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INFIDELIDAD ≠ SEPARACIÓN

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Si, por ejemplo y como ya he anticipado, una infidelidad conduce a la disolución de un vínculo no debería ser sin reflexión previa, sin sopesar las razones que habría para seguir ese camino y las que habría para elegir otras vías posibles. En muchas, muchísimas ocasiones, lo que está en juego en una pareja es de una importancia tan grande que podría muy bien pesar más que aquello que la revelación de una infidelidad puede producir o poner al descubierto.

Para hacer que este juicio de «¿Qué pesa más?» sea posible o tenga mínimamente algún sentido, es necesario que podamos evaluar con honestidad y sin condicionamientos el peso real de la fidelidad. Si concebimos (por aprendizaje, por prejuicios o por lo que sea) la fidelidad como una roca de peso infinito, entonces ya no importa qué pongamos en el otro platillo (hijos, hogar, compañía, amor, historia, proyecto): la balanza siempre habrá de inclinarse hacia la separación. Si, en cambio, nos atrevemos a pensar en porqué la fidelidad es tan importante para cada uno de nosotros y, llegado el caso, a poder cuestionar alguna de esas razones, entonces la infidelidad ya no será un agujero negro que lo succiona todo. Dejará entonces de ser un motivo automático de separación (aunque puede que, para algunos, acabe por ser un motivo válido después de haber encontrado sus propias respuestas).

Es decir, habrá seguramente quienes elijan de modo legítimo separarse a causa de un engaño. También casos en los que la infidelidad es el escalón final de un deterioro paulatino de la pareja y justifique, por ello, una disolución del vínculo. Sin embargo, es de enorme importancia comprender que podemos elegir. Que debemos descreer de la sentencia: infidelidad = separación.

Esto, me parece, es igual de válido si estamos de un lado u otro de la infidelidad. Así como quien descubre una infidelidad de su pareja podría, si se deja llevar por sus primeros sentimientos, menospreciar todo lo otro que hay en la relación; asimismo, quien se descubre sintiendo cosas por otra persona o, incluso, habiendo actuado en consecuencia podría equivocarse si concluye rápidamente que nada hay de valor en su relación primaria.

Una frase popular sostiene: «Si amas a dos personas al mismo tiempo, quédate con la segunda. Porque si de verdad amaras a la primera, no te hubieras enamorado de la segunda».

Disiento profundamente. La sentencia supone una simpleza que las relaciones románticas evidentemente no tienen. Basta hablar con unas cuantas personas para comprender que amar a alguien no es impedimento para sentir cosas por otros. Ni qué hablar de que esta frase no prevé lo que sucederá cuando tengamos que dejar a la segunda persona por una tercera, ni a la tercera por una cuarta… Hablaremos con mayor detalle de esto más adelante. Por ahora me contentaré con que descreamos de estas fórmulas categóricas.

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