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CAPÍTULO 1 EL DOGMA DE LA FIDELIDAD

Reflexionar sobre la fidelidad (y más aún sobre su reverso, la infidelidad) requiere coraje. Se corre siempre el riesgo de ser catalogado, según lo que se opine, de moralista y timorato o, en el otro extremo, de inmoral y desconsiderado.

Las emociones que el tema pone en juego son poderosas y la furia de los que se sienten tocados clama por una condena.

Por lo común, no somos tibios a la hora de opinar sobre la infidelidad. Las frases categóricas suelen salir a la luz:

 Es algo imperdonable.

 De eso no hay retorno.

 El infiel es un malvado.

 Una vez infiel, siempre infiel.

 Se busca afuera lo que no se tiene en casa.

 El que perdona una traición no tiene dignidad.

Estas y muchas otras sentencias terminantes rondan el aire cuando hablamos del tema.

Desde que comencé a pensar, investigar y, luego, hablar sobre la infidelidad he recibido mi buena ración de acusaciones e improperios. Y eso sin adoptar una postura evidentemente polémica; solo cuestionar algunos supuestos acerca del asunto ha sido suficiente. Las acusaciones o descalificaciones han venido desde el otro lado de la mesa en cenas compartidas con conocidos, desde el auditorio en conferencias que trataban o rozaban el tema y, por supuesto, a través de las redes sociales…

Lo entiendo.

Es lógico que suceda: la fidelidad en la pareja (entendida sencillamente y por ahora como la exclusividad de compañeros sexuales) es uno de los valores fundamentales alrededor del cual se ha formado, para nuestra cultura occidental y moderna, la mismísima idea de lo que una pareja es; y por eso aparece como algo intocable, sagrado, que no puede siquiera ponerse en discusión.

¿Qué semillas estaremos sembrando si nos atrevemos a cuestionar este valor fundamental?

TABÚ RELIGIOSO

La prohibición de la infidelidad es explícita en todas las grandes religiones del mundo; tanto el cristianismo como el judaísmo, el hinduismo y el islamismo la condenan con la mayor de las severidades. Para todas ellas, el adulterio está clasificado entre los actos más atroces que las personas pueden cometer.

Irónicamente, si ningún otro mérito conseguimos hallarle a la infidelidad, habremos de reconocerle este: haber conseguido poner de acuerdo al menos en un punto a estas ideologías que parecen pelearse por todo lo demás.

En el Antiguo Testamento1 la prohibición figura, como es sabido, entre los diez mandamientos que Jehová le entrega a Moisés: No cometerás adulterio. En la lista figura justo después de No matarás y antes de No robarás. ¿Será ese lugar indicativo de una escala moral? ¿Será la infidelidad para el judaísmo un poco peor que robar pero un poco menos malo que matar?

El Nuevo Testamento, lejos de moderar la sanción sobre la infidelidad, expande el abanico de a quiénes debería aplicársele. En el texto de Mateo,2 Jesús sostiene:

Aquel que mira con codicia a una mujer, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

No deja dudas tampoco de cómo lidiar con esta nueva y más escurridiza amenaza, no ya del acto sino del pensamiento:

Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncatelo, pues es preferible perder un miembro y no todo tu cuerpo en el infierno.

La tradición islámica parece estar de acuerdo con la severidad de Jehová sobre el asunto. En el Sahih Al-Bujari,3 uno de los textos más respetados por los musulmanes después del Corán y la Sunna, un hadiz (pequeño diálogo que narra los dichos de Mahoma) relata el encuentro entre Ben Masud y el profeta:

—¿Cuál es el pecado más grave? —preguntó Masud a Mahoma.

—Adorar a otro dios que Alá —dijo Mahoma—. Solo él es el creador.

—¿Y cuál le sigue? —quiso saber Masud.

—Matar a un hijo de Alá por temor a que no haya comida para ambos.

—¿Y después de ese? —prosiguió Masud.

—Cometer adulterio con la mujer de tu vecino —dictaminó Mahoma.

Otra vez ahí. Al ladito de matar.

Indudablemente estamos hablando de cosas serias.

Algunos autores sugieren que esta condena radical sobre la infidelidad es un rasgo común y fundamental de todas las religiones monoteístas. Tendría su lógica… después de todo ¿no es la prohibición de adorar a otro dios una demanda de fidelidad? ¿Acaso no es «soy único, no ames a otro» lo que tanto Jehová como Alá dicen de alguna manera, como podrían hacerlo un par de esposos un tanto posesivos? ¿Por qué habría Dios de consentir en el amor entre personas lo que no consiente en el amor hacia él? Si ser infiel está entre los peores pecados, el peor de todos, el más imperdonable, es serle infiel a él. Al menos Jehová lo reconoce. En el Éxodo, después de explicitar la prohibición, dice:

—Soy un dios celoso.

