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Quinto personaje: el separado

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Es interesante la cifra que menciona el doctor Arnold Fox: «Noventa por ciento o más de las personas que inundan los consultorios médicos sufren de problemas generados por la soledad, el aislamiento, el distanciamiento o la separación de familiares y amigos, insatisfacción e infelicidad general».

Ese aislamiento o distanciamiento se da por una toxina mental muy potente pero más común de lo que creemos llamada soberbia. Es la sensación de creerse superior, por encima del resto, y que solo lleva a desconectarnos negativamente del mundo.

A una persona que solo está preocupada por lo que a ella le interesa, sin importarle nada ni nadie, y creyendo que no necesita aprender o conocer nada nuevo para crecer, le he querido llamar separado.

San Agustín lo expresa de una manera muy gráfica y didáctica: «La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano».

El separado vive hinchado pero enfermo. Paradójicamente, en un estado solitario. Nada puede satisfacer sus necesidades o llenar sus vacíos, vacíos que se hacen más grandes al seguir con esta personalidad. Se siente tan lleno de su arrogancia y de un orgullo mal entendido, tan lleno de sí mismo, que ya no le cabe nada más.

Cuando alguien considera que el daño que se está ocasionando en nuestro planeta, por mencionar un ejemplo, es ajeno a él y tira la basura donde se le ocurre, o cuando no es capaz de detenerse un poco para escuchar a alguien que suplica su ayuda, simplemente se encuentra debajo del disfraz de este personaje.

El separado se puede ver mucho en las salas de espera de la política o en niveles altos de algunas organizaciones, en donde la búsqueda del poder se convierte en el motor principal de las acciones. Claro, sin estar exentas algunas personas que, si bien ajenas a posiciones importantes, creen que el mundo gira alrededor de ellas y ese pensamiento las lleva a comportamientos soberbios.

Este personaje ha estado más de moda en nuestros tiempos, ya que como en alguna ocasión dijo el autor argentino Jorge Bucay: «El mundo es tan sofisticado, tan alejado de la naturaleza, que cada vez nos resulta más difícil acceder a lo sencillo».

Es un ser que vive la mayor parte del tiempo en el exterior, en la superficialidad y las banalidades del día a día. Se conforma con obtener logros, reconocimientos y éxito a costa de lo que sea. Rara vez se toma el tiempo para observar un paisaje, elevar una oración, disfrutar de una taza de té o de la compañía de un ser querido.

El separado no solo se distancia de la gente o del mundo, se aleja tanto de sí mismo que llega un momento en que ya no logra encontrarse. Ese fue el caso de Luis, amigo de alguien muy allegado a mí, que vivía en este personaje y no quería salir del círculo, como si fuera una forma de suicidio lento.

Esta persona vivía en una actitud separada (hablaba mal de todo el mundo, exesposa, hermanos, amigos, incluso los que le hacían favores a menudo, entre otras cosas).

Tuvo dos hijos, y se separó de una mujer que pintaba como al diablo. Con el tiempo se fue haciendo cada vez más arrogante. Y muy tóxico, en especial desde la separación.

Incluso mi amigo le recomendó a Luis hace años que tomara como fuerza, como motor, los años felices que vivió de casado para salir adelante, pero lo tomaba a broma o no hacía caso. Solo quería que le presentaran amigas casaderas, divorciadas o viudas, a las que por salud y cautela mi amigo nunca le presentó (así evitaba estropearle la vida a mujeres que podían estar mucho mejor si continuaban solas). Se fue descuidando mucho, lucía desaseado y se veía mucho mayor.


El separado vive en un estado solitario. Nada puede satisfacer sus necesidades o llenar sus vacíos. Se siente tan lleno de arrogancia y de un orgullo mal entendido, que ya no le cabe nada más.

Al ver su comportamiento, que cada vez era peor, mi amigo dejó de buscarlo, y Luis también dejó de insistir al ver que no iba a obtener nada. El problema es que, en silencio, Luis se estaba destruyendo.

Murió de un absceso hepático, por fuertes problemas con el alcohol, pero decía que no era alcohólico porque si iba a un lugar y no había lo que él deseaba beber, no bebía una gota, sin comentar que en cuanto llegara a su casa se prepararía varios tragos para completar, o incluso para rebasar si se sentía deprimido. Una dosis diaria que observó por décadas. Vivió engañándose de ese modo hasta, tristemente, los últimos días de su vida.

La zanahoria es lo de menos

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