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Predicar en América

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Herman Melville habla del mundo como un barco en un viaje con el púlpito como su proa.97 En su paso a través de la historia latinoamericana, esta proa se ha lanzado directamente al abismo del genocidio una y otra vez. Y sin embargo, desde el vientre del gran pez del imperio, un coro de voces siempre ha predicado una palabra diferente.

En el cuarto domingo de Adviento, el 21 de diciembre de 1511, el padre Antonio de Montesinos predicó desde el púlpito de la iglesia en Santo Domingo.98 Era la voz que gritaba en el desierto a una congregación de conquistadores: “Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”. Cuestionó la empresa colonial de esclavitud indígena con una serie de preguntas pesadas: “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas; donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? … Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”.99

Montesinos no fue un caso aislado. En la carta pastoral presentada en la Fiesta de la Transfiguración de 1978, La Iglesia y las organizaciones políticas populares, Romero escribe que en América la misión profética de Cristo en nombre de los pobres también contó con apóstoles como “Fray Antonio de Montesinos, Fray Bartolomé de las Casas, el Obispo Juan del Valle y el Obispo Valdivieso asesinado en Nicaragua por oponerse al terrateniente y gobernado Contreras” (Voz, 94).100 Hay una línea que conecta el evangelio luminoso del monte Tabor con la predicación en Centroamérica. Sin embargo, esta línea no es brillante y sólida sino que es discontinua, punteada y rota.

Desde el principio la Iglesia en América tuvo dos caras, dos voces: la dominante, representada por soldados y clérigos que justificaron la violencia en favor de la evangelización y la colonización; y otra en gran parte representada por religiosos que protestaron por estos abusos. Las dos caras no son simplemente un signo de hipocresía:101 no todas las personas equivocadas son hipócritas, ni todas las personas sinceras son buenas. Más bien las dos caras son un signo del drama de la redención que se desarrolla en la iglesia, que recorre la historia como un cuerpo mixto (corpus per myxtum) de personas que son santas y pecadoras (simul justus et peccator), son trigo y son cizaña. Las dos caras de la Iglesia han estado presentes a lo largo de la historia de América Latina, desde las guerras de conquista en el siglo XVI hasta las guerras de independencia del XIX, hasta las guerras civiles del XX. En un aspecto, la iglesia publicó Inter caetera (1493), una bula papal que dividía el mundo entre los españoles y los portugueses para que la religión cristiana se ampliara “y las naciones bárbaras fueran sometidas y llevadas a la fe”.102

En otro aspecto, la iglesia publicó Sublimis Deus (1537), una encíclica que declara que “dichos indios y todas las demás personas que luego puedan ser descubiertas por los cristianos, no deben ser privados de su libertad o de la posesión de sus bienes, incluso aunque estén fuera de la fe de Jesucristo”.103 Un aspecto de la iglesia se muestra en Pedro de Córdoba, que en 1510 predicó el primer sermón conocido a los indígenas, y el otro se muestra en Pedro de Alvarado, quien en la Fiesta de la Transfiguración en 1526 conquistó a la gente de Cuscatlán en lo que hoy es San Salvador.104 Estas son las dos caras de la misma iglesia, y fue en este púlpito precariamente sostenido que Romero predicó y llamó a la gente a “escucharlo a Él”.

Romero era por naturaleza un hombre tranquilo y se transfiguraba al predicar.105 Sus palabras fluían con una confianza y una belleza que aún tienen poder para cautivar el oído, iluminar la mente y cautivar el corazón. Tenía dotes para la retórica que fueron obvias desde los primeros años de su vida como sacerdote. De hecho, fue al menos en parte en reconocimiento de estos dones que Romero fue elegido entre sus compañeros de seminario para continuar sus estudios teológicos en la Universidad Gregoriana de Roma.106 Y estos dones crecieron durante su época como arzobispo. A menudo predicaba durante horas los domingos y muchas veces durante la semana.107

Romero solía dedicar los sábados a preparar sus sermones.108 A partir de agosto de 1977, incluye una sección de noticias de eventos eclesiales y nacionales que sirven para enmarcar la homilía. En algunas ocasiones se refiere a ellos con un título específico (“El boletín sobre la vida de nuestra iglesia”, “Mi diario de esta semana”), pero con mayor frecuencia los eventos se presentan como la realidad que necesita ser iluminada por la Palabra de Dios. Me refiero a este estilo como “el carácter díptico” de la predicación de Romero, la que consideraremos más adelante. Él insiste en que la exposición de la palabra de Dios es la parte más importante de la homilía.109 Pero es la narración de los eventos semanales lo que más distinguió y provocó las reacciones más fuertes (positivas o negativas).

