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Tercera parte VIII. Para qué ocuparse de una masacre

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Para qué ocuparse de una masacre. ¿No hay ya muerte suficiente en la realidad para que los libros deban también empaparse de ella? ¿No corrió bastante sangre en los patios, aulas y pasillos de la Escuela Domingo Santa María y en todas las calles del mundo? ¿Para qué vengarnos a manchar también de rojo los escritos? ¿No sería mejor narrar la historia de la belleza: la historia de la pintura o de la música o de las mujeres? Y todo esto no por un afán malintencionado de ocultar u olvidar, sino por un sano espíritu de compensación: defenderse de la fealdad de las cosas con la belleza de los libros. En definitiva, para qué autoflagelarse con más muerte. Hagamos mejor la historiografía de la vida y del amor. Otros más lanzados irán todavía más allá: no hagamos historiografía en absoluto, hagamos el amor y la vida simplemente, no sublimemos en la mente lo que debemos llevar a cabo en las cosas.

Bueno, lectores, difícil sería no estar grosso modo de acuerdo con todo eso. Pero tampoco se olviden que el 21 de diciembre de 1907 en Iquique se escribió en pequeño, con un pantógrafo defectuoso, lo que aparecería impreso en grandes letras que horrorizarían al mundo, en este largo y angosto lienzo, la mañana del 11 de septiembre de 1973. Más o menos los mismos contendientes, más o menos el mismo resultado, más o menos las mismas muertes, más o menos la misma vergüenza, pero ahora todo a escala gigantesca.

Los que van a morir te saludan

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