchacha de mala vida, maltratada por los lugareños. En una ocasión, el Quijote defiende el honor de ella y es nombrado “caballero”. Los personajes comienzan a contagiarse de la locura quijotesca, y Aldonza intenta poner en práctica los sueños que el Quijote ha inspirado en ella, pero la realidad deshace esos sueños cuando los arrieros la golpean, la burlan y la violan. Los acontecimientos se precipitan y al Quijote se le obliga a mirarse en el espejo de la realidad, y a verse como un tonto y un loco delirante. El espejo lo muestra como “el caballero de la triste figura”, y su destino es la cama de un hospicio. Cuando está en esa cama, llega Aldonza y le ruega que se levante y se transforme en “su caballero” y retome su visión gloriosa. Él se levanta para colocarse la armadura y volver a ser Don Quijote. Pero, en ese momento, cae muerto. Hay una gran conmoción y Dulcinea confiesa que, para ella, no ha muerto y que vivirá para siempre. Sancho la llama Aldonza y ella responde: “Mi nombre es Dulcinea”. La mirada del Quijote tuvo la capacidad de hacer soñar a los que lo rodeaban y de transformar la realidad presente. Por eso, los presos absuelven a Cervantes.

La mirada del otro me cosifica, expresa J.P. Sartre en El ser y la nada. Cuando el otro me mira y dice: “es un vago”, “es una prostituta”, “es un cascarrabias” o lo que fuere, me convierte en una cosa, me paraliza y me priva de mi calidad de persona, me quita la libertad para cambiar y me encierra en la prisión junto con Cervantes. Las palabras del Quijote tienen el poder de llamar a las cosas que no son como si fuesen (Ro.4:17b). Así nos trata Dios a nosotros: Él es amor y el amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Co. 13:7). Dios cree en nosotros y espera de nosotros, por eso nos llama. No importa cómo nos vean otros o cómo nos veamos nosotros mismos, Dios cree y espera en nosotros. Su mirada y sus palabras tienen el poder de afirmarnos como personas, de no estigmatizarnos y no hacernos equivalentes a nuestros pecados, sino de transformarnos. Por eso nos llama.

Jesús comienza su ministerio llamando a sus discípulos. Entre ellos hay cuatro pescadores y un recaudador de impuestos. Los primeros eran trabajadores comunes; el último era contado entre los “publicanos y pecadores”. Leví, identificado con Mateo (Mt. 9:9), debió ser un oficial al servicio de Herodes Antipas, un rey judío, lacayo de Roma. Sería un portitor. Los portitores eran los que cobraban las contribuciones, normalmente con exacción; mientras los publicanos eran aquellos a quienes venían los tributos. Tanto publicanos como portitores tenían muy mala fama, dado que estaban al servicio de un imperio extranjero y cobraban impuestos e intereses a sus propios compatriotas, abusando frecuentemente de ellos para provecho personal. El pueblo los odiaba, Jesús los llamó. Al pasar vio a Leví: ¿A quién vio cuando miró a Leví? ¿Vio a un pecador? ¿Vio a un extorsionador? ¿Vio a un posible agente de cambio social? No, vio ante todo a una persona. Muchos de sus contemporáneos habrán pensado: “Este pecador, que deshumaniza las relaciones y corrompe la justicia social, debe ser destruido”; Jesús, por el contrario, habrá pensado: “Leví debe ser liberado y humanizado”. Y le dijo: Sígueme. Para sus contemporáneos era considerado un enemigo del pueblo, que tenía prohibida la entrada al templo y a la sinagoga. Pero Jesús, en un gesto de profundo amor y desafiante audacia, lo llamó, ofreciéndole un lugar en su reino. No le ofreció un lugar como publicano, sino como persona. Jesús rompe el esquema amigo-enemigo. Este esquema mundano es el causante de disputas, sectarismos y guerras que dividen y enfrentan a nuestras sociedades. En el grupo de discípulos de Jesús había tanto zelotes, revolucionarios anti-Roma; como recaudadores de impuestos, funcionarios pro-Roma.

