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HISTORIAS CONVERGENTES

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Desde el preciso momento en que nacemos, el cuerpo se ve afectado por la vida que vivimos. En nuestro interior se produce una convergencia de información y energía. Todas las circunstancias, decisiones, accidentes e intenciones influyen en quienes somos. Nos dan forma de la misma manera que nos formamos físicamente en el útero de nuestra madre. Es imposible separar a una persona de sus experiencias vitales.

Llamo «historias convergentes» a estas experiencias o influencias, que incluyen una amplia variedad de energías informativas que nuestro sistema absorbe. Cada acontecimiento de nuestra vida, desde ver una película hasta montar en bicicleta o practicar yoga, influye en nuestro ser. Todas estas acciones tienen una calidad energética, física y emocional determinada que afecta y pasa a formar parte de nuestro cuerpo físico.

Nuestras historias convergentes nos han convertido exactamente en lo que somos en estos momentos. Algunas de estas historias simplemente nos han sucedido, sin control consciente sobre ellas. Otras, las hemos escogido y las hemos añadido de forma consciente a nuestras experiencias vitales. Cada momento que vivimos, optamos por experiencias, actividades y relaciones que pasan a formar parte de nuestro propio océano de historias convergentes. Se convierten en parte de nosotros.

La primera y más básica de estas historias es común a todos nosotros. Es la historia de la evolución humana. ¿Y qué ha hecho la evolución humana a nuestro cuerpo? Remontémonos por un instante a hace miles de millones de años, cuando éramos cuadrúpedos. Como criaturas que andaban a cuatro patas, nuestro centro de gravedad estaba en un lugar diferente. Nuestros pies y manos también eran diferentes. Así pues, cuando evolucionamos a bípedos, nuestros cuerpos tuvieron que cambiar. Como criaturas con dos piernas, la relación entre músculos y huesos tuvo que modificarse.

Como criaturas con dos piernas, andar se convirtió en nuestro principal medio de transporte. Por lo tanto, desarrollamos un tren inferior fuerte diseñado para desplazarnos hacia delante. Como consecuencia de este cambio, la mitad inferior también tuvo que evolucionar. Somos bastante buenos interactuando con las cosas que tenemos delante. Cogemos, tiramos y manipulamos el mundo tangible tal como lo perciben nuestros ojos, nariz y boca. Gracias a la increíble movilidad de nuestras manos, podemos proteger mejor la parte frontal, así como la parte inferior más vulnerable.

Nuestros fantásticos «nuevos» apéndices hacen que sea posible utilizar herramientas o tocar el piano. Y las manos han colaborado en la mayor evolución de nuestro cerebro. Sí, nuestra capacidad de sostener cosas, de manipular objetos y de crear nuevos elementos ha suministrado al cerebro una cantidad ingente de información que, a su vez, nos ha conducido a la conciencia e inteligencia humanas que ahora conocemos. Nuestras extremidades superiores también son útiles para la coordinación de la mitad inferior. Mientras corremos y para mantener el equilibrio en las situaciones difíciles, utilizamos los brazos para ayudar al movimiento del cuerpo. (¿Alguien puede decir Utthita Hasta Padangusthasana?)

El historial genético es otra pieza de nuestras historias convergentes. De entre la amplia gama de posibilidades, hemos optado por nacer de dos progenitores, cada uno con su propio mapa genético. De este crisol genético proceden el color de los ojos, el tamaño de los pies y la forma del arco del pie (o su falta). También se derivan de esta mezcla nuestra predisposición de peso y altura, así como la longitud del torso en relación con las manos. A nivel fisiológico, el historial genético parental nos predispone a determinadas enfermedades o dolencias. La implicación del historial genético llega muy lejos.

La historia a la que llamo «comportamiento parental adquirido» está relacionada de alguna forma con la genética. Para algunos de nosotros, es algo que da miedo. Puede resultar angustioso despertarse una mañana y darse cuenta de que nos estamos convirtiendo en nuestros padres, a pesar de haberte jurado que jamás sería así. Es muy difícil escapar de las poderosas improntas dejadas por nuestros padres durante el período de formación.

A nivel físico, aprendemos a andar observando e imitando a nuestros padres. Hablamos, ponemos expresiones y tenemos un lenguaje corporal parecido al de nuestros padres. Es algo natural. Nuestros padres son donde vemos por primera vez cómo suceden las cosas.

