Читать книгу Vigencia de la semiótica y otros ensayos - Desiderio Blanco - Страница 15
LA SINTAXIS DEL DISCURSO
ОглавлениеLa armadura general de la sintaxis del discurso, en la perspectiva de la presencia, es suministrada por los esquemas de tensión, puestos en secuencia y transformados eventualmente en esquemas canónicos. Del conjunto de las propiedades del discurso en acto, de la instancia de discurso y del campo posicional, esos diversos esquemas explotan en lo esencial las propiedades de la presencia: la intensidad y la extensidad.
Pero la sintaxis del discurso obedece además a otras reglas, que explotan otras propiedades del discurso en acto. Hay que destacar, entre ellas: (1) la orientación discursiva, que dispone en el campo de presencia la posición de las fuentes y de los blancos; (2) la homogeneidad simbólica que procura el “cuerpo propio”, puesto que él reúne y permite que se comuniquen ente sí la interoceptividad y la exteroceptividad; (3) la profundidad del campo posicional, que permite hacer coexistir y poner en perspectiva diversas “capas” de significación.
Respecto a la orientación discursiva, el principio organizador es el punto de vista. En relación con la homogeneidad de los universos figurativos del discurso, el principio organizador es el semisimbolismo y todas las formas de conexión entre isotopías. En fin, respecto a la estratificación en profundidad de las “capas” y dimensiones del discurso, el principio organizador es la retórica.
a) El punto de vista es una modalidad de la construcción del sentido. A ese respecto, cada punto de vista se organiza en torno a una instancia; la coexistencia de muchos puntos de vista en el discurso supone, pues, a la vez, que a cada punto de vista corresponde un campo posicional propio, y que el conjunto de esos campos posicionales son compatibles, de una manera o de otra, en el interior del campo global del discurso.
El punto de vista se basa en el desajuste entre la mira y la captación, desajuste producido por la intervención del actante de control: alguna cosa que se opone a que la “captación” coincida con la “mira”. Por ejemplo, una superficie reflectante.
Pero el punto de vista es también el medio por el cual se busca optimizar esa “captación” imperfecta, es decir, adaptar la “captación” a lo que está “puesto en la mira”. Generalmente, la “mira” exige más de lo que la “captación” puede suministrar, y la “captación” tiende a alcanzar lo que la “mira” exige y a ajustarse a ella.
La optimización es el acto propio del punto de vista: se disminuyen un poco las pretensiones de la “mira” y se mejora la “captación” para hacerlas congruentes. El punto de vista redefine permanentemente los límites del campo posicional. Esa es otra de las propiedades del punto de vista: convertir un obstáculo en horizonte del campo, esto es, admitir el carácter limitado y particular de la percepción en acto, reconocer como irreductible la tensión entre la mira y la captación, y convertirla en fuente de la significación. El sentido emerge de esa tensión.
Globalmente, se pueden considerar cuatro grandes tipos de estrategias del punto de vista, sea actuando sobre la intensidad de la mira, sea actuando sobre la extensión de la captación, sea actuando sobre las dos dimensiones:
En el primer caso, el punto de vista será dominante o englobante; en el segundo, el punto de vista será acumulativo (incluso exhaustivo); en el tercer caso, el punto de vista será electivo (o también exclusivo); en el cuarto, el punto de vista será particular (o específico).
En cada tipo de punto de vista, el sentido atribuido al objeto se basa en una morfología diferente: el objeto puede ser representado por una de sus partes (electivo), recompuesto por adición (acumulativo), captado de golpe como un todo (englobante), o reducido a un fragmento aislable (particular).