Sin embargo, la condena de la infidelidad no es patrimonio exclusivo de los credos monoteístas. El hinduismo, por ejemplo, es menos directo en la prohibición pero el mensaje sigue siendo el mismo. El Bhagavad-Gita,4 probablemente el texto más importante de ese credo, reproduce el diálogo entre Arjuna y Krishna (un avatar del dios Vishnú) en la antesala de la batalla que el primero está por dar contra sus propios primos.

En un pasaje, el propio Krishna señala el camino hacia la virtud:

Tres son las puertas del infierno donde uno perece: la pasión sexual, la ira y la codicia.

Arjuna se debate… ¿debe matar a aquellos que pervierten a sus familias y su pueblo con sus conductas permisivas, llevándolos a todos a la perdición?

Cuando el pecado predomina, las mujeres de la familia se depravan y surge la mezcla de las castas. Tal mezcla asegura el infierno.

Sorprendentemente, tal vez, Krishna le aconseja a Arjuna que deje todas sus cavilaciones de lado, que cumpla con su deber, que haga lo que tiene que hacer y termine con esos impíos de una vez por todas.

INFIDELIDAD Y LEY

La condena de la infidelidad no se limita al ámbito religioso. La mayoría de los sistemas legales, tanto de Occidente como de Oriente y tanto antiguos como modernos, contemplaron en algún momento la figura del adulterio como delito y establecieron penas diversas por cometerlo.

La prohibición se explicita ya en uno de los primeros conjuntos de leyes escritos: el código de Hammurabi.5 Allí se establecía que, si una esposa era encontrada yaciendo con un hombre que no fuese su marido, debía atarse a ambos, juntos, de pies y manos, y arrojarlos al río. Supongo que el castigo se rige, al igual que el resto del código, por la ley del Talión: si su crimen es estar juntos, estar juntos (y así morir) será su castigo.

Aún hoy existen sitios en los que la infidelidad es duramente penada por la ley.6

En los casos más extremos, la condena por una infidelidad puede ir desde recibir cien latigazos (si los involucrados no están casados) hasta una sentencia de muerte por lapidación o ahorcamiento (si lo están).

En algunos países asiáticos, la infidelidad fue hasta hace poco un delito tipificado en el código civil, penado con multas y hasta prisión. En las últimas décadas, los países de la región fueron despenalizando el adulterio, cada uno a su manera y a su tiempo (entre los más recientes en hacer esta reforma están Corea del Sur,7 en 2015, e India,8 en 2018).

Todo esto puede sonarnos muy lejano y hasta barbárico a quienes vivimos inmersos en nuestra cultura occidental. Pero podemos encontrar, en legislaciones más cercanas, versiones moderadas de la misma ideología. En varios territorios de Estados Unidos (principalmente los del sureste y, notablemente, Nueva York), la infidelidad sigue siendo un delito; aunque no se han realizado condenas por ello desde hace casi cincuenta años.9

En Europa, en cambio, no restan ya países que penalicen legalmente el adulterio. Los países de América Latina se han ido plegando sucesivamente a ese movimiento a partir del comienzo del milenio. México, por ejemplo, donde la infidelidad podía recibir penas de hasta dos años de cárcel, lo hizo en 2011.10 En Argentina, el deber de fidelidad en el matrimonio fue removido del código civil en la reforma de 2015,11 y permanecieron solo los de asistencia y alimentos. Desde entonces, en nuestros países, la comprobación de una infidelidad no constituye una falta legal para con el cónyuge y no requiere, por ende, compensación alguna ni implica condiciones desiguales frente a un acuerdo de divorcio.

Cabe mencionar que en Argentina se mantuvo en el texto de la ley una referencia a la fidelidad como un deber moral. Lo cual resulta llamativo: si se habla de una cuestión moral… ¿por qué debería estar en el código civil?

VEREDICTO FINAL

De todas maneras y más allá de las prohibiciones religiosas o legales, no puede caber duda alguna de que el tabú que más pesa sobre la infidelidad es el del juicio moral y social. Es el de esa voz que todos (o casi todos) tenemos dentro de nuestra cabeza y que nos dice, sencilla pero incuestionablemente: ESO NO SE HACE.

La mayoría de los estudios12 muestran que, en Occidente, cerca de 80 % de las personas piensa que la infidelidad está «siempre mal», independientemente de las circunstancias particulares de cada caso. Al otro lado del mundo, estudios realizados en China13 arrojan resultados similares: casi 75 % de la gente sostiene que la infidelidad es «completamente inaceptable».

Por una vez, el dicho tiene sentido:

—Ser infiel está mal. Aquí y en China.

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