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La primera semana

lunes 5-domingo 11 de marzo de 1984

Terry Winters estaba sentado a la mesa de la cocina de su casa de tres dormitorios en un barrio residencial de las afueras de Sheffield, en Yorkshire del Sur. Sus tres hijos se peleaban por sus huevos revueltos. Su mujer estaba preocupada por la colada y el tiempo. Terry no les hacía caso. Sacó una ficha del bolsillo derecho de su chaqueta. La leyó. Cerró los ojos. Repitió en voz alta lo que acababa de leer. Abrió los ojos. Volvió a leer la ficha. Comprobó lo que había dicho. Había acertado. Metió la ficha en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. Sacó otra ficha del bolsillo derecho. La leyó. Cerró los ojos. Repitió en voz alta lo que había leído. Abrió los ojos. Sus hijos se picaban entre ellos por sus tostadas. Su mujer seguía preocupada por la colada y el tiempo. No les hizo caso. Volvió a leer la ficha. Había acertado otra vez. Metió la ficha en el bolsillo izquierdo. Sacó otra del bolsillo derecho. La leyó. Terry cerró los ojos. Terry Winters estaba aprendiéndose sus frases.

Neil Fontaine está enfrente de la puerta de la suite del Judío en la cuarta planta de Claridge’s. Escucha teléfonos que suenan y voces que se alzan dentro. Piensa en la coincidencia de circunstancias, la confluencia de motivos y la convergencia de causas. Neil Fontaine está enfrente de la suite del Judío en la cuarta planta de Claridge’s y escucha botellas que se descorchan y copas que tintinean. Piensa en el principio de las guerras y el final de las épocas. El momento elegido para una reunión y la apertura de un sobre…

El cierre de una mina y la convocatoria de una huelga…

La luz de un pasillo. La sombra en una pared…

Terror y miseria en este Nuevo Reich.

Neil Fontaine está enfrente de la suite del Judío. Escucha los brindis…

Dentro.

Desayunaron al otro lado de la calle enfrente del hotel County de Upper Woburn Place, en Bloomsbury. Cuatro mesas. Desayunos completos. Terry Winters solo bebía té azucarado. Dick comía otra tostada. Nadie más hablaba. Todo el mundo con resaca…

Todos menos el presidente. Él venía en el primer tren de Sheffield.

Rebañaron los platos con el pan que quedaba. Apagaron los cigarrillos. Apuraron los tés. Terry Winters pagó la cuenta. Fueron a Hobart House en cuatro taxis. Terry pagó a los taxistas. Se abrieron paso a empujones entre los periodistas y la aguanieve. Entraron.

El presidente estaba esperando con Joan, Len y los medios de comunicación de Yorkshire del Sur…

Lleno.

Fumaron los últimos cigarrillos. Miraron sus relojes. Subieron…

El Mausoleo…

Habitación 16, Hobart House, Victoria:

Luces brillantes, humo y espejos…

Las cortinas antiterroristas de color naranja siempre corridas, la alfombra a juego y los espejos que cubrían las paredes, las mesas distribuidas en la periferia de la sala. En el centro…

Tierra de nadie.

La compañía del carbón en el extremo superior; la bacm y la nacods en los laterales…

El Sindicato Nacional de Mineros6 al pie de la mesa.

Cincuenta personas asistían al Comité Consultivo Nacional de la Industria del Carbón…

Pero hoy no hubo consulta. Solo provocación…

Más provocación. Auténtica provocación…

Cincuenta personas que observaban cómo el presidente del consejo dejaba que el vicepresidente se pusiera en pie.

El Mecánico cuelga el teléfono. Cierra el taller. Recoge a los perros en la casa de su madre en Wetherby. Mete a los perros en la parte trasera del coche. Toma la A1 hasta Leeds. Entra en el aparcamiento. Deja a los perros en la parte trasera. Se dirige a la cafetería de carretera…

Paul Dixon ya está allí. Está sentado a una mesa de cara a la puerta y el aparcamiento.

El Mecánico se sienta enfrente de Dixon.

—Bonito bronceado, Dave —dice Dixon—. Debe de irte bien en el taller.

—Parece que a usted también le vendrían bien quince días al sol —contesta el Mecánico.

—No todos tenemos tanta suerte como tú, Dave —dice Dixon.

El Mecánico niega con la cabeza.

—Se lo debo todo a usted, sargento.

—Me alegro de que sepas apreciar las ventajas de nuestra relación especial —dice Dixon.

El Mecánico sonríe.

—Por eso la llaman Sección Especial, ¿no?

Paul Dixon ríe. Ofrece un cigarrillo al Mecánico.

El Mecánico niega otra vez con la cabeza.

—Nunca se sabe cuándo habrá que dejarlo, ¿verdad? —dice.

—¿Una taza de té de Yorkshire entonces, Dave? —pregunta Dixon.

El Mecánico sonríe de nuevo.

—Café —dice—. Solo.

Paul Dixon se dirige a la barra. Pide. Paga. Vuelve con la bandeja.

El Mecánico ha cambiado de asiento. Ahora está de cara a la puerta. El aparcamiento.

