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La quinta semana

lunes 2-domingo 8 de abril de 1984

La comisión se disuelve. El Judío sale de Downing Street. Neil Fontaine le abre la puerta trasera del Mercedes. El Judío sube. Coge el teléfono del coche.

Neil Fontaine cruza el Támesis. El Judío sigue al teléfono…

—Alarga la cosa y luego págales. Que no hagan causa común. Que no haya un segundo frente.

El Judío habla de trenes. La Compañía Central de Electricidad. Tratos…

Tratos, tratos, tratos…

Tratos y secretos…

Secretos, secretos, secretos…

Secretos y tratos.

Neil Fontaine ve al hombre sentado en un banco más adelante. El hombre lleva una gabardina con cinturón azul. Lee el Financial Times.

Neil Fontaine para entre las sombras de la central eléctrica de Battersea. Deja al Judío sentado en la parte trasera del coche. Se dirige al banco. El hombre levanta la vista del periódico…

Neil Fontaine recuerda sus frases.

—¿Qué clase de perro ha perdido? —pregunta.

El hombre recuerda las suyas.

—Un yorkshire terrier —contesta con acento extranjero.

Neil Fontaine asiente con la cabeza. El hombre se levanta. Se acerca en silencio al coche.

Neil Fontaine abre la puerta trasera del Mercedes. El hombre sube al vehículo.

El Judío se hace a un lado.

—Acompáñenos —dice el Judío.

Neil Fontaine cruza otra vez el Támesis. El Judío practica un poco de polaco. El hombre de la parte trasera susurra en el idioma del Judío. El Judío sube la mampara que los separa de su chófer…

Neil Fontaine enciende la radio. Puede oír todo lo que dicen.

El Mecánico va al trabajo. Abre el taller. Enciende la radio. Se cambia de ropa. El Mecánico bebe una taza de café. Trabaja en el Allegro. Termina de repararlo. Llama al dueño. El Mecánico se toma otra taza de café. Trabaja en el Capri. La caja de cambios. La semana que viene tiene que pasar la itv. El Mecánico no tiene la pieza. Vuelve a casa. Saca a los perros. Pone a calentar una lata de sopa. El Mecánico se prepara un sándwich. Come. Ve las noticias de la una. Lee el periódico. El Mecánico se lava. Va a Wetherby a por la pieza. Vuelve al taller a las dos y media. Termina de reparar el Capri. El Mecánico empieza con el Lancia. Para a las seis y media. Se cambia de ropa. Cierra la puerta del taller. El Mecánico vuelve a casa…

Es una guerra psicológica.

Jen está dormida. Los perros en el jardín. El Mecánico entra en el salón. Pone un disco a volumen bajo. Sade otra vez. El Mecánico se sirve un brandy. Se sienta en el sofá a oscuras. Las cortinas descorridas. Solo las luces del equipo estéreo. El Mecánico observa cómo suben y bajan a través del brandy del vaso. Tiene diez mil libras en el banco. La casa ya pagada. El taller va tirando…

El Mecánico piensa en cosas. Piensa en las cosas que ha hecho…

Los supermercados. Las oficinas de correos. El Mecánico abre los ojos. Alza la vista…

—Un penique si me dices lo que piensas —dice Jen…

Está en la puerta con una de las camisetas de manga corta de él. Es preciosa.

—No merece la pena —le contesta el Mecánico…

Es una guerra psicológica y habrá bajas.

El Judío sonríe.

—Prácticamente yo le escribí el discurso, Neil —dice.

Neil Fontaine no aparta la vista de la A616.

El Judío se repite.

—Creo que la policía defiende la ley; no defiende al Gobierno —dice.

El Mercedes se acerca a un control de carretera a las afueras de Creswell. Neil Fontaine para. Baja la ventanilla del conductor…

—Buenos días, señor —dice el joven policía. No es de la zona. Está nervioso—. Me temo que voy a tener que preguntarle qué asuntos le traen hoy por Creswell.

