Читать книгу La visión teológica de Óscar Romero - Edgardo Antonio Colón Emeric - Страница 18

Los micrófonos de Cristo

Оглавление

El 23 de enero de 1980, una bomba hizo estallar el equipo de transmisión del YSAX, la estación de radio conocida como La Voz Panamericana. La bomba fue colocada por un grupo paramilitar de derecha que intentaba silenciar el mensaje de la iglesia. Los técnicos trabajaron arduamente para hacer reparaciones y pudieron terminar justo a tiempo para la homilía dominical de monseñor Romero del 27 de enero. Cuando la voz de Romero fluía por los aires esa mañana gracias a YSAX, no estaba predicando desde la catedral. Miembros de los sindicatos habían ocupado la catedral para protestar por el cierre de sus fábricas. Mientras continuaban las negociaciones con el sindicato y los dueños de las fábricas, el arzobispo trasladó sus misas dominicales a la Basílica del Sagrado Corazón. Si algunos vieron esta reubicación como un acto de temor y cobardía, estaban equivocados. La Basílica no era una fortaleza poderosa que protegiera a Romero de los problemas. El 9 de marzo, una bomba puesta para detonar durante la misa se colocó junto al altar de la Basílica. Por razones desconocidas la bomba no explotó; esto muestra que cuando Romero predicaba exponía su vida. No fue diferente en la mañana del 27 de enero, cuando predicó “La homilía, actualización de la palabra de Dios” (Homilías, 6:223–46). La lección del evangelio del Leccionario era Lucas 4, 14–21. Es el pasaje donde a Jesús en la sinagoga de Nazaret le es dado el rollo de Isaías y predicó “el Espíritu del Señor está sobre mí…”.

Romero entendió que algunos esperaban que él hablara solo sobre política y economía. Fue acusado de ser un polemista partidista. Sin embargo, Romero siempre insistió en que él era ante todo un predicador del evangelio. Su propósito principal en la predicación no era pedirle al gobierno que rindiera cuentas por sus políticas fallidas y fatales (un objetivo lo suficientemente importante), sino desplegar el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.127 En este sentido, la predicación de Romero puede bien ser descripta como catequesis mistagógica.128 En el caso del sermón del 27 de enero, las lecturas del leccionario del día son Nehemías 8; 1 Corintios 12 y Lucas 4. El Antiguo Testamento y las lecturas del Evangelio contienen un sermón dentro del texto. Esta feliz convergencia le brinda a Romero la oportunidad de dirigir a la congregación un sermón sobre el misterio de la predicación. La elucidación del misterio se divide en tres secciones.

Primero, Jesús es el sermón viviente del Padre. Romero abre con una cristología de la predicación. En Jesús, la revelación de Dios alcanza su culminación: el plan de salvación de Dios literalmente se encarna. La Encarnación es el sermón más elocuente del Padre. Romero cita un párrafo de uno de los documentos del Vaticano II, la Constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum 4: “Jesucristo –verlo a él es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal”.129 Romero modela una apropiación homilética de tradición magisterial.130 Anima a los oyentes a saborear estas palabras y las que los conducen a la acción de gracias porque en Jesús tenemos el privilegio de intimar con Dios. Jesús predica cuando se sienta a hablar en la sinagoga en Jerusalén y Romero se refiere a este hecho como el sermón más sublime jamás predicado. Pero Jesús también predica a través de sus milagros, sus obras y su muerte. Jesús predica cuando echa fuera demonios y cuando sana a los enfermos. La multiplicación del pan es un sermón. La resurrección es una homilía. Predica en la vida y en la muerte; y en la vida más allá de la muerte envía el Espíritu, otro sermón. Cristo no solo predica, él mismo es un sermón.

“El mejor micrófono de Dios es Cristo y el mejor micrófono de Cristo es la Iglesia y la Iglesia son todos ustedes”. Cada uno de ustedes, desde su propio puesto, desde su propia vocación –la religiosa, el casado, el obispo, el sacerdote, el estudiante, el universitario, el jornalero, el obrero, la señora de mercado–, cada uno en su puesto viva intensamente la fe y siéntase, en su ambiente, verdadero micrófono de Dios nuestro Señor. Así, la Iglesia tendrá siempre una predicación, será siempre homilía, aun cuando no tengamos la feliz oportunidad, que yo siento cada domingo, de entrar en comunión con tantas comunidades que, durante esta semana, me han manifestado el deseo de volver a oír esta emisora que casi se ha hecho pan de nuestro pueblo. Pero el día en que las fuerzas del mal nos dejaran sin esta maravilla, de que ellos disponen en abundancia y a la Iglesia se la regatean hasta lo último, sepamos que nada malo nos han hecho; al contrario, seremos entonces más vivientes micrófonos del Señor y pronunciaremos por todas partes su palabra”. (Homilías, 6:231–22; 27/1/1980).

