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ОглавлениеLa tercera semana
lunes 19-domingo 25 de marzo de 1984
Se despiertan en una cama de columnas en un viejo hotel del centro de Stratford-upon-Avon. Tienen resaca. Tardan un minuto en recordar qué hacen allí. El Mecánico enciende la radio. «99 Luftballons.» Se duchan. Desayunan en la habitación. Se marchan del hotel. Se sienten mejor. Toman la A46 y la A422 hasta Worcester. Jen conduce. Aparcan enfrente del Pear Tree. Entran. El Mecánico llama por teléfono. Consigue la dirección.
Beben un trago. Comen algo.
Una hora más tarde paran en Detectives Diamond para recoger la llave y el dinero. Vince Taylor no está. Solo su vieja secretaria Joyce. Es la primera vez que Jen ve a Joyce. Joyce les ofrece una taza de té. Trata de localizar a Vince. Dice que últimamente Vince está un poco deprimido. Parece que está harta. El Mecánico le pregunta si hay algo que Jen y él pueden hacer. Ella niega con la cabeza. Se encierra en el cuarto de baño diez minutos.
Vince no va a aparecer.
Se terminan el té. Se excusan. Joyce les da una llave. El dinero. Toman la A44 hasta Leominster y luego la A49 directa hasta Shrewsbury. Jen cuenta el dinero. Encuentran la casa. Un adosado de dos plantas con dos habitaciones en cada piso cerca de Sutton Road. Entran. El Mecánico hace otra llamada telefónica.
Se sientan. Encienden la tele. Esperan…
Mal tiempo. Pesadillas toda la noche.
El Ejecutivo de Yorkshire había desobedecido la orden judicial del Tribunal Supremo sobre la formación de piquetes, y la actividad de los piquetes volantes continuaba. Habían acusado al área de Yorkshire de desacato al tribunal y habían enviado a los alguaciles…
El Fondo de Huelga de Yorkshire ya se había agotado.
El presidente mandó otra vez a Terry Winters y Mike Sullivan a Huddersfield Road.
Esta vez no estaban solos…
Dos mil hombres de la cuenca minera de Yorkshire habían respondido a la llamada del presidente; dos mil mineros habían acudido a defender las almenas del (antiguo) castillo del Rey Arturo y rodeaban los ladrillos negros y manchados de la oficina regional de Yorkshire…
Cuatro mil ojos observaban y esperaban a los alguaciles.
En una habitación del piso superior, Terry y Mike trituraban papeles.
En el exterior estallaron refriegas. Los hombres atacaron a equipos de fotógrafos y cámaras. La policía intervino. Hubo puñetazos. Se realizaron detenciones.
Clive Cook trajo más cajas. Terry y Mike trituraron más papeles.
De repente, los hombres del exterior dieron fuertes vivas…
Terry y Mike se acercaron a la ventana.
Clive volvió con la última caja.
—La compañía ha abandonado la acción legal —dijo.
Campanillo no llama a la puerta. Nunca lo hacen. Tiene su propia llave. No se presenta. Nunca lo hacen. Son hombres prudentes. Mira detenidamente a Jen y se lleva sus cosas directamente al pequeño dormitorio. El Mecánico manda a Jen a comprar leche. Lee otra vez el periódico de ayer. Jen vuelve. Afuera llueve. Ella prepara té. El Mecánico lleva una taza a Campanillo. Está sentado en la cama con los auriculares puestos y la libreta en la mano. El Mecánico le da unos golpecitos en el hombro. Campanillo se sobresalta. El Mecánico le da la taza. Campanillo asiente con la cabeza. El Mecánico vuelve abajo.
A las doce y media Jen sale a comprar fish and chips. El Mecánico se queda sentado y espera a que empiecen las noticias de la una. Jen vuelve con las patatas. El Mecánico echa unas en un plato para Campanillo y se las sube. Sigue sentado en la cama con los auriculares puestos. Asiente con la cabeza. El Mecánico baja con Jen. Comen. Jen prepara té. El Mecánico friega los platos.
A las tres Campanillo baja. Le da al Mecánico un trozo de papel…
El Mecánico lo lee. Coge el teléfono.
Una hora más tarde, Julius Schaub llega con Leslie en un Ford Escort rojo. Schaub se ha dejado crecer el pelo desde la última vez que el Mecánico lo vio. Leslie está igual que siempre. El Mecánico no se los presenta a Jen. Schaub se queda callado. Le han avisado. Se porta lo mejor posible. El Mecánico les da indicaciones. Se lleva a Jen arriba al pequeño dormitorio. Campanillo está sentado en la cama con los auriculares puestos. La libreta en la mano. Se vuelve para mirarlos. Sacude la cabeza. Ellos se sientan en la cama a su lado a esperar…
Mal tiempo. Pesadillas toda la noche.
