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Segundo hábito: el estrés

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Según la afamada base de datos de Estados Unidos, MedlinePlus, el estrés es:

«Un sentimiento de tensión física o emocional. Puede provenir de cualquier situación o pensamiento que lo haga sentir a uno frustrado, furioso o nervioso. Es la reacción de su cuerpo a un desafío o demanda. En pequeños episodios el estrés puede ser positivo, como cuando ayuda a evitar el peligro o cumplir con una fecha límite. Pero cuando el estrés dura mucho tiempo, puede dañar su salud».

Hace tiempo, en una entrevista para un medio de comunicación me preguntaban que cuál creía yo era la razón por la que, a pesar de tantos libros, cursos y terapias que se han desarrollado para reducir el estrés, seguimos padeciéndolo y se ha convertido cada vez más en una bola de nieve difícil de parar.

Mi respuesta fue algo como esto:

Vivimos estresados porque no estamos dispuestos a perder ni a desencajar con lo que aparentemente la sociedad espera de nosotros, por ese pensamiento de frustración y de impotencia de que las cosas no salgan como uno espera o cree controlar. Es nuestra manera más habitual de reaccionar y de adaptarnos.

¿Recuerdas a Vince Lombardi? ¿Aquel ícono del deporte estadounidense, entrenador de futbol americano, que en los años sesenta promulgó su célebre frase: «Ganar no lo es todo, es lo único»?

Esa idea de Lombardi es para mí la explicación perfecta para describir a la zanahoria de la que te he estado hablando a lo largo de este libro.

Esta cultura triunfalista, de obtener el logro por el logro, nos ha ocasionado tremendos problemas. Algunos siguen adoptando aquella frase para todo lo que hacen, y buscan únicamente ganar y el reconocimiento de los otros, por encima de lo que sea o de quien sea.

Quiero compartirte una breve historia en relación con esto, que es de mis favoritas y que escuché hace varios años:

Un grupo de exestudiantes, muy reconocidos en sus carreras y en el ámbito profesional, se reunieron para visitar a su viejo profesor de la universidad.

La conversación se centró en las quejas que estos hacían sobre el estrés en el trabajo y en la vida cotidiana.

Luego de ofrecerles algo de beber, el profesor fue a la cocina y regresó con café y una gran variedad de tazas: de porcelana, plástico, vidrio, cristal, comunes, caras, exquisitas. Les pidió que tomaran una y se sirvieran café.

Cuando todos los estudiantes tenían su taza en mano, el profesor dijo:

—Si se han fijado, todas las tazas bonitas y caras han sido tomadas, pero han dejado las más comunes y las más baratas. Aunque es normal que quieran solo lo mejor para ustedes, ese es el origen de sus problemas y del estrés que padecen.

Lo que en realidad querían era café, no la taza, pero inconscientemente tomaron las mejores tazas y hasta las estuvieron comparando con las de los demás.

—Fíjense bien, —prosiguió— la vida es el café, pero sus trabajos, el dinero y la posición social son las tazas. Esas tazas deberían tan solo ser herramientas para contener la vida, lo que hay dentro; la vida no será ni mejor ni peor ni cambia dependiendo de la taza.

A veces, al concentrarnos solo en la taza dejamos de disfrutar el café que hay en ella. Por lo tanto, no dejes que la taza te deslumbre, es mejor que aprendas a disfrutar del café.

Hace poco platicaba con un buen amigo y me contaba que el café más delicioso que había probado fue luego de subir una montaña. Que al llegar a la cumbre del cerro del Potosí en México, bebió en una taza desgastada de peltre el mejor de toda su vida; «y he tomado capuchinos en Praga y París, pero nada que ver con aquel café merecido luego de caminar cuesta arriba no sé cuántas horas; la taza era lo de menos, lo importante era su contenido», me decía.

Vivir pensando solo en la taza desde luego que es estresante y muy desgastante, porque al tratar de quedar bien con todos, quedas mal contigo mismo.

Antes de convertirse en hábito, el estrés empieza como un leve dolor de cuello o espalda. El problema es que cuando no se vigila, en menos de lo que creemos se vuelve un estrés crónico que produce otros problemas que van desde el cansancio, malestares estomacales o inflamaciones y falta de concentración, hasta afecciones cardiacas, depresión o ataques de ansiedad.

Y luego ya creemos que vivir con él es lo normal.


Vivimos estresados porque no estamos dispuestos a perder ni a desencajar con lo que la sociedad espera de nosotros, por ese pensamiento de frustración y de impotencia de que las cosas no salgan como uno espera.

¿Has conocido personas que dicen: «Vivo estresado, el estrés es parte de mí, no conozco otra manera de trabajar»?

Yo sí, y es triste darse cuenta de los precios que se pagan, y más triste creer que no hay otra salida ni opción a su situación.

Algunos textos marcan que la primera persona que utilizó el concepto fue Walter Cannon en 1928.

El tema se ha desarrollado ampliamente con el transcurso de los años; tan es así que la psicología social ya le puso nombre al síndrome de sentirse quemado o desgastado por dentro por esa sobrecarga de estrés. Lo han bautizado burnout.

El burnout es un padecimiento que viven sobre todo doctores, voluntarios, enfermeras, nutricionistas, terapeutas, docentes, personas que regularmente ayudan o cuidan a otras personas, así como nuevas profesiones que se han ido integrando a la investigación como la nuestra, la de los conferencistas. Sinceramente no creo que nadie sea inmune a padecerlo.

Otra de las personas a las que le debemos mucho de lo que hoy conocemos sobre nuestras reacciones en momentos complicados, y a quien aparentemente se le atribuye la palabra estrés, es Hans Selye, un médico y fisiólogo austrohúngaro que radicó en Canadá a mediados del siglo pasado y fue un divulgador apasionado del concepto.

En la tesis que desarrolló, demostraba que muchos de los trastornos físicos de algunos de sus pacientes no eran propiamente causados por la enfermedad diagnosticada, sino por el estrés en el que se encontraban inmersos.

Hay una anécdota en la que se cuenta que una vez le preguntaron a Selye qué podían hacer para aminorar el estrés y su respuesta fue: «Quiere más a tu vecino».

Pudiera parecer simplista, pero la verdad es que el estrés nos desconecta de las bendiciones de la vida, de los instantes mágicos y memorables, de los pequeños detalles, como tener una buena comunicación con la persona al lado.

Adam J. Jackson, un reconocido orador inglés, también comparte esta visión y dice que, para él, la fórmula antiestrés implica primero no preocuparse por las cosas pequeñas. Y segundo, recordar que casi todas las cosas en esta vida son pequeñas.

El estrés es un hábito que produce rápidamente acidez tanto física como emocional.

¿Qué tanto convives con él?

La zanahoria es lo de menos

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