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LA INSTANCIA DE DISCURSO

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La instancia de discurso designa el conjunto de operaciones, de operadores y de parámetros que controlan el discurso. Ese término genérico permite evitar la introducción prematura de la noción de sujeto. El acto es primero y los componentes de su instancia son segundos, puesto que emergen del acto mismo (Fontanille, 2001: 84).

Desde el punto de vista del discurso en acto, el acto es un acto de enunciación, que produce la función semiótica. Cuando se establece la función semiótica, la instancia de discurso opera un reparto entre el mundo exteroceptivo, que suministra los elementos del plano de la expresión, y el mundo interoceptivo, que suministra los elementos del plano del con tenido. Ese reparto adquiere la forma de una toma de posición.

El primer acto es por lo tanto el de la “toma de posición”: enunciando, la instancia de discurso enuncia su propia posición. Está dotada entonces de una presencia, que servirá de hito al conjunto de las demás operaciones. El operador de ese acto es el cuerpo propio, un cuerpo sintiente y percibiente, que es la primera forma que adopta el actante de la enunciación. El cuerpo propio no es un cuerpo físico y biológico, de carne y hueso; es una categoría semiótica, que puede ser definida como “la forma significante de una experiencia sensible de la presencia” (Fontanille, 2001: 85).


La toma de posición sensible está destinada a instalar una zona de referencia, estableciendo las dos grandes dimensiones de la sensibilidad perceptiva: la intensidad y la extensidad. En el caso de la intensidad, la toma de posición es una “mira” (en el sentido de “poner en la mira”); en el caso de la extensidad, la toma de posición es una “captación”. La “mira” opera, entonces, en el ámbito de la intensidad: el “cuerpo propio” se torna hacia lo que suscita en él una fuerza sensible (perceptiva, afectiva). La captación opera, en cambio, en el ámbito de la extensión: el cuerpo propio percibe y demarca posiciones, distancias, dimensiones, cantidades.

Una vez cumplida la primera “toma de posición”, ya puede funcionar la referencia: otras posiciones podrán ser reconocidas y puestas en relación con la primera. Y ese es el segundo acto fundador de la instancia de discurso: el desembrague realiza el paso de la posición original a otras posiciones. El desembrague es de orientación disjuntiva. Gracias a esa operación, el mundo del discurso se distingue de la simple “vivencia” inefable de la pura presencia. El discurso pierde ahí en intensidad, pero gana en extensión: nuevos espacios, nuevos momentos pueden ser explotados, y otros actantes pueden ser puestos en escena. El desembrague es, pues, por definición, pluralizante, y se presenta como un despliegue en extensión; pluraliza la instancia de discurso y su deixis restringida [yo-aquí-ahora]. El nuevo universo de discurso que es así abierto comporta, al menos virtualmente, una infinidad de espacios, de momentos y de actores.

Contra el desembrague se alza el embrague, que se esfuerza por retornar a la primera posición originaria. El embrague es de orientación conjuntiva; bajo su acción, la instancia de discurso trata de volver a encontrar la posición primera, aunque nunca podrá llegar a alcanzarla, porque el retorno a la posición original sería un retorno a lo inefable del “cuerpo propio”, al simple presentimiento de la presencia. Pero puede al menos construir el simulacro. De esa forma, el discurso está en condiciones de proponer una representación simulada del momento (ahora), del lugar (aquí) y de las personas de la enunciación (Yo-Tú). El embrague renuncia a la extensión, pues se acerca más al centro de referencia y da prioridad a la intensidad: concentra de nuevo la instancia de discurso. El género poético es el resultado más patente de esa operación.

En el gesto mismo de retorno a la posición originaria (inaccesible), el discurso produce, al mismo tiempo, el simulacro de la deixis y el simulacro de una instancia única. La unicidad del sujeto de enunciación no es más que el efecto de sentido de un embrague bien forjado. En el verso de Vallejo: Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé, la impresión de que el “yo” del poema es el “yo” de Vallejo es una mera ilusión; es el efecto de sentido que produce la operación del embrague; es un perfecto simulacro: ese “yo” es un “personaje” del poema y no Vallejo. Así de simple. La situación ordinaria de la instancia de discurso es la pluralidad: pluralidad de roles, pluralidad de posiciones, pluralidad de tiempos, pluralidad de voces.

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