Poco después de las siete y media, Campanillo da un codazo al Mecánico. Se toca los auriculares. Levanta el pulgar. El Mecánico y Jen bajan. Despiertan a Tararí y Tarará.
Salen de la casa.
Schaub y Leslie cogen el Escort. El Mecánico y Jen el Rover.
Los dos coches van a Sutton Road. El Escort aparca en un extremo de la calle y el Rover en el otro. Schaub baja del coche. Leslie se queda al volante. El Mecánico baja del Rover. Jen permanece donde está.
El Mecánico saca la bolsa del maletero. Avanza por la calle. Llega a la casa. Recorre el camino de entrada. Schaub ya tiene la puerta trasera abierta. Entran. El Mecánico abre la bolsa. Le da a Schaub una cámara…
Schaub elige el piso de arriba. El Mecánico la planta baja.
El Mecánico atraviesa la cocina, entra en la sala de estar y se dirige al estudio. Registra cajones y estantes durante veinte minutos.
Schaub baja al estudio. Niega con la cabeza.
Salen de la casa. Cierran la puerta trasera. Recorren el camino de entrada.
El Mecánico vuelve al Escort con Schaub…
Schaub sube a la parte delantera. El Mecánico a la trasera.
Leslie se da la vuelta…
El Mecánico niega con la cabeza.
—Debe de llevarlo encima —dice Schaub.
—¿Dónde? —le pregunta Leslie.
Él saca unas grandes bragas blancas del interior de su chaqueta. Las levanta. Ríe y dice:
—En estas cosas tan sexis se puede esconder de todo.
El Mecánico se inclina hacia delante. Agarra a Schaub por el pelo. Tira de su cabeza por encima del respaldo del asiento…
—Creía que te gustaban los niños —susurra al oído de Schaub—. Los tuyos.
—Vete a la mierda —grita Schaub—. ¡Vete a la mierda!
El Mecánico lo empuja hacia delante. Se inclina por encima del asiento con él…
Golpea la frente de Schaub contra el salpicadero.
—¡Joder! —grita Schaub—. ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
—Llévalo a la casa —le dice el Mecánico a Leslie—. Esperadme allí.
Leslie asiente con la cabeza. Arranca el coche.
El Mecánico baja del vehículo. Vuelve andando por la calle hasta el Rover. Sube al coche.
—¿Qué pasa? —pregunta Jen.
—Nada —dice el Mecánico—. Tenemos que ir a la casa de campo.
Jen arranca el coche. Se dirigen a Four Crosses y se desvían a Llanymynech. Paran delante de una cabina de teléfono. El Mecánico llama al número…
Deja que suene. Suena y suena. Nadie contesta.
Encuentran la casa de campo. Aparcan.
El Mecánico coge la bolsa del asiento trasero. Baja del vehículo…
Jen espera en el coche.
El Mecánico recorre el sendero. Abre la puerta. Entra. Registra la vivienda. Sale. Cierra la puerta con cerrojo. Vuelve por el sendero…
Jen arranca el coche.
El Mecánico mete la bolsa en el maletero. Sube. Niega con la cabeza.
Vuelven a Shrewsbury. Aparcan delante de la casa adosada…
El Escort no está allí.
Entran. Schaub no está. Ni Leslie. El Mecánico sube al piso de arriba…
Campanillo sigue sentado en la cama. Tiene los auriculares en la mano. Alza la vista…
—¿Qué coño ha pasado? —pregunta al Mecánico.
—¿A qué te refieres?
—El teléfono se ha cortado.
—¿Qué?
—No oigo nada…
El Mecánico baja directamente por la escalera.
Jen acaba de poner la tetera al fuego.
—¿Qué pasa? —dice.
—Vamos —le manda el Mecánico—. ¡Rápido!
Salen al coche. Vuelven a Sutton Road…
El Escort tampoco está allí.
Aparcan al final de la calle…
—Espera aquí —le dice el Mecánico a Jen.
—¿No irás a entrar otra vez? —pregunta Jen—. Ella podría llegar…
El Mecánico baja. Cierra la puerta. Avanza por la calle. Llega a la casa.
Las cortinas están corridas. Hay luces encendidas dentro…
Joder.
Recorre el camino de entrada. Se dirige a la parte trasera de la casa. La puerta está abierta de par en par…
Joder.
Se asoma dentro.
—¿Hola? —grita—. ¿Hay alguien en casa?