b) La cuestión de la conexión entre las diferentes isotopías se basa en el principio de la homogeneidad de todo universo semiótico, homogeneidad requerida entre el plano de la expresión y el plano del contenido. La conexión entre las isotopías puede ser asegurada por simples figuras que les son comunes: el rasgo de /altura/, por ejemplo, puede ser común, en el mismo discurso, a la isotopía de lo “celeste” y de lo “sagrado”. Pero ese tipo de conexión, basada sobre una parte común, puede ser simplemente un índice de coherencia. La homogeneidad solo estará asegurada si varios elementos de una isotopía entran en equivalencia con varios elementos de otra isotopía. La coherencia discursiva solamente se logra si la conexión es establecida entre sistemas de valores y no entre términos aislados. Las conexiones establecidas término a término son de orden simbólico, en el sentido corriente de la palabra: la rosa “simboliza” el amor, el cielo “simboliza” lo divino, la balanza “simboliza” la justicia. Esas conexiones simbólicas son de escaso valor heurístico, porque o bien son tan convencionales que no aportan nada nuevo al discurso, o bien son fruto de las proyecciones personales del analista, y escapan por completo a cualquier tipo de racionalidad discursiva y de verificación textual.
En cambio, las conexiones entre sistemas de valores particulares (entre oposiciones pertinentes) son el fruto de la praxis enunciativa, y concurren a la coherencia discursiva, construyendo los sistemas de valores del conjunto del discurso. Ese tipo de conexiones da origen a los sistemas semisimbólicos.
El principio de los sistemas semisimbólicos fue establecido por Lévi-Strauss cuando planteó la fórmula del mito: la oposición entre dos figuras fue puesta en relación con la oposición entre dos funciones. La fórmula fue recogida por Greimas, quien la generalizó y la reformuló con mayor precisión: Se produce un sistema semisimbólico cuando a una categoría del plano de la expresión (s1/s2) corresponde una categoría del plano del contenido (C1/C2), lo que genera una correlación de homologación:
Posteriormente, J.M. Floch la convirtió en el instrumento principal de análisis de la imagen.
El ejemplo, ya mencionado, de los colores y el estado de la fruta ilustra claramente el funcionamiento del sistema:
Si el “cuerpo propio” percibiente se desplaza en el campo posicional y adopta otro punto de vista, podemos obtener la correlación siguiente:
Y con un nuevo desplazamiento:
Como estos sistemas semisimbólicos son transitivos, se obtiene, para terminar, una correlación como la siguiente:
Esta correlación se encuentra con frecuencia en textos pictóricos y cinematográficos.
Este proceso semiótico fue sagazmente intuido por Roland Barthes en los comienzos de la semiótica moderna, cuando reelaboró estructuralmente las clásicas relaciones entre denotación y connotación (Cf. Elementos de semiología, 1964). Si un conjunto de elementos puede ser puesto en relación con varios otros conjuntos, cambiará de forma con cada nueva asociación. El color puede ser puesto en relación con la madurez, con la emoción, con la circulación de automóviles (semáforo), etcétera. Por tanto, esos diferentes conjuntos se pueden superponer entre sí: con cada nueva correlación se genera un nuevo sistema semisimbólico. Nada queda congelado, nada es fijo. La semiosis es siempre fluente.
En ese sentido, el dispositivo semisimbólico es particularmente creativo, y al contrario de lo que sucede con el gastado simbolismo, puede ser renovado en cada discurso por la instancia enunciativa. En el cine, particularmente en el cine expresionista y en el “cine negro” americano, se hizo clásico el sistema semisimbólico siguiente:
blanco : negro :: inocencia: maldad (Cf. Nosferatu)
Pues bien; Serguei Eisenstein, en Alexander Nevski, invirtió creativamente la correlación y obtuvo un fuerte efecto dramático y estético:
La conexión semisimbólica entre isotopías puede ser establecida entre categorías próximas o distantes: cuanto mayor sea la distancia, más asegurada estará la homogeneidad global del discurso.
c) La coexistencia de diferentes isotopías en una misma zona del discurso supone que están todas ellas afectadas por grados de presencia diferentes, es decir que son consideradas como más o menos intensas y como más o menos distantes de la posición de referencia del discurso.