—No tema —responde Neil Fontaine—. El hombre de detrás es el señor Stephen Sweet. El señor Sweet ha venido a ver al subcomisario de policía.

—Lamento haberle molestado, señor —se disculpa el policía.

—No lo lamente —dice Neil Fontaine—. Solo obedece órdenes, joven.

Neil Fontaine sube la ventanilla. Neil Fontaine entra en el pueblo…

Lo que queda del pueblo…

Hay más de sesenta furgonetas Transit aparcadas en la calle principal. Policía por todas partes. Sus perros ladran y gruñen al Mercedes. No hay civiles en las calles…

Solo escombros. Cascotes. Cristales debajo de los neumáticos del coche…

El pueblo camuflado con humo.

Neil Fontaine aparca junto a un turismo blanco enfrente de la sala parroquial. Baja del Mercedes. Camina entre la policía y entra en la sala…

Carteles dibujados a mano de mercadillos benéficos y clases de gimnasia de mantenimiento, yudo y los boy scouts.

Otro policía venido de muy lejos detiene a Neil Fontaine en la puerta.

—Tengo una cita con el subcomisario de policía —dice Neil Fontaine.

—¡Neil! —grita el subcomisario de policía al otro lado de la sala—. ¡Neil Fontaine!

John Waterhouse, subcomisario de policía del norte de Derbyshire, saluda a Neil. Los dos hombres se estrechan las manos entre las sillas plegables.

—No sabía que ahora trabajabas para esta gente —dice John Waterhouse.

Neil Fontaine se encoge de hombros.

—Solo a corto plazo —se excusa.

—Por cómo van las cosas, podría ser a largo plazo —comenta John Waterhouse.

—Esperemos que no sea permanente —dice Neil Fontaine sonriendo.

John Waterhouse asiente con la cabeza.

—Bueno, ¿dónde está tu hombre? —pregunta—. Ese tal Stephen Sweet.

Neil Fontaine señala la puerta.

—Está en el coche —responde.

—¿Qué narices hace ahí fuera? Hazle pasar, hombre, por el amor de Dios —dice John Waterhouse riendo—. No lo dejes tirado ahí fuera.

—El señor Sweet desea hablar contigo en su coche —anuncia Neil Fontaine.

—¿Qué? —dice John Waterhouse—. No seas ridículo, Neil.

Neil Fontaine sonríe al subcomisario de policía. Señala las puertas.

—El señor Sweet insiste —dice Neil Fontaine.

John Waterhouse, subcomisario de policía del norte de Derbyshire, pone los ojos en blanco. Sigue a Neil Fontaine al exterior. Neil Fontaine abre la puerta trasera del Mercedes…

—Subcomisario, acompáñenos, por favor —dice el Judío.

John Waterhouse sube a la parte trasera del coche.

Neil Fontaine cierra la puerta. Se sienta en la parte delantera. Enciende la radio:

—… debo decirle que ella está muy pero que muy decepcionada con usted —está diciendo el Judío—. La primera ministra desea, insiste incluso, en que no se repitan esas escenas. Que no se repitan nunca más. Y me ha pedido que se lo deje muy claro.

—Me temo que la situación sobre el terreno…

—La situación sobre el terreno es totalmente inaceptable —le interrumpe el Judío.

El Judío se inclina hacia delante. Da unos golpecitos en la mampara. Neil Fontaine baja la radio…

—Conduce despacio por el pueblo hasta la mina, por favor, Neil.

—Desde luego, señor —contesta Neil Fontaine. Arranca el coche. Sube la radio.

—Fíjese en este sitio —está diciendo el Judío—. Ventanas rotas, coches destrozados, casas embadurnadas de pintura, postes telefónicos derribados, barricadas levantadas, incendios provocados…

—Señor Sweet, había mil hombres en el piquete y…

—Por favor, sabemos perfectamente cuántos hombres había —dice el Judío—. También sabemos cuántas detenciones hubo. O cuántas no hubo.

