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La cuarta semana

lunes 26 de marzo-domingo 1 de abril de 1984

Theresa Winters despertó a Terry. Le había preparado gachas. Huevos revueltos con tostadas. Metió a los niños en la parte trasera del coche. Medio dormidos. Lo dejó en la estación.

Terry salió al andén. Golpeó el suelo con los pies. Se frotó las manos. Tenía un asiento de primera en el primer tren.

El tren llegó con diez minutos de retraso.

Terry encontró su asiento. Pidió café. Desayunó. Repasó sus informes:

La Compañía Nacional del Carbón contra el Sindicato Nacional de Mineros: la medida legal del Tribunal Supremo contra la política de inversión en un fondo de pensiones del Sindicato Nacional de Mineros.

Terry repasó sus apuntes:

El sindicato se opone, de acuerdo con la Constitución, a la inversión de fondos en el extranjero y en industrias que compitan con el carbón.

Revisó sus cuentas:

84,8 millones de libras de las contribuciones anuales de los afiliados; 151,5 millones de libras de la Compañía Nacional del Carbón; 22,4 millones de libras en pensiones y 45,2 millones de libras en pagos únicos efectuados anualmente; 200 millones de libras destinados a la inversión.

El presidente representaría al sindicato. Particularmente. El presidente llevaría su defensa. En persona. El presidente esperaría a Terry. Particularmente. El presidente contaría con Terry…

En persona.

Terry guardó la carpeta. Cogió el ejemplar gratuito de The Times:

Más mineros se suman a la huelga mientras los piquetes aumentan; la bsc recorta un cincuenta por ciento en la planta siderúrgica de Scunthorpe; minero hallado ahorcado…

Terry se encontraba mal. Terry miró su reloj. Terry cambió de vagón.

Terry se sentó a una mesa en un vagón de segunda mientras el tren llegaba a King’s Cross.

Terry Winters sabía que estarían esperándolo. Vigilándolo.

—Esa gente necesita nuestra ayuda —repite el Judío…

»Les están poniendo bloques de hormigón y postes metálicos en las carreteras. Les están rompiendo los parabrisas y rajando los neumáticos. Están orinando en bolsas de plástico y lanzándoselas cuando van a trabajar.

Neil Fontaine asiente con la cabeza. No aparta la vista de la autopista.

—Nottinghamshire, Derbyshire, Lancashire, Leicestershire… son los sitios donde ganaremos esta guerra.

El Mercedes abandona la M1 en la salida número 21.

—Esa es nuestra gente, Neil. Esos son sus sitios.

Neil Fontaine sigue los coches patrulla hasta el Brant Inn, en Groby. Aparca entre las furgonetas de la televisión y las camionetas Transit. Abre la puerta trasera al Judío.

El Judío baja del coche. El Judío se quita las gafas de sol de aviador.

—Qué pueblecito tan encantador, Neil —dice.

Neil Fontaine asiente con la cabeza. Mantiene abierta la puerta del Brant Inn…

El local está lleno de sindicalistas moderados y policías, equipos de televisión y periodistas…

Luces. Cámaras. Acción.

—Me llamo Stephen Sweet —grita el Judío—. He venido a ayudar.

Se había levantado la sesión por ese día. El presidente había vuelto a su piso en la cuadragésima planta de un edificio del Barbican con Len y las mujeres. El resto, a sus habitaciones en el hotel County. Todos estaban viendo las noticias en la tele de la habitación de Terry. Todos se reían al ver a la derecha sindicalista…

—Menuda reunión secreta —rugió Paul—. Fijaos en la jeta de Sam.

—Esos no tienen ni idea de cómo se organiza un acto —dijo Mike.

—Hablando de organizarse —apuntó Dick guiñando un ojo—. Estamos perdiendo un tiempo precioso que podríamos estar dedicando a beber.

Terry desconectó la tele. Terry apagó otra vez los cigarrillos.

Todos fueron al Crown & Anchor por los viejos tiempos.

Dick bebió pintas de una mezcla de cerveza oscura y clara y contó anécdotas…

Anécdotas de borracho de épocas distintas.

