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3. El deseo de la soledad y la lucha interior

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Después de esto, Doroteo fue encargado de la atención directa de abba Juan, llamado “el Profeta”, al que asistió hasta su muerte.

Todas estas actividades llevaron a Doroteo al borde de un conflicto interior. Por un lado el deseo de mantenerse en la oración continua y un sentimiento de compunción29, y el deseo de una vida humilde y oculta impedida por el continuo trato con los hermanos que lo venían a consultar. Lo llevaron a pensar en la conveniencia de abrazar la vida eremítica30. En tres cartas consecutivas abba Juan el Profeta le muestra lo engañoso de sus intenciones de recluirse. “La vida contemplativa permanente es para los perfectos”, le dice, “para aquellos que todavía no han triunfado sobre sí mismos puede ser motivo de orgullo y ruina”31. El objeto de la vida monástica es crecer en la humildad: «En cuanto el hombre crece en la humildad, progresa. Encerrarse en la celda no sirve de nada porque allí te encuentras sin aflicciones, y si en forma prematura te encuentras sin preocupaciones el Enemigo te traerá la turbación más que el reposo, para llevarte a decir: hubiese sido mejor no haber nacido. En cuanto a la importunidad de los hombres los Padres han dicho: “¿Hay algún hombre que al borde de la muerte se ocupe de las amistades de este mundo?”»32. Los ancianos fueron muy claros con Doroteo. Su vida debería ser una vida mixta, consistente en unir la contemplación y el retiro con las obras de caridad y la obediencia, guardando la humildad en el retiro y la paz en las preocupaciones cotidianas. La caridad fraterna es preferible a los esfuerzos ascéticos de la soledad. El Señor ha dicho: Prefiero la misericordia a los sacrificios (cf. Mt 12,7). Y los ancianos le repitieron: “Inclina tu corazón a la misericordia”33.

Frente a la inquietud por mantener la oración continua en medio de múltiples actividades, abba Barsanufio le contesta: “Muchos oyen hablar continuamente de una ciudad y les sucede que entran en ella sin darse cuenta de que es la ciudad en cuestión. Hermano, estás todo el día en el recuerdo de Dios ¿y no te das cuenta? Porque en efecto, tener un mandato y aplicarse a realizarlo es a la vez sumisión y recuerdo de Dios”34.

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