—Puedo garantizarle…

—Señor Waterhouse, diecinueve detenciones y la anulación del turno de noche no nos garantiza nada ni a la primera ministra ni a mí. Anoche hubo sesenta detenciones en Babbington y ni una pequeña parte de los daños que veo aquí.

John Waterhouse se quita la gorra. Se pasa la mano por el pelo.

El Judío rodea con el brazo al subcomisario de policía.

—Esto no debe volver a ocurrir nunca más, John —le dice el Judío.

John Waterhouse se seca los ojos. Se suena la nariz.

—Nunca más —dice el Judío—. Nunca más.

El subcomisario asiente con la cabeza.

Habían registrado el despacho de Terry Winters de arriba abajo. Todo lo que había dentro. Todo…

La alfombra del suelo. Los armarios. La estantería. El escritorio. Los teléfonos. Las sillas. Las persianas. Las luces…

Todo menos el retrato de la pared…

Había sido idea de Terry.

En la oficina central del Sindicato Nacional de Mineros se vivían momentos de paranoia. Más de lo habitual. Prácticamente toda la cobertura de la prensa y la televisión era negativa. Más de lo habitual. Cada pregunta volvía al tema de una votación nacional y de la democracia…

Democracia. Democracia. Democracia…

Más de lo habitual.

Terry se tomó tres aspirinas. Terry recogió sus carpetas. Su calculadora.

Recorrió el pasillo. No tomó el ascensor. Subió por la escalera.

Len Glover lo cacheó en la puerta. Len le dijo que dejara la chaqueta fuera.

Terry se quitó la chaqueta. Terry entró…

Solo quedaban las sillas y las mesas de plástico. Derretidas…

La calefacción al máximo. Todas las luces encendidas.

Terry corrió las cortinas.

El presidente alzó la vista.

—Gracias, camarada —susurró.

Terry asintió con la cabeza. Se sentó a la derecha del presidente. Escuchó…

Votación, no. Votación, no. Votación, no…

Escuchó las estrategias y las tretas. Las contraestrategias y las contratretas:

—Sin Durham —dijo Gareth—, los moderados no reúnen suficiente número.

—Si se declarase inadmisible —explicó Paul—, seríamos doce a nueve a nuestro favor. Puede que trece a ocho.

—La propuesta de mayoría simple les afectará de todas formas —apuntó Dick riendo—. Aceptarán celebrar un congreso de delegados especiales con tal de ganar más tiempo.

—Entonces que se celebre el congreso de delegados especiales —dijo Paul—. Así serán nuestros.

—Hablaré con Durham —propuso Sam—. Me aseguraré de que cumplen lo prometido.

Todo el mundo levantó la vista de la mesa. Todo el mundo miró al presidente…

—Entonces está decidido —dijo el presidente.

Todo el mundo sonrió. Todo el mundo aplaudió. Todo el mundo se dio palmaditas en la espalda.

—Una cosa más —añadió el presidente…

Todo el mundo dejó de aplaudir. Todo el mundo dejó de sonreír.

El presidente se puso en pie. El presidente echó un vistazo a la sala. El presidente dijo:

—Están abriendo nuestro correo. Están pinchando nuestros teléfonos. Están vigilando nuestras casas.

Todo el mundo asintió con la cabeza.

—Eso ya lo sabíamos. Es lo que hemos llegado a esperar de un gobierno democrático.

Todo el mundo volvió a asentir con la cabeza. Todo el mundo aguardó.

—Lo que no sabíamos y no esperábamos es que también tenemos un topo.

Todo el mundo aguardó. Todo el mundo sacudió la cabeza.

El presidente miró alrededor de la mesa.

—Un topo, camaradas —dijo el presidente.

Todo el mundo volvió a sacudir la cabeza. Todo el mundo bajó la vista a la mesa.

El presidente hizo una señal con la cabeza a Bill Reed. Bill Reed se levantó. Bill era el director del Miner…

Bill Reed miró fijamente a Terry Winters mientras decía:

—Un contacto mío muy bien situado me ha dicho que presumen de que tienen a alguien dentro. Aquí y en Barnsley.