Los sábados por la mañana, se reunía con colegas para discutir los textos del leccionario y los eventos de la semana.110 En las tardes, Romero continuaba su preparación de sermones leyendo textos bíblicos y otros textos teológicos. Los signos de desgaste en los libros de la pequeña biblioteca personal de Romero muestran su aprecio por el Comentario Bíblico San Jerónimo y también por la obra en tres volúmenes de Maximiliano García Cordero Teología de las Escrituras.111 Por sobre estos, Romero se basa en la tradición magisterial. Cualquier persona que lea o escuche los sermones de Romero se sorprenderá de la frecuencia y el tiempo que cita de los documentos oficiales de la Iglesia Católica. Hay más referencias a las enseñanzas de los concilios y los papas que a todos los padres de la iglesia, escolásticos y liberacionistas combinados. La mayor parte de los sábados por la noche y las madrugadas del domingo los pasaba en oración.

Durante sus años como arzobispo, Romero vivió en los terrenos del Hospital de la Divina Providencia, un centro de cuidados paliativos para el cáncer dirigido por monjas carmelitas. El Hospitalito, como se le conoce comúnmente, es un contexto necesario para entender a Romero como un predicador.112

Cuando predicaba en la catedral, Romero declaró: Ipsum audite (¡Escúchenlo! ¡escuchen a Él!). Cuando rezaba en el Hospitalito, escuchó a Dios decir: Ipsos audite (¡Escúchenlos! ¡escuchen el grito de los enfermos!). El Hospitalito era otro lugar donde Romero encontraba sufrimiento. En los cuerpos con cáncer de los pacientes veía la agonía de las madres de los desaparecidos y la esperanza de toda una nación. Fue tanto su hogar como el Getsemaní, un lugar solitario donde conoció a Dios. Todas sus homilías fueron preparadas en el Hospitalito, donde se dice que se mantenía despierto en oración hasta altas horas de la noche. Fue allí donde se predicó su homilía final. “En el Hospitalito, se encuentra la raíz de monseñor. En la catedral, se ven los frutos. En ambos lugares, monseñor vivió con Dios y con el pueblo. Pero se puede decir que en el Hospitalito vivió más íntimamente con Dios y en la catedral, más públicamente con su pueblo”.113

No era su costumbre escribir manuscritos completos de sermones, y usualmente se acercaba al micrófono con solo un puñado de notas. Miguel Cavada Diez, el editor general de la edición crítica de las homilías de Romero, subraya el carácter oral de la predicación de Romero.114 Al pasar al púlpito, el arzobispo “no llevaba por escrito previamente sus homilías, solamente se auxiliaba de un guion y algunos documentos que leía en el momento oportuno”.115 Un estudio de los bosquejos de sus sermones, muchos de los cuales se conservan, muestra el serio cuidado con que Romero preparó sus somilías. No hay nada apresurado o enlatado en el desarrollo de su sermón.116

Los dos polos temáticos de los sermones de Romero eran Dios y el pueblo, y estos dos estaban relacionados a través de la iglesia, que era el tema más constante y común de su predicación. Cincuenta de las 193 homilías en la edición crítica tienen la palabra iglesia en el título del sermón.117 Muchos más tienen la palabra iglesia o términos similares (pueblo, comunión) en los subtítulos. A través de su predicación, Romero procuró consolar a los afligidos, denunciar al criminal, respaldar los reclamos justos del pueblo, dar esperanza y declarar la trascendencia de Dios sobre los planes humanos.118 Los temas de la predicación de Romero surgieron de la intersección del calendario litúrgico y los acontecimientos del día.