No hay respuesta.
Entra en la casa. Hay platos sucios esparcidos por el suelo de la cocina. Dos bolsos vaciados en el suelo. El teléfono arrancado de la pared.
Entra en la sala de estar y en el estudio…
Nadie.
Sube al piso superior. Falta una de las barandillas del pasamanos.
Entra en el dormitorio principal…
Nadie.
En el cuarto de baño…
Nadie.
En el segundo dormitorio…
Joder…
Toallas mojadas en el suelo. La cama sin sábanas…
Sangre y semen en el colchón.
El Judío no ha pegado ojo desde hace días. Está demasiado excitado. Demasiado ocupado…
Acaba de visitar la decimotercera planta del edificio de New Scotland Yard…
El Centro Nacional de Información.
Neil Fontaine abre la puerta trasera al Judío. El Judío sube.
—A Downing Street, por favor, Neil.
—Desde luego, señor.
El Judío habla a Neil de la actividad ininterrumpida y los montones de teléfonos, las paredes con mapas y las chinchetas de colores…
—Las guardan en latas de galletas —dice riendo—. ¿Te lo puedes creer? Latas de galletas.
Neil Fontaine para en un semáforo en rojo. Mira el reloj y a continuación mira el espejo retrovisor…
El Judío lleva un traje de raya diplomática azul oscuro, una camisa azul claro y una corbata de seda blanca. El Judío tiene otro informe que elaborar; otro discurso que dar…
—No habrá votación. Eso está claro —dice en voz alta el Judío en la parte trasera—. La estrategia del comité debe basarse en ese hecho. Hay que dejar las leyes sobre el empleo en la reserva. Ni recurrir a votaciones ni recurrir a los tribunales. En el muy improbable caso de que hubiera una votación nacional y, cosa todavía más improbable, se votase a favor de hacer huelga, entonces, y solo entonces, deberían utilizarse las leyes sobre el empleo para proteger las zonas en las que inevitablemente se desobedecerá la votación y se seguirá trabajando…
El Judío practica otra vez su discurso. El Judío se ha propuesto apretar unas cuantas tuercas…
Habla consigo mismo en la parte trasera del Mercedes. Habla de la Seguridad Social. Habla del impago de beneficios. De la morosidad. Habla de las compañías eléctricas y de gas. Habla de exigir pagos semanales. De cortar la comunicación a los huelguistas. Habla de los bancos y las sociedades de crédito hipotecario. Habla de hipotecas…
De expropiación…
El Judío quiere apretar unas cuantas tuercas. Apretarlas una y otra vez.
Semana a semana, poco a poco, día a día, pieza a pieza…
—¡Hacer retroceder para siempre las fronteras del socialismo, Neil!
Neil Fontaine se detiene en el control situado al final de Downing Street.
El Judío se pone unas gafas de sol de aviador y su panamá de ala ancha. Respira hondo.
—Deséame suerte, Neil.
—Buena suerte, señor.
Neil Fontaine observa cómo el Judío desaparece en el número 10 de Downing Street.
Neil Fontaine mira otra vez su reloj. Pone en marcha el Mercedes…
Él también tiene tuercas que apretar. Distintas tuercas.
Medianoche del miércoles al jueves. La cara oculta de la luna. Paran enfrente del bungaló de Vince. Las luces están apagadas…
—Espera aquí —dice el Mecánico a Jen.
Baja del coche. Recorre el camino de entrada. Llama al timbre. Golpea la puerta.
—¿Quién es? —grita Vince desde dentro—. ¿Qué quieres?
—Soy yo —dice el Mecánico—. Quiero hablar.
Llaves giran. Cadenas caen. Vince Taylor abre la puerta…
El Mecánico le enfoca la cara de lleno con la linterna. Vince levanta la mano…
Vince lo sabe.
—Dave —dice—. Guarda eso.
—¡Vince! —grita su esposa al fondo del pasillo—. ¿Qué coño pasa?
—Nada, cielo —contesta él—. Vuelve a dormir.
El Mecánico baja la linterna.
Vince se ciñe el cinturón de la bata. Mira por el camino de entrada.
—¿Quién está en el coche contigo? —pregunta.
—Jen.
—Me cago en la puta —exclama Vince.
El Mecánico asiente con la cabeza.
—¿Schaub? —inquiere—. ¿Leslie?
—Solo Leslie —dice Vince.
—¿Schaub?
—Quién coño sabe.
—¿Y dónde está Leslie?
—Tiene miedo, Dave.
—Todos tenemos miedo, Vince —le dice el Mecánico—. A ver, ¿dónde está?