Además, adoptamos formas de pensar, maneras de ser y patrones de pensamiento como consecuencia de las contribuciones e influencias de nuestros padres. Incluso nuestras actitudes mentales se derivan en parte del historial parental adquirido. Las implicaciones son profundas. Quizá esto explique por qué millones de personas acuden a terapia para intentar erradicar la influencia «negativa» de sus padres. De ninguna manera debemos juzgar a papá y a mamá. Lo hicieron lo mejor que pudieron. Es responsabilidad nuestra reconocer los rasgos y comportamientos que proceden de nuestro historial parental adquirido, y determinar qué debemos conservar y qué descartar.

La cuarta y quinta historias convergentes que he identificado son físicas. El «historial de actividades» incluye todas las actividades físicas que hemos aprendido con los años. Quizá hemos jugado al béisbol, al fútbol o al rugby. O es posible que hayamos practicado la danza o las artes marciales, o que hayamos montado a caballo. Todas estas actividades crean patrones de movimiento en nuestro cuerpo y contribuyen a forjar relaciones entre el cerebro, los sentidos y las habilidades motrices. El grado de sofisticación que desarrollamos en las actividades y cuánto tiempo participamos en ellas nos ayudan a determinar la fortaleza de los patrones adquiridos.

Llegué al mundo del yoga siendo muy joven, a través de mi profesora de preescolar, la señorita Elphenbein. Hacíamos yoga un par de veces a la semana sobre nuestras pequeñas alfombrillas. No sé hasta qué punto eso tuvo un impacto en mi cuerpo o en mi mente, pero tengo que creer que esas experiencias formativas jugaron un papel importante en mi deseo posterior de estudiar tai chi chuan y yoga.

También practiqué yudo durante un breve período y jugué al béisbol un par de años. Era cácher, lo que evidentemente dejó una huella física en mí. Tenía que estar en cuclillas durante mucho tiempo, lo que acabó alargando o moldeando ciertos músculos de la mitad inferior de mi cuerpo, y es posible que eso haya afectado a mi postura. Algunas personas, como yo, han realizado a lo largo de sus vidas muchas actividades, mientras que otras solo han participado en algunas. Sea como sea, todas influyen en cómo se desarrolla el cuerpo y en los patrones que adquirimos.

De igual forma, debemos tener en cuenta el «historial de lesiones». En ocasiones, las lesiones son el resultado de las actividades y del deporte. En otras, son consecuencia de accidentes, como caerse de un árbol y romperse un brazo, bajarse de un bordillo y torcerse el tobillo o, incluso, que te atropelle un coche. Sea cual sea la causa, todas las lesiones influyen en nuestros patrones y quizá ni sepamos cuáles son. Es posible que después de una caída la posición del sacro o de la pelvis cambie. O puede que el proceso de sanación de un hueso roto acabe dando lugar a una pierna un poco más larga que la otra. Tenemos que ser conscientes de los efectos de largo alcance del historial de lesiones para conocer y entender mejor nuestro cuerpo.

Cuando tenía nueve años, me rompí el fémur. En aquella época, jugaba al fútbol. Le di una patada a la pelota justo en el mismo instante en que mi vecino (un niño que me doblaba en tamaño) también golpeaba el balón en dirección contraria. El impacto de nuestras patadas simultáneas me rompió el fémur. ¿Acaso no cabía esperar que la pierna se me quedara un poco girada, algo más larga y desde luego mucho más difícil de llevar detrás de la cabeza? Incluso lo que comemos siendo niños o la cantidad de cerveza que bebemos en la universidad puede influir en nuestros cuerpos y en lo que somos capaces de hacer. Así que también tenemos un «historial nutricional» que determina quiénes somos ahora.

Por último, tenemos la que quizá sea la historia más amplia y profunda que influye en lo que somos, qué lesiones hemos tenido y cómo movemos el cuerpo. Establece la auténtica esencia de quiénes somos. Lo llamo «historial espiritual». En este historial están cuestiones muy generales sobre quiénes somos, en qué creemos y cómo vivimos. Nuestras creencias espirituales no solo delatan nuestro bienestar interior, sino que también influyen en nuestro cuerpo físico.

