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La voz de los sin voz

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Los sermones de Romero eran transmitidos en todo el país varias veces a la semana. Se estima que el 73% de la población rural y el 47% de la población urbana escucharon sus sermones. Durante sus años como arzobispo uno podía caminar por la calle y escuchar cada palabra de su homilía dominical porque cada radio estaba sintonizada a YSAX.145 El atentado que destrozó la estación de radio le recordó a Romero la fragilidad de su ministerio de predicación. Sin lugar a dudas, la estación de radio YSAX fue el micrófono de Romero. Pero “La iglesia es el mejor micrófono de Cristo”, y todos los cristianos están llamados a ser portadores del mensaje de Cristo. Cuanto más destruye el gobierno las estaciones de radio, más cada creyente debe convertirse en un “micrófono viviente” que declara a Cristo en todas partes. Esto es más que una metáfora. Cuando YSAX fue destruido por otra bomba más grande el 17 de febrero, muchos se presentaron a la Basílica el domingo siguiente cargando grabadoras para que pudieran retransmitir el sermón cuando regresaran a sus comunidades (Homilías, 6:305; 24/2/1980). La comunidad, no YSAX, fue el mejor micrófono de Romero, y Romero usó este micrófono para transmitir la palabra de Dios y la voz de los que no tienen voz.

Los que no tienen voz son aquellos que, de hecho, tienen una voz, pero cuyas palabras no son escuchadas. Pueden estar físicamente vivos, pero están socialmente muertos. La mayoría del rebaño de Romero había sufrido una muerte social debido a políticas injustas que les robaron su dignidad y los hicieron socialmente irrelevantes e invisibles. La invisibilidad y la condena al silencio de los campesinos es la consecuencia de una larga historia de exclusión. Desde la conquista de El Salvador en el siglo XVI hasta los genocidios del siglo XX, la gran mayoría de los salvadoreños han sido relegados al papel de extras en su propia historia. En la época de Romero, la riqueza del país estaba concentrada en manos de catorce familias que se consideraban las únicas y legítimas beneficiarias del auge económico de los años sesenta. En un momento en que el producto nacional bruto creció un 6 por ciento, la proporción de campesinos que no tenían tierras aumentó de un 12 a un 40 por ciento.146 La oligarquía no solo pensaba que este grupo de personas no tenía nada que contribuir al futuro de su país, temían que, si estas masas entraban en el proceso político, pronto vendría una revolución como la de Cuba. Para ellos, mantener a los pobres sin voz era vital para la estabilidad de El Salvador.

Hablar por los que no tienen voz es un imperativo urgente para la iglesia. Frente al violento silenciamiento del pueblo, Romero afirma que “…la voz de la Iglesia hace suya la voz de los que ya no pueden hablar, de los que fueron asesinados en formas tan crueles, tan viles, tan inmorales, para clamar a Dios” (Homilías, 2:157; 28/12/1977). En su ministerio de oración, la iglesia amplifica los deseos de su pueblo ante Dios. Como pastor, Romero escuchó las peticiones de su congregación, diciendo que “la voz de los pobres siempre encuentra eco cuando se oye” (Homilías, 4:61; 10/12/1978). Un micrófono transmite al amplificador lo que primero recoge. Si los que no tienen voz deben ser escuchados, el micrófono de Cristo debe ser cerca de sus labios.