Se trata ahora de la presencia de los contenidos mismos del discurso, presencia más o menos sentida y más o menos asumida por la instancia de enunciación. El campo posicional del discurso se convierte en un campo donde las isotopías están dispuestas en profundidad, en capas sucesivas, desde las más fuertemente presentes, en el centro del campo, hasta las más débilmente presentes, en la periferia.
Esa gradación de la presencia está bajo el control de la instancia de enunciación: cada capa está colocada bajo una mira más o menos intensa, o es captada como más o menos próxima o lejana. Dicho control enunciativo se ejerce en dos direcciones: la de la asunción, en términos de intensidad (sensible, afectiva), y la del despliegue, en términos de distancia (espacio-temporal, cognitiva). Las diferentes isotopías dispuestas en capas de profundidad discursiva son más o menos asumidas y más o menos desplegadas: la instancia de discurso les impone o les retira su fuerza de enunciación (llamada a veces fuerza ilocutoria), las hace retroceder o avanzar en profundidad.
En ese dispositivo se ejerce la retórica. Y los “pequeños acontecimientos de conexión”, hechos de enlaces y de tensiones locales entre isotopías conectadas entre sí, en los que se juegan diferentes modalidades de coexistencia entre dichas isotopías, son tropos y figuras de retórica.
Como se trata de los modos de presencia de los contenidos del discurso, determinados por los grados de su asunción y de su despliegue, atribuidos a cada contenido por la instancia de discurso, es posible hacer corresponder a cada uno de los modos de presencia un modo de existencia de los contenidos discursivos:
Toda figura retórica obedece a ese principio de base desde el momento en que asocia dos planos de enunciación distintos y asumidos de modo diferente. La metáfora y la metonimia invitan a superar el contenido directamente expresado y a asociar allí otro contenido, más general o perteneciente a otra isotopía; juegan, pues, con la disposición de los contenidos discursivos en profundidad y con modos de existencia diferentes.
En los versos de García Lorca:
Con el aire se batían las espadas de los lirios
las operaciones de asunción y de despliegue, así como el modo de existencia atribuido a las isotopías en juego, se puede explicar de la siguiente manera:
La isotopía figurante es aquí la isotopía del movimiento de las espadas cuando se baten en duelo; la isotopía figurada es el roce de las hojas de los lirios por efecto del aire. La operación discursiva hace un quiebre entre la isotopía /mineral/ de las espadas y la isotopía /vegetal/ de las hojas. En un primer momento, la isotopía mineral de las espadas es puesta en el centro del campo de presencia, pero su asunción discursiva es débil, desde el momento en que el enunciado empieza con la expresión “Con el aire”, que nos indica que la mira se ha puesto en otra parte, puesto que, de acuerdo con la experiencia perceptiva, las espadas no “se baten” con el aire. Y de pronto y sin previo aviso, la isotopía se interrumpe, saltando inesperadamente al centro del campo el roce de las hojas de los lirios, fuertemente asumido por la instancia de discurso. No hay que olvidar que la “instancia de discurso” incluye al enunciatario: lector, espectador, oyente…
El contenido del batir de las espadas se encuentra realizado en un primer momento, pero queda virtualizado con la ruptura de la isotopía; mientras que el contenido del roce de las hojas de los lirios, que permanecía completamente potencializado, es de pronto realizado y asumido. Es evidente que el quiebre de isotopía se produce con base en una analogía perceptiva entre la forma visual de las hojas y la de las espadas, así como a una más lejana analogía entre el rumor de las hojas al rozarse y el ruido de las espadas al batirse.
Toda figura retórica constituye una microsecuencia discursiva, que comprende al menos una fase de “puesta en presencia” (por ejemplo, un conflicto entre dos enunciados o dos isotopías) y una fase de interpretación (por ejemplo, la resolución del conflicto por una analogía). En otros términos, cada figura podrá ser definida, al mismo tiempo, por el tipo de conexión (puesta en presencia) y por el tipo de resolución que requiere. La metáfora es una figura de conflicto semántico que se resuelve por analogía; la metonimia es una figura de conexión semántica que se resuelve por traslado de roles actanciales.