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05

El perdón que

nos hace marchar

Marcos 2: 1-12

Habiendo entrado de nuevo en Capernaum varios días después, se oyó que estaba en casa. Y se reunieron muchos, tanto que ya no había lugar ni aun a la puerta; y Él les exponía la palabra. Entonces vinieron a traerle un paralítico llevado entre cuatro. Y como no pudieron acercarse a Él a causa de la multitud, levantaron el techo encima de donde Él estaba; y cuando habían hecho una abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Pero estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Está blasfemando; ¿quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?Y al instante Jesús, conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y él se levantó, y tomando al instante la camilla, salió a la vista de todos, de manera que todos estaban asombrados, y glorificaban a Dios, diciendo: Jamás hemos visto cosa semejante.”

ESQUEMA

1.El perdón que nos hace marchar proviene de la Palabra de Dios (Mr. 2:1-2).

1.1.La casa, espacio de predicación.

1.2.La luz de la Palabra.

2.El perdón que nos hace marchar es favorecido por amigos con fe (Mr. 2:3-5a).

2.1.El legado de los hombres de fe.

2.2.Cuatro características de la fe.

3.El perdón que nos hace marchar no es el de los ritos expiatorios o el de las transacciones legales (Mr. 2:5b-9).

3.1.El perdón el don por excelencia.

3.2.El perdón que transforma las vidas.

4.El perdón que hace marchar es el que pronuncia el Hijo del Hombre (Mr. 2:10-11).

4.1.El perdón viene de Dios.

4.2.Tres verdades.

5.El perdón que nos hace marchar se recibe por fe (Mr. 12:12).

5.1.La fe se traduce en obediencia.

5.2.Levántate y anda.

CONTENIDO

Hacia 1935 una señora desesperada, con tres hijos y uno en su vientre, y con un marido alcohólico y paralizado, entró al templo de la Iglesia Evangélica Bautista de Once. Escuchó el mensaje de salvación de Jesucristo y entregó su vida a Él, recibiéndolo como su Señor y Salvador. Comenzó a cambiar su vida y llamó Salvador al niño que llevaba en su vientre. El pastor la visitaba y la animaba a orar por su esposo y a sobrellevar las dificultades por las que estaba pasando. La mujer, en ciertos momentos, no veía otra solución más que llevar a sus hijos a un hogar, para poder trabajar libremente y hacer frente a la vida. Un día el marido accedió a ir al templo. Ese día el pastor predicó el evangelio de Jesucristo: el perdón de Dios, su amor incondicional y su poder para transformar las vidas. El hombre, sin decir nada y sin que nadie lo acompañara, caminó hacia adelante, hacia el púlpito, y se arrodilló en el altar llorando, aceptando el perdón de Dios, y recibiendo a Jesucristo como su Señor y Salvador. Dios obró un cambio en su vida: inmediatamente dejó el alcohol, cambió su forma de ser, comenzó a trabajar, a aportar a su casa y vivió como un buen padre y un buen abuelo hasta el final de sus días. El pecado lo había enfermado, el perdón de Dios le trajo la sanidad. Esa mujer y ese hombre fueron los abuelos maternos de mi fallecida esposa.

Hay enfermedades que nada tienen que ver con el pecado como responsabilidad personal; por ejemplo, enfermedades de niños recién nacidos o de personas con una vida recta y caracterizada por la bondad. Sin embargo, hay enfermedades que se ligan a pecados personales. Tal es el caso del ejemplo mencionado o el del paralítico que le trajeron a Jesús. Pero tal podría ser nuestro caso: una adicción nos enferma, una vida desequilibrada nos trae agotamiento nervioso, un rencor o resentimiento se refleja en patología orgánica. Y el pecado, de múltiples maneras, quebranta. Por eso es tan significativo el relato de perdón, fe y sanidad que nos convoca. Es importante porque Jesús puede sanar a cualquiera de nosotros hoy. Pero debemos notar que lo que levantó e hizo caminar al paralítico fue el perdón de Dios, transmitido por Jesús. El texto nos muestra en qué consiste el perdón que nos pone en marcha. Y también nos revela, tácitamente, un tipo de perdón que no nos hace andar: un perdón espurio e ineficaz; un autoengaño que nos mantiene sujetos a nuestras camillas. Analicemos, entonces, cuales son los fundamentos del perdón que nos pone en marcha.

