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VI. Entre el odio y la paz

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El estado de odio y paz dependen de nosotros mismos, en el vencimiento de nuestras propias flaquezas, lejos de todo aquello que nos aprisiona al pasado.

—.Decía Ortega que lo que mueve a filosofar es el amor. En ello se parece a Aristóteles (385 a.c.323 a.C), cuando en su obra “Metafísica” decía que lo que mueve al conocer era el asombro. El pensador español iba a una cuestión más de fondo en sus escritos que era el del interés por las cosas. Al respecto Ortega en “Meditaciones del Quijote” afirmaba que la filosofía es la ciencia general del amor para ver la conexión que hay entre las cosas. No somos, en este pensamiento, seres aislados arrojados como individuos en el mundo. Así la elección responsable hace libre, pero con un destino para mí mismo y para las difíciles situaciones que me puedan tocar vivir en distintos momentos históricos, con los demás.

Es decir,( para redondear), el comprender un futuro como individuo o como sociedad, implica captar aquello invisible que hay detrás de las cosas visibles que vivimos todos los días. Y, así, sólo ejerciendo una nueva mirada ante las cosas, dilucidemos un porvenir o una enorme “perspectiva del mundo”. Pero la perspectiva se entiende desde el interés, en el gusto por las cosas, en la búsqueda incesante de un sentido, o de encontrar un nuevo sentido a las cosas, cuando éstas ya no se sienten igual. La apatía, el desinterés, la falta de entusiasmo en la vida, impedirían poder cumplir con la enorme perspectiva de proyecto. En fin, la vida tiene sentido cuando nosotros se la damos, en la búsqueda, en el amor. El odio, individualismo, la indiferencia, se alimentan cuando existe todo lo contrario.

En estos tiempos resultan todavía potentes las palabras vitalistas de Ortega, y es bueno detenerse a reflexionar sobre estas ideas de fondo tan simples como complejas, como las del odio y la paz. El odio siempre hace referencia a una cierta sed de venganza, y en el fondo uno odia algo externo del otro, pero que a fin de cuentas, termina siendo una parte interna, como olvidada de uno mismo. En cambio, la paz nos hace más generosos y serenos, en los momentos tensos. Es que es fácil odiar la marca de las cosas o aquello que subyace de fondo, pero cuando el odio se encarna, cuesta mucho ir tras esas figuras concretas que expresaron, en algún período de la historia, una cierta representatividad. Es fácil odiar una etiqueta que a las personas concretas. Caer en el “ojo por ojo” es crear justicia, pero también es la llave para abrir una caja de pandora, sin saber qué resultados podrá acarrear.

Cuando uno cae en el odio, ya sea en forma personal o social a esas figuras concretas, no está haciendo más que pretender imponer la figura del desgaste público, que ataca más esa paz. Cuando se busca la paz con mucho ahínco se puede caer en excesos. No obstante, ello no implicaría caer en la ingenuidad de que todo culpable de perturbar la paz de otros, goce de impunidad. Es decir, para poner un ejemplo concreto, muchos se equivocan cuando utilizan la fuerza extrema, para restablecer un orden quebrantado. Cuando entra la lluvia de palos es porque se acabaron las gotas aliviadoras de las palabras. Puede haber en ello una intención pacifista, pero que no se traduce como tal, cuando muchos sólo violan la ley de reacción instintiva. La verdadera política es la que crea la habilidad diplomática, la de una puerta abierta a soluciones posibles, pero en conjunto.

Es decir, el odio y la paz, están terriblemente relacionados, cuando se benefician o se potencian. Para redondear, si repasamos la historia, el odio de Hitler y del pueblo alemán de entonces que apoyó la misma sed de venganza del nacional socialismo contra aquellos enemigos que supuestamente quisieron destruir a esa Nación, tuvo un discurso humilde, pero que terminó alimentando al monstruo demoledor de humanidad. El homo tecno que no piensa en sus límites termina creando un futuro de control y hostigamiento, pero no esperanzador Dijo Ana Arendt:”Las ideologías son sistemas basados en una única opinión con suficiente fuerza para atraer y persuadir a una mayoría de gente”. La ideología racista se creó como una justificación para la conquista olvidándose del otro. El nazismo estableció una correlación extrema entre raza y nación, de tal forma que aquel que no pertenecía a la raza establecida, quedaba al margen de la política. El estado-nación permite generar un recurso legal para que se garanticen los derechos de los individuos sobre los posibles atropellos de un súper poder. El racismo ha sido utilizado según Foucault, para justificar el genocidio colonialista, la guerra, la medida contra la criminalidad. Y agrega, que no es solamente dictadura sino que “los fenómenos históricos del nazismo y del fascismo no habrían sido posibles sin que una parte importante de la población se hiciese cargo de las funciones de represión y de control”. El control es el debate de estos tiempos. Hasta donde el ser actual legitima un por venir con ansia de salida a la crisis, o lo empobrecen hasta la cosificación mecánica de la absorción total del ser tecno, por el internet y la computadora.

Precisamente a los discursos hay que evaluarlos no tanto por lo que dicen, sino por lo que hacen. En tanto, algunos defienden un estado presente, y otros buscan expandir el liberalismo económico. Y, la paz social no vendría en una persecución feroz de los unos hacia los otros, sino el de intentar tomar aquello necesario tanto de unos como de otros. Caer en la moralidad, sería la de aquellos, que por algún temor al porvenir, prefieren volver siempre al pasado más oscuro, del dogmatismo de que yo tengo la razón, y de la estrechez mental. La ética del otro es una salida liberadora frente al por venir, ante la máquina cosificadora del ser, que permite una cierta moderación en las prácticas. En el fondo hay una gran expresión de lo que más tememos de nosotros mismos. Buscar la ética reguladora es encontrar la templanza moderada en el actuar concreto, sin inventar enemigos, o falacias ilusas.

El ser actual está inmerso en una tensión social que, cuando se odia algo, nos pone por debajo de lo odiado. La paz duradera vendrá de un país templado, libre de conflictos internos y externos; y de una paz individual, libre de ansiedades personales. El odio y la paz dependen de nosotros mismos en el vencimiento de nuestras propias flaquezas que, casi siempre, huelen a pasado. En este tiempo de post pandemia sólo reflexionemos: ¿Hasta dónde nuestro actuar es en verdad desinteresado?

El por venir del homo tecno

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