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ОглавлениеLa segunda semana
lunes 12-domingo 18 de marzo de 1984
El Judío ha recibido sus órdenes. Neil Fontaine ha recibido las suyas.
Neil Fontaine recoge al Judío delante del edificio de The Times a las diez en punto. Está en los escalones con su cazadora de aviador de cuero, su cámara y su grabadora…
—Soy los ojos y los oídos de ella —le dice a Neil Fontaine.
Recorren ciento cincuenta kilómetros por la autopista M1 mientras el Judío habla por el teléfono del coche. Está de buen humor. Gales del Sur ha aprobado por una abrumadora mayoría rechazar el llamamiento a la huelga del sindicato; Nottinghamshire ha solicitado una votación a la entrada de la mina; los piquetes vuelan…
El Judío quiere estar donde hay acción…
Dos habitaciones reservadas en el hotel Royal Victoria de Sheffield…
En el corazón del país…
Una suite para el Judío arriba y una habitación individual para Neil abajo; riñones fritos y champán para el Judío en su habitación, y una hamburguesa y una Coca-Cola para Neil en el bar…
Caras conocidas, caras del sindicato, entran y salen toda la noche…
Otras caras.
Neil Fontaine se tumba en la cama individual de su habitación individual con la luz individual encendida.
No puede dormir. Nunca puede. Ha recibido sus órdenes…
Otros ojos y otros oídos.
El teléfono suena tres veces a las tres.
Neil Fontaine va a buscar el coche. El Judío espera con su cazadora de aviador de cuero puesta. El Mercedes sale del centro de la ciudad por Rotherham y se mete en la A631. Cruzan la A1 y llegan a Nottinghamshire.
Hay nieve en las carreteras. Los setos. Los campos…
El furgón policial aparcado en la parada de autobús.
El Judío no puede estarse quieto. Mira por la ventanilla izquierda, mira por la derecha…
—Soy los ojos y los oídos de ella —le dice otra vez a Neil.
Llegan a la mina de carbón de Harworth, en la frontera entre Yorkshire y Nottinghamshire; se trata del lugar donde el sindicato de Spencer fue derrotado en una última batalla cruenta…
Es otra vez 1937.9
Los hombres de Harworth han votado a favor de rebasar el piquete de Yorkshire en columnas militares; hay ciento cincuenta policías para ayudarles; quinientos de los más recios de Doncaster para ponerles trabas…
Los hombres de Harworth regresan a sus casas junto a sus familias…
La primera victoria del piquete volante de Arthur.
El Judío está ahora de mal humor. Aparcan en un área de descanso con la radio encendida:
La Compañía Nacional del Carbón ha recurrido al Tribunal Supremo para obtener una orden judicial que impida a los mineros de Yorkshire que formen piquetes en otras zonas.
El Judío está de peor humor. Colérico. El Judío habla por el teléfono del coche. Furioso…
—Si el presidente del consejo hace eso, habrá una puñetera huelga general. Dile de mi parte que es una locura. Le entregaréis todo el movimiento obrero en bandeja a ese rojo gilipollas. Él lo ha visto por televisión, ¿verdad? ¿Lo ha visto por televisión? Pues yo estoy en Harworth, joder, y puedes decirle a tu presidente de mi parte que la solución no es la ley sobre el empleo de mil novecientos ochenta. La solución es más putos policías. Más putos policías y unos superiores con más cojones. Esa es la solución. Y también más perros. Más putos perros. Y dile que eso es lo que Stephen Sweet le dirá a la primera ministra…
»Porque soy sus ojos y sus oídos. ¡Sus ojos y sus oídos aquí fuera, coño!
El Judío cuelga. El Judío se recuesta. El Judío suspira. El Judío sacude la cabeza.
Neil Fontaine ve pasar un minibús de mineros…
Nalgas desnudas pegadas a las ventanillas traseras.
—Se acabaron las contemplaciones, Neil —grita el Judío—. ¡Ahora sí que se acabaron las contemplaciones!
Jen está buenísima bajo esas luces, joder. Su pelo. Su bronceado. La blusa. La falda. Frankie Goes to Hollywood por milésima vez. Buenísima, joder. El Mecánico podría quedarse allí sentado el resto de su vida. Ponen «Your Love is King». Ella le hace señas para que se acerque. Él se termina la copa. Sale a la pista de baile de una discoteca vacía un martes por la noche de marzo. La rodea con los brazos. La abraza. El resto de su vida.
Ha sido un largo miércoles…
Harworth, Bilsthorpe, Bevercotes, Thoresby.
Los furgones policiales forman ahora convoyes, y hay controles en cada cruce…
El Judío se atribuye el mérito.
Los huelguistas de Yorkshire bajan de los autobuses y marchan a través de los campos…
El Judío está otra vez al teléfono.