Durante toda la noche entraron y salieron reporteros especializados en asuntos industriales y laborales…

Como en los viejos tiempos. Tiempos distintos.

Terry se quedó sentado en el rincón con su vodka con tónica y pagó las copas. Al día siguiente el presidente le preguntaría qué habían hecho la noche anterior…

El presidente se lo olería, y Terry se lo contaría.

El Mecánico duerme con las cortinas descorridas. Los perros están en el jardín. Mira las noticias cinco veces al día. Compra todos los periódicos a la venta. Recorta las noticias. Las pega en un álbum de recortes. Llama por teléfono a Jen a casa de su hermana. Cada hora. En punto…

El Mecánico espera la llamada de ellos…

La llamada llega.

—Nos debes una —dice la voz.

—Y una mierda.

—¿Ah, sí? —dice la voz—. Bueno, tú tienes cuatro mil libras nuestras y nosotros tenemos un asesinato en primera plana que nos está costando otras cinco mil al día para arreglarlo. ¿Te parece justo, Dave? ¿Sí? ¿De verdad?

—Os advertí sobre Schaub —repone el Mecánico—. Los únicos culpables sois vosotros.

—No exactamente —dice la voz—. Se nos ocurren otras tres o cuatro personas.

—¿Me estás amenazando?

—Dave —declara la voz—. Si te estuviera amenazando, estarías atado viéndonos dar de comer las pollas de tus perros a tu mujer…

—Vete a tomar por el culo. Vete a tomar por el culo. Vete a tomar por el culo.

—¿Has terminado? —pregunta la voz—. Ahora escucha…

El Mecánico cuelga.

El presidente no había venido a pedir ayuda. No quería ayuda. No necesitaba ayuda. El presidente no había venido a suplicar. No quería caridad. No necesitaba caridad. El presidente solo había venido a hacer que cumplieran su palabra. A obligarles a que no rompieran sus promesas. A que respetaran sus compromisos. El presidente solo había venido a cobrar. A cobrar lo que era suyo…

De los obreros siderúrgicos. Los camioneros. Los ferroviarios. Los marineros…

La promesa y el compromiso de suspender todo transporte de carbón…

Por carretera. Por vía. Por mar…

De apagar las centrales eléctricas. De cerrar las plantas siderúrgicas…

Todo el país.

Eso era lo que había venido a cobrar, y el presidente pensaba cobrarlo.

El sindicato asumió el control del tgwu. Pidieron té. Pidieron sándwiches. Escucharon el informe. El boletín diario:

Treinta y cinco minas de ciento setenta y seis todavía en activo; atascos en la M1 y la A1 causados por la revancha de los miembros de los piquetes contra los controles de carretera; nuevos problemas en el edificio de la Compañía Nacional del Carbón; más de trescientas detenciones.

El presidente llevaba otra vez su traje de los juicios. El presidente estaba impaciente…

—Este asunto va a durar eternamente —dijo.

—Pero eso ya lo sabíamos —contestó Paul.

—¡Eternamente! —gritó—. Mientras la derecha está ahí tramando y maquinando.

—Estás abarcando demasiado —comentó Dick.

—Votación. Votación. Votación —declaró el presidente—. Es lo único que oigo.

—No deberíamos estar aquí abajo —dijo Paul—. Deberíamos estar arriba, donde está la pelea.

—Nos han tendido una trampa —susurró el presidente—. Una trampa.

—Déjame ocuparme del problema de las pensiones —dijo Terry.

El presidente miró a Terry Winters. El presidente sonrió a Terry.

—Gracias, camarada.

Llamaron a la puerta. Una de las mujeres del presidente entró.

—Están esperándonos —dijo Alice.

—No —repuso el presidente riendo mientras se ponía en pie—. Nosotros estamos esperándolos a ellos…

»Esperando su apoyo incondicional; que se boicotee el transporte de todo el carbón de las islas británicas…

»Entonces no podremos perder —dijo el presidente.

Todo el mundo asintió con la cabeza…

Bésame.

—Ni un solo pedazo de carbón entrará en el país sin nuestro permiso. Haremos piquetes y pararemos el trabajo en todas las minas. Cerraremos todas las centrales eléctricas y las plantas siderúrgicas.