1. El perdón que nos hace marchar proviene de la Palabra de Dios (Mr. 2:1-2).

1.1. La casa, espacio de predicación.

Habiendo entrado de nuevo en Capernaum varios días después, se oyó que estaba en casa. Y se reunieron muchos, tanto que ya no había lugar ni aun a la puerta; y Él les exponía la palabra. Jesús volvió a Capernaum después de un tiempo indeterminado, el que se consideraba aceptable para purificarse de la mancha causada por haber tocado al leproso. De allí fue a una casa (Mr. 2:1b) Se trataba, probablemente, de la casa de Simón Pedro. Y se reunieron muchos, tanto que ya ni había lugar ni aún en la puerta; y Él les exponía la palabra (Mr. 2:2). Las casas de oriente solían tener un atrio, cuadrado y cerrado, que precedía a las habitaciones. Ese era el espacio ante la puerta en el que se reunió la gente; este no bastaba para contenerla. Allí Jesús les exponía la palabra: la palabra de Dios. Es interesante notar que, al volver a Capernaum, Jesús no fue al templo, ni a la sinagoga, sino a una casa. La casa se convierte en un espacio de predicación, de enseñanza, de servicio (Mr. 1:31), de perdón y de sanidad. Jesús construye una nueva comunidad sin necesidad de templo ni de sinagoga. Y precisamente en una casa: el lugar de las relaciones cotidianas. Esto es así porque seguir a Jesús implica la misma transformación de nuestra vida diaria, de nuestra forma de ser. La primera iglesia, hija de la que pastoreo, surgió en una farmacia. Allí, el lugar de trabajo de la esposa del pastor que está a cargo de esa congregación, se transformó en un lugar de evangelización, oración y discipulado. Hoy ya no es más una farmacia; es el templo de una congregación de ciento veinte personas: la Iglesia Evangélica Bautista de Villa Constructora, San Justo, provincia de Buenos Aires. Nuestras casas, de diversos modos, pueden ser templos de Jesús.

1.2. La luz de la Palabra.

Jesús, en aquella casa, les exponía la palabra de Dios. Esa palabra eterna, que ilumina a todo ser humano que viene a este mundo (Jn. 1:9), que alumbra la conciencia de todo hombre y mujer en todo tiempo y lugar, estaba siendo encarnada y expuesta por Jesús. ¡Qué bendición! Esa palabra, de la cual el salmista decía lámpara es a mis pies... y lumbrera en mi camino (Sal. 119:105), resplandecía con el más pleno fulgor en Jesús de Nazaret. Él vivía y predicaba la Palabra de Dios, que es la buena noticia del amor incondicional del Padre, de su perdón y del triunfo del reino de Dios; pero que, a su vez, es un llamado al arrepentimiento y a la fe. El perdón que nos pone en marcha viene de la palabra de Cristo.

2. El perdón que nos hace marchar es favorecido por amigos con fe (Mr. 2:3-5a).

Entonces vinieron a traerle un paralítico llevado entre cuatro. Y como no pudieron acercarse a Él a causa de la multitud, levantaron el techo encima de donde Él estaba; y cuando habían hecho una abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico. Vio Jesús la fe de ellos... Atraídos por la fama de Jesús, y sabiendo de su presencia y de su palabra en aquella casa, los cuatro camilleros trajeron a Jesús a un paralítico. Es significativo que, cuando el texto dice: Vio Jesús la fe de ellos (Mr. 2:5a), se refiere a la fe de los amigos del paralítico. ¡Qué importante es tener buenos amigos! Estos amigos fueron grandes por su fe.

2.1. El legado de los hombres de fe.

Dios se nos revela de múltiples maneras: a través de su creación; de su providencia, que es única e irrepetible en la historia de cada persona; de nuestras conciencias; y de nuestro prójimo, principalmente del necesitado (Mt. 25:31-46). Ningún ser humano queda sin revelación del Verbo Divino. Pero, frecuentemente, personas de fe favorecen nuestro encuentro con Jesús, el Cristo. Este fue el caso del paralítico y puede ser el de cualquiera de nosotros. De hecho, nosotros hemos recibido el Nuevo Testamento como legado de hombres de fe. Aquellos que escribieron un texto evangelístico que nos llegó al corazón, los que nos invitaron a la iglesia o nos predicaron el evangelio son, para nosotros, como los amigos del paralítico.

