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Introducción

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Desde su configuración como proyecto científico, al comienzo de la década de 1960, la semiótica no ha cesado de evolucionar. Bajo el dominio del estructuralismo, se interesó exclusivamente por las relaciones y operaciones determinadas por el texto concluido, y buscó los efectos de sentido que dichas relaciones y operaciones producían. Por lo mismo, se centró en aquellas relaciones y operaciones aparentemente más estables, como las estructuras profundas de la significación y las estructuras de superficie: modelo constitucional de la significación, expresado gráficamente por el cuadrado semiótico, y el esquema narrativo, “en el que viene a inscribirse el sentido de la vida” (Greimas-Courtés, 1982: “Narrativo [esquema-]), con sus tres instancias esenciales: la “cualificación” del sujeto, que lo introduce en la vida; su “realización” por algo que hace y le permite cambiar de estado; y finalmente la “sanción”, a la vez retribución y reconocimiento, única garantía del sentido de sus actos, y que lo instaura como sujeto según el ser. Este esquema es suficientemente general para autorizar todas las variaciones posibles sobre el tema: considerado en un nivel más abstracto, y descompuesto en recorridos, permite articular e interpretar diferentes tipos de actividades, tanto cognitivas como pragmáticas. A partir del esquema narrativo, se desarrolla una rigurosa gramática narrativa en la que emergen los programas narrativos: programas de base, que sostienen el relato de punta a cabo y cuyo sentido aflora solo al final, y programas de uso, que facilitan o entorpecen la prosecución del programa narrativo de base. En última instancia, todo programa de uso será un programa modal.

En esa perspectiva, la narratividad adquirió una preponderancia soberana y aspiró incluso a la universalidad. Es decir, se llegó a plantear en aquellos momentos que todo discurso se sostenía en una estructura narrativa de base, así fuera el discurso filosófico. El ejemplo más revelador se encontraba en Discurso del método, de Descartes: Un sujeto en busca del objeto (la verdad) a través de un recorrido (la duda metódica), con una competencia suficiente para no dejarse engañar por algún “genio maligno”, logra alcanzar la certeza primordial, de la que no puede dudar: “Pienso, luego existo”. Todo lo demás vendría por añadidura.

El desarrollo de la “competencia” del sujeto operador (sujeto del hacer) condujo como de la mano a la teoría de las modalidades, teoría que permite sofisticar la diversificación de los roles actanciales: tendremos así sujetos del querer y sujetos del deber, sujetos del poder y sujetos del saber; pero también sujetos del no-querer y del no-deber, del no-poder y del no-saber. Y otros muchos más que surgen de los micro-universos modales organizados por el cuadro semiótico. Esa sofisticación de los roles actanciales permitió dar cuenta de relatos más complejos que aquellos elementales de los cuentos populares, de los que surgió el modelo primitivo de V. Propp.

El conocimiento de las modalidades y de las estructuras modales permitió avanzar hasta el universo abigarrado y confuso de las pasiones. Se advirtió entonces que las pasiones se resolvían en sintagmas de modalidades, de tal manera que una pasión como la curiosidad podría ser explicada como

[querer-saber//lo que es y parece](=verdad)]

Es decir, la curiosidad consistiría en querer saber la verdad, en querer saber lo que son las cosas que nos rodean y nosotros mismos, rodea dos por ellas. Es la pasión que mueve al científico y al hombre curioso en general. En ese sintagma modal, el querer es una modalidad virtualizante, y como tal tiene la virtud de instaurar el sujeto; el saber, como modalidad actualizante, orienta al sujeto hacia el objeto de la “búsqueda”. Por otra parte, el objeto está modalizado por la veridicción, y, en ese sentido, será buscado por el sujeto en cuanto que se presenta como verdadero (ser + parecer), como secreto (ser + no parecer), como engañoso (parecer + no ser) o como falso (no ser + no parecer). En cada uno de esos casos, la actitud del sujeto frente al objeto cambiará de tonalidad pasional y dará origen, por ejemplo, a la importunidad, si pretende saber el secreto, o a la lucidez, si se enfrenta a la falsedad.

El desarrollo de la semiótica de las pasiones, desde esa perspectiva modal, culminó en la última obra de A.J. Greimas, escrita en colaboración con J. Fontanille, que se titula precisamente así: Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de ánimo (1991). Después de un tratado epistemológico sobre las pasiones, se hacen en esta obra dos largos y penetrantes análisis sobre la avaricia y sobre los celos, respectivamente.

Pero tres años antes (1987), Greimas había publicado un librito de apenas cien páginas, en formato de libro de arte, que había de renovar por completo la evolución de la semiótica. Ese libro se titula De la imperfección. No se trata allí de renegar de las conquistas de la semiótica clásica, ni mucho menos, sino más bien de abrir las puertas y ventanas del recinto semiótico a los avatares del sentir, dimensión totalmente ajena a las preocupaciones de la semiótica durante los treinta primeros años de su desarrollo ininterrumpido. Aparecen en ese librito luminoso nuevas categorías semióticas como la estesis, la fractura, la espera, lo inesperado, la tensividad, el parecer y el aparecer. Y, por supuesto, el concepto básico de imperfección. Ese libro ha sido el “punto de apoyo” arquimediano que ha lanzado la teoría semiótica hacia los horizontes del mundo sensible y de la tensividad. Y por esas rutas, hacia todos los matices de la afectividad, incluso, de nuevo, el ámbito de las pasiones, y no solo de las grandes pasiones sino también de las “pasiones sin nombre” (Landowski).

Dos corrientes, con matices diferentes aunque complementarios, se están desarrollando en estos momentos entre los epígonos de Greimas: la representada por Jacques Fontanille y Claude Zilberberg (Tensión y significación, 1998), caracterizada por el rigor de la formalización con base en modelos de gran poder explicativo, y la representada por E. Landowski (Presencias del otro, 1997; Pasiones sin nombre, 2004), de tendencia más fenomenológica y descriptiva, aunque no falten igualmente en esta orientación modelos de largo alcance.

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El presente libro contiene ensayos escritos en diversos momentos y adaptados a diversas circunstancias: congresos, seminarios, publicaciones, docencia… El hilo conductor siempre es el mismo: el sentido y su articulación en significaciones concretas. En unos casos, se trata de reflexiones generales sobre el tema del sentido y de la significación; en otros, el ensayo se centra sobre algún problema específico de la disciplina; en algunos otros, de aplicaciones sumarias de un modelo semiótico a un texto concreto. Algunos resultan un tanto largos, otros un tanto cortos. Lo cual permitirá establecer un tempo de lectura oscilante entre el allegro ligero y el pausado adagio, pasando por el andante parsimonioso. Quedan todos invitados a iniciar la danza de la lectura.

Desiderio Blanco

Vigencia de la semiótica y otros ensayos

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