—¿Esperas compañía? —pregunta Dixon.

El Mecánico niega con la cabeza.

—Solo vigilo a los perros, sargento.

Paul Dixon se sienta de espaldas a la puerta. El aparcamiento. Le pasa al Mecánico su café.

El Mecánico se echa cuatro cucharadas de azúcar. Lo remueve. Se detiene. Alza la vista…

Dixon le observa. Los perros ladran en el coche…

Quieren ir a casa. Fuera.

Terry Winters no durmió. Ninguno pegó ojo…

Nunca estaba oscuro. Siempre había luz…

Las luces brillantes del tren de vuelta al norte. Los equipos de televisión delante de St. James’s House. Los fluorescentes en el vestíbulo. En el ascensor. En los pasillos. En el despacho…

Siempre luz, nunca oscuridad.

Terry llamó por teléfono a Theresa. Clic, clic. Le dijo que no sabía cuándo volvería a casa. Luego sacó sus carpetas. Su agenda. Su calculadora…

Hizo sus cálculos…

Toda la noche, una y otra vez, sin parar.

El miércoles a primera hora de la mañana, Terry Winters estaba en el hotel Royal Victoria con los directores financieros de cada una de las distintas veinte zonas y agrupaciones del sindicato. Terry les hizo levantarse a todos antes de que la reunión diera comienzo. Les hizo buscar micrófonos ocultos en la sala. Les hizo cachearse unos a otros.

Luego Terry Winters corrió las cortinas y cerró las puertas. Terry les hizo escribir las preguntas a lápiz, meterlas en sobres y cerrarlos. A continuación les hizo pasar los sobres hacia delante.

Terry Winters se sentó a la cabecera de la mesa y abrió los sobres de uno en uno. Terry leyó las preguntas. Escribió las respuestas con lápiz en la otra cara de los papeles. Metió las respuestas en los sobres. Volvió a cerrarlos con cinta adhesiva. Se los devolvió a los autores de cada pregunta deslizándolos por la mesa…

Los directores financieros leyeron las respuestas en silencio y las devolvieron para que fueran quemadas.

Terry Winters se levantó. Les explicó cuál era la situación…

El Gobierno iría a por su dinero; los perseguiría en los tribunales.

Les dijo lo que había que hacer para borrar sus huellas…

Nada escrito en papel; ninguna llamada telefónica; solo visitas personales, de día o de noche…

Repartió unas hojas con claves y fechas para que las memorizaran y las destruyeran.

Los directores financieros le dieron las gracias y volvieron a sus zonas.

Terry Winters volvió directo a St. James’s House. Directo al trabajo.

Trabajó todo el día. Todos trabajaron…

Cada uno en su despacho.

La gente iba y venía. Reuniones aquí, reuniones allá. Tratos negociados, tratos cerrados.

Pausas para las noticias de las nueve, las noticias de las diez, las noticias de la noche…

Libretas fuera, vídeos y casetes grabando:

—Quiero dejar claro que no estamos jugando. No se valdrán de la Constitución para echarnos de nuestros trabajos. Decidiremos zona por zona, y en mi opinión se producirá un efecto dominó.

Nuevos vítores. Aplausos…

Efecto dominó. Batallas esenciales. Carnicería salvaje.

Luego vuelta al trabajo. Todos. Toda la noche…

Carpetas, teléfonos y calculadoras. Té, café y aspirinas…

El Partido Comunista y el Partido Socialista de los Trabajadores discutían en los pasillos…

Chaquetas de Tweed y Cazadoras Vaqueras saltaban a la yugular unos de otros. A los ojos. A los oídos…

La Sinfonía n.º 7 de Shostakóvich a todo volumen en el despacho del presidente en el piso de arriba…

Toda la noche, la noche entera, hasta el amanecer.

Terry pegó la frente a la ventana, la ciudad iluminada debajo de él.

Nunca oscuridad…

No se podía dormir. Había que trabajar…

Siempre luz.

La cabeza contra la ventana, el sol que salía…

Las tropas se reunían en la calle debajo de él. La Guardia Roja decía a voz en grito:

ESQUIROLES, ESQUIROLES, ESQUIROLES…

El coro matutino de la República Socialista de Yorkshire del Sur.

Otra taza de café. Otra aspirina…

Terry Winters recogió sus carpetas. Su calculadora.

Terry cerró el despacho con llave. Terry recorrió el pasillo hasta el ascensor.

Terry subió a la décima planta. A la sala de conferencias…

El Comité Ejecutivo Nacional del Sindicato Nacional de Mineros.

Terry se sentó a la derecha del presidente. Terry escuchó…

Escuchó a Lancashire:

—Hay un monstruo. Es ahora o nunca.

Escuchó a Nottinghamshire:

—Si nos portamos como esquiroles antes de empezar, nos convertiremos en esquiroles.

Escuchó a Yorkshire:

—Estamos en marcha.

Durante seis horas Terry escuchó, y el presidente hizo otro tanto.

Entonces el presidente dejó de escuchar. El presidente se levantó con dos cartas…

Ahora les tocaba a ellos escucharle a él.