—Dave…
El Mecánico sacude la cabeza.
—¿Dónde está? —vuelve a preguntarle.
—Lo llaman Pequeña América —dice Vince—. Pero, Dave…
—¿Dónde está eso, Vince?
—En Atcham, en la carretera de Telford. Es un campo de aviación abandonado.
—¿Qué hace allí?
—Está escondido. ¿Qué crees que hace allí?
El Mecánico consulta su reloj.
—Ponte algo de ropa, Vince.
Vince niega con la cabeza.
—Dave… —dice Vince.
El Mecánico agarra a Vince Taylor por la bata.
—Que te pongas algo de ropa, coño —repite.
Vince va a vestirse. Vince vuelve a salir. Vince se sienta en el asiento delantero…
Y se van.
Treinta minutos más tarde, Vince señala a la izquierda…
El Mecánico apaga los faros. Sale de la carretera principal…
Atraviesa un polígono industrial.
Vince señala al frente.
Hay una valla con una puerta y un viejo letrero de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. Un Escort rojo aparcado.
El Mecánico para al lado del Escort. Apaga el motor.
El Mecánico se vuelve hacia Vince en el asiento del pasajero.
—Bueno, ¿dónde está Leslie? —pregunta.
—Yo qué coño sé —dice Vince.
El Mecánico agarra la cara gorda de Vince Taylor con la mano derecha. Estruja fuerte sus carrillos pálidos. Le hace girarse hacia el asiento trasero…
—¿Sabes quién es esa? —pregunta el Mecánico a Vince.
Vince asiente con la cabeza.
—Es la mujer que amo —le dice el Mecánico—. Así que no hables así delante de ella.
Vince asiente otra vez con la cabeza.
El Mecánico empuja la cabeza de Vince contra la ventanilla lateral. Lo suelta.
Vince se toca la cara.
—Perdona, Dave —se disculpa.
—Está bien —dice el Mecánico—. Vamos a buscar a Leslie.
Los tres salen a la oscuridad. El frío y la lluvia.
—¿Nos separamos? —pregunta Vince.
El Mecánico enciende la linterna. Enfoca con ella la cara de Vince…
Vince levanta otra vez la mano.
—Vince —dice el Mecánico—. Separarse siempre es un error.
Echan a andar hacia el campo de aviación y una vieja torre de control.
Vince forma una bocina con las manos y se las lleva a la boca.
—¡Leslie! —grita—. ¡Soy yo, Vince!
Nada.
—¡Leslie! Soy yo, Vince —vuelve a gritar—. Dave y Jen están aquí conmigo.
—Allí —dice Jen. Señala una luz que se enciende y se apaga más adelante.
Agitan las linternas hacia la señal. Se dirigen a la luz.
Leslie se encuentra delante de un pequeño cobertizo. Está temblando. Cae de rodillas. Los mira…
—Fue el gilipollas de Julius —explica sollozando—. Fue a guardar las putas bragas. Le dije que no lo hiciera, pero él creía que volverías a hacerle daño. Entró, y entonces ella llegó a casa. Fui a ayudarle, pero…
Forman un semicírculo. Miran a Leslie.
Él vuelve a alzar la vista…
—Se le fue la olla.
—¿Dónde están ahora, Leslie? —le pregunta el Mecánico.
—No lo sé. Lo juro. En serio. No lo sé. Subí al piso de arriba. No quería saber nada del asunto. Volví al coche. No sabía qué hacer. Entonces Julius salió con ella. Se la llevó en el coche de ella. Fue la última vez que lo vi. A los dos.
El Mecánico se agacha junto a Leslie. Toma el rostro de Leslie entre sus manos…
El Mecánico lo sostiene contra el suyo…
El pequeño Leslie llora.
El Mecánico seca las lágrimas de Leslie. Lo mira a los ojos.
—Te juro que es todo lo que sé —dice Leslie.
El Mecánico suelta la cara de Leslie. Se levanta.
Vince mira fijamente al Mecánico.
El Mecánico asiente con la cabeza.
Vince escupe al suelo.
—¿Qué? —dice Leslie—. ¿Vince? ¿Qué pasa?
—Vosotros dos esperad aquí —dice el Mecánico a Vince y Leslie.
El Mecánico coge a Jen de la mano. Vuelven andando al Rover.
—Cierra las puertas con seguro —le dice el Mecánico—. Pon la radio.
Jen asiente con la cabeza. Sube al vehículo. Cierra las puertas con seguro. Pone la radio. Alta.
El Mecánico se dirige a la parte trasera del Rover. Abre el maletero…
Saca la pala.
