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Martin

Martin! Por favor… Lárgate, ¿quieres? ¡Te odio! Apoyo la cabeza en la puerta. Lo siento, digo, yo… Déjame en paz, por el amor de Dios, grita ella. ¡Déjame en paz! Bajo la escalera. Me pongo la chaqueta. Cojo el coche y voy a Thurcroft. Entro en el centro de servicios sociales. Están buscando a gente dispuesta a pasar un par de días en Nottingham. Me tomo unas copas y apunto mi nombre. Día 50. Harworth. A las diez y media estamos muertos de hambre. Hay un hueco entre la gente. Me meto en una calle lateral con el Pequeño John y Keith. Entramos en una tienda de periódicos donde venden sándwiches y empanadas. Tengo un par de rollos de hojaldre con salchichas y una lata de refresco en las manos cuando entran unos policías… Tres. Camisas blancas. Sin números de placa. Metropolitana… Crr, crr. ¿Qué cojones hacéis aquí? Comprando unas salchichas y una lata de refresco. Y una mierda. Salid. No he pagado. No tenéis dinero, escoria. Salid. Pero… Además de corto de entendederas eres corto de oído. Que salgas, coño. El tío de detrás del mostrador se queda quieto. La boca abierta. Dejamos las cosas. Keith se vuelve hacia el vendedor. Lo siento, dice. Calla y sal, dice el poli. Salimos… Nos empujan en la espalda. Al otro lado de la calle. A ver, dicen. Daos prisa. Recorremos la calle hasta el campo donde están encerrando a todo el mundo. Tres hileras de policías los rodean. A kilómetros de distancia de los esquiroles y la verja. Casi hemos llegado cuando oímos un grito fuerte. Unos chicos atacan a la policía con una puñetera pantalla de críquet. La policía contraataca. La pantalla choca de lleno contra media docena de policías. Los chicos se dispersan. Se van corriendo al vertedero de carbón. Cien policías más o menos salen disparados detrás de ellos. El resto de los chicos empujan hacia delante… Las vallas se caen. La gente se agarra a los postes… Nosotros nos quedamos en la calle detrás del cordón policial. Furgones de la policía que pasan por detrás de nosotros. Camiones para la mina. Esquiroles. Peleas. Piedras que caen de arriba… A la mierda, dice el Pequeño John. Nos metemos otra vez en la calle lateral. Nos damos la vuelta. Nadie detrás de nosotros. Volvemos a entrar en la tienda. El tío de detrás del mostrador sacude la cabeza. Cogemos un rollo de hojaldre con salchicha y una lata de refresco cada uno. Pagamos rapidísimo. Salimos y volvemos andando hacia la mina…. Cuando llegamos ha estallado una puta batalla campal. Diez mil hombres que se dan de hostias… Como una escena de la Edad Media. La Edad Oscura. Los tres nos quedamos quietos… Las bocas llenas de salchicha. Cagados de miedo. Día 51. Llamo por teléfono a Pete a primera hora. Le digo paso de ir. La verdad es que no me apetece. Después de lo de ayer, no. Pongo la tele mientras desayuno… Dicen que el ejército está transportando otra vez las reservas de carbón. Cath baja. Se queda detrás del sofá. Ni una palabra. Apago la tele. Ella entra en la cocina. La sigo. Me acerco a ella. Le rodeo la cintura con las manos. Lo siento, digo. Ella asiente con la cabeza. Le beso el pelo. Vamos a Whitby este fin de semana, propongo. Ella sacude la cabeza. Está llorando. No podemos permitírnoslo, dice. Le hago darse la vuelta. No podemos permitirnos no ir, la corrijo. Dormiremos en el coche si hace falta. Ella sonríe. Es la primera vez desde hace mucho tiempo. Día 52. Anoche Pete llamó tarde y me preguntó si tenía ganas de ir hoy. Le dije que todavía no me encontraba bien. Me di cuenta por su voz de que no me creía… Pero me da igual. He ido prácticamente cada puto día desde que la huelga empezó. Tengo los nervios hechos trizas. Ya ni siquiera pongo la televisión. Prefiero pasar el día en el jardín. Por lo menos Cath está contenta. Le tengo el té preparado cuando llega. Salchichas y puré de patata. Riquísimo. Me acuesto pronto, listo para mañana. En lo alto de la escalera, el teléfono vuelve a sonar. A la mierda, pienso. Que suene. Pero Cath baja. Martin, dice. Es para ti. Bajo por la escalera. ¿Quién es?, pregunto. Ella tapa el aparato con la mano. El señor Moore, de la mina, dice. Cojo el teléfono. Soy Martin Daly, digo. Cath no se mueve. Se queda allí, mirando mi cara. Escucho al hombre. No sé quién le ha dicho eso, contesto. Ella sigue allí, mirando mi cara. Se han equivocado, digo. Ella sigue allí… Sí, se lo diré. Ya sé dónde está. Buenas noches. Mirando. Vosotros nos tirasteis a un pozo. Cuelgo. Día 53. Salimos temprano. Vamos en coche a York. Evitamos Ferrybridge. Drax. Esos sitios. Cruzamos Malton. Pickering. Vamos al parque de North York Moors. Precioso. Una comida deliciosa en un pub. Aire fresco, las ventanillas del coche bajadas. Olemos el mar antes de verlo. Oímos las gaviotas. Me vuelvo hacia Cath. Ha sacado el pañuelo. Le caen lágrimas por la cara… A mí también. Vosotros nos cubristeis de tierra. Día 54. Nos cogemos de la mano. Vamos andando a la abadía. Encontramos el camino. Paseamos hasta el borde. Miramos… El mar. Los acantilados. El cielo. El sol… Me dan ganas de saltar. Llevármela conmigo. Caer… […]

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