Dado que estamos hablando de yoga, también deberíamos tener en cuenta si hay alguna influencia de vidas pasadas. ¿Qué pasa con el karma personal o samskaras y sus efectos en el cuerpo físico? ¿Cabe la posibilidad de que hiciéramos yoga en una vida pasada? Y si es así, ¿cómo puede influir eso en nuestra práctica actual del yoga?

Queda otra historia más que merece la pena mencionar: el «historial mental/emocional». El historial emocional influye en cómo vemos el mundo y cómo nos vemos a nosotros mismos. Estas influencias pueden venir de nuestros padres, de los momentos embarazosos o de orgullo, e incluso de las lesiones. Como profesor, veo esto todo el tiempo en mis estudiantes. Al observar cómo se enfrentan a su práctica o gestionan el dolor, puedo conocer una buena parte de su historia. Una lesión que ocurrió hace años puede impedir que un estudiante tan siquiera intente una determinada postura.

Por ejemplo, conocí a un estudiante que tuvo una lesión en la articulación de la cadera hacía ya 15 años. Para que pudiera sanar, le colocaron tornillos temporales para sujetar el cartílago al final del hueso. Desde ese momento, dio por supuesto que tenía una deformación ósea que le impedía la aducción de la articulación de la cadera o llevar el fémur hasta el pecho.

Durante la práctica, extremaba las precauciones, algo positivo. Cuando lo conocí, básicamente había dejado de practicar con regularidad porque le planteaba más problemas que beneficios, y la mayoría de los profesores estaban desconcertados con su lesión de cadera. Podía ver lo fuerte que eran sus creencias, la conexión con su antigua herida y las conjeturas que habían acabado convirtiéndose en un hecho. Estaba claro que a causa de esas creencias e historias era imposible que pudiera realizar una serie de posturas.

Para ser honesto, no sabía cuál era la verdad, pero el estudiante tampoco. Tras tres días de práctica y mucha confianza, conseguimos llevar el fémur al pecho y sí pudo aducir la articulación de la cadera. Sin prisa pero sin pausa, las creencias y emociones acumuladas en el cuerpo se fueron liberando, a veces en forma de lágrimas de esperanza y alegría; desaparecieron el escepticismo y el reconocimiento de las historias equivocadas y tan bloqueadas como la propia cadera.

Da igual cómo dividas u organices las «historias»; podría haber optado por otra clasificación. Lo que realmente importa es que veas cómo todas ellas se unen para crear nuestro estado en un momento dado.

Cuando observamos a un estudiante, estamos viendo el producto de estas historias convergentes. La mejor forma de ver a alguien es analizar lo que es visible (tanto dentro como fuera). Aprender a ver más allá del cuerpo forma parte de la formación del profesor de yoga. A medida que vamos siendo capaces de ver más allá del cuerpo, podemos ver mejor cómo son nuestros estudiantes en un determinado momento. Pero no debemos olvidar que, a veces, sobre todo cuando las clases son muy grandes, la individualidad desaparece y todo el mundo recibe las mismas instrucciones para la misma postura, sean cuales sean sus diferencias particulares.

Así que, ¿cómo podemos tratar a cada estudiante en su individualidad? Cada postura tiene sus principios y directrices básicos. Por ejemplo, todo el mundo tiene que rotar el muslo hacia fuera o hacia dentro, y activar tal o cual parte en una determinada postura, ¿no? ¿Cómo podemos dividir en capas estos fundamentos teniendo en cuenta lo que cada estudiante es ahora, en ese momento? ¿Y cómo podemos conseguir que los alumnos vayan de donde están ahora a donde creemos que deberían estar de una forma que se adapte a ellos? ¿Cuántas de estas historias seremos capaces de ver mientras observamos la práctica de nuestros estudiantes? ¿Deberían realizar (o no realizar) determinadas posturas en función de sus historias personales? ¿Cómo encajan esas historias en el desarrollo del estudiante en la práctica de la asana, así como en el plano más amplio del yoga? Hay que tener en cuenta unas cuantas cosas. Digámoslo así: basta con que empieces a buscar estas piezas del puzle en tus estudiantes. Basta con que intentes ver más allá del cuerpo.

Anatomía funcional del Yoga

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