La expresión es cautivadora. Cristo es el mejor micrófono de Dios. La metáfora del micrófono se usa ampliamente a lo largo de la predicación de Romero.131 La metáfora se basó en una práctica ya que Romero usó micrófonos para extender el alcance de su predicación. De esta práctica surge su reflexión sobre la función del predicador. El micrófono se convierte en un símbolo de la relación y distinción entre el predicador y el predicado, o, como veremos más adelante, entre la voz y la Palabra. La humanidad de Cristo es un instrumento que lleva la Palabra de Dios a través de la distinción entre creador y criatura. Su carne humana modula la voluntad eterna al rango audible. Cristo es el mejor micrófono de Dios porque el Dios que parecía lejano se acerca íntimamente a él, como si estuviera hablando justo al lado del oído. Jesús es ungido por el Espíritu o, en el coloquialismo de Romero, Jesús está empapado en el Espíritu, y por el Espíritu sus micrófonos continúan haciéndolo presente a todos.

La homilía facilita un encuentro con Cristo desde las escrituras. “Toda la Biblia y toda la predicación es en torno del gran misterio salvador de Cristo, que culminó en su muerte y su resurrección” (Homilías, 6:224; 27/1/1980). El leccionario es una forma ordenada de guiar a la Iglesia hacia este misterio. No garantiza una buena predicación, pero ayuda a los predicadores a escuchar lo que el Espíritu le está diciendo a la iglesia universal al reunirse en un lugar particular. El encuentro con Jesús facilitado por la predicación no es un fin en sí mismo. “Lo principal no es la predicación, esto no es más que el camino; lo principal es el momento en que adoramos a Cristo y nuestra fe se entrega a él, iluminados con esa palabra; y, desde allí, vamos a salir al mundo a realizar esa palabra” (Homilías, 6:225).

Segundo, la iglesia es la prolongación viva del sermón de Jesús. De la cristología de la predicación, Romero pasa a ofrecer una eclesiología homilética. “En primer lugar, la verdad de la Iglesia depende de la verdad de Cristo” (Homilías, 6:228). El sermón es más (aunque no menos) que una palabra humana. Esto es lo que hace un sermón: “decir que la palabra de Dios no es lectura de tiempos pasados, sino palabra viva, espíritu, que hoy se está cumpliendo aquí” (Homilías, 6:224). La iglesia puede decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí” porque es el micrófono de Cristo. Puede decir: “Esto se cumple aquí hoy” todo el tiempo, incluso el domingo 27 de enero de 1980, en la Basílica del Sagrado Corazón, a las 8:00 a.m. La situación en este momento puede ser de crisis nacional; la catedral ahora está ocupada por guerrilleros marxistas, y las estaciones de radio de la iglesia están siendo bombardeadas por las fuerzas de seguridad del gobierno, pero aun así es el día de la salvación. Una y otra vez, el pastor le recuerda a su rebaño que “ Aquí está presente la palabra de Dios, la Iglesia son ustedes, soy yo, somos la continuación de la homilía viva que es Cristo nuestro Señor” (Homilías, 6:226). La iglesia es tanto el quién como el qué de la predicación. “La iglesia”, anuncia Romero, “es la prolongación de la homilía que Cristo inició allá en Nazaret” (Homilías, 6:226; 27/1/1980).

El micrófono de Cristo que es la iglesia es un micrófono compartido. La predicación es un acto comunitario. Romero reflexiona sobre cómo se compuso cada uno de los cuatro evangelios para y en comunidad. Puede imaginar a Lucas, un discípulo que nunca conoció a Cristo, convenciéndose de la fidelidad del testigo que le narró los hechos de Jesús. Las historias de las fuentes de Lucas se convirtieron en los ladrillos para el relato ordenado del evangelista. Los evangelios no están concebidos por la imaginación inspirada de escritores brillantes, sino en el corazón de las congregaciones. Nadie debe asombrarse por las diferencias entre los diversos relatos del evangelio. Las particularidades del Evangelio de Lucas, la forma en que resalta la misericordia y el perdón de Dios, el amor de Dios por los pobres y su llamado a la abnegación; la centralidad de la oración y el Espíritu Santo en la vida de Jesús y sus seguidores, no son motivo de escepticismo respecto a su autenticidad. Los evangelios no son biografías personales; son sermones comunitarios y, como tales, profundamente contextuales.