Ha sido un largo miércoles, y todavía no ha terminado…
Esto es Ollerton.
La policía ha tenido que meter en columnas a los del turno de tarde.
Las diez de la noche, y el Judío está donde hay acción; el Judío está en el Plough…
Lleno. Huelguistas que esperan el turno de noche. Cabreados.
El Judío habla. Toma notas. Manda a Neil a la barra a por bebidas.
—Tu colega el aviador debe de ser un pez gordo —dice la camarera.
—Cuatro pintas de Mansfield y un gin-tonic —pide Neil Fontaine.
—¿Tú no tomas nada?
—Lo he dejado.
—Vaya —comenta ella riendo—. Espero que ella lo merezca.
—Quédate el cambio —le dice Neil.
Está a mitad de camino con las bebidas cuando el ruido aumenta en el exterior…
El turno de noche ha llegado.
Todo el mundo se dirige a la puerta…
—¡Neil! —grita el Judío—. Vamos, Neil. ¡Llegó la hora!
Neil Fontaine ve que el Judío desaparece por la puerta. Sale detrás de él…
Gente que corre. Vasos de pinta que se rompen. Puertas de coche que se cierran.
Neil Fontaine no ve al Judío por ninguna parte…
Mierda.
Neil Fontaine enfila la calle hacia la mina, los piquetes y la policía…
Ladrillos y botellas, palos y piedras, que vuelan por los aires…
Hay una mano en el brazo de Neil. Hay una voz en su oído:
—Hola, hola, hola.
Neil Fontaine se da la vuelta…
Paul Dixon está al lado de un viejo Allegro. Va vestido con su mejor jersey, unos vaqueros con la raya recién planchada y unos zapatos limpios.
—¿Paul?
—¿Qué coño haces tú aquí, Neil?
—No preguntes.
—Sabía que ibas a decir eso —comenta riendo Paul Dixon—. Lo sabía.
Neil Fontaine mira al fondo de la calle. Todo el mundo está ahora junto a la verja. El Judío también.
Paul Dixon abre la puerta del Allegro.
—¿Tienes un minuto? —pregunta.
Neil Fontaine mira otra vez por la calle. Se encoge de hombros. Sube al Allegro.
El coche huele mal. En el coche se respira la suciedad.
Se quedan sentados y observan cómo cuatro policías arrastran a un manifestante del pelo por la calle.
—Bueno, ¿qué haces aquí, Neil? —vuelve a preguntar Paul Dixon.
—Ya te lo he dicho…
—No preguntes —dice Paul Dixon guiñando el ojo—. Pues te lo pregunto.
—¿En calidad de qué?
Paul Dixon abre su cartera. Señala su placa de policía.
—En calidad de esto.
—No sea tonto, sargento.
Paul Dixon cierra su cartera. Mira a través del parabrisas. Avergonzado…
Seis policías esposan a dos miembros del piquete a una farola.
—Está bien —dice suspirando Neil Fontaine—. Llevo a un gran empresario por el país para que escriba artículos sobre las relaciones laborales para su amigo de The Times. ¿Contento?
—Había oído que estabas…
Neil Fontaine se vuelve para mirar a Paul Dixon.
—¿Que estaba qué?
—Nada. Debí de oír mal.
—Sí —asiente Neil Fontaine—. Debiste de oír mal.
Paul Dixon mira otra vez a través de la ventanilla. Avergonzado otra vez.
Unos policías locales golpean los coches de los miembros del piquete a un lado y otro de la calle.
—¿Qué te trae a ti a un sitio tan agradable como este, Paul? —pregunta Neil Fontaine.
—El Centro Nacional de Información. Soy oficial de enlace.
—Un buen trabajo —comenta Neil Fontaine.
—Si lo consigues.
—Y tú lo has conseguido —contesta sonriendo Neil Fontaine.
—Sí, gracias al Stalin de Yorkshire.
—El Rey Carbón para sus amigos —declara riendo Neil Fontaine.
Paul Dixon mira otra vez a través del parabrisas.
—Esta noche hay pocos.
—¿Y nuestro viejo amigo? —pregunta Neil Fontaine—. El Mecánico sigue por ahí, ¿verdad?
Paul Dixon niega con la cabeza.
—Se ha enamorado. Está casado. Tiene dos perros. Se ha retirado.
—Qué lástima —dice Neil Fontaine—. Nuestro Dave tenía sus aptitudes.
Paul Dixon señala a través del parabrisas.
—¿Y tu nuevo amigo?
Mierda…
Seis hombres cargan con otro tipo por la calle hacia el pub…
El Judío tiene un arma.
Neil Fontaine abre la puerta del coche. Baja.
Paul Dixon se inclina por encima del asiento del pasajero.
—Sigue libre —dice.
Neil Fontaine cierra la puerta de golpe.
