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La sexta semana

lunes 9-domingo 15 de abril de 1984

Cabrones. La cara oculta de una luna chunga y jodida. El Mecánico conduce a través de la noche. De norte a sur. Cabronazos. Los perros en la parte trasera. Llega a Worcester al amanecer. Aparca delante del bungaló. Recorre el camino de entrada. Aporrea la puerta…

No levanta el dedo del timbre.

—¿Quién es? ¿Qué quieres? —grita alguien desde dentro.

—Quiero hablar con Vince.

—No está aquí.

—¿Dónde está?

Se oyen susurros detrás de la puerta.

—¿Quién es? —pregunta alguien.

—Su amigo, David Johnson. Tengo que hablar con él. Es importante.

La puerta se abre. Su mujer y su hijo adolescente miran fijamente. Sacuden la cabeza.

—¿Dónde está? —vuelve a preguntar el Mecánico.

—Se ha ido —dice su mujer—. Nos ha dejado.

—¿Adónde?

Ella niega con la cabeza.

—Pregúntale a Joyce Collins —contesta.

El Mecánico asiente con la cabeza.

—Gracias —dice.

Ella cierra la puerta de golpe.

El Mecánico vuelve por el camino de entrada. Sube al coche. Se dirige a Detectives Diamond. Aparca entre los taxis. Enciende la radio. Espera…

Agarra el volante con las manos…

Fuerte.

A las ocho y media, Joyce para en su Fiat. Baja del vehículo. Abre la oficina. Entra. Enciende las luces.

El Mecánico apaga la radio. Baja del coche. Deja atrás los taxis. Entra en la oficina…

Joyce está llenando un hervidor eléctrico en el fregadero del fondo.

El Mecánico no llama.

—¿Dónde está? —dice.

Ella se da la vuelta. Se le cae el hervidor en el fregadero. Rompe a llorar.

—¿Dónde está, cielo?

—No lo sé —contesta ella llorando—. Se ha ido.

El Mecánico la rodea con el brazo. Se sienta detrás de una de las mesas.

—¿Cuándo? —pregunta.

Ella tiene los codos apoyados en la mesa. La cabeza entre las manos.

—La semana pasada —dice.

—¿Qué pasó, cielo?

Ella desliza las manos por su cara.

—Vinieron unos hombres —dice.

—¿Se lo llevaron?

—No —responde ella.

—¿Huyó?

Ella asiente con la cabeza. Lo mira.

—Es por lo de Shrewsbury, ¿verdad? —dice.

El Mecánico se lleva un dedo a los labios. Se acerca a las tomas de los teléfonos y los desconecta. Se aproxima a los ficheros y registra los archivos. Encuentra los tres archivos que le interesan. Se acerca a las mesas y registra los cajones. Encuentra dos llaveros, un paquete de cigarrillos y una caja de cerillas. Se aproxima a la ventana. Mira a un lado y otro de la calle. Señala la puerta…

Ella asiente con la cabeza. Se seca los ojos. Sale.

El Mecánico se pone detrás de la mesa de Vince Taylor. Enciende un cigarrillo. Lo lanza al cubo de basura. Ve cómo arde. Recoge el bolso de Joyce. Sale. Le da a Joyce su bolso.

—¿Adónde vamos? —pregunta ella.

El Mecánico se lleva otra vez un dedo a los labios. Ella asiente otra vez con la cabeza.

Pasan por delante de los taxis. Suben a su coche.

Los perros ladran.

El Mecánico cierra todas las puertas. Mira por los dos espejos. Consulta su reloj. Arranca el coche.

—¿Adónde vamos? —pregunta otra vez Joyce.

—A buscar a Vince.

Había ocasiones en que Terry Winters pensaba que había abarcado demasiado. Más de lo que ellos se tragarían. Más de lo que él podría digerir. Dos transportistas de carbón habían puesto una denuncia contra el piquete secundario emprendido por el área de Gales del Sur en la planta siderúrgica de Port Talbot. Gales del Sur había solicitado asesoramiento legal a Terry. Clic, clic. Terry dijo que debería haberles llamado. Terry se tomó una aspirina. Y otra y otra. La acción legal contra la gestión del fondo de pensiones llevada a cabo por el sindicato estaba concluyendo. El presidente contaba con la victoria de Terry. Terry no había tenido cojones de decírselo. Terry se tomó otra aspirina. Terry tiró el envase vacío al cubo de basura situado junto a su mesa. Falló. Puso la cabeza entre sus manos. Todavía quedaban cuarenta y ocho horas para que el ejecutivo se reuniese. Terry no creía que pudiera aguantar mucho más. La tensión. Las sospechas. Las maquinaciones. Las conversaciones sobre la votación. Los rumores de existencia de topos. Las murmuraciones sobre golpes. El silencio y el miedo. Nadie hablaba en los pasillos. Ni en el ascensor. Ni en la escalera. Todo el mundo se encerraba en sus despachos. Se convocaba a la gente por teléfono con una palabra. No se daban motivos. Nada de cháchara. La gente recibía sus instrucciones. Nada por papel. La gente volvía a sus despachos. No se hacían preguntas. Cerraban las puertas con pestillo. Se sentaban a sus mesas…

Monjes culpables, pensaba Terry. Todos.