Hablar por los que no tienen voz es un esfuerzo arriesgado. Los sermones de Romero fueron resistidos precisamente porque dieron voz a los gritos de quienes fueron vistos como obstáculos a los planes del gobierno para El Salvador. “Es que estas homilías”, predica Romero, “quieren ser la voz de este pueblo, quieren ser la voz de los que no tienen voz. Y por eso, sin duda, cae mal a aquellos que tienen demasiada voz”, (Homilías, 5:155; 29/7/1979). La irritación se expresó en forma de balas, bombas, propaganda y la interferencia ocasional de las frecuencias de radio.147 Además de estos peligros, hablar por los que no tienen voz conlleva el riesgo de contribuir a su continua marginación. El primero de estos riesgos fue ciertamente el más apremiante en la época de Romero, pero el segundo de ellos es uno que ha acosado incluso a la iglesia como liberadora en América desde la época de Montesinos. En un ensayo sobre el futuro de los pobres, Mark Lewis Taylor plantea una pregunta del primer mundo que debe ser respondida por los defensores del “tercer mundo”. Dijo brevemente: ¿Cómo es posible escuchar y reconocer la voz y el discurso del subalterno, sin participar en controlar los ejercicios que refuerzan su falta de voz?148 Las dificultades para asumir un papel representativo son desalentadoras. A veces, el subalterno se convierte en un podio sobre el que se encuentra el defensor privilegiado para obtener atención y elogios personales. Incluso cuando la defensa no es tan abiertamente cínica, la elocuencia de un defensor puede tener la consecuencia involuntaria de silenciar al subalterno, que carece de la educación y la posición social para ser escuchado. De hecho, algo como esto sucedió durante el período colonial.149 Parece que cuando se trata de los “sin voz”, las opciones para aquellos en posiciones de privilegio están restringidas al paternalismo o al silencio. La ha llegado a un punto muerto.150

La situación de Romero se encontraba muy lejos de la ubicación social que es el principal objetivo de la crítica de Taylor. Romero no era un “intelectual occidental benévolo”. Era un pastor salvadoreño que no estaba teorizando sobre el papel representativo de la iglesia frente a los pobres, sino que estaba desempeñando este papel. Era consciente del peligro de hablar por los demás. Al hablar por los que no tienen voz, él y la iglesia enfrentaron el mismo destino que los que no tienen voz: la marginación y la muerte. Además, criticó a quienes llevaban el manto representativo con demasiada facilidad. “Es una pretensión de los grupos humanos quererse constituir en intérpretes del pueblo. El pueblo es muy autónomo, muy variado, muy pluriforme. Nadie puede arrogarse el derecho de decir: “Yo soy la voz del pueblo” (Homilías, 5:80; 13/1/1980).

En primer lugar, el papel representativo de Romero se basó en la iniciativa previa de Dios, quien llama, unge y envía profetas para que hablen con el pueblo de Dios.151 Es porque “el Espíritu del Señor está sobre él” y sobre el pueblo de Dios en El Salvador que Romero escuchó y predicó buenas nuevas a los pobres.152 Romero nunca afirmó ser único en su papel de voz de los sin voz. Es muy significativo que Romero nunca se haya arrogado este título personalmente. No había recibido un carisma especial. Hablaba de esta vocación como un don eclesial.153 Era la iglesia la que había sido llamada a hablar por los pobres. Todos los bautizados, desde el campesino hasta el arzobispo, compartían esta responsabilidad.

En segundo lugar, Romero afirmó que la iglesia había tomado el micrófono en nombre de las personas sin voz solo por un tiempo. “La Iglesia ha tenido un papel supletorio, ha sido voz de los que no tienen voz; pero, cuando ya pueden hablar, son ustedes los que tienen que hablar, la Iglesia calla” (Homilías, 5:542; 11/11/1979). Se regocija cuando los que no tienen voz encuentran su voz.154 De hecho, esperaba con ansias el momento en que la iglesia pudiera dirigir sus energías más al evangelismo que a la defensa de los derechos humanos porque esto último habría sido ya resuelto por la sociedad (Homilías, 6:43; 9/12/1979). El modo en que el díptico homilético de Romero alentó una conversación dinámica y de oración entre las Escrituras y los hechos de la realidad, tuvo como fin acelerar la llegada del día en que la iglesia pudiera dedicarse al evangelismo.

Tercero, aun cuando Romero reconoció que como arzobispo tenía una voz privilegiada en la sociedad, no quiso monopolizar su acceso a los micrófonos.

