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SEPARACIONES, ELEGIDAS Y NO TANTO
ОглавлениеUna de cada tres parejas tendrá que vérselas, en algún momento de su historia, con una crisis provocada por la infidelidad de alguno de los dos. Una gran parte de ellas (aunque no la mayoría) terminará por separarse.
De las múltiples causas que pueden llevar a una pareja (casados o en concubinato) a la disolución, la infidelidad es la que da cuenta, por sí sola, de un mayor número de casos: alrededor de 20 % de las parejas que se separan lo atribuyen a una infidelidad.1
En ocasiones, un solo acto de transgresión conduce a una pareja a un final que ninguno de los dos puede evitar, por más que lo desee. Todo sucede como si los hechos formasen parte de uno de esos circuitos construidos con dominós, en los que al empujar el primero, se desencadena una secuencia que termina siempre por tirar al último.
Roble y Ciprés están en pareja desde hace un año. Su relación parece soñada. Durante años cada uno ha estado en la vida del otro. Han sido compañeros en la escuela, luego amigos, luego cómplices. Finalmente, se atrevieron a confesarse que, además de la profunda amistad que los unía, sentían otras cosas. Desde entonces, su relación ha sido poco menos que un idilio, es el comentario (y muchas veces la envidia) de quienes los conocen.
Un día tienen una pelea. Una importante, relacionada con la idea que cada uno tiene del futuro que planean construir juntos. No consiguen llegar a un acuerdo y Roble se marcha de la casa de Ciprés dando un portazo. Se va a un bar. Siente angustia y algo de rabia: Ciprés está siendo irrazonable, se dice. Toma un par de tragos.
Tal vez eso ayude. Se emborracha un poco.
En eso está cuando se le acerca Caoba, quien ha reconocido a Roble.
—¡Hola! —saluda Caoba con vivacidad—. ¿Qué haces por aquí?
Roble reconoce al instante las intenciones de Caoba; siempre las ha tenido.
Al principio, Roble intenta evitar el acercamiento.
Pero Caoba le muestra un interés que, en ese momento, Roble anhela poder causar. Bailan. Roble se pierde entre la música, las luces, el alcohol y el seductor cuerpo de Caoba. Pasan la noche juntos.
En cuanto se despierta, Roble quiere desaparecer. Se viste, coge sus cosas y se va. Lo único que quiere es arreglar las cosas. Más tarde va a casa de Ciprés, pero le aguarda una sorpresa: Ciprés sabe lo sucedido con Caoba; alguien más los ha visto en el bar y se lo ha contado.
—No puedo creerlo —le dice con dolor.
—Fue una tontería, había bebido, sentía rabia…
Hablan, lloran juntos, se dicen mutuamente que se aman. Tienen sexo con pasión, con ternura, con avidez. Duermen un poco. Roble piensa que todo ha pasado, que lo han superado. Ciprés se levanta y dice:
—Quiero que te vayas. No quiero verte más.
—Pero… perdóname.
—No puedo. No eres quien yo pensaba.
—No entiendo.
—Yo pensaba que eras alguien que nunca iba a hacerme daño.
Quizá, más lamentable aún que la gran cantidad de parejas que se separan a causa de una infidelidad, sea la cantidad de parejas que lo hacen sin quererlo del todo.
Mi impresión es que, en un gran número de casos, la ruptura propulsada por una infidelidad no acaba de responder a un verdadero deseo, por parte de uno u otro, de seguir caminos separados. Otros factores se involucran y empujan hacia la separación. En ocasiones son nuestros propios ideales los que nos hacen sentir que no tenemos otra opción, en ocasiones es el entorno el que presiona en ese sentido y, muchas veces, es la imposibilidad de canalizar las propias miserias la que termina por ganarnos la contienda. Intentaré diseccionar estos factores en mayor detalle a lo largo del libro pero, por ahora, quedémonos con esto: pareciera que el descubrimiento de una infidelidad nos obligase a separarnos. Es mi convicción, sin embargo que, cuando menos, no debería ser automático. No deberíamos separarnos sin comprender las razones que hay para preferir irse a quedarse, así como las que podría haber para preferir lo contrario.