Terry Winters llevaba veinte minutos en casa cuando sonó el teléfono. Theresa lo cogió. No dijo nada. Se limitó a escuchar y puso los ojos en blanco. Se lo pasó a Terry…
Clic, clic.
Terry Winters volvió en coche a St. James’s House.
Terry abrió su despacho con llave. Terry sacó su calculadora. Terry subió.
La música estaba alta. Terry llamó una vez. La música se interrumpió. Terry esperó…
—Adelante.
Terry abrió la puerta. Terry entró.
Los Chaquetas de Tweed estaban sentados alrededor de la mesa. El presidente se hallaba junto a la ventana…
De espaldas a la sala.
Terry Winters tosió.
—¿Querías verme?
El presidente no se volvió.
—No avanzan lo bastante rápido, camarada.
—Ya te lo he dicho —dijo Terry—. Yo…
—Están en el pub hablando cuando deberían estar al teléfono manos a la obra.
Terry Winters asintió con la cabeza.
El presidente se volvió entonces.
—Dentro de veinticuatro horas habrán ilegalizado este y todos los sindicatos del país que todavía se creen con derecho a hacer huelga y formar piquetes para conservar los trabajos de sus afiliados. Todos los trabajadores y trabajadoras de este país tendrán que unirse para vencer al Gobierno. Este sindicato estará a la vanguardia de esa batalla, como lo ha estado en todas las luchas, como lo ha estado en todas las victorias.
Terry asintió con la cabeza.
El presidente miró fijamente a Terry. El presidente se volvió otra vez hacia la ventana.
Uno de los Chaquetas de Tweed vació su pipa en el cenicero de cristal dando tres bruscos golpecitos. Miró a Terry.
—El presidente cuenta contigo, camarada —dijo—. Todos contamos contigo.
Terry Winters asintió de nuevo con la cabeza.
—Así que deshazte del puto dinero.
Terry asintió de nuevo.
Alguien puso otra vez la música de Shostakóvich.
Terry Winters volvió abajo. Terry llamó a la puerta de Mike Sullivan. Terry le dijo que el presidente quería que fueran a la oficina regional de Yorkshire en Huddersfield Road, en Barnsley. El presidente necesitaba que Terry y Mike dieran otro repaso. Ya no se fiaba de Yorkshire. Nunca se había fiado. Desde que se había ido de allí, no. El presidente ya no se fiaba de nadie. El presidente estaba paranoico…
Todos lo estaban.
Los Chaquetas de Tweed hicieron cambiar dos veces de coche a Terry y Mike. Los Cazadoras Vaqueras les hicieron tomar el camino largo. Recorrieron los dieciséis kilómetros en una hora y en tres vehículos diferentes. Tenían dos maletas vacías en el maletero…
Theresa las había bajado del desván.
Terry y Mike llegaron a Barnsley sin avisar. Terry y Mike fueron arriba. Terry y Mike ocuparon un despacho. Terry y Mike buscaron micrófonos en la habitación. Terry corrió las cortinas. Terry mandó a Mike que buscara inútilmente documentos. Terry hizo pasar al encargado del departamento financiero de la zona. Terry cerró la puerta con pestillo. Terry cacheó a Clive Cook. Terry mandó a Clive que encendiera la radio mientras hablaban. Terry enseñó a Clive su última clave. Terry le dijo que la utilizara en todas sus futuras comunicaciones. Luego Terry puso las dos maletas sobre la mesa y preguntó a Clive por los ocho millones de libras.
El Judío está conmocionado. Se ha pasado el jueves al teléfono en su cama de matrimonio del hotel Royal Victoria. Ha mandado a Neil que salga a comprar una máquina de escribir eléctrica y todos los periódicos que encuentre.
El Judío había conocido al muerto. Los dos habían ayudado a llevar a un minero herido al pub. El muerto era un miembro del piquete, y el herido, un esquirol. El muerto había curado el corte que el esquirol tenía encima del ojo. El muerto había llamado a una ambulancia desde el pub. Luego había vuelto al frente…
El Judío tiene manchas de sangre en el cuello de lana de oveja de su cazadora de cuero.
—Sus ojos y sus oídos, Neil —dice el Judío—. Soy sus ojos y sus oídos.
Neil Fontaine lleva al Judío de vuelta a Ollerton el viernes por la mañana. El Judío quiere ver el sitio de día. El Judío quiere tomar notas. Hacer fotos…
Coches volcados, aceras arrancadas. Setos desarraigados, ventanas entabladas.
Hay muchos furgones policiales y muchos equipos de televisión y nadie que forme un piquete…
Hay una tregua de cuarenta y ocho horas mientras los hombres de Nottinghamshire votan.