Todo el mundo asintió con la cabeza…

Bésame en las sombras.

—Venceremos al Gobierno. Haremos que ella nos suplique.

Todo el mundo asintió con la cabeza…

Bésame, Diane.

—No podemos perder —dijo otra vez el presidente—. ¡No vamos a perder! ¡No perderemos!

Todo el mundo se levantó. Todo el mundo aplaudió…

Bésame en las sombras…

Todo el mundo siguió al presidente. Por el pasillo. Al tajo…

Bésame en las sombras de mi corazón…

Hasta la victoria.

Neil Fontaine deja al Judío en su suite de Claridge’s. Vuelve en coche a Bloomsbury. A su habitación individual en el County. Neil Fontaine no la pisa desde hace casi una semana. Consulta su correo. Sus mensajes…

Justo ese.

Neil Fontaine sube a su habitación en la sexta planta. La puerta con la cerradura extra. Se quita la camisa. Se lava las manos y la cara en el lavabo. Se pone una camisa limpia. Abre el armario. Hay una chaqueta de sport en una bolsa de plástico…

Justo esa.

Neil Fontaine se pone la chaqueta. Cierra las dos cerraduras. Baja por la escalera. Pasa por delante del bar y sale a la noche. Va al club de los Servicios Especiales en taxi. Neil Fontaine no lo pisa desde hace casi un año…

—¿De verdad? —pregunta Jerry Witherspoon—. ¿Tanto tiempo ha pasado?

—La noche de las elecciones —dice Neil asintiendo con la cabeza.

—Una noche inolvidable y todo ese rollo —conviene Jerry sonriendo.

Jerry aparta su postre. Jerry enciende un puro. Jerry fuma en silencio…

Jerry conoce a gente de arriba. Los de arriba pasan trabajos a Jerry. Jerry es dueño de Jupiter. Seguridad Jupiter pasa trabajos a Neil. Neil acepta los trabajos…

Los trabajillos. Los trabajos inesperados. Los trabajos de eliminación…

Neil conoce a gente de abajo. Gente de las alcantarillas. Del subsuelo.

Jerry se termina el puro. Jerry aparta el cenicero. Jerry se inclina hacia delante…

—Una noche olvidable en Shrewsbury, según dicen —comenta Jerry.

Neil Fontaine espera.

Jerry levanta su servilleta. Jerry empuja un sobre a través del mantel…

Justo ese.

Neil Fontaine coge el sobre. Neil Fontaine se levanta.

Jerry sonríe.

—No dejes que un error de juicio se convierta en una costumbre, Neil —dice.

Neil Fontaine vuelve en taxi a Bloomsbury. Va andando a Euston. Entra en la iglesia de San Pancracio. Se sienta en un banco. Agacha la cabeza. Pronuncia una pequeña oración…

Justo esa.

Devuélvemela.

Era el día de los Inocentes y nevaba afuera. Terry Winters estaba tumbado en la cama de matrimonio. Olía la comida de domingo. Oía a los niños que se peleaban. Los ánimos que se caldeaban. Los puñetazos que volaban. El presidente también se había enfurecido. El presidente se había puesto hecho una fiera. Como era de esperar, la Confederación del Sector Siderúrgico le había dicho que no. ¡Lo había traicionado! El presidente exigía venganza. El presidente volvería a aparecer hoy en la televisión en Weekend World. El presidente anunciaría al mundo entero lo que opinaba de los que le dijesen que no. Los que lo traicionasen, los afiliados y sus familias. Judas. Terry se dio la vuelta en la cama de matrimonio. Miró la cartera con el tirante roto. La que nunca usaba ya. Los papeles amontonados en el tocador. Terry salió de la cama. Hacía frío. Se puso las zapatillas. La bata. Fue al cuarto de baño. Cuando meó notó dolor en la polla. Tiró de la cadena. Se lavó las manos. Apagó la luz. Bajó la escalera de mano del desván. Subió por la escalera. Miró en el desván…

Las dos maletas situadas en las sombras…

Bésame.

El seguro. 1 de abril, día de los Inocentes, 1984.

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