Es difícil sobreestimar la importancia del calendario litúrgico en la predicación de Romero. Para Romero, el año litúrgico es una escuela de teología y espiritualidad cristianas.119 Él compara el comienzo de un año litúrgico con el comienzo de un nuevo año escolar con discípulos graduados a un nuevo evangelio y un conjunto de lecciones bíblicas (Homilías, 4:25). La celebración del año litúrgico no es un acto similar a la celebración de la independencia de El Salvador el 15 de septiembre. A través de la liturgia, los feligreses participan en los misterios de Cristo. “Esta es la misa de cada domingo. Y las fiestas litúrgicas del año, la fiesta del 6 de agosto en nuestra catedral, son presencias del misterio de Cristo” (Homilías, 2:26; 27/11/1977).120 Las tres lecciones asignadas por el leccionario guían el encuentro con la Palabra de Dios y también dan forma al sermón. Es costumbre de Romero predicar sermones que tienen tres puntos. Romero asigna títulos a cada uno de estos encabezados, con la esperanza de dar a sus oyentes puntos de anclaje que puedan captar y mantener. Los tres puntos tienden a estar relacionados entre sí de una manera lógica.121

Romero trata el año litúrgico no como una imposición artificial a la historia de El Salvador, sino como una lente cristológica para leer correctamente los signos de los tiempos en el país.122 Los misterios desplegados por el calendario litúrgico y las fiestas nacionales del calendario secular se superponen, pero no hay que confundirlos. La respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos acerca del tiempo para la restauración del reino de Israel (cf. Hechos 1:6–8) evoca esta distinción. Hay una historia sagrada y una historia secular. “A pesar de las negruras de nuestra historia, Dios tiene su historia y hará resplandecer su gloria sobre la oscuridad de nuestra historia patria” (Homilías, 2:475; 7/5/1978). Dios busca transformar la historia secular de cada nación al energizarla con la historia de la salvación. La lectura de los eventos cotidianos en conjunto con el año litúrgico hace que los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan se acerquen a la historia de Centroamérica y de El Salvador, y a su vez hace que la historia secular se acerque a la historia de la salvación.123

Jon Sobrino no exagera cuando escribe que “Las homilías de monseñor Romero fueron – y siguen siendo – un fenómeno eclesial y social sin precedentes”.124 Para la situación particular de El Salvador, así como por el método homilético que desarrolló, en los sermones de Romero se relacionan los personajes y eventos bíblicos con los contemporáneos. Cuando predicaba sobre los efectos de la vida vivida en una carne sin Cristo, Romero presenta el ejemplo de Jezabel, “Mujer mala que, cuando vio que Elías luchaba por los derechos de Dios contra los falsos profetas, le mandó un recado como los que manda la UGB hoy: ´Mañana a estas horas, tú estarás también, con los falsos profetas, muerto’ (Homilías, 5:207; 12/8/1979). La UGB era la Unión Guerrera Blanca, un escuadrón de la muerte de extrema derecha. “Y Elías tuvo miedo. ¿Quién no siente miedo ante una amenaza de muerte? Y Elías emprendió la huida porque la UGB le había amenazado, Jezabel, la perversa mujer de Ajab” (Homilías, 5:207). El estallido de aplausos que se escuchó al pronunciar estas líneas es una clara evidencia de que la congregación entendió las capas de significado en las palabras de Romero. Los aplausos se convirtieron en una respuesta cada vez más notable a la predicación de Romero, tanto que a veces Romero hizo comentarios al respecto.125 Rechazó las acusaciones de quienes afirmaban que su predicación tenía como objetivo obtener aplausos. No acalló el aplauso de su congregación. Él lo apreciaba como una expresión de solidaridad y como una respuesta positiva a la dirección pastoral del ministerio de la iglesia. Al final de su vida, Romero se dio cuenta de que sus homilías eran el aspecto más importante de su ministerio episcopal.126 Fue a través de su palabra hablada que tocó a la mayoría de las personas en El Salvador. Fue en el púlpito que se convirtió en un micrófono de Cristo.

La visión teológica de Óscar Romero

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