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Martin

a la fuerza. Sonría. Hacen la foto… ¡El siguiente! Me quitan la cartera, el reloj, la alianza, el cinturón y los cordones de los zapatos. Me meten en una celda. Me dejan allí unas tres horas, puede que cuatro. Me siento en el suelo con las rodillas levantadas. Los brazos sobre las rodillas. La cabeza sobre los brazos. Vienen y me llevan a una sala de interrogatorios. Hay dos policías. Los dos de paisano… Uno viejo. Otro joven… No dicen nada. El viejo se va a alguna parte. Me deja con el joven. No dice nada. Entonces el viejo vuelve. Se sienta. ¿Cómo llegasteis a Silverhill?, me pregunta. Fuimos en coche. ¿De quién era el coche? De Geoff Brine. ¿Dónde está? Lo aparcamos en Tibshelf. Al otro lado de la M1. ¿Cómo llegasteis allí? Por la A61. Él asiente con la cabeza. ¿Qué opina tu querida Cath de todo esto?, me pregunta. ¿Qué? ¿Tu mujer?, dice. ¿Tu querida Cath? Ella te mantiene, ¿no? ¿Qué tiene que ver eso? Bueno, tú estás aquí detenido mientras ella trabaja en dos sitios para que tengas comida y cerveza… para que puedas ir a infringir la ley. ¿Cómo sabe eso?, pregunto. ¿Con quién ha hablado? Él sonríe. Supongo que como no tienes hijos, no tienes los mismos compromisos que el resto de nosotros, ¿no? No le contesto. El joven se inclina hacia delante. ¿Y eso?, pregunta. Lo miro. ¿Y eso, qué?, digo. ¿Es culpa tuya o de tu mujer?, pregunta. ¿Qué? ¿No te funciona el aparato? Lo miro. Sacudo la cabeza. Él sonríe. Guiña el ojo. Supongo que debes de tener dinero de sobra, dice el viejo. Como no tienes hijos… ¿Quiere que le preste, verdad?, digo. Él ríe. Dice que no con la cabeza. Yo, no, contesta. Pero a tu amigo Geoff podría interesarle. Tiene deudas. Compras a plazos. Hipoteca. Dos hijos. No tardará en ir a pedirte limosna a la puerta de casa. A menos que vuelva a trabajar, dice el joven. El viejo asiente con la cabeza. Volverá, dice. Por eso quiere que haya una votación. ¿Y tú?, pregunta el joven. ¿Quieres que haya una votación? Claro que quiere, comenta el viejo. A nuestro Martin le encanta la democracia. Votó a los tories el año pasado. Vaya, qué sorpresa, dice el joven sonriendo. Y aquí estamos, tres buenos tories charlando en una comisaría de policía. No voté, digo. El viejo ríe en mis narices. Mentiroso, dice. No miento. Sí que mientes. No miento. Mientes, dice. Debes de mentir, porque me han dicho que no te acuse. Me han dicho que te suelte. Ahora miente usted, digo. Él niega con la cabeza. Miente, repito. Sé que miente. Quédate si te apetece, dice él. Me da igual. Me levanto despacio. Él asiente con la cabeza. Pete Cox te espera fuera, dice. Él te llevará a casa. Me dirijo a la puerta. Sonríen. Me dicen adiós con la mano. No sé qué estás haciendo, dice el joven, pero sigue así. Pete me lleva a casa. Me deja en la puerta. No le invito a entrar. Creo que se puede armar una gorda. Abro la puerta. La casa está en silencio. Entro en la cocina. Cath no está. Día 36. No se puede hablar con ella. O grita y monta un número o se queda tumbada en la cama llorando. Los piquetes son un alivio, y eso es mucho decir esta semana. El de Babbington fue un piquete de masas. Dos o tres mil personas. Un empujón tremendo. Crr, crr. Un montón de detenciones. Sonrían. Las cámaras otra vez preparadas. Pete nos dijo que nos quedáramos atrás después de lo que había pasado el fin de semana. Hoy toca en Agecroft, en Lancashire. Mañana iremos a Sheffield a la gran reunión. No hay rastro de Geoff. Pete dice que lo pusieron en libertad bajo fianza, pero que no puede entrar en Nottingham. Su mujer se subió por las paredes. Pobre desgraciado. Cuando llegamos a Agecroft hay unos seiscientos. No parece que haya tantos policías, pero se llevan a cualquiera que insulte o grite esquirol… Palabras y conducta amenazantes. A las once y media empiezan a aparecer los del turno de tarde. El inspector deja que seis chicos se acerquen a la verja y les digan que paren de trabajar. No para ni Dios. Como en Nottingham. A todo el mundo le toca los cojones. Entonces empiezan los empujones. El plan consiste en formar un muro humano que cruce la carretera. Al principio tenemos suerte, pero luego la poli se organiza y no hay nada que hacer. Unos cuantos puñetazos. Unas cuantas detenciones. Los esquiroles entran. Unos chicos insultan a un equipo de cámaras de itn cuando vuelven a los coches. A partir de mañana será distinto. Día 37. Sirenas y gritos todo el día… Arthur Scargill, Arthur Scargill, siempre te apoyaremos. Siempre… te… apoyaremos. Se suponía que solo tenían que venir cuatro hombres de cada mina de carbón de la cuenca de Yorkshire. Ni hablar. Hoy, no… No votaremos. No nos venderemos… Es el momento de ver quién es quién. Cuatro mil tíos alrededor del bloque de pisos de St. James… La Guardia Roja […]

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