Incluso en el contexto de la misa, compartió los micrófonos con su gente. Un hermoso ejemplo de este intercambio se encuentra en su sermón del Bautismo del Señor el domingo 13 de enero de 1980. Cuando Romero pasó de la lectura e interpretación de las Escrituras a la lectura e interpretación del pueblo a la luz del Evangelio, pasó el micrófono a Beatriz, una hermana de la comunidad religiosa en Arcatao. Beatriz leyó una declaración de la comunidad en nombre de José Elías Torres Quintanilla, un oficial de policía que había sido secuestrado por un grupo de izquierda. La hermana Beatriz y sus compañeras también fueron secuestradas, pero más tarde fueron liberadas, y Beatriz fue hasta Monseñor Romero para dar la noticia. Beatriz habló audazmente, solicitando la liberación del oficial mientras denunciaba actos de violencia y venganza de ambas partes. Al mismo tiempo, vio que la raíz de los problemas se encontraba en la opresión de los campesinos, sobre la cual el gobierno tenía la mayor parte de la responsabilidad. En cualquier caso, Beatriz insistió en que su comunidad no era violenta ni tomaba las armas. No necesitaban ser presionados para llevar a cabo su misión cristiana, que incluía “interceder por la vida de cualquier ser humano” (Homilías, 6:183; 13/1/1980).

Hay una cuarta forma en la que Romero superó el impasse de ser la voz de otros. Se basa en la distinción entre la voz y la Palabra. En el tercer sermón de una serie sobre el espíritu de Adviento, Romero predica a partir del cuarto evangelio sobre la relación entre Juan el Bautista y Jesús (Homilías, 4:63–83; 10/12/1978). Jesús es el “Yo soy”, Juan es el “Yo no soy”. Jesús es la luz; Juan no lo es. Jesús es el Verbo; Juan es la voz que clama en el desierto. “La voz es el ruido que llega hasta el oído, pero en esa voz va la palabra, el verbo, es una idea” (Homilías, 4:65; 17/12/1978). Al desarrollar esta relación, el arzobispo de San Salvador recurre a un sermón predicado por Agustín para el día de la fiesta de Juan el Bautista. Allí el obispo de Hipona declara: “Una palabra; si no tiene un sentido significativo no se puede llamar palabra. Una voz, por otro lado, incluso si es solo un sonido y hace un ruido sin sentido, como el sonido de alguien que grita, puede llamarse una voz, pero no puede llamarse una palabra”.155 Agustín ilumina la relación entre el representante y el representado. Una palabra mientras permanece en la mente puede ser expresada de muchas maneras. El obispo de Hipona usa el ejemplo de la palabra Dios. Las sílabas que componen la palabra no son la palabra que está en la mente; no son el concepto, no son lo que la mente ha concebido. Cuando la mente expresa la palabra, adopta un cierto sonido, sílabas definidas. Desde la única palabra que está en la mente, una persona multilingüe puede hablar en muchas palabras externas: Adonai, Kyrios, Dominus, Herr, Lord, Señor, y así sucesivamente. Volviendo a la analogía con Jesús, la única Palabra podría expresarse en muchas voces diferentes: Moisés, Elías, Débora, Miriam. Cuando todas estas voces hablan por el mismo micrófono, por así decirlo, tenemos a Juan el Bautista. Él es “el signo y el sacramento de todas las voces”.156 El representante, Juan el Bautista, es la Voz hecha carne. El representado, Jesús, es el Verbo hecho carne. En la distinción agustiniana entre voz y palabra, Romero encuentra una razón teológica para las transmisiones de radio de sus sermones dominicales. La palabra se transmite por el sonido de la voz y las ondas de la radio. Es la presencia de la Palabra en sus palabras lo que hace que estas transmisiones sean más que un discurso. En la medida que los predicadores abrazan el instrumento en lugar del protagonismo de su voz, la Palabra se escucha con mayor claridad y aumenta el poder del sermón.157 En esta misma distinción, uno puede encontrar una razón teológica para el ministerio representativo de la iglesia en nombre de los pobres. Romero recuerda a sus oyentes cómo la palabra “concepto” se deriva del verbo “concebir” (Homilías, 4:66; 17/12/1978). Todas las palabras se conciben primero en las profundidades de la persona antes de pronunciarlas en voz alta. Análogamente, cuando las personas reciben la Palabra, la conciben de nuevo en sus corazones.