Terry miró su reloj. El abad estaría esperando.

Terry subió…

Len no estaba en la puerta. Estaba dentro. Terry colgó su chaqueta. Llamó una vez. Entró. La sala de conferencias seguía sin muebles. Las cortinas otra vez corridas. Terry masculló una disculpa. Se sentó a la derecha. Miró a los otros frailes…

La mayoría no sabían si afuera era de día o de noche. Llevaban allí demasiado tiempo.

Paul dejó de hablar. Paul se sentó.

El presidente volvió a ponerse en pie.

—Camaradas, como todos sabéis —dijo el presidente—, en el transcurso de la próxima semana esta oficina asumirá el control y el despliegue de todos los piquetes de las islas británicas. También asumirá plena responsabilidad de garantizar el bloqueo del transporte de todo el carbón o el combustible alternativo dentro de las islas británicas. Todas las peticiones de ayuda locales a nuestros hermanos y hermanas dentro del movimiento sindical también deberán hacerse a esta oficina. Para proporcionar la ayuda que las distintas zonas y secciones requieren, la oficina estará dotada de personal las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. El área de Yorkshire está preparando una lista de voluntarios para ayudarnos a cubrir los puestos necesarios. La cuestión de la seguridad interna y el grado en que nuestras comunicaciones se han visto comprometidas siguen siendo un problema. Con ese fin, el director propone unas medidas prácticas a corto plazo que se podrán implementar con beneficios inmediatos en nuestra batalla para conservar los empleos y las minas. Camarada…

El presidente volvió a sentarse.

Terry se levantó.

—Gracias, presidente. He elaborado un código que permitirá que las distintas zonas y secciones se pongan en contacto con nosotros aquí en la oficina central de la huelga utilizando las líneas telefónicas y los números existentes. Tengo intención de revelaros el código aquí y ahora, aunque os pediría que no anotarais nada, sino que memorizarais los detalles y las instrucciones de lo que estoy a punto de deciros. Al volver a vuestras áreas, tendréis que informar verbalmente a los comités y dar instrucciones a los comités de que informen a su vez a las secciones locales de la misma manera. Repito, no debe anotarse nada. A continuación os revelaré el código…

»De ahora en adelante, se hará referencia a los piquetes como manzanas. Repito, manzanas…

»Se hará referencia a la policía como patatas. Repito, patatas…

»De ahora en adelante, se solicitará a las secciones que proporcionen X número de manzanas en base a Y número de patatas en un sitio determinado. De igual manera, las secciones podrán solicitar más manzanas a la oficina central en respuesta a un número superior de patatas. Nuestros hermanos y hermanas del nur serán conocidos a partir de ahora como mecánicos…

»Repito, mecánicos…

»Los afiliados del nus serán a partir de ahora fontaneros. Repito…

Salen de la carretera principal. Atraviesan el polígono industrial. Llegan a la verja. La puerta. El viejo letrero de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos…

Hay un Escort repintado con espray.

—¿Qué habrá venido a hacer él aquí? —pregunta Joyce.

El Mecánico abre la puerta. Saca a los perros.

—Esperarme —dice.

Salen al frío. La lluvia.

—¿Dónde está? —pregunta ella.

El Mecánico abre la puerta.

—Por aquí —contesta.

Atraviesan el terreno agreste hacia la pista de aviación. La vieja torre de control.

Joyce forma una bocina con las manos y se la lleva a la boca.

—¡Vince! —grita—. ¡Soy yo, Joyce!

Siguen andando.

—¡Vince! —grita otra vez—. Solo queremos hablar. Nada más. Vamos…

Los perros ladran. El Mecánico y Joyce dejan de andar…

Vince Taylor baja por la escalera de la torre de control. Les apunta con una escopeta de dos cañones…

—Vince —dice el Mecánico—. Eso no es necesario.

Vince se dirige a ellos.

—Cállate —ordena—. De rodillas. Los dos.

Se arrodillan en el suelo…

Está húmedo. Está frío.

Vince les apunta al pecho con la escopeta.

—Las manos encima de la cabeza —dice.

Colocan las manos encima de sus cabezas…

Llueve y los perros ladran.

Vince se pone el cañón de la escopeta debajo de la barbilla. Aprieta el gatillo.