Tercero, los efectos de la predicación son varios: algunos aceptan a Cristo y otros lo rechazan. Como micrófono de Cristo, la Iglesia predica las buenas nuevas a todos, pero especialmente a aquellos que solo escuchan malas noticias, los pobres. La predicación está prioritariamente dirigida a los pobres; esto es lo que el Consejo Episcopal Latinoamericano refiere como la opción preferencial para los pobres.132 Las raíces de esta postura son más profundas que los concilios eclesiales, la tradición de la enseñanza social católica, o incluso más profunda que el Evangelio de Lucas. Estas raíces crecen desde la tierra misma de la fe de Israel, cuyo pueblo aprendió a través de una experiencia difícil a esperar el año del favor del Señor, el año del jubileo. El Salvador también espera el favor del Señor, no solo en términos de perdón de la deuda sino en términos de una reestructuración social que es la consecuencia de la declaración del Señor de las buenas nuevas: nuevas sociedades, nuevos tiempos. En este sentido, Romero se dirige a las esperanzas de los jóvenes en particular. Romero admira su sensibilidad social y política, pero le preocupa que muchos de ellos estén buscando la liberación por caminos falsos.133 Sólo en Cristo se puede encontrar la verdadera libertad y la justicia. Su enfoque en los jóvenes parece sorprendernos, hasta que recordamos que los obispos que se reunieron en Puebla vincularon la opción preferencial por los pobres a una opción preferencial para los jóvenes.134

La prioridad homilética no es exclusiva de los pobres y los jóvenes. El evangelio ofrece buenas noticias a todos. El arzobispo aclara este último punto al pasar de la lección del evangelio a la primera lección del Antiguo Testamento, que proviene Nehemías 8. En esta lección el pueblo de El Salvador aprende que a la lectura de la ley hecha por Esdras el pueblo de Israel respondió con un cordial amén. Según Romero, esto es lo que todo predicador quiere escuchar. Cada sermón tiene como objetivo obtener un amén de la congregación.

Sin embargo, se trata de alcanzar este objetivo mientras se abandonan las aspiraciones retóricas. El sermón no es una obra de arte de oratoria, sino un vehículo para unir a la gente y a Dios. Un predicador empapado en el Espíritu anuncia el amor de Dios, y el pueblo de Dios, también empapado en el Espíritu, responde con un amén de arrepentimiento, un amén de acción de gracias, un amén por estar maravillado, un amén de compasión.

El amén al sermón no es la respuesta congregacional completa. Romero les recuerda a sus oyentes que después de que la gente escuchó la lectura de la Ley, los sacerdotes les dieron instrucciones: “… comed alimentos grasos, bebed vino dulce y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque este es día consagrado a nuestro Señor” (Nehemías 8, 10). Este es el tipo de amen que Romero desea escuchar de la gente de El Salvador. ¡Qué hermoso será el día en que una sociedad nueva, en vez de almacenar y guardar egoístamente, se reparta, se comparta y se divida, y se alegren todos porque todos nos sentimos hijos del mismo Dios! ¡Qué otra cosa quiere la palabra de Dios, en este ambiente salvadoreño, sino la conversión de todos para que nos sintamos hermanos! (Homilías 6:235; 27/1/1980). Sin embargo, Romero tiene la experiencia suficiente para saber que este deseo no siempre se cumple. La gente de Nazaret se regocijó cuando escuchaban a Jesús predicar hasta que comenzó a denunciar su incredulidad y falsa piedad. En ese momento, el ambiente de la congregación se volvió amargo y hostil. “¡La suerte de los profetas!”, afirma Romero, “siempre tendrán que decir cosas buenas y, por la felicidad del pueblo, señalarle también sus pecados para que se conviertan; y los que son humildes le atienden y se salvan; pero los que no, se obstinan y se pierden” (Homilías 6:235).

En este punto, uno podría esperar que Romero concluya el sermón. Ha cumplido su promesa de ofrecer una breve catequesis sobre la predicación. Ha estado predicando cerca de cuarenta y cinco minutos, y sin embargo, Romero va por la mitad. “Ahora es la hora de ver, pues, si nuestra Iglesia de la arquidiócesis, si nuestras comunidades y nuestro trabajo eclesial es verdaderamente como un micrófono de Dios” (Homilías 6:236). El arzobispo dirige su atención a dos tareas. Primero, examina la vida de la iglesia en El Salvador durante la semana anterior. Luego, considera la situación en El Salvador en su conjunto durante esa misma semana. En ambos casos, busca iluminar la situación contemporánea con la luz del evangelio. Lo que sigue es momento de anuncios de la iglesia, de noticias, de lectura profética del signo de los tiempos. Como ya mencioné, esta era una práctica homilética genuinamente novedosa para la predicación católica en El Salvador, y estaba lejos de ser apreciada universalmente.135