Cuando escuchan a Cristo, los que no tienen voz encuentran su verdadera voz; sus palabras se fortalecen con el poder de la luminosa Palabra del monte Tabor, que da vida. Romero presenta a Ezequiel y Pablo como testigos. Todo salvadoreño que escucha la Palabra puede decir con Ezequiel: “El Espíritu entró en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba” y me envió a la gente de El Salvador (Ezequiel 2, 2). Como explica Romero, “Si Dios llama a un hijo de la tierra para que abra su capacidad de recibir el espíritu de Dios, lo primero que este barro siente es que se pone en pie, que se eleva, que hay una dimensión vertical que lo une con un Dios, en nombre del cual tiene que hablar” (Homilías, 5:83; 8/7/1979). La Palabra humaniza la voz. Al mismo tiempo, escuchar a Cristo es una experiencia de humildad. El ejemplo de Pablo es elocuente en este sentido. Él tiene una visión del tercer cielo y luego recibe una espina en la carne para evitar que caiga por orgullo. Y, sin embargo, incluso mientras está lastimado, Pablo continúa predicando. Romero ve en este incidente una señal muy esperanzadora. Dios usa como sus instrumentos incluso a los débiles, personas con dolores y molestias.

Los micrófonos amplifican las voces débiles. La voz del predicador como micrófono de Cristo sirve como un instrumento del Cristo resucitado que todavía habla a través de las Escrituras y que se identifica con los pobres, las personas que se consideran desechables, las que no tienen voz. ¿Pueden hablar los que no tienen voz? La respuesta de Romero a esta pregunta es un enfático sí. Ser humano es ser capax verbi. “Cada uno de ustedes, desde su propio puesto, desde su propia vocación –la religiosa, el casado, el obispo, el sacerdote, el estudiante, el universitario, el jornalero, el obrero, la señora de mercado–, cada uno en su puesto viva intensamente la fe y siéntase, en su ambiente, verdadero micrófono de Dios nuestro Señor”. Todos están llamados a ser pequeños YSAX que transmiten el amor de Dios a sus comunidades. Esta es la lección de Juan el Bautista, el paradigma de la persona humana (Homilías, 6:232; 27/1/1980). Taylor concibe evitar las trampas del paternalismo y el silencio con un misticismo del delirio.158 Romero fundamenta su esperanza y práctica en la encarnación de la Palabra que ennoblece a todas las voces. ¿Cómo suena la voz de los sin voz? Se pueden encontrar algunos criterios de autenticidad en la práctica homilética de Romero.

Primero, la voz de los sin voz suena como la voz que llora en el desierto. El deseo de Moisés de que todo el pueblo de Dios sea profeta (cf. Números 11, 39) comienza a cumplirse en el bautismo. “Un matrimonio santo está siendo Juan Bautista en su hogar; un abogado santo, un profesional santo, un médico santo, un ingeniero santo, un jornalero santo, una mujer santa son Juan Bautista, de los que Dios se vale para proclamar que el reino de Dios ya está cerca” (Homilías, 5:41; 24/6/1979). Cuando estas personas responden al llamado de Dios, encuentran su voz. Algunos son conocidos por sus poderosos sermones y signos, otros por su devoción tranquila, serena y paciente a Dios. Algunos son ardientes como Elías, otros son silenciosos como Ana.159