2.2. Cuatro características de la fe.

Vale la pena notar cuatro características de la fe de los amigos: primero, es una fe que espera. Ellos tenían la expectativa de que Jesús iba a hacer algo con el paralítico. Segundo: es una fe que lleva. Ellos llevaron al paralítico en su camilla. Cuando los hermanos de la iglesia oran por alguien para quien desean lo mejor, y saben que Dios puede darles lo mejor; y no solamente oran, sino que también le predican el evangelio o lo traen al culto, están haciendo lo mismo que los amigos del paralítico. Y, entonces, se producen las maravillas de Dios. Tercero: es una fe solidaria. La fe siempre va unida a las obras de amor y solidaridad. Una hermana, diaconisa de la iglesia, tuvo que ser intervenida con un trasplante de médula a causa de una enfermedad maligna. Me alegro al recordar la solidaridad de la iglesia hacia esa hermana. Nunca faltó quien la llevara al hospital, quien durmiera con ella, quien la ayudara con los trámites, quien orara con ella. En fin, nunca faltaron camilleros y camilleras que se solidarizaran con Francisca. Hoy, de nuevo, está en pie, sirviendo al Señor. En cuarto lugar: es una fe que supera obstáculos. La gran multitud les impedía el paso hacia Jesús. Sin embargo, en aquella casa abierta, sin cuidadores ni vigilancia, se las ingeniaron para superar el obstáculo. Cuando tenemos buena voluntad tendemos a superar los obstáculos. Cuando nos quedamos paralizados por los obstáculos puede ser que nos falte fe, o nos falte buena voluntad, o quizá nos falte la solidaridad suficiente para prevalecer. Estos amigos sabían que Dios es más grande que cualquier problema; por lo tanto, subieron por la escalera exterior típica de las casas orientales, se ubicaron en el techo por encima de donde estaba Jesús, hicieron un boquete en el techo y bajaron la camilla con el paralítico allí. En el centro de la escena estaba ahora el paralítico. Los amigos habían hecho todo, pero ahora, desaparecieron de la escena. Y así es la fe: obra en silencio. Ahora entrarán en escena los guardianes de la religión, los escribas, y se verá el contraste entre la fe de los amigos y la incredulidad de los religiosos. Quiera Dios que la nuestra sea como la fe de los amigos: que, ante la presencia y la palabra de Jesús, espera, lleva a los necesitados, se solidariza con ellos, persevera y supera obstáculos y, después de haber hecho lo necesario, se marcha del centro de la escena. La fe de los amigos, así como la nuestra, puede ayudar a muchos a encontrar el perdón sanador de Dios.

3. El perdón que nos hace marchar no es el de los ritos expiatorios o el de las transacciones legales (Mr. 2:5b-9).

Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. Pero estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensaban en sus corazones: ¿Por qué habla este así? Está blasfemando; ¿quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? Y al instante Jesús, conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? El paralítico está con su camilla ante Jesús. Este, mirándolo con compasión, le dijo: Hijo, tus pecados te son perdonados. Estamos aquí ante un pasivo divino: Te son perdonados por Dios, pero es Jesús quien pronuncia con autoridad y poder la palabra de perdón. La palabra “perdón” significa per-don: un don, una gracia, que está por sobre todo merecimiento. Alcanza con la palabra de Jesús, son innecesarios ya los ritos expiatorios en el templo y las leyes de los fariseos. El perdón no es consecuencia de penitencias o rituales expiatorios, que son obras puramente humanas.

3.1. El perdón el don por excelencia.

El paralítico va buscando la sanidad, pero Jesús le otorga el perdón; como muchas veces ocurre con nosotros: acudimos a Dios buscando sanidad, trabajo, o cualquier otra dádiva material o relacional. Pero Dios, que conoce nuestras necesidades más profundas, quiere otorgarnos el perdón de nuestros pecados. Este es el don por excelencia. Sin él, la vida no puede ser sanada y vivida en plenitud. Este desajuste entre la curación buscada y el perdón recibido es lo que dará dirección al resto del relato.