En ese tercer domingo después de Epifanía en 1980, Romero predica sobre las celebraciones eclesiales de la semana: una misa por el aniversario del fallecimiento de un sacerdote y cuatro niños, la elección de un nuevo líder para una comunidad religiosa y ceremonias que marcan la semana de oración por la unidad cristiana. Romero ve al Espíritu Santo que emanaba de Jesús en el trabajo de una escuela para vocaciones adultas al sacerdocio y en una parroquia donde las mujeres jóvenes hacen votos religiosos mientras se comprometen a vivir dentro de la comunidad que las rodea. “Felices son”, dice Romero, “si se dejan invadir por el Espíritu Santo” (Homilías, 6:236; 27/1/1980). Estos eventos pueden parecer triviales hasta que uno recuerda que una de las consignas de la derecha militante era: “Haga patria, mate a un sacerdote” (Homilías, 1:82; 15/5/1977).

Romero lee de cartas que recibió durante la semana. Lee una de una monja que ofrece palabras de aliento, esperanza y profecía a Romero: “Dios nos ama, no hay que dudarlo, y espera algo de todo esto, algo grande. A mí no me cabe el que tanto dolor y sangre no germinen un día en una buena cosecha” (Homilías, 6:237: 27/1/1980). Lee de la catequesis de Juan Pablo II sobre la unidad cristiana y de su discurso al cuerpo diplomático. Lee en las palabras del Papa un sermón de Dios alentando a todos los cristianos en El Salvador a tomar el micrófono y hablar en nombre del bien común para todos, en lugar de buscar la aprobación de unos pocos privilegiados. Romero también lee una carta de los campesinos que están siendo amenazados de muerte si no se unen a un sindicato de agricultores cristianos. Como los campesinos ni siquiera podían escribir sus nombres, firmaron la carta con la impresión de sus pulgares.

Uno de los aspectos más llamativos de la narración de Romero sobre la vida de la iglesia y los eventos de la semana es su atención a los nombres de las personas. Pide justicia para José María Murillo, Aníbal Corado Tejada, Emilio Estrada Alegría, Santos Rivas Lemus, Antonio Alas Pocasangre, Fidel Américo González, Efraín Ernesto González, Juan Umaña y un joven no identificado, todos campesinos que fueron arrastrados de sus casas, torturadas, asesinados y dejados a la intemperie por las fuerzas del gobierno en represalia por la muerte de dos guardias nacionales. El gobierno también escucha atentamente esta parte de los sermones porque su campaña de mentiras y desinformación era tan efectiva que incluso algunos funcionarios propios no siempre sabían realmente lo que estaba sucediendo en el país.

Romero se solidariza con aquellos que experimentan la presión de las fuerzas de derecha e izquierda. Pide la liberación del Sr. Dunn, ex embajador de Sudáfrica, secuestrado presuntamente por guerrilleros marxistas. Sabiendo que es posible que los secuestradores escuchen el sermón, dice: “Esta es la orientación de la Iglesia, los derechos del hombre, ante los cuales no hay que encapricharse con cosas imposibles, sino saber subordinar a la dignidad del hombre –sea quien sea, porque es hijo de Dios” (Homilías, 6:241; 27/1/1980). Para Romero, los derechos humanos no son una abstracción; tienen nombres y rostros concretos.

En cuanto a los eventos de la semana en la sociedad salvadoreña, Romero centra su atención en una masacre ocurrida el martes anterior, el 22 de enero. Ese mismo día, en 1932, el General Martínez inició una campaña de represión contra un grupo en su mayoría indígena que abogaban por la reforma agraria. Bajo la bandera de la supresión de los comunistas, el general eliminó efectivamente a la población indígena de El Salvador. Cuarenta y ocho años después, en 1980, varias organizaciones de izquierda organizaron la marcha más grande que el país haya visto. Partieron del monumento a El Divino Salvador del Mundo y caminaron hacia el centro de la ciudad. A medida que se acercaban al palacio nacional, los manifestantes se encontraron con fuego de ametralladoras. Algunos fueron asesinados, muchos fueron heridos. La multitud se dispersó y buscó refugio donde pudo. Alrededor de trescientos encontraron refugio en la catedral. Romero trabajó para ayudar a los refugiados en las oficinas de la archidiócesis, donde recibieron comida y cuidados. El gobierno intentó controlar la noticia al tomar control de todas las transmisoras de radio, bombardear YSAX y publicar una versión de los eventos que colocaron la responsabilidad de la violencia sobre los hombros de los manifestantes. El arzobispo nombró rápidamente una comisión especial para investigar los hechos.