Al comienzo de la vida cristiana está la gracia de Dios que nos llama, y durante toda la vida cristiana y hasta el final, la gracia de Dios es la fuente de todo bien. Jesús nos llama a todos y nos dice: Síganme. Está en nosotros responder a su llamado. Sin seguir el camino de Jesús es imposible conocer a Dios. Bien afirmaba el anabaptista Hans Denk: Es imposible conocer a Dios sin seguir a Jesús en nuestra vida.

Seguir a Jesús y conocer a Dios nos transforma. Este grupo de discípulos, que siguieron a Jesús en su vida terrenal, parece no haberlo entendido demasiado durante el camino previo a la crucifixión. Pero, posteriormente, cuando Él resucitó, fue glorificado y el Espíritu Santo los llenó de su presencia, la transformación de ellos se hizo notable. Así como Aldonza se transformó en Dulcinea, la comunión con el Espíritu de Jesucristo transforma nuestra vida.

En el versículo 17 del texto leído hay un llamado de Jesús: Seguidme y en el versículo 18 hay una respuesta de los invitados: …al instante… le siguieron. Y en 2:14b llama a Leví diciéndole Sígueme, y levantándose, le siguió. Seguir a Jesús es lo que hace un discípulo suyo. Es interesante notar que en los evangelios el verbo “seguir” se utiliza mucho más que arrepentirse o tener fe. ¿Por qué? Porque quien sigue a Jesús se ha arrepentido y ha confiado en Él. Es imposible seguir a Jesús sin confiar en Él y sin experimentar un cambio en la dirección de la vida. Por eso es que seguir a Jesús incluye el arrepentimiento y la fe.

¿Pero qué significa seguir a Jesús? ¿Cómo puede hacerse en nuestra sociedad con sus múltiples exigencias? ¿Cómo puede un padre de familia, por ejemplo, vender todo lo que tiene y darlo a los pobres y, a su vez, proveer para sus hijos pequeños? En los sucesivos sermones se intentará interpretar el sentido de algunos textos, como el mencionado y su significado para nosotros. Sin embargo, no es posible dejar de afirmar aquí que seguir a Jesús no significa apartarse de la sociedad para vivir una vida monástica, como lo hicieron muchas órdenes católicas y grupos evangélicos a lo largo de la historia del cristianismo. Jesús no se unió a los monjes del Qumrrám ni permaneció en el desierto, antes bien, realizó su ministerio recorriendo poblados y ciudades. Tampoco significa que el clero sigue más de cerca a Jesús por cumplir ciertos mandamientos especiales —como la abstinencia de matrimonio e hijos, la administración de bienes y otros— no vinculantes para los cristianos laicos. Tomás de Aquino, colocaba al clero por encima del laicado y lo hacía depositario, ya no de la gracia natural o común, sino de la gracia especial o revelada. Sin embargo, el sermón del monte —Mateo—, o de la llanura —Lucas— está dirigido a la multitud o a los discípulos en general; y no hay en los Evangelios enseñanzas dirigidas a un estrato jerárquicamente superior. No se duda aquí de la buena intención de muchos de estos cristianos, solo se intenta abordar la cuestión desde el mismo ejemplo de Jesús y desde la enseñanza general del Nuevo Testamento. Por último, seguir a Jesús no significa obedecer un conjunto de leyes rígidas, atemporales y generales. Muchos se resisten a seguir a Jesús porque se sienten incapaces de “cumplir con todo lo que se exige. El error de los tales es doble: primero, creer que la vida cristiana implica primeramente relacionarse con leyes; segundo, pensar que esta descansa sobre las propias fuerzas humanas. En definitiva, eliminan la obra de gracia de Dios en la vida de sus seguidores.

Pero si Dios nos llama a través de Jesús, si Él cree en nosotros y espera de nosotros, si Él inspira en nosotros sueños y nos capacita para realizarlos, entonces preguntémonos qué significa seguir a Jesús. El texto que hemos leído presenta algunas verdades fundamentales acerca de lo que significa seguir a Jesús para cada uno de nosotros:

1. Seguir a Jesús significa decir sí al evangelio del reino (Mr. 1:14-15).

1.1. El reino de Dios.

Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado… El evangelio es lo primero, a saber, es la buena noticia del amor de Dios. Es un acontecimiento que ocurrió en la historia, en el “tiempo oportuno”. Es decir, en el tiempo en que Jesús, en su bautismo, tomó conciencia de los cielos abiertos de la gracia de Dios, de la plena presencia del Espíritu Santo sobre Él, y de su condición de Hijo amado de Dios. Y en ese tiempo comenzó, desde Galilea, a predicar el reino de Dios. El reino de Dios indica su soberanía en tanto creador, dueño y consumador de todo lo que existe. No obstante, el poder del mal existe y acarrea la muerte espiritual en la humanidad y la destrucción de la creación. En nuestro versículo, la expresión “reino de Dios” indica la victoria final de Dios sobre todo poder de deshumanización y muerte. Cuando Jesús dice: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado está afirmando que el reino de Dios ha llegado en Él mismo, en su propia persona, que ha descubierto el amor incondicional del Padre y ha vencido a Satanás en el desierto. Esta es la buena noticia.

1.2. Jesús, anticipo del reino.

Jesús, el Cristo, es la anticipación del reino final de Dios. Un nuevo orden ha irrumpido victorioso, aunque la lucha con el antiguo orden continúe. Durante la segunda guerra mundial un cristiano, que volvía desde la iglesia a su hogar, se cruzó con un amigo que le dio la novedad de que Hitler había invadido Rusia; el cristiano, que estaba más informado que el amigo, le respondió “pero los aliados han ganado ya la guerra”. La lucha continuó por varios meses, como sabemos, pero Hitler ya estaba vencido. De la misma manera, aunque nadie sepa cuándo, la lucha acabará, algo final y decisivo sucedió para el ser humano en la vida y obra de Jesús. El reino de Dios se ha acercado en Jesús; en Él hay victoria sobre el pecado y la muerte. La solución de los problemas que amenazan nuestra vida no depende simplemente de nosotros, viene de Dios. No estamos solos en medio de las adversidades de la vida. Tal como Jesús nos mostró, el Dios que reina es nuestro Salvador. Él es el vencedor.

2. Seguir a Jesús significa seguirlo personalmente (Mr. 1:16a, 17a, 18b, 19a, 20; 2: 14).

2.1. El llamado de Jesús.

Mientras caminaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón… Y Jesús les dijo: Seguidme… Y… al instante… le siguieron. Yendo un poco más adelante vio a Jacobo, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan... Y al instante los llamó… y ellos… se fueron tras Él. Y al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo… y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió. Jesús es la buena noticia del amor incondicional de Dios, con Él llega su reino. Por lo tanto, es Jesús quien nos llama a seguirlo. Siempre el amor de Dios está primero, siempre el llamado de Jesús está primero. Es un llamado de la persona de Jesús hacia la de cada uno de nosotros. El llamado de Jesús es “Sígueme”: “Sígueme a Mí”. No nos llama a cumplir ciertas leyes o convenciones sociales preconcebidas, nos llama a seguirlo a Él. No nos llama a satisfacer algunos ideales sociales, nos llama a seguirlo a Él. No nos llama a adherir a un sistema de doctrina, inevitablemente precario, nos llama a seguirlo a Él. ¿A dónde nos llama? No lo sabemos, no hay un programa. Nos llama a oír su voz diariamente y seguir sus pisadas a cada paso de nuestra vida.

Hay una canción preciosa que dice: Tú me has mirado a los ojos, sonriendo, has dicho mi nombre, en la arena, he dejado mi barca, junto a ti, buscaré otro mar. La mirada de Jesús es tan penetrante que ve en cada uno de nosotros, no solo lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser. No nos llama a seguirlo por nuestros méritos personales, ni por nuestra piedad. Nos llama a causa de su amor inmerecido y eterno. Nos llama con nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Nos llama tal como somos, porque Él quiere hacer una obra de gracia en nuestras vidas.

2.2. La respuesta al llamado.

Recuerdo la profunda emoción que sentí a mis 17 años, sentado en un banco de la iglesia, cantando el himno que dice: Donde tú necesites que vaya, iré, a los montes, los campos o el mar. Decir lo que quieras, Señor, diré. Lo que quieras que sea, seré. Allí el Señor me llamó. Con lágrimas en los ojos, no dudé de obedecer el llamado. Luego vinieron las preguntas, las vacilaciones y las crisis; pero Dios ya había marcado a fuego mi alma.

