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MODOS DE PRESENCIA

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Antes de cualquier proceso de categorización, toda magnitud semiótica es, para el sujeto de discurso, una presencia sensible. Esa presencia se expresa, como ya hemos dicho, en términos de intensidad y de extensión al mismo tiempo. Antes de identificar tal o cual materia, tal o cual elemento, habremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, sonoras u olfativas, como el calor y el frío, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo inmóvil, lo sólido y lo fluido…

Esas son cualidades sensibles que pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones propuestas: lo móvil y lo inmóvil, por ejemplo, se pueden apreciar según la intensidad –diferentes niveles de energía pa recen adheridos a los distintos estados sensibles de la materia–, o según la extensión, el movimiento es relativo a las posiciones sucesivas de una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido. O también la solidez, promesa de permanencia en una misma posición y en una misma forma (extensión), al precio de una fuerte cohesión interna (intensidad), mientras que la fluidez se deja aprehender como un debilitamiento de la cohesión interna (intensidad) con la promesa de una gran labilidad, de una inconsistencia de la forma y de las posiciones en el espacio y en el tiempo (extensidad).

Cada efecto de presencia sensible asocia, pues, para ser calificado de “presencia”, un cierto grado de intensidad y una cierta posición o cantidad en la extensidad. La presencia conjuga, en suma, por un lado, fuerzas (intensidad), y por otro, posiciones y cantidades (extensidad). El efecto de intensidad aparece como interno, y el efecto de extensión como externo. No se trata aquí de la interioridad y de la exterioridad de un eventual sujeto psicológico (de una persona), sino de un dominio semiótico interno y de un dominio semiótico externo, diseñados en el mundo sensible como tal.

El cuerpo propio del sujeto semiótico se constituye en el proceso mismo de la relación semiótica, y el fenómeno así esquematizado por el acto semiótico está dotado de un dominio interior (la energía, la intensidad) y de un dominio exterior (la extensidad: cantidad, número, posición, duración).

La presencia semiótica solo puede ser relacional y tensiva, y tiene que ser comprendida como “una presencia de X para Y”. Las dos magnitudes implicadas resultan de la función “percepción”, en la que intervienen siempre un sujeto y un objeto. El dominio considerado determina el alcance espacio-temporal del acto perceptivo. Ese dominio tiene, como hemos se ña lado, un interior y un exterior (el “campo” y el “fuera-de-campo”), cuyos correlatos respectivos son la tonicidad (intensidad fuerte) y la atonía (intensidad débil) de las percepciones. Además, puede ser tratado como abierto o como cerrado. En el primer caso, la percepción es considerada como una “mira”, y en el segundo, como una “captación”.

Para la construcción de la categoría [presencia/ausencia] disponemos, pues, de dos gradientes de la “tonicidad” perceptiva: el de la “mira”, guiada por la intensidad, y el de la “captación”, determinada por la extensión. La categoría reposa en la correlación entre esos dos gradientes en la medida en que sus diferentes figuras resultan de la asociación de una “mira” y de una “captación”, de la tensión entre la abertura y el cierre del campo de presencia. Dichas tensiones pueden ser organizadas en una red como la siguiente, la cual da origen a los modos de presencia de base:


Pueden ser organizadas también en un cuadrado homogéneo, aunque no canónico.


Las modulaciones de la presencia y de la ausencia proporcionan, en suma, la primera modalización de las relaciones entre el sujeto y el objeto semióticos, es decir, en cuanto contenidos del discurso, no en cuanto personas y cosas del mundo.

Vigencia de la semiótica y otros ensayos

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