Los escribas pensaban para sí ¿Por qué habla este así? Esta blasfemando; ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? (Mr. 2:7). Los escribas, presentes en Capernaum, estaban en una actitud de vigilancia. Cuando nosotros estamos en una posición de jueces o de guardianes del orden, nos privamos de recibir las bendiciones de Dios. Los escribas pensaron rápidamente que Jesús estaba blasfemando, tomándose el atrevimiento de perdonar pecados, poniéndose en el lugar de Dios, usurpando el lugar del Único que puede perdonar pecados y rompiendo así la Shemá (Dt. 6:4-7). Sin embargo, tanto Jesús como los escribas, habrían coincidido en que Dios es quien perdona los pecados. La pregunta es: ¿A través de quién o quiénes se expresa ese perdón? ¿Será a través del sistema sacerdotal y de los ritos del templo? ¿Será a través de las leyes de los escribas?

3.2. El perdón que transforma las vidas.

Si la administración de la vida de los leprosos estaba en manos de los sacerdotes, mucho más lo estaba el tema del perdón de los pecados. Ritos, ceremonias y leyes, que debían cumplirse minuciosamente, regulaban estos asuntos. La actitud de Jesús era de una osadía muy grande. Era un atrevimiento que podía ser tomado como blasfemia y castigado con la muerte por lapidación. Pero Jesús confrontó a los escribas con una pregunta: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Por supuesto que es más fácil pronunciar una palabra de absolución que hacer andar a un paralítico. Escribas y sacerdotes expresan un perdón que no sirve para hacer andar al prójimo. Es un perdón legal o ritual que, al volverse un mecanismo automático e irreflexivo, se hace ineficaz para rehabilitar y reencauzar la vida. El verdadero perdón no se compra con penitencias o sacrificios de animales, en tanto rituales que desdibujan la gratuidad del amor de Dios. Tanto ayer como hoy, hay buenas ceremonias, pero los paralíticos siguen en sus camillas. En cierta oportunidad, llegó al consultorio pastoral un hombre con una severa depresión. Me confesó un pecado que había cometido unos años atrás, de cuya culpa no podía deshacerse. Había recorrido varios confesionarios y realizado todas las acciones penitenciales que se le habían ordenado. Pero el hombre seguía en su “camilla”. Evidentemente, con su depresión y sus acciones penitenciales intentaba pagar su pecado. Pero los pecados no podemos pagarlos con obras meramente humanas. ¿Cuál es la condena que equivale a cada pecado? Imposible responderlo. Los códigos legales no son más que convenciones humanas. Además, ningún castigo borra el daño causado. Por eso, una madre, cuyo hijo inocente fue asesinado, manifiesta conformidad ante el castigo que la justicia imputa al homicida; pero, a su vez, suele expresar: Pero a mi hijo, ¿quién me lo devuelve? El perdón no puede obtenerse con auto-castigos ni con auto-indulgencias, ni con negociaciones o rituales. El perdón que hace marchar se traduce en un cambio de vida.

4. El perdón que hace marchar es el que pronuncia el Hijo del Hombre (Mr. 2:10-11).

Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

4.1. El perdón viene de Dios.

Jesús dice “para que veáis y sepáis que el perdón que yo pronuncio es válido y eficaz, aquí tenéis la prueba de que este perdón rehabilita y hace andar. La expresión Hijo del Hombre es un título apocalíptico que, probablemente, provenga del mismo Jesús. El Hijo del Hombre es un hombre, pero este hombre viene de Dios, tiene una dimensión trascendente y es mediador y juez universal. El Hijo del Hombre tiene autoridad o poder para perdonar pecados. Aquí brilla ante nuestros ojos una verdad resplandeciente: el perdón viene de Dios, pero el humano debe expresarlo.