Los pescadores y Leví respondieron “al instante”. Evidentemente no era cualquiera el que llamaba: era un hombre lleno del poder de Dios, cuyo magnetismo subyugaba los corazones de quienes se cruzaban con Él. Pero la gracia de Dios, que nos llama a través de Jesús, se convierte en responsabilidadhabilidad de responder— para cada uno de nosotros. De modo que el amor y la gracia de Dios se hacen tarea y desafío para nosotros.

3. Seguir a Jesús significa arrepentirnos de nuestros pecados (Mr. 1:15b; 2:14).

3.1. El arrepentimiento como primer paso.

…el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos… Y al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió. El seguimiento a Jesús incluye el arrepentimiento de nuestros pecados. Todo aquel que sigue a Jesús cambia el estilo y el rumbo de su vida. Arrepentimiento (del gr. metanoia) significa cambio de dirección existencial. Leví dejó el banco de los tributos, abandonó esa ocupación a través de la cual traicionaba y robaba a sus compatriotas. Los cuatro pescadores también cambiaron el rumbo de su existencia, y no porque realizaran un trabajo indecente, sino porque Jesús les señaló otras prioridades. De otro modo, se habrían paralizado. Ninguno de nosotros puede seguir a Jesús mientras permanezca atado a algún banco de tributos; es decir, mientras no abandone lo que Jesús le muestra que debe abandonar y obedezca su voz. Nadie puede avanzar en su vida cristiana mientras lo esté desobedeciendo en algún punto. Quizá una enemistad con algún hermano, un pecado que nos tiene cautivos, proyectos en los cuales Dios no ha participado o razonamientos que nos alejan del Señor, pueden ser causas de estancamiento y parálisis en el seguimiento a Jesús. Ante Él es necesario abandonar las justificaciones propias, que nos endurecen más en la desobediencia. Ante su amor se hace muy difícil seguir viviendo en la enemistad, en la soberbia, en la promiscuidad y en la indiferencia: El amor de Cristo nos constriñe (2 Co. 5:14).

3.2. El arrepentimieto respuesta de amor.

El arrepentimiento es una respuesta al amor de Dios, a su llamado. Lo primero es el amor de Dios incondicional, ese amor nos vuelve a Él y nos transforma. Por lo tanto, el arrepentimiento no es una condición para entrar al reino de Dios, ni una obra de justicia propia a ser premiada. El arrepentimiento es una respuesta a ese amor inmerecido de nuestro Creador y Redentor. Es la reacción humilde, contrita y decidida de renunciar a todo lo que nos deshumaniza y dejarnos guiar por el Espíritu de Dios.

4. Seguir a Jesús significa confiar en Él (Mr. 1:15b, 16a, 17a, 18, 19a, 20 y 22).

…el reino de Dios se ha acercado… creed en el evangelio. Mientras caminaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón… Y Jesús les dijo: Seguidme… Y dejando al instante las redes, le siguieron. Yendo un poco más adelante vio a Jacobo, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan… Y al instante los llamó; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él. Y al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió. El seguimiento no solo incluye el arrepentimiento sino también la fe. Arrepentimiento y fe van juntos en el seguimiento. Creer en la buena noticia de Dios para nosotros es confiar en Jesús. Y creer en Jesús es seguirlo en obediencia. Quien no cree en Jesús no lo obedece. Simón y Andrés, cuando escucharon la voz de Jesús diciéndoles: seguidme (v.17), …dejando al instante las redes, le siguieron (v.18). Simón y Andrés dejaron las redes, confiaron en Jesús y le siguieron. Jacobo y Juan, cuando fueron llamados por Jesús …dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros se fueron tras Él (v.20). Estos hombres siguieron a Jesús y dejaron su situación anterior, porque confiaron en Él. El primer par de hermanos dejó las redes, el segundo par de hermanos dejó algo mayor: a su padre y a todos los jornaleros. Es decir, dejaron atrás una pequeña compañía pesquera, cuyo dueño era su padre Zebedeo. Confiar en Jesús significa dejar ciertas situaciones de seguridad, si Él nos llama a dejarlas. Estos pescadores podían haber cumplido honradamente sus oficios, estudiar las Escrituras, vivir pacíficamente y realizar su trabajo observando la ley. Pero Jesús los llama a dejar esas seguridades y correr otros riesgos. Ellos siguieron a Jesús porque confiaron en Él.