Hay barricadas en los accesos de Sheffield. Hay controles en las calles del centro de la ciudad de Sheffield. Hay guardias de seguridad privados en las puertas del hotel. Hay mineros corpulentos para proteger y servir a sus grandes líderes en el comedor del hotel Royal Victoria. Ponen las manos al Judío en el pecho y le preguntan a qué se dedica. El Judío ríe y les dice que se dedica a los negocios. Está allí porque quiere hacer negocios…

El Judío lleva su cazadora de aviador de cuero.

Neil Fontaine les pide que quiten las manos de encima al Judío y se hagan a un lado. Los mineros corpulentos quitan las manos de encima al Judío y se hacen a un lado. El Judío les da las gracias. El Judío va de mesa en mesa presentándose a los grandes líderes de Durham, Northumberland y Cumberland, de las Midlands, Lancashire y Derbyshire. Insta a esos hombres moderados, esos hombres débiles y cobardes, a convertirse en hombres extremos, a ser hoy hombres fuertes y valientes…

Jueves 12 de abril de 1984…

Hoy más que nunca.

Los grandes líderes de las Midlands, Lancashire y Derbyshire fuman un cigarrillo detrás de otro; los grandes líderes de Durham, Northumberland y Cumberland beben una taza de té detrás de otra. A continuación esos hombres moderados, esos hombres débiles y cobardes, se excusan y dejan al Judío sentado solo entre las mesas de desayuno con los ceniceros llenos y las tazas vacías…

El Judío lleva su cazadora de aviador de cuero. El Judío tiene ahora ganas de guerra.

El Judío se retira a la sala de guerra temporal de su suite…

Se pasea por la alfombra. Posa. Da órdenes a gritos…

Que se abran las ventanas. Que entre el sol. Que se hinchen las cortinas.

Neil Fontaine abre las ventanas al sol, el viento y el mundo exterior:

Tres mil mineros en huelga que rodean su oficina nacional. Dos mil policías que ven cómo llueven fruta y latas sobre los líderes de Nottinghamshire.

Neil Fontaine llama al servicio de habitaciones. El Judío quiere vino con la comida…

El presidente anula la petición de una votación a escala nacional de la derecha.

Neil Fontaine vuelve a llamar al servicio de habitaciones. El Judío quiere otra botella de vino…

Su ejecutivo nacional propone reducir el cincuenta y cinco por ciento de la mayoría exigida para que haya huelga a una mayoría simple y convocar un congreso de delegados especiales.

El Judío bebe una botella detrás de otra. El Judío se tumba en la cama de matrimonio…

Su presidente se asoma a una ventana con un megáfono para decirle a la multitud de abajo:

—Podemos ganar mientras mostremos la determinación que mostramos en 1972 y 1974.

Las cortinas caen. El sol entra. Las ventanas del hotel se cierran…

—Calma. Calma. Calma —corea la multitud en las oscuras calles de Sheffield.

El Judío se tapa la cabeza con unas almohadas. El Judío tiembla. El Judío solloza.

Neil Fontaine recoge otra botella vacía. Endereza otra mesa volcada.

El Judío se levanta. El Judío se tambalea de un lado a otro entre los restos de su suite de hotel. Jadea. Está borracho. Está mórbido…

—Estas son las horas más terribles, Neil. Las horas más terribles de su vergonzosa guerra…

»Él tiene un ejército, Neil. Su Guardia Roja. Las Tropas de Asalto del Socialismo…

»Pero ¿dónde están nuestros soldados, Neil? Los soldados que combatirán con nosotros en esta guerra, que ganarán esta guerra para ella…

»Ella ha confiado mucho en mí, Neil. Muchísimo…

»Y yo le he fallado, Neil. Le he fallado terriblemente…

»Ella espera mucho, Neil. Muchísimo…

»Y yo debo estar a la altura, Neil. Debo estar a la altura dándole la victoria…

»La victoria, Neil. La victoria…

»Le prometí la victoria, Neil. Nada menos que la victoria…

El Judío cae hacia atrás sobre su cama. Solloza. Está borracho. Está moribundo.

Neil Fontaine recoge la ropa de cama del Judío de la alfombra. Corre las cortinas. Tapa al Judío con una manta. Lo arropa…

—Calma. Calma. Calma…

Le desea dulces sueños. Le da un beso de buenas noches.

Ella sigue gritando. Sigue temblando. Sigue intentando quitarse la sangre de la ropa. Del pelo. La cara. Los perros se están volviendo locos en la parte trasera…

Están en la A49 a las afueras de Ludlow. Más adelante hay un restaurante de carretera Little Chef…

El Mecánico entra en el aparcamiento. Apaga el motor. La agarra…

Joyce lo mira fijamente.

El Mecánico la sujeta por los hombros.

—¿Tienes familia? —pregunta.

Ella se muerde los labios.

El Mecánico le aprieta la mano.