Romero recibe el informe de su comisión de investigación y lee diez puntos del mismo. En resumen, la versión gubernamental de los eventos es falsa. Los manifestantes marchaban pacíficamente, y los militares abrieron fuego sin ninguna provocación previa. La narración de los hechos por parte de Romero es frecuentemente interrumpida por aplausos masivos de la congregación. En palabras de uno de sus intérpretes, “la predicación de Romero fue oportuna, no solo porque contó meticulosamente las tragedias lamentables y las injusticias escandalosas de la semana anterior, sino porque frente a esos acontecimientos había llegado a una respuesta cuidadosamente discernida y valientemente articulada, que sus oyentes reconocieron casi instantáneamente como la voz de Aquel que es justo y compasivo”.136

Pero Romero no se queda con solo la lectura del informe. A continuación, ofrece su juicio pastoral. En primer lugar, se dirige a las víctimas y sus familiares. Les ofrece la esperanza del evangelio, las oraciones de la iglesia y su solidaridad pastoral.137 En segundo lugar, se dirige al gobierno. Le pide que cese la represión y detenga a sus fuerzas de seguridad.138 Finalmente, habla a las organizaciones populares. Las elogia por su moderación frente a las acciones provocativas del gobierno y los exhorta a alejarse deliberadamente de la violencia.139

Romero concluye afirmando su convicción de que la homilía ha hecho su trabajo: ha iluminado la realidad de los tiempos a la luz de la palabra de Dios. Invita a sus oyentes a unirse al sacrificio eucarístico de Cristo y a clamar a Dios desde lo más profundo de su alma por su país y su gente, para que todos puedan encontrar los caminos que Dios quiere en lugar de los marcados por la sangre y el sufrimiento. Termina pidiéndole a la congregación que se pare y profese el credo.

La predicación de “La homilía, actualización de la Palabra de Dios” es la reflexión más desarrollada y sostenida de Romero sobre la tarea homilética.140 Ese domingo de enero de 1980, Romero condujo a su congregación al misterio de la predicación. Los sermones de Romero son como dípticos. En un panel está Cristo como la palabra del Padre, la Palabra que da vida a la iglesia. En el otro panel están los eventos en la vida de la iglesia y la sociedad salvadoreña que están iluminados por esta Palabra luminosa. Los paneles deben verse juntos. John Drury ofrece una interpretación de cómo funcionan los dípticos.141 “A diferencia de un tríptico, un díptico no tiene un panel central. Su centro es una bisagra, en un sentido, nada en absoluto. Así el ojo no puede descansar. Sin un centro al que volver después de vagar, debe pasar de un panel a través de la división a otro a través de la división, viajando entre los dos mundos como lo hacen los ángeles”.142

El dinamismo espiritual requerido para la contemplación del díptico es una analogía adecuada para el enfoque homilético de Romero. Su proclamación se mueve hacia adelante y hacia atrás entre la interpretación de las Escrituras y los signos de los tiempos. La luz siempre viene del panel de escrituras. El panel de los hechos refleja la luz y también le enseña a uno dónde y cómo pararse para poder ver mejor esta luz. Los predicadores tienen la tarea de contemplar estos dos paneles juntos. Deben leer los “signos de los tiempos” a la luz de Cristo y luego comunicar lo que se ha contemplado al dejarse servir como micrófonos de Cristo. La bisagra no es “nada”, como lo llama Drury, sino el Espíritu Santo que une la palabra de Dios encontrada en las Escrituras con el cuerpo de la Palabra en la historia, la iglesia. El movimiento entre los paneles no es un ojo errante, distraído, sino un discernimiento dirigido por el Espíritu. En su predicación, Romero no solo está transmitiendo a la congregación lo que ha contemplado, sino que está modelando para ellos una práctica de contemplación que pueden usar para iluminar sus propias vidas diarias.143

La predicación, en consecuencia, tiene dimensiones sacramentales y evangélicas. Es misterio porque la Palabra que se predica es Cristo. Es sacramento porque para aquellos que acogen el mensaje es de gracia. Es liturgia porque la Palabra se proclama dentro del contexto de la adoración y conduce a la adoración eucarística. Es misión porque la respuesta de la gente al sermón del 27 de enero no fue solo su aplauso, sino la profesión del credo con sus anatemas implícitos a todos los demás dioses e ídolos. El antiguo “Credo” de los apóstoles vive de nuevo en un cordial “Creo” salvadoreño.144

La visión teológica de Óscar Romero

Подняться наверх