Muchas veces Dios nos llama a determinadas situaciones en las que ya no hay redes, ni padres, sino que solo está Jesús. Cuando Dios permitió que Pedro bajara de la barca y caminara sobre el mar, la única posibilidad de no hundirse era mirar a Jesús. El ejercicio de la fe implica riesgos. Cuando nuestra iglesia decidió demoler el antiguo lugar de reunión para construir el actual templo, contábamos con ahorros que solo alcanzaban para empezar la obra; pero Dios nos fue proveyendo de todo lo necesario para finalizar el nuevo templo. Primero, una iglesia hermana nos albergó generosamente en sus instalaciones por dos años. Y luego, solo con las ofrendas de nuestra congregación, pudimos concluir. Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (He.11:1). ¿No nos estará llamando Jesús a correr determinados riesgos por hacer su voluntad? ¿No nos estará invitando a dar un paso de confianza y caminar sobre las aguas? ¿No nos estará llamando a salir de ciertas zonas de confort para seguirlo?

5. Seguir a Jesús significa convertirnos en pescadores de hombres (Mr. 1:17).

5.1. Cambio de oficio.

Y Jesús les dijo: Seguidme, y yo haré que seáis pescadores de hombres. Es interesante que Jesús no buscó a escribas entrenados en la ley, ni a sacerdotes expertos en las ceremonias del templo, ni soldados o zelotes que lo ayudaran a lograr la independencia política del pueblo, Él llamó a cuatro pescadores dispuestos a realizar la tarea del reino de Dios. Esos hombres, acostumbrados al mar y a la pesca, fueron convocados por Jesús para llamar a otras personas al reino de Dios. Ya no procurarán más obtener peces, ahora buscarán personas que reciban con alegría el reino de Dios. Esta es una tarea mucho más importante y urgente. Jesús, acompañado de estos cuatro pescadores, se ocupará compasivamente de los enfermos y marginados para traerlos al reino de Dios y rehabilitarlos. ¡Qué maravillosa tarea! Nadie tenga en poco a los que sirven a Jesús sirviendo al prójimo. El llamado de Jesús nos transforma en realizadores de un oficio trascendente: Os haré pescadores de hombres.

La canción que antes mencionamos sigue diciendo: Tú necesitas mis manos, mi cansancio que a otros descanse, amor que quiera seguir amando. Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar.

5.2. Sígueme.

En este momento Jesús está pasando por cada una de nuestras vidas, Él no nos encasilla en nuestros pecados, no nos cosifica. Por el contrario, fija sus ojos sobre cada uno de nosotros, ve lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Él nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos. Nos ama, cree y espera en cada uno de nosotros. Por eso, después de mirarnos, nos llama. Nos dice “Sígueme”. Sígueme porque quiero reinar en tu vida. “Sígueme” tal como estás. No se trata de seguir leyes ni ideales, no se trata de seguir algunas enseñanzas o algún programa, Jesús nos dice: “Sígueme a Mí”. “Comienza una relación especial conmigo”. “Pasa tiempo conmigo”. “Escucha mi voz”. “Sigue mis pasos”. “Sígueme” dejando atrás el pasado, dejando atrás cualquier pecado que te esclavice, cualquier situación que te deshumanice. “Sígueme”, mirando el futuro con fe y con valentía. “Sígueme”, aunque lo que te indique te parezca arriesgado. “Sígueme”, aunque te pida que salgas de tu zona de confort. “Sígueme”, aunque el camino que te muestre aparente no tener elementos sobre los cuales apoyarte. “Sígueme”, porque mi brazo estará contigo. “Sígueme”, porque quiero hacer de ti un pescador de hombres. “Sígueme”, porque quiero que seas mi testigo, predicando el evangelio y sirviendo a tu prójimo. Quiera Dios que ahora vengas a Jesús y le digas:

Señor, te entrego mi vida, quiero seguirte. Te recibo en mi corazón. Te ruego que perdones mis pecados. Renuncio a todo lo que me impida vivir en tu voluntad. Pongo mi fe en ti. Quiero caminar contigo y servirte. Necesito que me tomes fuertemente de la mano y me guíes. En el nombre de Jesús. Amén.

Sermones actuales sobre el discipulado cristiano

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