Terry Winters recorría los pisos y los pasillos de St. James’s House. Escuchaba las voces acercando el oído a las puertas. Los teléfonos que sonaban. Las máquinas de escribir…
Terry era ahora el jefe. El pez gordo…
El presidente lo había dejado al mando. El presidente estaba visitando las cuencas mineras. El presidente estaba asegurándose de que habían aprendido la lección. De que gracias a la firme unidad y con mayor apoyo sindical, se podían salvar minas y empleos. Resistir a la legislación antisindical de los conservadores. De que ya no era el momento de votar. Ya no era el momento en que los ricos podían impedir que los pobres lucharan para salvar sus hogares y sus comunidades. Sus empleos y sus minas…
Hubo ovaciones de pie. Se cantaron canciones en su honor…
Autógrafos para esposas y niños. Para Terry Winters era una gran responsabilidad ocupar su puesto…
Terry convocaba reuniones. Solicitaba sesiones informativas. Terry exigía noticias de última hora. Análisis.
El presidente llamaría. El presidente querría saber…
Mañana, no. Hoy. Ahora.
Terry Williams estaba sentado muy erguido detrás de su mesa bajo el gran retrato del presidente. Terry esperaba a que sonara el teléfono. A que el presidente llamara…
A las cinco en punto sonó.
Terry lo cogió. Clic, clic.
—Al habla el director —dijo Terry.
—Hola, director —contestó ella—. A ver si adivinas quién soy.
Terry tragó saliva.
—¿Diane? —dijo.
—Qué chico más listo.
—¿Cómo has conseguido este número?
Ella hizo una pausa.
—Bueno, si te vas a poner en ese plan… —dijo.
Terry se levantó detrás del escritorio.
—No, espera —pidió por el teléfono.
—Tú me lo diste —dijo ella—. ¿Te acuerdas?
Terry asintió con la cabeza.
—Claro —respondió.
—¿Sabes qué? —dijo ella—. Tengo un regalo para el director.
—¿Para mí?
—Pero tienes que adivinar qué es —repuso ella soltando una risita.
—Yo…
—Ahora mismo estoy mirándolo. Estoy tocándolo.
—Yo…
—Te daré otra pista —susurró ella—. Está mojado y está esperándote.
—¿Dónde estás?
—Es un secreto —contestó ella riendo.
—¿Dónde? —gritó él.
—Estoy sentada en el bar del hotel Hallam Towers, con tu vodka con tónica en la mano.
Terry Winters colgó. Terry llamó a Theresa. Clic, clic. Mintió a Theresa. Terry colgó otra vez. Se puso la chaqueta. Apagó las luces. Terry cerró la puerta con llave. Recorrió el pasillo. Bajó los escalones…
De dos en dos.
Había un Chaqueta de Tweed en recepción.
—¿Tenemos prisa, camarada? —preguntó el Chaqueta de Tweed.
—No —respondió Terry—. Voy a ver a mi mujer.
—¿Por qué será que no te creo, camarada? —dijo riendo el Chaqueta de Tweed—. Es broma.
Terry Winters salió del edificio. Corrió por la calle al aparcamiento subterráneo. Se dirigió al hotel Hallam Towers. Chupó caramelos de menta todo el camino…
De dos en dos.
Terry atravesó el vestíbulo corriendo y entró en el bar.
Diane estaba sentada en un taburete alto con las piernas cruzadas. Empujó el vodka con tónica hacia él. Posó la mano derecha en la cara interior del muslo derecho de Terry.
—El hielo se ha derretido. Se ha puesto todo caliente y mojado.
Terry Winters se quitó las gafas. Terry las metió en el bolsillo de su chaqueta. Sonrió.
Diane se inclinó hacia delante.
—Fóllame antes de cenar —susurró—. Arriba. Ahora.
Terry asintió con la cabeza.
—Sin mí, ya estarían en bancarrota —dijo.
Diane se frotó los labios con los dedos.
—Hablas demasiado, camarada —dijo.
El Mecánico necesita tiempo para pensarlo detenidamente. Espacio. Deja a Jen en casa de su hermana. Entra con ella por si acaso. Recoge a los perros en casa de su madre. Vuelve a la de él. La de ellos. Hace un par de llamadas. Se asegura de que él se deshaga del Rover mañana a primera hora. Se ducha otra vez. Bebe otra copa.
El Mecánico se tumba en su cama. La cama de ellos. Pone las noticias…
—Una anciana ha sido hallada brutalmente asesinada en la campiña de Shropshire. La agricultora y activista antinuclear de setenta y nueve años estaba…
Querrán respuestas. Y luego querrán silencio.