El Judío rodea con el brazo a una mujer en su jardín destrozado. Le cuenta que los pogromos expulsaron a su familia de Rusia. Le cuenta que su familia lo perdió todo. Le cuenta que empezaron de cero. Le cuenta que su padre hacía jornadas de dieciocho horas, siete días a la semana. Le cuenta que a él lo enviaron a Eton. Le cuenta que lo intimidaban…
Le cuenta que los abusones nunca salieron ganando…
El Judío le promete eso.
Neil Fontaine lleva al Judío a su suite del hotel.
El Judío tiene nuevas órdenes para Neil Fontaine…
El Judío quiere que Neil alquile una furgoneta. Neil Fontaine alquila una furgoneta.
El Judío le da a Neil una lista de la compra. Neil Fontaine se va de compras.
El Judío le da a Neil una dirección:
Cuartel del Ejército de Reserva Proteus, Ollerton.
Neil Fontaine hace su entrega:
500 botellas de whisky, 500 botellas de vodka, 1000 refrescos y 4000 latas de cerveza.
El Judío debería haber incluido alguna mujer…
Mil chicos de la policía metropolitana sin nada que hacer ni ningún sitio al que ir un sábado por la noche en el norte de Inglaterra; dos mil más en el campamento de entrenamiento de Beckingham, en Newark; otros mil en el cuartel Prince William, en Grantham…
Dentro de tres horas estarán cascándosela en corro…
—Esos hombres son la columna vertebral del país —dice el Judío a Neil—. La columna vertebral.
El Mecánico grita por el teléfono de una estación de servicio, rumbo al sur por la M6…
—¿Schaub? ¿El cabrón de Julius Schaub? —chilla—. Joder, ¿crees que me habría acercado a este marrón si hubiera sabido que ese hijo de puta estaba metido?
—Tranquilízate —dice la voz al otro lado—. Tranquilízate…
—¿Que me tranquilice? —grita el Mecánico—. Hay que joderse. ¿Me estás diciendo que me tranquilice? Tengo a la mujer en el puto coche, gilipollas. ¿Crees que la hubiera traído si hubiera sabido que el cabrón de Schaub estaría allí?
—Alguien se ha echado atrás —explica la voz—. Necesitábamos…
—Un jodido sabio.
—Déjame terminar —dice la voz—. Alguien se ha echado atrás. Necesitábamos a alguien en un plazo muy breve. Llamamos a Vince. Vince llamó a Julius. Julius estaba disponible.
—Schaub siempre está disponible, joder —replica el Mecánico—. Porque nadie quiere trabajar con ese capullo de mierda.
—Por favor —dice la voz suspirando—. Te necesitamos.
—Deberíais haberlo pensado antes de invitar a ese pervertido de mierda.
—Te lo compensaremos —promete la voz.
—Estoy escuchando.
—Cuatro mil por las molestias.
—Eso espero —dice el Mecánico—. Eso espero, joder.
—¿Habías visto alguna vez algo así, Neil? —grita el Judío desde el asiento trasero.
Neil Fontaine niega con la cabeza. Nunca ha visto algo así.
Un país entero totalmente acordonado…
Todas las carreteras de acceso y salida de Mansfield y Nottinghamshire bloqueadas con controles; la autopista limitada a un solo carril en cada dirección; perros rastreadores en cada campo; helicópteros y aviones de observación en el cielo; tres mil policías desplegados…
Todas las empresas de taxis y autocares de Yorkshire y Derbyshire habían recibido órdenes de no aceptar dinero de mineros so pena de arresto inmediato; cada taxi y autocar era parado por si acaso; cada coche y furgoneta particular…
El túnel de Dartford había sido cerrado. Y también las fronteras con Escocia y Gales.
Neil Fontaine aparca el Mercedes enfrente de la oficina del num de Nottinghamshire en Mansfield; el Judío espera el resultado en la parte trasera pegado al teléfono…
El sonido de los helicópteros en el cielo y del fiscal general del Estado por la radio:
—Si comporta mucho trabajo extra para la policía, que así sea. El Gobierno no se verá mezclado en el conflicto.
El teléfono del vehículo suena. El Judío lo coge. El Judío escucha…
—¿Doscientos setenta a favor de la vuelta? —dice—. Eso es un setenta y cinco por ciento. Es una noticia fantástica.
El Judío cuelga. El Judío llama al sur…
—¿Qué te había dicho? —dice el Judío—. Ya ha perdido.
9. George Spencer (1873-1957) fue un minero y sindicalista inglés que fundó su propio sindicato, el nmiu (Sindicato Industrial de Mineros de Nottinghamshire y Distrito), para representar a los mineros de Nottinghamshire que querían volver al trabajo después de la huelga general de 1926. El sindicato de Spencer duró hasta 1937, cuando la mfgb (Federación de Mineros de Gran Bretaña) amenazó con hacer huelga en la mina de Harworth, la única mina de Nottinghamshire que controlaba, y la nmiu pasó a integrarse a dicha federación sindical.