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ENTENDER LOS MOTIVOS

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La otra razón por la que no es conveniente aceptar sin más el dogma contra la infidelidad es la misma que para cualquier otro dogma: que al hacerlo se pasan por alto las particularidades de cada caso, algunas de las cuales podrían resultar, finalmente, muy importantes.

Supongo que alguien podría objetar:

—Tal o cual libro sagrado, tal o cual dios, dice que la infidelidad es pecado. Eso es suficiente.

Pues bien, aquellos de vosotros para los que esto sea suficiente podréis dejar las preguntas de lado y seguir adelante. Yo, como muchos otros, no puedo. Aunque no sea más que para honrar al dios en el que cada uno crea, me parece importante entender las razones que nos empujan a sostener la prohibición.

Si no entendemos los motivos, no tendremos en cuenta ciertos «detalles» y podría suceder que la conclusión a la que llegáramos entonces fuera bastante inadecuada (y posiblemente injusta para con alguno de los involucrados):

Higuera y Ceibo están casados desde hace diez años. Viven en una precaria casa con su única y pequeña hija, quien padece una enfermedad neurodegenerativa.

Las peleas son constantes: por el manejo del dinero, por la dedicación a la niña, por las presiones a las que ambos se ven sometidos, por lo que cada uno percibe como falta de aporte del otro…

El duro azar y las condiciones adversas han desgastado el amor que una vez se tenían:

—Ya no queda nada —dice Higuera.

Separarse, sin embargo, es impensable. Los costos que habría que afrontar terminarían de desbalancear el ya frágil equilibrio económico del hogar. Además, los cuidados de la niña los requieren a ambos de modo simultáneo, no alternado.

En ese contexto, Higuera conoce a alguien. Encuentra allí una contención ávidamente buscada, el goce del sexo que pensaba que había ya abandonado su cuerpo para siempre, un descanso de la enorme tensión diaria.

Lo mantiene en secreto. Teme decírselo a Ceibo.

Sabe de su carácter impulsivo y le preocupa que, de enterarse, Ceibo lleve adelante una separación para la que no están preparados y que resultaría muy perjudicial para la niña.

—Tal vez más adelante… —piensa Higuera.

¿No nos sentimos todos un poco menos inclinados a condenar a Higuera? Sin embargo, está claro que, bajo casi todas las concepciones, sus acciones constituyen una infidelidad: tiene una relación romántica con una persona mientras continúa en matrimonio con otra.

¿Qué es lo que hace que su situación sea diferente? Cada uno de nosotros podría tener una respuesta diversa:

 Lo que sucede es que Higuera no tiene opción…

 Lo que pasa es que ya no se aman…

 El problema es que Ceibo no comprende…

Cualquiera que sea el argumento que demos, sin embargo, habremos empezado ya a hacer algo muy importante: habremos comenzado a cuestionar el dogma y a preguntarnos por los verdaderos motivos que tenemos para sostener la fidelidad como un valor y por el alcance que los mismos deberían tener.

Esa es la tarea que tenemos por delante.

Es un primer paso indispensable si pretendemos hallar mejores modos de lidiar con la perspectiva de la infidelidad y, si ese fuere el caso, con una situación concreta de engaño.

Debemos atrevernos a cuestionar nuestros supuestos acerca de la fidelidad. Debemos adoptar una postura que sea fruto de una convicción y no derivada de un dogma sobre el que ni siquiera nos hemos detenido a pensar (aun cuando es posible que la postura final acabe por ser la misma).

Si nos dejamos llevar por estos prejuicios sin revisarlos siquiera, si vivimos nuestras relaciones de pareja en función de lo que estos mandatos comandan, sufriremos.

Sufriremos y haremos sufrir.

Infidelidad

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