Todos los demás se quedaron mirando la mesa. Las manos. Las uñas. La suciedad que tenían en ellas…

Terry Winters devolvió la mirada a Bill Reed…

—Tienen a alguien, camaradas —dijo Bill Reed otra vez.

Bill Reed se sentó.

—Necesito estrategias —demandó el presidente—. Necesito ideas.

Terry tosió.

—Podría ser desinformación —dijo—. Para fomentar la desconfianza. La paranoia.

—Y también podría serlo ese comentario, camarada —terció el Chaqueta de Tweed sentado al lado de Dick.

Mike Sullivan levantó la mano.

—¿Tenemos alguna prueba real? —preguntó.

El presidente miró fijamente a Mike.

—Tenemos pruebas, camarada —dijo el presidente.

Todo el mundo alzó la vista. Todo el mundo esperó.

—La prueba está escrita en la cara de todos los policías que se plantan delante de todos los piquetes —gritó—. Esa sonrisa que dice: Sabíamos que veníais…

»¡Sabíamos que veníais antes incluso que vosotros!

La batalla por la votación es tan cruenta como la negativa del sindicato a que tenga lugar. Es la única batalla de esa guerra que el Judío está dispuesto a perder. El Judío sabe dónde se ganará la guerra. Dónde se libran las auténticas batallas. La auténtica lucha…

Por los corazones y las mentes. Los cuerpos y las almas…

El Judío agita el Sun por su suite en Sheffield. El gran titular…

¡EL VERDADERO OBJETIVO DEL SINDICATO ES LA GUERRA!

El Judío abre otra botella de champán. El Judío escribe otro artículo a máquina…

Otro dulce.

Neil Fontaine deja al Judío con su resaca y sus alucinaciones…

Neil Fontaine tiene sus propias luchas. Sus propias batallas. Su propia guerra…

Neil Fontaine sale de Sheffield. Se mete en la primera área de servicio. Observa la cafetería. Espera. Apaga el cigarrillo. Baja del Mercedes. Cruza el aparcamiento. Sube los escalones del restaurante.

El cabrón se sienta enfrente del Mecánico.

—Bonito bronceado, David —dice el cabrón.

—¿Dónde está? ¿Dónde está mi mujer?

El cabrón deja un paquete de cigarrillos en la mesa.

—En un sitio seguro.

—¿Dónde?

El cabrón enciende un cigarrillo. Aspira. Espira. El cabrón sacude la cabeza.

—Cabronazos. Hijos de la gran puta.

El cabrón asiente con la cabeza.

—Sí, sí, sí —dice el cabrón.

—¿Qué quieren?

El cabrón levanta tres dedos.

—El diario. Julius Schaub. Silencio —dice el cabrón.

—No tengo el puñetero diario y no quiero saber dónde está el puto Schaub. Pero yo nunca hablo. Eso ya lo sabes. Nunca.

El cabrón apaga el cigarrillo.

—Les contaré lo que me has dicho —dice el cabrón.

El Mecánico deja un sobre en la mesa.

—Dales esto cuando lo hagas.

—¿Qué es?

El Mecánico da unos golpecitos en el sobre.

—Los cuatro mil que me pagaron.

—No se trata de dinero, David. Nunca. Ya lo sabes.

El Mecánico empuja el sobre hacia el cabrón. El muy hijo de puta…

—Quiero recuperar a mi mujer —dice el Mecánico—. La amo, Neil. La amo.

Las pesadillas han vuelto. Neil Fontaine sueña con la calavera. La calavera y una vela. Se despierta en su habitación del County. La luz sigue encendida. Se sienta en el borde de la cama. La libreta en la mano. Despedaza la noche. Recompone los pedazos a su manera. Deja de escribir. Deja la libreta a un lado. Se levanta. Descorre las cortinas.

Jennifer Johnson se da la vuelta en la cama. Pronuncia el nombre de él en sueños…

Hay momentos así.

Neil Fontaine se queda junto a la ventana. La luz de verdad y la eléctrica…

Siempre hay momentos así.

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