La petición de Yorkshire en una mano y la de Escocia en la otra…

El presidente habló de las reuniones secretas que habían mantenido en el mes de diciembre el presidente del consejo y la primera ministra. Habló de sus planes secretos para privatizar la industria del carbón. Sus sueños nucleares y eléctricos secretos. Sus listas negras secretas…

Sus flagrantes y despiadadas tramas para destruir una industria. Su industria…

Entonces el presidente habló de historia y tradición. La historia del minero. La tradición del minero. El legado de sus padres y de los padres de sus padres….

El patrimonio de sus hijos y de los hijos de sus hijos…

Las batallas esenciales por venir. La guerra que había que ganar.

Tenían que discutir la moción de Gales del Sur…

—Nos encontramos en un momento decisivo —dijo el presidente—. Estamos de acuerdo en que tenemos que luchar. Tenemos la prohibición de las horas extra. Lo único que hay que debatir es la táctica.

Ellos escucharon y luego votaron…

Decidieron apoyar a las zonas en huelga por veintiún votos a favor y tres en contra de acuerdo con el artículo 41.

Fue la única votación. La única votación que importaba…

La votación para la guerra.

El presidente puso la mano en el hombro de Terry. El presidente le susurró al oído…

Terry Winters asintió con la cabeza. Terry recogió sus carpetas. Su calculadora.

Bajó a su despacho. Cerró la puerta.

Terry se acercó a la ventana. Pegó la frente al cristal…

Escuchó los gritos de la calle. Terry Winters cerró los ojos.

Neil Fontaine recibe la llamada. Va a buscar el Mercedes al aparcamiento subterráneo. Lo lleva a la parte delantera de Claridge’s. El portero abre la puerta trasera…

El Judío sube al coche.

Neil Fontaine mira el espejo retrovisor. El Judío se acaricia el bigote. El Judío sonríe. El Judío dice:

—A Chequers,7 por favor, Neil.

—Desde luego, señor.

—Me han avisado de repente —añade riendo el Judío—. Así que date prisa.

Neil Fontaine asiente con la cabeza. Pisa el acelerador.

El Judío coge el teléfono del coche. El Judío empieza a marcar y a hablar…

El Judío quiere que el mundo sepa adónde va.

Neil Fontaine observa al Judío por el espejo. El Judío juega con su bigote. El Judío se sienta hacia delante. El Judío mira por las ventanillas. El Judío parlotea por el teléfono. El Judío no se calla hasta que el Mercedes llega a la casa…

La casa de ella.

Neil Fontaine para ante la verja…

Ante las armas.

Neil Fontaine baja su ventanilla…

El coche es rodeado.

—El señor Stephen Sweet viene a ver a la primera ministra —dice Neil Fontaine.

El agente habla por su radio.

Neil Fontaine mira el espejo. El Judío no se acaricia el bigote. El Judío no sonríe. El Judío no habla por el teléfono del coche.

El Judío suda bajo su traje de raya diplomática.

El agente se aparta del coche. El agente señala la verja…

La verja se abre.

Neil Fontaine avanza.

—Te lo dije, Neil —comenta el Judío riendo en el asiento trasero—. Me esperan.

Neil Fontaine avanza despacio por el camino de grava. Aparca delante de la puerta principal.

El criado está esperando. El criado abre la puerta trasera del Mercedes al Judío. El criado cierra la puerta de golpe detrás de él.

La primera ministra aparece vestida de azul. El Judío se deshace en elogios. La primera ministra está encantada. Desaparecen cogidos del brazo.

—¿Quieres una puta foto o qué? —pregunta el criado—. Vete a la parte de atrás.

Neil Fontaine pone otra vez el coche en marcha. Aparca en un garaje vacío. Se queda sentado en el coche. Huele los gases de escape. Oye chillar a los pavos reales.

Terry Winters abrió la puerta de su casa de tres dormitorios en un barrio residencial de las afueras de Sheffield, en Yorkshire del Sur. Su familia dormía arriba. Las luces estaban apagadas abajo. Terry cerró la puerta sin hacer ruido. Dejó su cartera en la entrada. Se vio la cara en el espejo oscuro: Terry Winters, director ejecutivo del Sindicato Nacional de Mineros; Terry Winters, el representante sindical no electo de más alta categoría en el Sindicato Nacional. Terry se aplaudió en las sombras de Yorkshire del Sur, en un barrio residencial de las afueras de Sheffield…

En su casa con las luces apagadas, pero todo el mundo dentro.

6. El num (Sindicato Nacional de Mineros) se formó en 1945 y se convirtió en el sindicato más poderoso de Gran Bretaña. Intervino en las huelgas de 1972 y 1974, cuyo éxito afianzó su capacidad de contestación al Gobierno del Partido Conservador. En 1984 inició una huelga para protestar por la decisión de la ncb (Compañía Nacional del Carbón) de cerrar las minas poco rentables del país y privatizar las que quedasen abiertas.

7. Casa de campo situada en las inmediaciones de Ellesborough, en Buckinghamshire, que constituye la residencia rural oficial del primer ministro británico.

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