4.2. Tres verdades.

En esta palabra de Jesús hacia el paralítico vemos tres verdades: 1. La compasión de Jesús expresada en la palabra “hijo”. Aquel pecador, atado a su camilla, era su hijo. El amor y el perdón de Dios son incondicionales. Antes de que aquel hombre, sujeto a su camilla, pudiera hacer o decir algo, Jesús ya le anuncia el perdón de Dios. Dios nos perdona antes de que nosotros nos enteremos. Esa misericordia y ese perdón de Dios son la causa de la fe y del arrepentimiento. Un hombre decía “yo no puedo perdonarlo hasta que él no venga a pedirme perdón”. El paralítico no le pidió perdón a Jesús, este se lo otorgó de antemano. 2. El poder y la autoridad de Jesús que se conjugan en dos sentencias: Tus pecados te son perdonados (2:5b) y Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa (2:10). Aquí vemos un perdón que verdaderamente es eficaz para hacernos marchar. No se trata de una simple absolución que no cambia la vida, ni de un ritual obsesivo de repetición. Se trata de la palabra del Hijo del Hombre que tiene autoridad sobre la tierra para perdonar y transformar las vidas. 3. La condición divina y humana de Jesús: este importante aserto nos muestra cómo, sobre la base del perdón incondicional de Dios, los seres humanos debemos dispensárnoslo mutuamente. Una señora expresaba: “Yo no soy quien para perdonar pecados, los pecados solamente los perdona Dios” y así se sustraía de expresarle una palabra de perdón a alguien que venía a pedírselo. Todas estas son expresiones equivocadas: Jesús, el Hijo del Hombre, perdonó pecados siendo hombre. Los seres humanos necesitamos que la persona a quien hemos ofendido pronuncie hacia nosotros una palabra de perdón o nos dé un abrazo de reconciliación. Tampoco tenemos que esperar que quien nos ha dañado venga a disculparse ante nosotros: vayamos nosotros a hacer las paces con él. Con Jesús el perdón divino se hace perdón humano.

5. El perdón que nos hace marchar se recibe por fe (Mr. 12:12).

Y él se levantó, y tomando al instante la camilla, salió a la vista de todos, de manera que todos estaban asombrados, y glorificaban a Dios, diciendo: Jamás hemos visto cosa semejante.

5.1. La fe se traduce en obediencia.

Jesús le dio una orden: A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y el paralítico obedeció al instante: Y él se levantó, y tomando al instante la camilla… La fe de los amigos ahora es la fe del paralítico. Esa fe se tradujo en obediencia: obedeció al instante. ¡Cuánta alegría nos da cuando acercamos alguna persona al culto y esta, después de escuchar el evangelio y de recibir el llamado a seguir a Jesús, se levanta y obedece! Sentimos que nuestra fe ahora es la fe de nuestro amigo y que todos seguimos a un mismo Señor. El perdón de Jesús rehabilitó al paralítico. Este se puso en pie, tomó su camilla y, tal como se lo indicó Jesús, se fue a su casa. Es decir, salió de su opresión, tomó control de su propia vida, dejó todas las dependencias y comenzó a andar por fe en Jesucristo. El verdadero perdón y la verdadera fe es la que nos hace andar por nuestra cuenta.

Jesús ha aprendido la lección: no mandó al paralítico a presentarse ante los sacerdotes del templo, como lo había hecho con el leproso. Tampoco le prohibió dar testimonio acerca de Él. Lo mandó a su casa sin decirle nada. Lo mandó a ser discípulo suyo en el lugar de todos los días. Ante esta maravilla: …todos estaban asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: Jamás hemos visto cosa semejante.

5.2. Levántate y anda.

Quizá estés en el lugar de los amigos del paralítico. El Señor te anima a la fe que espera en Él, que lleva a otros a Cristo, que se solidariza con el necesitado y que supera obstáculos. Si sigues a Jesús, Él te llama a perdonar de antemano y a buscar a quien te ha ofendido para manifestarle el perdón.

Quizá estés en el lugar del paralítico y hoy escuchas la palabra de perdón de Dios por medio de Jesús. Esta palabra cae sobre tu corazón y lo conmueve. El amor de Dios te maravilla. Sientes que un yugo de opresión, que te tenía atado a tu camilla, se rompe. Y vuelves a escuchar la voz de Jesús que te dice: Levántate y anda. ¿Escucharás y obedecerás su voz? ¿Comenzarás a caminar haciéndote cargo de tu propia vida por fe en Jesús?

Señor, gracias por los buenos amigos que me trajeron a Jesús. Hazme un buen amigo de mi prójimo. Pronuncia tu palabra de perdón sobre mí, levántame y hazme andar en vida nueva. En el bendito nombre de Jesús. Amén.

Sermones actuales sobre el discipulado cristiano

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