Barbara Reid afirma acertadamente que en Romero hay algo de ambos. “Su ayuno y su oración, día y noche, le dieron forma a su espíritu; de modo que, como Ana, podía hablar de la gracia de Dios a todos los que buscaban la redención y, al igual que a Elías, podía llegar a ser ardiente en su denuncia de las fuerzas que impiden la acción de Dios”.160 Los profetas no solo condenan el pecado, sino que también ven visiones. Isaías predica oráculos de juicio contra Israel y también habla de un reino pacífico. Al revisar los acontecimientos de 1979, un año de asesinatos y esperanzas destrozadas de reforma, Romero invita con valentía a su congregación a estar agradecido. “La visión optimissa del cristiano encuentra más cosas buenas que malas” (Homilías, 6:137; 31/12/1979). La voz que llora en el desierto es la voz de un soñador que cree y espera que el Señor venga.

Todos los cristianos tienen un papel en la preparación del camino del Señor. “Todos son llamados a la vida, todos son llamados a la gracia, todos son llamados a la felicidad, todos son un proyecto de Dios”. (Homilías, 5:38). En consecuencia, tomar una vida humana es un pecado contra Dios y una desgracia nacional. Cuando se mata a una persona, uno de los proyectos de Dios se desecha, y Romero se pregunta cuántos Juanes Bautistas, cuántos Pablos, cuántos siervos del Señor se han perdido en El Salvador no solo por la opresión estatal sino también por el aborto. De hecho, uno de los propósitos de la predicación es precisamente alentar a los que no tienen voz a clamar por otros que no tienen voz como los no nacidos. La injusticia y la violencia en El Salvador pueden atribuirse en gran parte a la cobardía de los bautizados. Al no prestar atención a la voz de la víctima los cristianos salvadoreños han traicionado su vocación bautismal.

La existencia de esta contradicción lleva a Romero a exclamar: “Pero, ¿qué están haciendo, bautizados, en los altos campos de la política?, ¿dónde está su bautismo? Bautizados en los partidos políticos, en las agrupaciones populares políticas, ¿dónde está su bautismo? Bautizados en las profesiones, en los campos de los obreros, en el mercado. Dondequiera que hay un bautizado, ahí hay Iglesia, ahí hay profeta” (Homilías, 5:87; 8/7/1979). Es por esto que incluso si todas las estaciones de radio son destruidas y todos los sacerdotes y obispos son asesinados, siempre y cuando un creyente bautizado en El Salvador permanezca fiel a su vocación profética, a Dios no le faltarán micrófonos vivientes de su palabra de verdad y justicia (cf. Lucas 19, 20).

En segundo lugar, la voz de los sin voz suena como muchas voces. La voz que llora en el desierto es siempre parte de un coro eclesial. Se necesita una iglesia para levantar profetas. Los teólogos latinos de los Estados Unidos se refieren a esto como teología en conjunto.161 En este caso, puede ser más exacto llamarlo predicar en conjunto. Toda la profecía cristiana no es más que una participación en el oficio profético de Cristo, una especie de karaoke cristiano, por así decirlo. El yo es siempre eclesial. Esto también era cierto en la época de Montesinos162 y es verdad en la época de Romero. Los obispos reunidos en Medellín escucharon “un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (Medellín 14.2). Las palabras de Pablo VI a los obispos en América Latina podrían haber sido dichas por los obispos de América Central en el siglo XVI: “Estáis ahora escuchando en silencio, pero oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento”.163 Romero no escucha solo el grito de los pobres; escuchó su fe. Los que no tienen voz no eran discípulos perpetuos; eran sus maestros, sus profetas.164 Romero no descarta la existencia de profetas fuera de la iglesia, ni ignora que su audiencia incluye a personas que no son cristianas.165 Pero es el pueblo de Dios que vive en El Salvador quienes son sus profetas. Señalan el camino a seguir a través de la marea de intereses políticos y económicos en conflicto que destruyen la nación. Lo consuelan y, cuando es necesario, lo llaman al arrepentimiento y la conversión. En numerosas ocasiones, Romero insiste en que la Iglesia que predica por los pobres primero debe ser una iglesia que escuche a los pobres. “Porque todo el que denuncia debe estar dispuesto a ser denunciado y, si la Iglesia denuncia las injusticias, está dispuesta también a escuchar que se la denuncie y está obligada a convertirse. Y los pobres son el grito constante que denuncia no solo la injusticia social, sino también la poca generosidad de nuestra propia Iglesia” (Homilías, 6:280; 17/2/1980).