—¿Tienes familia, Joyce?

Ella lo mira.

—¿Quién? —dice el Mecánico.

—Mi hijo —contesta ella.

—¿Cuántos años tiene?

—Nueve.

—¿Dónde está ahora? —pregunta el Mecánico.

—En el colegio.

—¿Dónde está el colegio?

—En Worcester —responde ella.

El Mecánico mira el reloj del salpicadero.

—¿A qué hora terminan las clases? —inquiere.

—A las cuatro menos cuarto —dice ella.

—¿Quién lo recoge?

—Su padre o yo.

—¿Su padre? —pregunta el Mecánico—. ¿Dónde está su padre?

—Es Vince —contesta ella—. Vince es su padre.

El Mecánico se recuesta. Mira a una pareja joven que sale del restaurante…

Mira cómo huyen de la lluvia y corren a cobijarse en su coche.

Joyce se aprieta las manos entre las piernas.

—¿Qué voy a hacer? —dice.

—Ve a recoger tu coche —responde el Mecánico—. La policía te estará esperando.

—¿Ya lo habrán encontrado?

—No —repone él—. Pero prendí fuego a la oficina cuando nos fuimos.

Ella rompe a llorar. Empieza a temblar otra vez.

—Piensa en tu hijo —le dice él—. Piensa en él y lo superarás.

Ella se enjuga las lágrimas con la mano. Asiente con la cabeza.

—¿Qué les diré? —pregunta.

—Que no has visto a Vince desde la semana pasada. Ha estado deprimido por su matrimonio. Esta mañana has ido a la oficina, y Vince no estaba. Lo has buscado, pero no había rastro de él. Has vuelto a la oficina. Fuego.

Ella rompe a llorar otra vez.

—Estoy manchada de sangre —protesta—. No me creerán. Pensarán que yo prendí fuego a la oficina. Pensarán que yo lo maté.

—No tienes sangre, cielo —dice el Mecánico—. No tienes sangre.

Un día ganaron. Al día siguiente perdieron…

El juez dijo que el presidente no había obrado en interés de los trescientos cincuenta mil beneficiarios del fondo de pensiones. El juez dictaminó que el presidente había incumplido su deber legal. El juez ordenó al presidente que levantara el embargo sobre las inversiones en el extranjero. El juez amenazó con despedir al presidente del comité directivo del fondo si no obedecía sus órdenes.

Terry Winters paró un taxi delante del Tribunal Supremo. Subieron cinco apretujándose. El presidente iba en medio del asiento trasero. Encendido. Furioso. Terry consultó su reloj. No llegarían al tren de las cuatro. El presidente se secó la cara con su pañuelo. No soportaba Londres. El sur. Terry se volvió para echar un vistazo a la carretera por encima del hombro del conductor. No se movía nada. El presidente se tocó el pelo con cuidado.

—Esta es la justicia británica —dijo.

Todo el mundo asintió con la cabeza.

Terry Winters volvió a consultar su reloj. Terry Winters tenía que pensar una excusa. El presidente se puso derecha la corbata. Tenía el cuello húmedo. Terry bajó la ventanilla. En la radio del coche de al lado sonaba música pop a todo volumen. El presidente alargó la mano por delante de Terry y volvió a subir la ventanilla. Se reclinó en su asiento y se tocó el pelo.

—Estoy decepcionado, pero no sorprendido —dijo.

Todo el mundo asintió con la cabeza.

Terry Winters apoyó la cartera sobre su rodilla. La abrió y rebuscó en ella. El presidente lo miraba. Terry consultó su reloj. Rebuscó otra vez en su cartera. El presidente se inclinó hacia delante.

—¿Qué pasa, camarada?

Todo el mundo asintió con la cabeza.

Terry Winters volvió a consultar su reloj. Terry volvió a mirar en su cartera.

—Creo que me he dejado una carpeta en el juzgado. Tendréis que dejarme salir.

Todo el mundo asintió con la cabeza.

Terry detuvo el taxi. Bajó. Le dio a Joan el dinero de la carrera y los billetes.

—No os preocupéis por mí —dijo—. No me esperéis.

Todo el mundo asintió con la cabeza…

Todos menos Paul. Paul sacudió la cabeza. Paul observó cómo se iba…

Cómo volvía a desaparecer.

Compra comida para perros. Un abrelatas. Pan. Agua. Para en un área de descanso. Da de comer a los perros. Deja que corran por los campos. Se sienta en el coche con la puerta abierta. Come el pan. Bebe el agua. Saca los tres archivos. Los lee. Los quema al lado de la carretera. Silba. Los perros vienen. Suben de un salto a la parte trasera del coche. Guarda el abrelatas en la guantera. Cierra la puerta. Gira la llave…

El Mecánico sabe dónde estará Julius Schaub.

GB84

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