Los pobres conducen el discurso público de la iglesia; son los entrenadores de voz de la iglesia.166 La iglesia debe escuchar a los pobres porque el Cristo crucificado habla a través de su pueblo crucificado. Romero diría un fuerte amén ante las palabras de Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio) sobre la importancia de los pobres “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”.167

Tercero, la voz de los sin voz suena como la voz del buen pastor. Es una voz que llama a las personas por su nombre. Los relatos leídos en la fiesta del nacimiento de Juan el Bautista muestran cómo Dios llama por nombre a las personas para el servicio. Romero ve en la santidad y en el milagro que gira en torno al bautismo de un niño un modo de preparar el camino, un paradigma de la persona humana. Por un lado, el papel de Juan el Bautista es único; él es un puente entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Él es la suma de todos los profetas. Él es el precursor de Cristo. Esta es su identidad y vocación. Por otro lado, su vocación es universal porque, mediante el bautismo, todos los cristianos están consagrados para una misión profética similar a la del precursor. Su llamado mientras aún está en el vientre de Isabel es un paradigma para el llamado de todos los seres humanos. Dios no llama a todas las personas de la misma manera, pero Dios llama a todas las personas al mismo fin: la santidad. No solo los grandes santos y el rey de los santos son llamados por Dios. Es a los que no tiene voz, los invisibles, los desechables; ellos también tienen una vocación, y son llamados por su nombre porque Dios se preocupa por cada uno de ellos como de su propio hijo. También por ellos Dios siente cariño, incluso cuando los llama a la conversión. Por eso, cuando Romero mira a su congregación llena de personas que no valen nada para los ojos del mundo, dice: “Los que estamos aquí, no hay ningún anónimo; cada uno, hasta el más humilde, hasta el chiquito que ha venido más tierno a esta misa, y allá, a través de la radio, hasta el más pobrecito y enfermo de quien nadie platicará nunca en la historia tiene una historia, tiene su propia historia, y Dios lo ha querido a él en singular, es un fenómeno irrepetible” (Homilías, 5:36; 24/6/1979).

Ser humano es tener una vocación.168 El cuidado que Romero toma al llamar a las víctimas de la violencia por su nombre es una forma de dar voz a los que no tienen voz. El acto de nombrar a los que no tienen voz es un acto de fortalecimiento de las víctimas. Restaura la dignidad a quienes a menudo son descartados en el anonimato de los pobres o marginados. Son sujetos, personas con voces, rostros y nombres.

La voz del pastor trasciende las polaridades habituales en los asuntos humanos. No viene de la derecha o de la izquierda sino de arriba. El origen divino de las palabras sobre la voz humana también es la razón por la cual la voz no debe ser como las voces del mundo. Es pastoral y profética. En sus Hojas del cuaderno de un cínico domado, Reinhold Niebuhr comenta sobre lo difícil que es ser profético con una congregación una vez que llegas a amarlos. Romero no experimentó esta tensión entre los oficios sacerdotales y proféticos. El enfoque de Romero fue directo. Al mismo tiempo era pastoral. Un claro ejemplo de esto son las palabras de Romero a los asesinos de Rutilio Grande, el mártir salvadoreño, que Romero imagina que bien podría estar escuchando la transmisión de radio del sermón: “queremos decirles, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos” (Homilías, 1:35; 14/3/1977). Los perpetradores de violencia son delincuentes que necesitan arrepentirse, y también son hermanos a quienes la Iglesia ama.

La visión teológica de Óscar Romero

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